ALEJANDRO
ARMENGOL:
Socialismo a la cubana
By ALEJANDRO ARMENGOL
El
problema fundamental que encaran el gobierno
cubano y sus economistas, ante la necesidad de
llevar a cabo reformas que alivien la crítica
situación del país, es la respuesta a una
pregunta: ¿puede permitirse la actividad privada,
aunque sea en una escala reducida, sin poner en
peligro la sociedad socialista? O dicho con las
palabras del economista húngaro János Kornai: ¿es
reformable el socialismo?
Kornai encontró que la interrogante sólo admitía
una respuesta negativa. Llegó a esta conclusión
a partir de los principios más elementales del
marxismo-leninismo, y cuando la formuló en 1990
no estaba abogando por el mantenimiento de ese
sistema, sino simplemente evaluando los hechos.
Al utilizar los términos de la economía
marxista-leninista, se refirió a la conclusión
clásica de que la pequeña propiedad mercantil
engendra capitalismo, de forma constante y sin
detenerse. ''Lenin tenía toda la razón. Si una
sociedad permite que haya un gran número de
pequeños productores de mercancía, y los deja
acumular y crecer con el tiempo, tarde o
temprano surgirá un genuino grupo de
capitalistas'', afirmó Kornai.
En el caso cubano, tampoco se pueden eludir
otras dos interrogantes. La primera lleva a
cuestionarse si realmente existe el socialismo
en la isla y la segunda es aún más concreta: ¿Qué
hacer entonces?
Un análisis de los factores económicos debe
dejar a un lado los aspectos políticos del tema,
en lo referente a las implicaciones y
preferencias que encierra cualquier ideología,
así como todo lo relacionado con la democracia,
los derechos humanos y el Estado de derecho.
En el terreno económico, la respuesta a la
pregunta de si hay socialismo en Cuba es
negativa. Esta afirmación parte del hecho de que
desde hace años subsisten dos modelos en el país.
Uno se fundamenta en la propiedad privada y el
otro, más tradicional, tiene su fundamento en
los medios de producción estatales.
Con bastante éxito, el régimen de La Habana ha
logrado mantener separados estos dos modelos. Su
estrategia ha estado dirigida tanto a reducir la
esfera de producción privada nacional --autorizada
durante el llamado ''Período Especial''-- como a
concentrar la inversión extranjera y las
empresas conjuntas con capital privado (foráneo)
en un número reducido de grandes corporaciones,
y en sectores que siendo fundamentales a la hora
de obtener ingresos, pueden ser ``aislados'' de
la población. La minería y el turismo son dos
ejemplos.
Las principales víctimas de esta estrategia han
sido los ''cuentapropistas'' cubanos y los
pequeños empresarios extranjeros. Por otra
parte, la estrecha colaboración con el gobierno
del presidente venezolano Hugo Chávez ha
resultado un factor clave en lograr este
objetivo.
Una contradicción fundamental a la que se
enfrenta Cuba, y por la que pasaron la
desaparecida Unión Soviética y los países de
Europa del Este, es que al igual que el sector
privado crece de forma ''espontánea'' y más allá
de lo previsto, cuando se posibilita la menor
reforma, también la burocracia crece a pesar de
los esfuerzos por reducirla.
Lo que ocurre en la práctica es que llega un
momento en que ambos modelos compiten por la
supervivencia.
Las economías socialistas clásicas (pre
reformistas) combinaban la propiedad estatal con
la coordinación burocrática, mientras las
economías capitalistas clásicas combinan la
propiedad privada con la coordinación dada por
el mercado.
''Estos dos casos simples pueden considerarse
modelos históricos de referencia'', de acuerdo a
Kornai.
Uno de los aspectos negativos de la mezcla de
ambos sistemas, en una misma nación, es el
aumento del desperdicio de recursos.
Mientras que un sector privado vive
constantemente amenazado en un sistema
socialista, al mismo tiempo se beneficia de un
aumento relativo de ingresos, al poder
fácilmente satisfacer necesidades que el sector
estatal no cubre. Sin embargo, estos artesanos o
propietarios de restaurantes --para poner dos
ejemplos clásicos-- no tienen un mayor interés
en cultivar a sus clientes, y tampoco en
acumular riqueza y darles un uso productivo. Y
como el destino de sus empresas es bastante
incierto, en la mayoría de los casos se dedican
a un consumo exagerado, de acuerdo a las
circunstancias del país en que viven.
Esta actitud y conducta no difiere de la del
burócrata, que sabe que sus privilegios y acceso
a bienes y servicios escasos dependen de su
cargo.
Es por ello que el economista húngaro destaca
que aunque ``la propiedad estatal y privada
pueden coexistir dentro de la misma sociedad...
en los ambientes político, social e ideológico
de los países de socialismo reformista, ésta es
una simbiosis incómoda plagada de aspectos
imprácticos''.
A este problema se enfrenta el presidente Raúl
Castro, al buscar una mayor eficiencia económica.
También está tomando medidas para evitar la
corrupción, evasión fiscal y el robo en las
empresas estatales.
Lo que ocurre en la práctica es que, tanto el
limitado sector privado como el amplio sector de
economía estatal están en manos de personas que
conspiran contra esa eficiencia. Y en primer
lugar, lo hacen para poder sobrevivir.
La
fragilidad de un socialismo de mercado es que su
sector privado, si bien en parte está regulado
por ese mismo mercado, en igual o mayor medida
obedece a un control burocrático. Al mismo
tiempo, este control burocrático lleva a cabo
muchas de sus decisiones a partir de factores
extraeconómicos, como son los políticos e
ideológicos.
Una solución parcial a este dilema sería
aumentar el papel del mercado y concederle mayor
espacio a las actividades privadas, de forma
legal y dejando la vía abierta a la competencia
y la iniciativa individual. Sólo que entonces el
éxito en el mercado tendría un valor superior a
la burocracia.
Esto es lo que algunos temen en la isla y otros
ansían. Entre ambos extremos se debate, en buena
medida, el futuro de Cuba.
aarmengol@herald.com
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