|
|

Recuerdo y vigencia
de Eduardo Chibás
Un niño pequeño pegado
a la ventana admira a un gentío de obreros azucareros que corean en la
calle de su casa, sin cansarse, “CTC / unidad / CTC / unidad”, mientras
acompañan a un negro alto que posee indudable elegancia. Al pasar frente
a la casa de Sandalio Rementería, un abogado que es el presidente
municipal del Partido del Pueblo Cubano, se detienen. El abogado sale a
la acera y a la calle, y se funde en un abrazo con el negro, que es
Jesús Menéndez.
Cuando apenas comienzo
a ser yo, por Eduardo Chibás supe que existía la dimensión de la
política. Antes había recogido papelitos que lanzaba una avioneta sobre
el pueblo, que decían “Alianza Auténtico-Republicana” y unos nombres,
pero eso era echando una competencia, y no se podía comparar con las
postalitas. Lo de mi madre era otra cosa. Mi madre era un ama de casa de
trabajo incesante y costumbres muy pulcras, altruista y práctica, llena
de cariño y administradora del rigor, mujer de juicios severos pero que
medía siempre sus palabras y nunca gritaba. Ella no se perdía jamás lo
que todo el mundo llamaba “el programa de Chibás”. Se las arreglaba para
haber terminado sus labores, y escuchaba muy atenta todo el programa,
todas las semanas. Por ella supe que aquel orador de voz tan airada era
Eduardo Chibás, el líder del Partido, el que iba a salvar a Cuba de los
gobiernos ladrones, el hombre de la esperanza, el que presidiría una
época nueva que vendría. Como todo el mundo, comencé a llamarle “el
partido de Chibás” o “los ortodoxos” a aquella realidad que no era muy
palpable, pero me atraía. De su lado había un hecho que poseía para mí
un peso enorme: mi mamá era ortodoxa.
Ya soy un escolar, y a
pesar de ser pequeño dicen que leo bien. Incluso me ha tocado declamar
una poesía aquel 7 de diciembre en que el municipio inaugura un busto a
Antonio Maceo en el parque Martí, el parque de la iglesia y de las
tómbolas, y de mi Escuela Pública número 2. Quizás sea por eso que mi
madre me ha dado la encomienda de leerle en la Bohemia, mientras ella
lava, escritos de Chibás y de los ortodoxos. No se me queda nada de lo
que le leo, pero me gusta mucho la Bohemia. Después voy entendiendo que
elecciones son algo más que parejas de la Guardia Rural, cuartetas
populares y mucha animación en la calle. Son lo que se va a usar para
que Chibás pueda llevar a cabo su misión. Ahora la gente es importante,
porque van a ir a votar y habrá que contarles sus votos y entonces
Eduardo Chibás será el presidente de Cuba. Eso lo andan diciendo por el
pueblo y en los billares, en la zapatería y en la barbería. Un día mi
madre se viste y se arregla, pero no sale a cumplir, ni a casa de alguna
familia, va a las afiliaciones. Le pregunto qué es eso y me explica que
ella nunca se ha afiliado a ningún partido político, porque la política
es una cosa muy sucia, pero ahora sí va a ir, para obtener su cédula, y
va a votar por Eduardo Chibás.
Cuando él se mató --fue
en el programa dominical-- tengo que haberlo oído, pero no me acuerdo.
Sí que fue un impacto tremendo que todos sentimos desde esa misma noche
y durante la agonía, que duró dos semanas. Después leí varias veces
aquella dramática alocución final suya, pero ella no me devolvía un
recuerdo oral esquivo en mi memoria. Sin embargo, se me quedó grabada
para siempre la triple demanda que formuló antes del grito final: “por
la independencia económica, la libertad política y la justicia social”.
En pocas palabras, Eduardo Chibás me aclaró que eso era lo que había que
lograr, era eso por lo que tendríamos que pelear. Mi madre escuchó por
radio el entierro inabarcable que estaba sucediendo en La Habana, y
cuando aquel orador leyó el juramento y pidió que todos los presentes
prometieran seguir los ideales de Chibás, ella puso su mano sobre el
radio y dijo: “juramos”.
Vino el golpe del 10 de
Marzo, y yo leía cada vez más la Bohemia. De Chibás escribían y
explicaban varios, recuerdo a Loló de la Torriente. En La Habana fueron
al cementerio el 16 de agosto –su primer aniversario-- y le juraron otra
vez, ahora que Cuba sería libre. Y aquel domingo que mi mamá me llevó a
visitar familiares en Mayajigua y los soldados del cuartel tenían las
cananas puestas, nos enteramos por la noche que habían atacado el
cuartel de Santiago de Cuba, el Moncada. No creí nada de lo que dijo
Batista por radio el 27, los asaltantes tenían que ser los buenos. Me
puse a recoger en una libreta de colegio, con mi mejor letra, los pocos
nombres de asaltantes muertos que iban saliendo. Después me dijeron que
en su conspiración tenían un santo y seña para identificarse: “quién va”
/ “Eduardo Chibás”. No importa si no es cierto: yo lo creía. Nosotros
tuvimos que crecer muy rápido.
En 1955 se creó el
Movimiento. En marzo del 56 leí en Bohemia el artículo de Fidel: “Ahora
la lucha es del pueblo… Para las masas chibasistas el Movimiento 26 de
Julio no es algo distinto a la Ortodoxia: es la Ortodoxia sin una
dirección de terratenientes…, sin latifundistas azucareros…, sin
especuladores de bolsa, sin magnates de la industria y el comercio, sin
abogados de grandes intereses, sin caciques provinciales, sin
politiqueros de ninguna índole; lo mejor de la Ortodoxia está librando
junto a nosotros esta hermosa lucha, y a Eduardo Chibás le brindaremos
el único homenaje digno de su vida y su holocausto: la libertad de su
pueblo…” Era muy natural para los primeros organizadores del movimiento
ir a buscar militantes entre los jóvenes ortodoxos. Y los muchachos ya
teníamos un santo y seña: “¡Revolución, revolución! / ¡Fidel Castro,
Fidel Castro!”
II
Eduardo René nace en
1907, el primogénito de una familia muy rica; pasea por Europa de
adolescente y vive en un palacete en el Vedado. Su apoyo a la huelga de
hambre de Mella podría haber sido un capricho más de muchacho con
demasiado dinero, pero año y medio después está metido a fondo en el
movimiento estudiantil contra el Machadato, y enseguida se hace
revolucionario. En los ocho años siguientes corre todos los riesgos del
luchador y vive las experiencias tremendas de una revolución que le
exigió a la república cubana que lo fuera realmente y ejerciera su
soberanía, y a la sociedad que asumiera la justicia y la igualdad en la
práctica social, no meramente en el discurso y las leyes. Chibás milita
en las vertientes más radicales de un movimiento estudiantil que llega a
estar en el centro de la política revolucionaria, es antimperialista y
se gana un prestigio notable a escala nacional.
En la coyuntura
posrevolucionaria que siguió, Eduardo Chibás se convirtió en un cuadro
político dentro del partido “auténtico”, el más representativo de la
nueva época, pero logró no ser arrastrado por los dos corolarios
fundamentales del oficio de político en la segunda república burguesa
neocolonial: el olvido de los ideales y la corrupción. Era una
individualidad muy atrayente por su gran audacia, oratoria encendida,
carácter justiciero, valentía personal y política, propensión a la
polémica y honestidad palpable. Cuando el partido y el líder que
usufructuaron la esperanza y la institucionalidad surgidas de la
Revolución del 30 consumaron su orgía de defraudación y latrocinio, de
frustración y pistolerismo, Chibás levantó una bandera de adecentamiento
de la vida pública y cambios beneficiosos para el pueblo y el país, creó
un partido político y un movimiento de masas para lograr esos fines y
supo darle organicidad y alcance en un tiempo brevísimo. Aunque desde
dentro del sistema y sujetado a sus reglas, Chibás pretendió obtener con
aquella actuación cívica y con la victoria electoral transformaciones
mucho más profundas de lo que el sistema era capaz de permitir, un curso
de acción que hoy tiene varios ejemplos exitosos muy notables en América
Latina.
Chibás levantó una masa
enorme de pueblo hacia el ejercicio de la ciudadanía y la conciencia de
que era posible acabar con el estado de cosas vigente, obtener toda la
independencia y la justicia, y echar adelante el destino de Cuba.
Denunció al imperialismo y reivindicó la necesidad de que Cuba rompiera
su yugo neocolonial. En esos breves años, y aún después de muerto, llegó
a asustar a los dominantes ante el riesgo de que el chibasismo lograra
cambiar a Cuba. La muerte detuvo su actuación y su conducción, pero
quedó como un heraldo de la soberanía del pueblo y la acción ciudadana,
y como una figura moral que exigía sacar al país del pantano.
Seguramente no lo previó, pero fue el primer reclutador para las huestes
que hicieron la insurrección que desencadenó un proceso revolucionario
que fue muchísimo más lejos que lo que Chibás se propuso.
¿Qué más le podemos
pedir a Eduardo Chibás? ¿Qué no estuvo del todo claro, visto desde hoy?
¡Claro! Si lo hubiera estado, muy probablemente no hubiera podido
desempeñar el papel extraordinario que cumplió, para que pudiera ponerse
en marcha la revolución que creó el hoy.
|
|
|
|
|
Recuerdo y vigencia
de Eduardo Chibás
Autor:
Fernando Martínez Heredia | Fuente:
CUBARTE | 22 de Abril 2009
Un niño pequeño pegado
a la ventana admira a un gentío de obreros azucareros que corean en la
calle de su casa, sin cansarse, “CTC / unidad / CTC / unidad”, mientras
acompañan a un negro alto que posee indudable elegancia. Al pasar frente
a la casa de Sandalio Rementería, un abogado que es el presidente
municipal del Partido del Pueblo Cubano, se detienen. El abogado sale a
la acera y a la calle, y se funde en un abrazo con el negro, que es
Jesús Menéndez.
Cuando apenas comienzo
a ser yo, por Eduardo Chibás supe que existía la dimensión de la
política. Antes había recogido papelitos que lanzaba una avioneta sobre
el pueblo, que decían “Alianza Auténtico-Republicana” y unos nombres,
pero eso era echando una competencia, y no se podía comparar con las
postalitas. Lo de mi madre era otra cosa. Mi madre era un ama de casa de
trabajo incesante y costumbres muy pulcras, altruista y práctica, llena
de cariño y administradora del rigor, mujer de juicios severos pero que
medía siempre sus palabras y nunca gritaba. Ella no se perdía jamás lo
que todo el mundo llamaba “el programa de Chibás”. Se las arreglaba para
haber terminado sus labores, y escuchaba muy atenta todo el programa,
todas las semanas. Por ella supe que aquel orador de voz tan airada era
Eduardo Chibás, el líder del Partido, el que iba a salvar a Cuba de los
gobiernos ladrones, el hombre de la esperanza, el que presidiría una
época nueva que vendría. Como todo el mundo, comencé a llamarle “el
partido de Chibás” o “los ortodoxos” a aquella realidad que no era muy
palpable, pero me atraía. De su lado había un hecho que poseía para mí
un peso enorme: mi mamá era ortodoxa.
Ya soy un escolar, y a
pesar de ser pequeño dicen que leo bien. Incluso me ha tocado declamar
una poesía aquel 7 de diciembre en que el municipio inaugura un busto a
Antonio Maceo en el parque Martí, el parque de la iglesia y de las
tómbolas, y de mi Escuela Pública número 2. Quizás sea por eso que mi
madre me ha dado la encomienda de leerle en la Bohemia, mientras ella
lava, escritos de Chibás y de los ortodoxos. No se me queda nada de lo
que le leo, pero me gusta mucho la Bohemia. Después voy entendiendo que
elecciones son algo más que parejas de la Guardia Rural, cuartetas
populares y mucha animación en la calle. Son lo que se va a usar para
que Chibás pueda llevar a cabo su misión. Ahora la gente es importante,
porque van a ir a votar y habrá que contarles sus votos y entonces
Eduardo Chibás será el presidente de Cuba. Eso lo andan diciendo por el
pueblo y en los billares, en la zapatería y en la barbería. Un día mi
madre se viste y se arregla, pero no sale a cumplir, ni a casa de alguna
familia, va a las afiliaciones. Le pregunto qué es eso y me explica que
ella nunca se ha afiliado a ningún partido político, porque la política
es una cosa muy sucia, pero ahora sí va a ir, para obtener su cédula, y
va a votar por Eduardo Chibás.
Cuando él se mató --fue
en el programa dominical-- tengo que haberlo oído, pero no me acuerdo.
Sí que fue un impacto tremendo que todos sentimos desde esa misma noche
y durante la agonía, que duró dos semanas. Después leí varias veces
aquella dramática alocución final suya, pero ella no me devolvía un
recuerdo oral esquivo en mi memoria. Sin embargo, se me quedó grabada
para siempre la triple demanda que formuló antes del grito final: “por
la independencia económica, la libertad política y la justicia social”.
En pocas palabras, Eduardo Chibás me aclaró que eso era lo que había que
lograr, era eso por lo que tendríamos que pelear. Mi madre escuchó por
radio el entierro inabarcable que estaba sucediendo en La Habana, y
cuando aquel orador leyó el juramento y pidió que todos los presentes
prometieran seguir los ideales de Chibás, ella puso su mano sobre el
radio y dijo: “juramos”.
Vino el golpe del 10 de
Marzo, y yo leía cada vez más la Bohemia. De Chibás escribían y
explicaban varios, recuerdo a Loló de la Torriente. En La Habana fueron
al cementerio el 16 de agosto –su primer aniversario-- y le juraron otra
vez, ahora que Cuba sería libre. Y aquel domingo que mi mamá me llevó a
visitar familiares en Mayajigua y los soldados del cuartel tenían las
cananas puestas, nos enteramos por la noche que habían atacado el
cuartel de Santiago de Cuba, el Moncada. No creí nada de lo que dijo
Batista por radio el 27, los asaltantes tenían que ser los buenos. Me
puse a recoger en una libreta de colegio, con mi mejor letra, los pocos
nombres de asaltantes muertos que iban saliendo. Después me dijeron que
en su conspiración tenían un santo y seña para identificarse: “quién va”
/ “Eduardo Chibás”. No importa si no es cierto: yo lo creía. Nosotros
tuvimos que crecer muy rápido.
En 1955 se creó el
Movimiento. En marzo del 56 leí en Bohemia el artículo de Fidel: “Ahora
la lucha es del pueblo… Para las masas chibasistas el Movimiento 26 de
Julio no es algo distinto a la Ortodoxia: es la Ortodoxia sin una
dirección de terratenientes…, sin latifundistas azucareros…, sin
especuladores de bolsa, sin magnates de la industria y el comercio, sin
abogados de grandes intereses, sin caciques provinciales, sin
politiqueros de ninguna índole; lo mejor de la Ortodoxia está librando
junto a nosotros esta hermosa lucha, y a Eduardo Chibás le brindaremos
el único homenaje digno de su vida y su holocausto: la libertad de su
pueblo…” Era muy natural para los primeros organizadores del movimiento
ir a buscar militantes entre los jóvenes ortodoxos. Y los muchachos ya
teníamos un santo y seña: “¡Revolución, revolución! / ¡Fidel Castro,
Fidel Castro!”
II
Eduardo René nace en
1907, el primogénito de una familia muy rica; pasea por Europa de
adolescente y vive en un palacete en el Vedado. Su apoyo a la huelga de
hambre de Mella podría haber sido un capricho más de muchacho con
demasiado dinero, pero año y medio después está metido a fondo en el
movimiento estudiantil contra el Machadato, y enseguida se hace
revolucionario. En los ocho años siguientes corre todos los riesgos del
luchador y vive las experiencias tremendas de una revolución que le
exigió a la república cubana que lo fuera realmente y ejerciera su
soberanía, y a la sociedad que asumiera la justicia y la igualdad en la
práctica social, no meramente en el discurso y las leyes. Chibás milita
en las vertientes más radicales de un movimiento estudiantil que llega a
estar en el centro de la política revolucionaria, es antimperialista y
se gana un prestigio notable a escala nacional.
En la coyuntura
posrevolucionaria que siguió, Eduardo Chibás se convirtió en un cuadro
político dentro del partido “auténtico”, el más representativo de la
nueva época, pero logró no ser arrastrado por los dos corolarios
fundamentales del oficio de político en la segunda república burguesa
neocolonial: el olvido de los ideales y la corrupción. Era una
individualidad muy atrayente por su gran audacia, oratoria encendida,
carácter justiciero, valentía personal y política, propensión a la
polémica y honestidad palpable. Cuando el partido y el líder que
usufructuaron la esperanza y la institucionalidad surgidas de la
Revolución del 30 consumaron su orgía de defraudación y latrocinio, de
frustración y pistolerismo, Chibás levantó una bandera de adecentamiento
de la vida pública y cambios beneficiosos para el pueblo y el país, creó
un partido político y un movimiento de masas para lograr esos fines y
supo darle organicidad y alcance en un tiempo brevísimo. Aunque desde
dentro del sistema y sujetado a sus reglas, Chibás pretendió obtener con
aquella actuación cívica y con la victoria electoral transformaciones
mucho más profundas de lo que el sistema era capaz de permitir, un curso
de acción que hoy tiene varios ejemplos exitosos muy notables en América
Latina.
Chibás levantó una masa
enorme de pueblo hacia el ejercicio de la ciudadanía y la conciencia de
que era posible acabar con el estado de cosas vigente, obtener toda la
independencia y la justicia, y echar adelante el destino de Cuba.
Denunció al imperialismo y reivindicó la necesidad de que Cuba rompiera
su yugo neocolonial. En esos breves años, y aún después de muerto, llegó
a asustar a los dominantes ante el riesgo de que el chibasismo lograra
cambiar a Cuba. La muerte detuvo su actuación y su conducción, pero
quedó como un heraldo de la soberanía del pueblo y la acción ciudadana,
y como una figura moral que exigía sacar al país del pantano.
Seguramente no lo previó, pero fue el primer reclutador para las huestes
que hicieron la insurrección que desencadenó un proceso revolucionario
que fue muchísimo más lejos que lo que Chibás se propuso.
¿Qué más le podemos
pedir a Eduardo Chibás? ¿Qué no estuvo del todo claro, visto desde hoy?
¡Claro! Si lo hubiera estado, muy probablemente no hubiera podido
desempeñar el papel extraordinario que cumplió, para que pudiera ponerse
en marcha la revolución que creó el hoy.
http://www.cubarte.cult.cu/paginas/actualidad/conFilo.php?id=7939&tabla=entrevista |
|
|