Declaración del Gobierno
Revolucionario
En acto de peculiar
significado histórico, la OEA acaba de dar sepultura
formal a la vergonzosa resolución que en 1962 excluyó a
Cuba del Sistema Interamericano.
Aquella decisión fue
infame e ilegal, contraria a los propios propósitos y
principios declarados en la Carta de la OEA. Fue, a la
vez, coherente con la trayectoria de esa Organización;
con el motivo por el cual fue creada, promovida y
defendida por los Estados Unidos. Fue consecuente con su
papel de instrumento de la hegemonía estadounidense en
el hemisferio, y con la capacidad de Washington de
imponer su voluntad sobre América Latina en el momento
histórico en que triunfa la Revolución cubana.
Hoy la región de América
Latina y el Caribe vive otra realidad. La decisión
adoptada en la XXXIX Asamblea General de la OEA, es
fruto de la voluntad de Gobiernos más comprometidos con
sus pueblos, con los problemas reales de la región y con
un sentido de independencia que desafortunadamente no
prevalecía en 1962. Cuba reconoce el mérito de los
Gobiernos que se han empeñado en borrar formalmente
aquella resolución a la que en esta reunión se le
denominó "un cadáver insepulto".
La decisión de dejar sin
efecto la resolución VI de la Octava Reunión de Consulta
de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA,
constituye un desacato incuestionable a la política
seguida por los Estados Unidos contra Cuba desde 1959.
Persigue el propósito de reparar una injusticia
histórica y constituye una reivindicación al pueblo de
Cuba y a los pueblos de América.
A pesar del consenso
alcanzado en el último minuto, esa decisión se adopta en
contra de la voluntad de Washington y frente a las
intensas gestiones y presiones ejercidas sobre los
Gobiernos de la región. Se propina así al imperialismo
una derrota utilizando su propio instrumento.
Cuba acoge con
satisfacción esta expresión de soberanía y civismo, a la
vez que agradece a los Gobiernos que, con espíritu de
solidaridad, independencia y justicia, han defendido el
derecho de Cuba a regresar a la Organización. También
comprende el deseo de librar a la OEA de un estigma que
había perdurado como símbolo del servilismo de la
institución.
Cuba, sin embargo,
ratifica una vez más que no regresará a la OEA.
Desde el triunfo de la
Revolución, la Organización de Estados Americanos ha
desempeñado un activo papel a favor de la política de
hostilidad de Washington contra Cuba. Oficializó el
bloqueo económico, dispuso el embargo de armas y
productos estratégicos, y estipuló la obligatoriedad de
que los países miembros rompieran relaciones
diplomáticas con nuestro Estado revolucionario. Durante
años pretendió, incluso y a pesar de la exclusión
planteada, mantener a Cuba bajo su competencia y
someterla a su jurisdicción y a la de sus órganos
especializados. Se trata de una Organización con un
papel y una trayectoria que Cuba repudia.
El pueblo cubano supo
resistir las agresiones y el bloqueo, superar el
aislamiento diplomático, político y económico, y
enfrentar por sí solo, sin doblegarse, la agresividad
persistente del imperio más poderoso que haya conocido
el planeta.
Nuestro país hoy disfruta
de relaciones diplomáticas con todos los países del
hemisferio, excepto los Estados Unidos. Con la mayoría
de ellos desarrolla amplios vínculos de amistad y
cooperación.
Cuba, además, ha
conquistado su plena independencia, y marcha indetenible
hacia una sociedad cada día más justa, equitativa y
solidaria.
Lo ha hecho con supremo
heroísmo y sacrificio y con la solidaridad de los
pueblos de América. Comparte valores que son contrarios
a los del capitalismo neoliberal y egoísta que promueve
la OEA y se siente con el derecho y la autoridad para
decir no a la idea de incorporarse a un organismo en el
que todavía los Estados Unidos ejercen un control
opresivo. Los pueblos y Gobiernos de la región sabrán
comprender esta justa posición.
Hoy puede entenderse con
mayor claridad que en 1962, que es la OEA la que resulta
incompatible con los deseos más acuciantes de los
pueblos de América Latina y el Caribe, la que es incapaz
de representar sus valores, sus intereses y sus
verdaderas ansias de democracia; la que no ha sabido dar
solución a los problemas de la desigualdad, la
disparidad en la riqueza, la corrupción, la injerencia
extranjera y la acción depredadora del gran capital
transnacional. Es la que ha callado ante los crímenes
más horrendos, la que comulga con los intereses del
imperialismo, la que conspira y subvierte contra
Gobiernos genuinos y legítimamente constituidos con
demostrado respaldo popular.
Los discursos y
pronunciamientos de San Pedro Sula han sido harto
elocuentes. Las críticas fundadas al anacronismo de la
organización, a su divorcio de la realidad continental y
a su trayectoria infame, no pueden dejar de atenderse.
Los reclamos a que se
ponga fin, de una vez y por todas, al criminal bloqueo
económico de los Estados Unidos contra Cuba, reflejan el
creciente e indetenible sentimiento de todo un
hemisferio. El espíritu de independencia allí
representado por muchos de los que hablaron, es con el
que Cuba se siente identificada.
Las ansias de integración
y concertación de América Latina y el Caribe son cada
vez más manifiestas. Cuba participa activamente, y se
propone seguir haciéndolo, en los mecanismos regionales
representativos de aquella que José Martí llamó "Nuestra
América", desde el Río Bravo hasta la Patagonia,
incluyendo todo el Caribe Insular.
Fortalecer, expandir y
armonizar esos organismos y agrupaciones, es el camino
escogido por Cuba; no la peregrina ilusión de regresar a
una organización que no admite reforma y que ya ha sido
condenada por la historia.
La respuesta del pueblo
de Cuba a la ignominiosa Octava Reunión de Consulta de
Cancilleres de la OEA, fue la Segunda Declaración de La
Habana, aprobada en Asamblea Popular el 4 de febrero de
1962 por más de un millón de cubanos en la Plaza de la
Revolución.
La declaración afirmaba
textualmente:
"... Con lo grande
que fue la epopeya de la independencia de América
Latina, con lo heroica que fue aquella lucha, a la
generación de latinoamericanos de hoy le ha tocado una
epopeya mayor y más decisiva todavía para la humanidad.
Porque aquella lucha fue para librarse del poder
colonial español, de una España decadente, invadida por
los ejércitos de Napoleón. Hoy le toca la lucha de
liberación frente a la metrópoli imperial más poderosa
del mundo, frente a la fuerza más importante del sistema
imperialista mundial y para prestarle a la humanidad un
servicio todavía más grande del que le prestaron
nuestros antepasados.
"... Porque esta
gran humanidad ha dicho: «¡Basta!» y ha echado a andar.
Y su marcha de gigantes, ya no se detendrá hasta
conquistar la verdadera independencia, por la que ya han
muerto más de una vez inútilmente".
Seremos leales a estas
ideas, que han permitido a nuestro pueblo mantener a
Cuba libre, soberana e independiente.
La Habana, 8 de junio
del 2009 |