El golpe de Estado
en Honduras no sólo tuvo como objetivo liquidar el eslabón
más débil de la Alba, Honduras, con su presidente Manuel
Zelaya quien, a pesar de su origen conservador, emprendía
tímidas reformas sociales y, por motivos económicos, se
acercaba a Venezuela, lo que lo hacía aparecer como
peligroso revolucionario
. También está dirigido para
reforzar la desestabilización en Guatemala (cuyo presidente
Colom está actualmente en la mira del imperialismo), El
Salvador (donde el Frente Farabundo Martí de Liberación
Nacional ganó el gobierno, pero no el poder, que sigue en
manos de la ultraderecha) y Nicaragua. Estados Unidos,
mediante sus servidores, quiere reforzar así,
estratégicamente, la soldadura débil istmeña del Plan
Mérida, para poner desde México hasta Colombia un corredor
para la dominación estadunidense y convertir a este último
país, bajo la dictadura de Uribe, en una cabecera de puente,
una especie de Israel en América del Sur, para controlar
Venezuela, el Caribe, Ecuador, Brasil.
El golpe cívico-militar fue cuidadosamente preparado en la
base estadunidense de Soto Cano, con la presencia del
embajador Llorens, de Estados Unidos. Este se fue y se llevó
su familia, aunque sabía del golpe con anticipación, para no
aparecer demasiado ligado a los gorilas hondureños a los que
Estados Unidos formó y conoce desde los tiempos de John
Dimitri Negroponte y el Irangate (el armamento a
los contras nicaragüenses con armas entregadas
desde Honduras y pagadas con la droga por la CIA), que fue
también jefe directo de Llorens. Negroponte, ex secretario
nacional de seguridad de Bush, ex representante en la ONU,
ex virrey en Irak, no es el único conspirador de alto vuelo:
el fantoche golpista Micheletti, por ejemplo, tiene como
asesores a dos ayudantes importantes de Bill Clinton; Lanny
Davis (que lo asesoró durante el escándalo provocado por su
relación con Mónica Lewinsky, fue el más virulento consejero
de Hillary Clinton en la lucha contra Obama y es asesor del
Consejo Hondureño de la Empresa Privada, eje de la
oligarquía local) y Bennet Ratcliff. Por consiguiente, es
absolutamente imposible que el Departamento de Estado (es
decir, Hillary Clinton) y el Pentágono hayan sido
sorprendidos por el golpe tan cantado
y tan
toscamente organizado por cuatro gorilas seguros de
su impunidad.
Por lo tanto, el golpe es un torpedo bajo la línea de
flotación del intento de Obama de distensión con América
Latina y con Cuba misma y fue lanzado por la derecha
conservadora estadunidense, tanto del Partido Demócrata,
como Hillary Clinton y su clan, como republicana (mediante
los lazos de los bushistas con los militares y la derecha
latinoamericanos). Es el primer debilitamiento serio y desde
Washington mismo del propio Obama, para el cual esa derecha
reserva el mismo papel que Óscar Arias, ese conocido siervo
de Estados Unidos, quiere darle a Zelaya: el de presidente
pour la galerie, fantoche y acotado, sin
posibilidad de ninguna iniciativa, con una política exterior
absolutamente controlada por el Departamento de Estado. En
efecto, la opinión de que Obama es un negrito que no sabe
nada de nada
la formuló el ministro de Relaciones
Exteriores de los golpistas hondureños pero, aunque todavía
no la expresen abiertamente, es compartida por todos los
santos que los gorilas tienen en el paraíso del
establishment estadunidense.
El golpe hondureño es contra los países vecinos ligados a
Chávez y a Cuba, es contra Venezuela y Cuba, contra todos
los gobiernos progresistas
de América del Sur y es
también un golpe sin Obama y contra Obama. La aberrante
propuesta de Arias es funcional para los golpistas. Les
permite ganar tiempo para organizar su poder de facto
y cansar y desmoralizar a los partidarios del presidente
constitucional. Los recompensa además con una propuesta de
amnistía aunque dieron un golpe de Estado, asesinaron gente
que defendía la Constitución y son infames traidores a la
patria
, pasibles de fusilamiento. Para colmo, según el
Acuerdo de San José, Zelaya tendría que admitir en puestos
claves de su gabinete efímero a quienes lo secuestraron,
deportaron de su propio país, insultaron, falsificaron su
firma en una carta infame de renuncia y están oprimimiendo
por el terror al pueblo hondureño, y sería sólo el rehén de
esa gente.
Si se aceptase la solución Clinton
(solución para los
golpistas), se alentarían futuros golpes y dictablandas
(dictaduras militares con fachadas legales
). La
alternativa es difícil, pero es la única positiva: rechazar
el laudo Arias-Clinton y encabezar, en Honduras mismo, un
proceso de lucha, por todos los medios posibles, para
imponer una asamblea nacional constituyente que decida quién
y cómo gobernará el país. O sea, intentar crear una brecha
en las fuerzas armadas y la policía mediante la movilización
insurreccional, como en Bolivia frente a Sánchez de Lozada o
en Venezuela, cuando el golpe contra Chávez.
Zelaya, hijo de un asesino de izquierdistas, líder de un
partido conservador tradicional, orientado hacia una
política más avanzada sobre todo por razones de oportunidad
y por no haber calculado las consecuencias que eso podría
acarrearle, ha demostrado valentía pero probablemente no
pueda encabezar ese tipo de lucha, aunque sí la puede
iniciar. El pueblo hondureño y los sectores de izquierda que
exigen su retorno irrestricto al gobierno sabrán entonces
cómo derrotar a los golpistas y hacerles pagar su crimen
contra la Constitución con procesos públicos.