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Con la cinta Enma, la afortunada, el público estuvo agradecido. |
La más reciente
Semana de cine alemán en Cuba no ha dejado mucho margen al
entusiasmo, a decir verdad. Una de las grandes decepciones, por
cuanto el nombre a seguir de su joven directora Ángela Schanelec
—inicialmente actriz y representante de la llamada Escuela de
Berlín— vaticinaba otra cosa, fue
Tarde (2007),
pálida y decepcionante adaptación de
La gaviota (Chéjov).
El vacío
existencial, la incomunicación y las angustias de una familia
disfuncional, que el excelente narrador y dramaturgo ruso del
siglo XIX recreó magistralmente, son perfectamente adaptables a
cualquier época y contexto, pero a Schanelec se le escapa la
sustancia, la almendra, el sentido. El hecho de que (como se
apresuró a declarar) se trate de una versión muy libre, apenas
un punto de partida del referente, tampoco es el problema, pues
de tales experimentos, algunos muy logrados, está llena la
historia del cine, como bien se sabe.
El escollo
aquí ha estado simplemente en la incapacidad de la directora
para insuflarle interés a esos conflictos, en la innecesaria
morosidad del ritmo, que se da el gusto (con gran «disgusto»
para los espectadores) de demorar minutos enteros entre un
diálogo y otro, estos de por sí huecos y sosos, como la puesta
en escena toda —excepto momentos realmente virtuosos de la
fotografía y algunos desempeños decorosos.
Otra que
comienza prometiendo un agudo sondeo por una personalidad rara y
se «desinfla» a medida que avanza, es
The calling game
(2007), de Félix Randau, sobre una treinteañera que llama a
desconocidos fingiéndose una niña enferma de cáncer, mas rompe
abruptamente con ellos cuando esas personas intentan
contactarla. Partiendo también de un texto teatral (de Vera
Kissel, quien escribió a su vez el guión), la cinta parece
ignorar cómo culminar un caso que atrapa al espectador en sus
minutos iniciales, para abandonarlo a su suerte de desencanto
irremediable, porque tras la apariencia de profundidad y
análisis no hay más que una filosofía de almanaque, y ni
siquiera la convincente actuación de Valerie Koch logra cambiar
tan errado rumbo.
Al
otro lado
(2006), de Faith Akin, se proyectaba como uno de los «platos
fuertes» de la semana y, siendo justos, dentro de tan desolado
panorama, clasifica de cualquier manera entre lo mejor, pues se
trata de una motivadora reflexión en torno a conflictos étnicos
y políticos que este cineasta, de origen árabe, trata en su
cine; ahora alrededor de seis destinos cruzados teniendo como
eje a Nejat, profesor de Filología alemana en la Universidad de
Hamburgo. Solo que, en el inevitable parangón que surge con su
título anterior (el tan justamente premiado
Contra la pared),
Akin desciende unos puntos, pues no logra el amarre de entonces,
la fuerza en el sujet, la coherencia entre todas esas historias,
algunas débiles y pobremente diseñadas, como ocurre con ciertos
personajes. Mención de todos modos merecen los trabajos de Baki
Davrak, Sussanne Staub y la veterana Hanna Schygula.
Por suerte,
Emma, la afortunada
(2006), de Sven Taddicken, constituyó, haciendo honor al título,
un cierre con bastante suerte para todos: la muestra y sobre
todo, el público agradecido. El viejo ítem de la lucha entre
«civilización y barbarie» se plasma aquí mediante la relación
que nace entre la granjera Emma, toda una «fuerza de la
naturaleza» y el citadino Max, que canceroso del páncreas, roba
dinero y un auto donde trabaja, y va a parar a esa paradisíaca
finca a punto de perderse ante las deudas de su propietaria,
ducha en criar y matar cerdos y gallinas.
Lo mejor de
este filme es lo acertado de su tono, capaz de resultar vital y
humorístico abordando sin embargo temas tan complejos y graves
como la muerte, la relación entre diferentes, el erotismo
redentor y los siempre difíciles enfrentamientos humanos.
Cinta dura y
fuerte que, eludiendo inteligentemente sensiblerías, lugares
comunes y peligrosas caídas en el melodrama, crece a cada
momento, se torna humanísima, grácil y rotundamente hermosa, a
lo cual contribuyen no poco las actuaciones de Jördis Triebel
(actriz no profesional) y el conocido y admirado Jürgen Vogel
¿Podría volver el nazismo?
Justamente ese
actor protagoniza el internacionalmente aclamado filme
La ola (2008),
de Dennis Ganset (Before
the fall) que iniciara la Semana y que ya
vituperara desde estas páginas (aunque con la debida
argumentación que le caracteriza) el colega Rufo Caballero.
Lamento disentir absolutamente de sus consideraciones.
Basado en un
hecho real, acaecido en 1967 dentro de un instituto
californiano, el director lo ubica en la Alemania contemporánea:
impartiendo un curso de «autocracia», un profesor intenta entre
su grupo de estudiantes revivir el nazismo; con una creciente y
entusiasta matrícula, el experimento echa a rodar con la
consigna de eliminar las individualidades, reforzar el espíritu
«de grupo» y moverse en esa dirección.
A pesar de la
pregunta inicial formulada («¿podría retornar en nuestro país
una dictadura, ¿sería posible que resurgiera el régimen que
tanto dolor causara a mediados del siglo pasado?»), contestada
negativamente por la mayoría, el curso, que por supuesto
desborda las aulas y se instala mucho más allá de sus paredes,
demuestra que la resurrección del nazismo es algo que puede
ocurrir en cualquier momento, si tan solo las circunstancias
objetivas y subjetivas lo propician.
Apreciada en
Alemania por dos millones y medio de espectadores, polémica y
diversa en su recepción, ganadora del Premio en Bronce al mejor
largo de ficción, nominada al lauro de Público en los galardones
del cine europeo y con reconocimientos a los actores Frederick
Lau y el propio Voguel,
La ola ha resultado un verdadero suceso dondequiera que
se exhibe, y La Habana no fue la excepción.
Al otro lado, de Faith Akin, clasifica de cualquier manera entre lo mejor de la muestra |