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Desde Québec, con amor…


Miguel Febles Hernández

Desde la lejana y fría ciudad de Québec, Canadá, llega cada año el calor solidario y las simpatías de cientos de ciudadanos que hacen oídos sordos a las campañas anticubanas y emprenden viaje a nuestra tierra para conocerla por medio de su gente.

Foto: Jorge Luis TéllezColette Lavergne: “Cada visita a Cuba nos reafirma más nuestras convicciones de luchar por un mundo mejor”.

Así le ocurrió en 1992 a Colette Lavergne, una quebequesa de pura cepa que descubrió en los cubanos algo más que un pueblo hospitalario y fiestero.

"Yo no quería venir a Cuba. Es tanta la desinformación y la mala promoción que se hace allá de este país, donde se sataniza a la Revolución y se desacreditan sus conquistas sociales, que yo pensaba encontrar aquí a un pueblo triste, aplastado, oprimido...

"Sin embargo, fue todo lo contrario: me recibió un pueblo alegre, digno, firme; un pueblo luchador, que defiende lo suyo. Tienen un país, viven de pie, no de rodillas. A partir de ese momento, me enamoré perdidamente del pueblo cubano."

Dos años más tarde, en pleno periodo especial, comenzó la militancia de Colette como activista por la solidaridad y la hermandad entre Québec y Cuba.

"Recuerdo que la primera experiencia fue en la Escuela Secundaria Básica Urbana Cándido González, de Matanzas. Vinieron diez niños con mi hija, que entonces participaba en un programa de educación internacional. Hubo un hermanamiento y una compenetración muy linda entre todos los muchachos."

Fue tal el éxito de la visita, que al año siguiente la realidad superó las expectativas:

"Convocamos a una reunión preparatoria del próximo viaje y se aparecieron más de 300 personas deseosas de conocer Cuba. No tuvimos otra opción que alquilar un avión y vino lleno, con 160 pasajeros, todos de la ciudad de Québec. Esa vez fuimos a Consolación del Sur, en Pinar del Río."

Así, cada año, las muestras de solidaridad de los quebequenses han ido en aumento, con la promoción de disímiles programas que buscan su inserción en la realidad cubana, no como simples visitantes, sino a través de la convivencia, la participación y el conocimiento mutuo.

DE FAMILIA A FAMILIA

Jamás imaginó el pequeño Guillaume Fournier que su cumpleaños coincidiría, en fecha, con el de Fidel, y mucho menos que lo celebraría cosechando boniato, una vianda que, por cierto, veía por primera vez.

Junto a su mamá Manon, su hermana Annie-Kim y el resto de los integrantes de la Brigada de Solidaridad de Québec, visita por estos días Camagüey, provincia que desde el año pasado sirve de sede al programa denominado Campamento Familiar.

"Este proyecto —comenta Colette Lavergne, quien preside la organización de solidaridad ARO-Cooperación Internacional— busca el intercambio entre nuestras familias. Así, vienen los padres con sus hijos, y hasta una que otra abuela ha estado también.

"Ahora mismo, esta jornada productiva ha constituido una experiencia inolvidable y una forma peculiar para hermanar a cubanos, quebequenses y extranjeros que estudian en esta ciudad."

Similar criterio comparte Alain Menard, trabajador de Correos que vino con su hija Sabrina para mostrarle todo lo que él experimentó en cinco viajes anteriores a la Isla:

"Este es un país de gente sencilla, comunicativa y agradable. Siempre que vengo a Cuba, regreso cargado de optimismo y de fe en que se puede vivir en un mundo de paz y de hermandad entre los seres humanos."

Desde 1994 a la fecha, unos 5 000 quebequenses han visitado Cuba a través de los programas que promueve Colette Lavergne, una mujer que dejó a un lado una de sus mayores pasiones, la Medicina, para dedicarse en cuerpo y alma a las tareas de la solidaridad con Cuba y con los cubanos.