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La revolución de las
cubanas: 50 años de conquistas y luchas
Mayda Álvarez Suárez
Investigadora. Federación de Mujeres Cubanas
(FMC).
Profundas transformaciones en la condición y
posición de las mujeres cubanas han tenido lugar
en el transcurso de los últimos cincuenta años,
como resultado de la voluntad política de la
dirección de la Revolución, y de la lucha por la
igualdad de derechos y oportunidades de mujeres
y hombres, encabezada por la Federación de
Mujeres Cubanas (FMC) y su presidenta, Vilma
Espín.
Necesidades prácticas vinculadas a sus
condiciones de vida y a la reproducción (empleo,
igual salario por igual trabajo, círculos
infantiles, seminternados, propiedad de la
tierra, derechos sexuales y reproductivos) han
sido tenidas en cuenta, así como otras de
carácter estratégico, que permitieran cambiar su
posición en relación con los hombres (educación,
cultura, preparación técnica para empleos no «tradicionalmente»
femeninos, promoción a responsabilidades de
dirección, etc.). El acceso a importantes
recursos y la posibilidad de decidir sobre ellos,
además de modificaciones a la legislación, las
instituciones y la educación estuvieron entre
las medidas más importantes. La participación de
las propias mujeres como protagonistas del
desarrollo ha sido el elemento clave de todos
estos procesos transformadores.
Cuba cuenta desde 1997 con una agenda de Estado
para el adelanto de las mujeres: el Plan de
Acción Nacional de Seguimiento a los acuerdos de
la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer,
celebrada en Beijing, en 1995; aprobado con
fuerza de Decreto-Ley al más alto nivel del
Estado y tiene establecidos los mecanismos para
su sistemática evaluación.1
Su seguimiento sistemático está a cargo de la
Secretaría del Consejo de Ministros en
coordinación con la Federación de Mujeres
Cubanas, organización reconocida como el
Mecanismo Nacional para el Adelanto de la Mujer,
que acompaña este proceso como entidad crítica
ante cualquier dificultad en la ejecución de las
medidas.
Un análisis de la implementación de las
políticas a favor de la mujer en los países del
continente latinoamericano, muestra que su
debilidad fundamental es que no son políticas de
Estado y, en consecuencia, los cambios que se
producen no son estables en el tiempo ni cuentan
con la participación activa de las mujeres, al
no siempre tomar en cuenta las demandas de sus
organizaciones.2 A pesar de esto, se han dado
pasos de avance en el camino de formular e
implementar políticas con perspectiva de género.
En el caso cubano, las primeras medidas
estuvieron encaminadas a dar respuesta a las
necesidades de las mujeres desde la perspectiva
de sus derechos y su participación como
ciudadanas en todos los procesos. Paulatinamente,
se han ido focalizando en las relaciones de
género, sin desconocer la necesidad de medidas y
acciones específicas a partir de desigualdades
existentes.3 El tema de la igualdad de género no
pertenece solo a una agenda, sino que es parte
de una política democrática y de justicia
social.
Transversalizar, con una perspectiva de género,
instituciones, organismos, organizaciones,
significa transformar normas administrativas,
códigos e imaginarios internos de personas e
instituciones.
La experiencia acumulada por el Mecanismo
Nacional para el Adelanto de la Mujer en Cuba y
las evaluaciones al Plan de Acción Nacional han
permitido identificar avances y obstáculos, así
como los desafíos para el futuro.4 Se constatan
pasos importantes en materia de información y
divulgación de estos compromisos gubernamentales
para con la mujer, y una mayor conciencia en los
decisores de política en los diferentes niveles
e instancias del gobierno. Se aumentaron las
acciones de capacitación en género de los
implicados en diseñar, ejecutar y dar
seguimiento a estas políticas; se ha ganado en
la coordinación entre diferentes Ministerios,
las demás ONG y la FMC; también en la
organización e interpretación de los datos
estadísticos, desde esa perspectiva, y en la
aplicación de este enfoque en los programas de
desarrollo a nivel local.
Los obstáculos fundamentales que ha enfrentado
la institucionalización están relacionados con
las dificultades materiales y las restricciones
económicas que enfrenta el país, incluido el
bloqueo de los Estados Unidos. Otros obstáculos
son los relacionados con la designación y
estabilidad del personal que se encarga de estas
actividades en ministerios e instituciones, así
como la insuficiente coordinación intersectorial
para algunas medidas del Plan que así lo
requieren.
Las limitaciones para que la
institucionalización de género cumpla su mandato,
además de las que afectan a la gestión pública,
son también de carácter simbólico, basadas en
creencias, códigos culturales y saberes que
sostienen las lógicas y prácticas
institucionales. Por esta razón la capacitación
y la asistencia técnica a organismos,
instituciones y organizaciones sociales resultan
claves para el logro de una mayor cultura de
igualdad de género y una mayor sensibilidad
frente a las diferentes manifestaciones de
discriminación de las mujeres. Se necesita
subrayar los vínculos entre la igualdad de
género y el crecimiento económico, la
productividad del trabajo, el desarrollo, los
valores y la igualdad social, y convencer de que
la lucha por el logro de esta última no es un
tema únicamente de defensa de los derechos
legítimos de un sector de la población, sino una
condición para el desarrollo con justicia
social. También se requiere mejorar la calidad
de la gestión del Mecanismo Nacional. Al ser una
organización femenina masiva, estructurada desde
las comunidades y que incluye los más amplios
sectores de mujeres, la elaboración de políticas
de género diferenciadas y una atención más
eficiente a los distintos grupos según edad,
raza, inserción socioclasista, orientación
sexual, constituye un reto permanente. Asímismo,
hace falta perfeccionar la estrategia
comunicacional de la organización femenina y
hacer cada vez mayor uso de la tecnología
moderna y las redes informáticas para que los
mensajes de igualdad y justicia social lleguen a
todos los espacios y se conviertan en objeto de
debates y reflexión públicos.
La lógica económica de las prioridades del
Estado debe compatibilizarse con la de género, y
desarrollar las capacidades estratégicas y de
gestión que permitan contrarrestar la tendencia
de algunos organismos e instituciones a no
otorgar prioridad a estos temas. Lo más complejo
resulta, por supuesto, cambiar una cultura
patriarcal, instalada por siglos en la
conciencia y en las prácticas, lo cual no se
resuelve exclusivamente con la promulgación de
leyes y el accionar institucional, sino que
implica lo personal, lo familiar, lo comunitario
y la experiencia histórica. Los aspectos de la
subjetividad social e individual, vinculados con
patrones culturales discriminatorios, han
condicionado representaciones, actitudes,
valores y conductas acerca de lo femenino y lo
masculino que continúan siendo algunas de las
bases de las desigualdades existentes, y un
obstáculo para mayores avances.
El problema de la autonomía de la mujer:
problemas y limitaciones
La situación de las cubanas se ha transformado
sensiblemente: políticas, programas y medidas
concretas para su adelanto, unidas a su activa
participación en todos los procesos de cambio,
han permitido la conquista de su autonomía como
seres humanos. Para fundamentar esta idea,
tomaré como base tres ejes que atraviesan tanto
la vida privada como la pública de las mujeres:
la autonomía económica, la física y la toma de
decisiones, esenciales para garantizar el
ejercicio de sus derechos en un contexto de
plena igualdad.5
Autonomía económica
Uno de los aspectos esenciales de la autonomía
económica, ha sido la mayor oportunidad de
independencia de la mujer para generar ingresos
y recursos propios, mediante el acceso al
trabajo remunerado. El número de mujeres de
catorce años y más que trabajaban —con o sin
remuneración—era, en 1953, de 247 674, 12% de la
fuerza de trabajo total. En 1990, esa cifra
llegó a más de un millón y medio, o sea, seis
veces más.6 El año 2007 cerró con 40,04% de
mujeres en el total de ocupados en la economía.
En el sector estatal civil —mayoritario—
ascendieron a 46,23% de sus trabajadores. La
tasa de participación económica femenina es
actualmente de 59,1%, lo que indica que más de
la mitad de las mujeres en edad laboral se
encuentra ocupada.
Un papel protagónico en este logro lo han
tenido las Comisiones Coordinadoras de Empleo
Femenino, creadas en 1981 e integradas por
representantes del Ministerio del Trabajo y
Seguridad Social, de la Central de Trabajadores
de Cuba (CTC) y de la FMC. Están constituidas a
nivel municipal, provincial y nacional, y son,
desde su creación, una garantía para proteger
las prioridades de empleo a la mujer.
El análisis de cuáles son los puestos de
trabajo a que acceden las mujeres resulta
esclarecedor en este sentido. En Cuba, el empleo
femenino pasó de los puestos de menor
calificación, reconocimiento y remuneración, a
un proceso de feminización de la fuerza técnica
y profesional. Hace muchos años que las mujeres
representan más de 60% de esta fuerza (65,6% en
2007), lo que incide positivamente en la ciencia,
la economía y la sociedad en general.
Sectores cuyo desarrollo ha sido priorizado por
la Revolución, como la educación y la salud, son
predominantemente femeninos. Bastaría mencionar
que antes del triunfo revolucionario 6,5% de los
médicos eran mujeres y hoy la cifra ha aumentado
a 56%. Del personal docente en todos los niveles
de enseñanza, ellas son actualmente 69,6% y en
la educación superior 52,5%. Con su aporte
económico, contribuyen a elevar los ingresos
familiares y al mejoramiento de las condiciones
de vida de sus hogares, lo que tiene una
repercusión significativa en las relaciones de
poder dentro de las familias.
Este hecho ha podido ser constatado al indagar
quién toma las decisiones más importantes en la
familia. En una investigación nacional con una
muestra de 1 125 familias completas (con
presencia de ambos padres) de trabajadores
intelectuales y de inserción socioclasista
obrera, al preguntarle a los dos miembros de la
pareja quién tomaba las decisiones más
importantes en la familia 63,6% de los hombres y
66,2% de las mujeres respondieron que «en
conjunto».7
De igual forma ha aumentado notablemente el
número de mujeres que se declaran jefas de hogar,
aun estando casadas o unidas. En el censo de
1953, 14% de los jefes de hogar fueron mujeres,
para 1981 esta cifra se duplicó (28%) y en 2002
ascendió a 40,6%. Un elevado porcentaje tiene
pareja estable, lo que indica un cierto cambio
en el reconocimiento de la jefatura de hogar
femenina, lo que puede estar asociado a
diferentes factores como la recomposición de la
familia por un nuevo matrimonio donde los hijos
son de la mujer, la propiedad de la vivienda, y
otros aún por investigar.
El acceso de la mujer al empleo, a la educación,
a la vida pública, no debe ser valorado como una
victoria absoluta, ya que, aunque es un
importante logro, puede recibir manifestaciones
de discriminación en diferentes instituciones,
las cuales pueden expresarse en su escasa
presencia en algunos sectores de la economía, en
los órganos de toma de decisiones, y en las
afectaciones por la doble jornada. Así, cuando
se analiza la ocupación de las mujeres, según
las formas de propiedad, es mucho menor, en el
sector no estatal. Son solo 15,8% de los
ocupados. En particular, en el sector
cooperativo su participación sigue siendo aún
muy baja (17,22%).
Un estudio reciente sobre la situación de la
mujer rural incorporada a formas de producción
cooperativa en la agricultura, específicamente
en las Unidades Básicas de Producción
Cooperativa (UBPC) y en las Cooperativas de
Producción Agropecuaria (CPA), muestra, entre
otros resultados, que las mujeres se han ido
posesionando, «paulatina y discretamente», de
puestos no tradicionales para ellas: macheteras,
operadoras de combinadas cañeras, choferes de
camión, jefas de finca, etc.; pero aún es baja
su presencia en estas actividades.8 Se pudo
constatar, además, que donde esto ocurre, ellas
controlan recursos importantes, incluso los
productivos, pero solo a nivel de base o de
mandos intermedios; la tecnología continúa
siendo controlada por hombres. También su
presencia en niveles superiores de dirección es
aún limitada y se restringe, básicamente, a las
actividades no relacionadas con el proceso
productivo.
Los resultados de esta investigación apuntan a
que los obstáculos fundamentales para el
empoderamiento de la mujer rural siguen estando
en la sobrecarga de responsabilidades domésticas
y de atención a los hijos, unida a insuficiente
preparación técnica, lo que disminuye sus
posibilidades de transitar a puestos de mayor
complejidad y remuneración salarial. De igual
forma, la responsabilidad familiar repercute en
sus ausencias al trabajo y, en alguna medida,
afecta su remuneración en comparación con los
hombres.
En la década de los 90, se avanzó en la
creación de puestos de trabajo estables para las
mujeres, quienes alcanzaron la categoría de
miembros permanentes de las cooperativas; no
obstante, aún muchas de ellas trabajan jornadas
completas; pero su labor no es reconocida ni
remunerada, ni aparecen en las estadísticas de
miembros de las cooperativas. Su trabajo es
«invisible».
Existen todavía ramas específicas de la
actividad económica donde las mujeres tienen una
baja presencia. Por solo mencionar algunas,
están la agricultura (17,4%), la construcción
(15,7%), la minería (19,1%). La mayor proporción
(41,5%), la ocupan las actividades «no
productivas» o de servicios, como comercios,
restaurantes y hoteles. En establecimientos
financieros, cajeros y bienes inmuebles
representan 52,4% de los trabajadores, y 51,3%
en los servicios comunales, sociales y
personales.
Esta desproporción en algunas actividades
económicas está influida por muchos factores,
entre los que, a mi juicio, tiene un importante
peso la tradición masculina del empleo de que se
trate y, por lo tanto, la consideración de que
no son empleos «propios» para mujeres, derivada,
sin dudas, del proceso de socialización de
género en las familias y la escuela, que aún
presenta rasgos sexistas.
Puede observarse que, aunque ha ido creciendo
su presencia entre los graduados de
especialidades tradicionalmente «masculinas»,
como la ingeniería química, la industrial, las
matemáticas, la economía, por solo citar algunas;
su más alta concentración se encuentra en las
ciencias pedagógicas, médicas y sociales y
humanistas. Esto, como es lógico, se refleja
posteriormente en el tipo de actividad económica
que desempeñan. Incluso, dentro de las ciencias
médicas, existen especialidades con baja
representación femenina, como por ejemplo,
cirugía (12,3%) y ortopedia y traumatología
(10,7%).
En relación con los pagos, como ya fue
mencionado al inicio, una de las primeras
medidas tomadas por la Revolución fue la
igualdad de salarios de hombres y mujeres por
trabajo de igual valor, conquista por la que aún
luchan muchas mujeres en el mundo. No obstante
las ausencias de estas al trabajo, provocadas
fundamentalmente por cuidar a los hijos y otros
familiares, originan una diferencia desfavorable
de un 2% menos del salario, en comparación con
los hombres ocupados en cargos de la misma
complejidad, igual categoría ocupacional y grupo
de escala salarial.9
Aún cuando las leyes y otras regulaciones
cubanas permiten a mujeres y hombres acogerse a
la licencia para cuidar del bebé y acompañar a
familiares de cualquier sexo en hospitales,
sigue recayendo sobre la mujer la mayor
exigencia familiar y social de ocuparse de tales
asuntos y ello repercute no solo en su
distribución del tiempo, sino en el desempeño
laboral y la cuantía del salario que percibe. En
modo alguno se trata de la implementación de una
política que afecte en específico a las mujeres,
pero se produce de hecho una diferencia en los
ingresos.
La irrupción de las mujeres en el espacio
público ha tenido lugar entonces, dentro de un
profundo proceso —lleno de contradicciones— de
transformación de la práctica y de conciencia
social, en el que participan, como protagonistas,
mujeres que reconstruyen y redefinen su papel de
madre y esposa, y otras que mantienen formas más
tradicionales de vida, pero en el desarrollo de
tal proceso no todas cambian, y no solo las
mujeres, sino también los hombres.
Las relaciones equitativas de género avanzan
lentamente, dejando a la mujer una carga
desproporcionada al tener que compartir el
trabajo asalariado con el trabajo doméstico no
pagado. La ruptura entre los ámbitos «público» y
«privado» aún no ha podido ser superada. Grandes
tensiones se generan al tratar de compatibilizar
vida familiar y trabajo, los cuales afectan
tanto a hombres como a mujeres en cuanto al
tiempo disponible para atender a las personas
dependientes y los «quehaceres del hogar». Sin
embargo, son las mujeres las más sobrecargadas
por sus múltiples roles: su trabajo fuera del
hogar, su responsabilidad en las tareas
domésticas y su importante activismo en las
organizaciones comunitarias. En particular, las
madres de niños menores de seis años que se
incorporan al trabajo asalariado, están
especialmente en desventaja. La investigación
con familias completas, ya mencionada, constató
que en 59,4% de las estudiadas existía un modelo
«desigual» de distribución de tareas domésticas,
en el que la mujer deviene responsable máxima de
las obligaciones. Además, mostró que en las
familias donde la mujer es ama de casa predomina
el modelo tradicional de distribución de tareas
domésticas, en comparación con las de mujeres
trabajadoras asalariadas, donde es más
equitativo, y más aún en aquellas donde las
mujeres son dirigentes. Sin embargo, de
cualquier forma, todas ellas, amas de casa,
intelectuales o dirigentes, siguen siendo las
principales responsables de las tareas
domésticas, y la sobrecarga les exige mucho
esfuerzo, con importantes costos para sus
relaciones sociales y familiares, y su salud
física y psíquica.10
Estudios más recientes sobre el uso del tiempo
constataron esta misma sobrecarga. La encuesta
fue realizada en municipios seleccionados de
Ciudad de La Habana, Pinar del Río y Granma y
sus resultados solo son aplicables a dichos
municipios, pero en todos ellos, ya sea en las
zonas urbanas o rurales, las mujeres dedican más
tiempo al trabajo doméstico que los hombres.
Así, por ejemplo, en La Habana Vieja dedican
3,55 horas como promedio a esta labor, mientras
que los hombres 1,17 horas. En Bayamo, zona
urbana, ellas dedican 4,39 horas, mientras que
los hombres 1,28 horas. En zonas rurales, el
tiempo dedicado a estas tareas por ambos sexos
es más alta, pero se mantiene la sobrecarga para
las mujeres. En Granma, por ejemplo, estas
dedican 5,59 horas al trabajo doméstico y los
hombres 2,25 horas, como promedio.
En resumen, cuando se analiza el total de horas
trabajadas por hombres y mujeres de los
municipios estudiados (incluyendo ambas zonas)
en el trabajo remunerado y en el no remunerado
(fuera o dentro del hogar), las mujeres tributan
el 29% del total del tiempo al primero y el 71%
al segundo, mientras que los hombres 67% y 33%
respectivamente.11 Mientras que en la zona
urbana el trabajo no remunerado ocupa 69% del
total de horas trabajadas por las mujeres y 28%
por los hombres, en la zona rural esta
proporción es de 80% para las mujeres y 40% para
los hombres.
Los servicios sociales que facilitan a la
familia trabajadora el cuidado de niños y
ancianos son insuficientes y no responden a las
demandas. La construcción, reparación y
ampliación de círculos infantiles que tuvieron
su mayor auge a finales de la década de los 80,
se han visto frenadas por la difícil situación
económica enfrentada por el país en toda esta
etapa y también por la resistencia a
flexibilizarlos, de acuerdo con las nuevas
condiciones. Lo mismo ocurre con otros servicios
de apoyo al hogar que contribuiyen a la
compatibilización trabajo-familia.
En resumen, la sobrecarga doméstica de las
mujeres representa un obstáculo importante que
limita su desarrollo personal y social, el
disfrute de su tiempo libre, la participación en
la toma de decisiones, y es determinante en la
aparición de problemas de salud.
Incidencia particular en la autonomía de estas
ha tenido la elevación de su nivel escolar y
cultural. El promedio de escolaridad en Cuba se
ha elevado a 9,5 grados. Las mujeres están
presentes, en condiciones de igualdad con
respecto a los hombres, en todos los niveles de
enseñanza. Datos anteriores a 1959 mostraban que
la tasa neta de matrícula de niñas en la
educación primaria era solo de 56,1% y que la
población femenina con nivel superior era de
0,3%. Desde 1980, representan más de 50% de los
graduados universitarios y desde 2000, más de
60%. En el curso escolar 2006-2007, 65% de los
egresados fueron mujeres. 74,3% de las mujeres
ocupadas tienen escolaridad media superior
(55,8%) o superior (18,5%), en comparación con
55,6% de los hombres (44,4% media superior y
11,2% superior).
En correspondencia, la presencia de las mujeres
en la ciencia ha ido en aumento: son 49% de las
investigadoras de las unidades de ciencia y
técnica, y 51,2% en todo el sistema de ciencias
e innovación tecnológica. En el Censo de
Población y Viviendas de 1953 se reportaron solo
trece mujeres científicas. En los próximos años,
se pronostica que estas cifras se mantengan
altas, pues la reserva científica es
mayoritariamente femenina. Sin embargo, su
cantidad sigue siendo menor que la de los
hombres en las categorías investigativas de
mayor nivel: titulares (34,6%) y auxiliares
(42,2%), contra 59,8% de aspirantes y 54% de
agregadas. La membresía femenina en la Academia
de Ciencias es aún muy baja (26,3%). A pesar de
constituir la mayoría de los graduados
universitarios desde hace muchos años, solo 31%
de los doctores en Ciencias son mujeres y, de
igual forma, 30% de los académicos de Honor y
Mérito.
Imposible desconocer que la etapa establecida
para la obtención de estos grados científicos,
coincide, en gran medida, con los años
reproductivos de la mujer y que la sobrecarga
doméstica, conspira contra el resultado exitoso
y en tiempo de la obtención de estas categorías.
Se requiere, por tanto, considerar estas
diferentes condiciones para poder instrumentar
medidas afirmativas que permitan que más mujeres
logren grados científicos. Dentro del sector, se
presenta también otra desigualdad: no existe
correspondencia entre el potencial científico
femenino y las que dirigen centros de
investigación. De acuerdo con cifras de 2006, de
195 centros registrados, solo 46 (23,1%) estaban
dirigidos por mujeres.
Autonomía física
En estos cincuenta años de Revolución, uno de
los logros fundamentales para la conquista de la
autonomía de las cubanas es el control sobre su
propio cuerpo. La sexualidad femenina se ha
liberado de las normas religiosas que la
asociaban únicamente con la reproducción, y la
consideraban «pecaminosa» o condenable fuera del
matrimonio. Las leyes que amparan el pleno
ejercicio de los derechos sexuales y
reproductivos de las mujeres les han
posibilitado el acceso a la información y al uso
de anticonceptivos, el derecho al aborto y, por
lo tanto, la toma de decisiones, informada y
responsable, sobre el número y espaciamiento de
los hijos, en función de sus intereses y
posibilidades. Desde la década de los 70, la
fecundidad cubana es baja, condicionada por un
conjunto de factores económicos y sociales,
entre los que se encuentran la emancipación y el
desarrollo alcanzado por las mujeres. La tasa
actual es de 1,43 hijos por mujeres.
La educación sexual desde la más temprana
infancia, incluida como programa en todos los
niveles de enseñanza, ha contribuido a barrer
paulatinamente las viejas concepciones y
prejuicios.
Importantes cambios han tenido lugar en las
valoraciones sociales basadas en prejuicios que
estigmatizaban a la mujer y justificaban su
discriminación, por ejemplo, la condición de ser
o no virgen al momento del matrimonio, estar
divorciada, mantener una unión consensual, tener
hijos naturales y otros. No son estas las
preocupaciones de las mujeres en la actualidad,
ni las que limitan su desempeño familiar,
profesional y social. Se ha erosionado uno de
los principales bastiones del poder masculino:
el control de la sexualidad femenina.
Este proceso no ha sido sencillo, si se tiene
en cuenta que uno de los elementos
socioculturales que integran la masculinidad es
la sexualidad erróneamente reducida al concepto
de instinto, y, por lo tanto, considerada
«natural e incontrolable». La sexualidad
femenina, por el contrario, se cree controlable,
lo que sitúa a la mujer siempre como
«responsable» de la regulación de la fecundidad
y de la reproducción. Es ella quien debe
«cuidarse», y evitar el embarazo. Muchas, sobre
todo las jóvenes, no han aprendido a negociar en
un plano de igualdad sus relaciones, y acceden a
iniciar contactos sexuales sin la debida
preparación y protección, respondiendo a la
asignación cultural de «ser complacientes» y
ante la demanda de «prueba de su amor» de su
pareja.
Es frente a un embarazo adolescente donde se
evidencian con mayor claridad las diferencias en
la socialización de género recibida por hombres
y mujeres, donde la responsabilidad del cuidado
y educación de los hijos es principalmente de la
madre. Esto provoca que quien tiene que
abandonar los estudios o el trabajo es la
muchacha, posponiendo sus intereses de
superación y desarrollo profesional, mientras
que la pareja continúa su vida. La
irresponsabilidad masculina ante la sexualidad
se extiende entonces al ejercicio de la
paternidad. Siguen siendo frecuentes en nuestro
medio las manifestaciones de una paternidad
irresponsable, relegada a un segundo plano,
sobre todo en condiciones de divorcio o
separación. Esta construcción social de los
varones los ha colocado como espectadores en la
procreación y educación de sus hijos, lo que
propicia que se pierdan valiosas referencias y
vivencias para su propio crecimiento personal, y
costos en el plano psicológico para ellos y sus
hijos.
Cada vez más hombres ganan espacio en la
atención y cuidado de sus hijos. Su presencia se
nota más en círculos infantiles, centros
escolares, hospitales y en todos aquellos
lugares donde los niños asisten y se relacionan;
diecinueve hombres se han acogido a la licencia
paterna, aprobada en el 2003 a propuesta de la
FMC. Sin embargo, la responsabilidad del cuidado
de otras personas sigue siendo fundamentalmente
femenina y, muchas veces, los centros de trabajo
no entienden cuando el hombre necesita
ausentarse por enfermedad del hijo o cualquier
otra situación similar. Involucrarlos en todos
los procesos vinculados a la sexualidad y la
reproducción continúa siendo una meta que
alcanzar.
Durante todos estos años, la Revolución ha
continuado priorizando importantes programas de
salud dirigidos a la protección y adecuado
desarrollo biológico y psicológico de las
mujeres, con una importante repercusión en su
autonomía física. Bastaría mencionar los
programas de prevención de cáncer
cérvico-uterino y de mamas, y el
materno-infantil. Este último ha garantizado la
atención a embarazadas y la salud de madres y
niños.12 Como parte de él, se ha trabajado para
comprometer cada vez más a los hombres mediante
el Programa de maternidad y paternidad
responsable.
El acceso universal y gratuito a los servicios
de salud se ha reflejado en que la esperanza de
vida de las mujeres ha aumentado de 57,89 años
(en el período 1950-1955) a 80 años (2005-2007).
Los análisis en relación con este indicador
muestran, no obstante, que existen reservas para
elevarlo, vinculadas con el mejoramiento de su
calidad de vida, la disminución del exceso de
trabajo y de las tensiones derivadas de la
sobrecarga, así como una mejor prevención de
enfermedades como la diabetes mellitus, las
cerebro-vasculares y otras evitables que
constituyen actualmente las principales causas
de muerte femenina.
En realidad, se constatan diferencias en la
calidad de vida de hombres y mujeres que
envejecen: más mujeres que hombres declaran
depresiones, artritis, limitaciones para
desarrollar actividades de su vida cotidiana y
autoperciben su estado de salud como regular a
malo.13 El proceso de envejecimiento de la
población cubana plantea nuevos retos a las
políticas de desarrollo implementadas desde 1959
en diferentes campos, como los servicios
especializados de salud, la seguridad social y
la vida comunitaria y familiar. La presencia de
adultos mayores en los hogares impacta la
dinámica de las familias, sobre todo cuando
estos requieren de cuidados y atenciones, lo que
de hecho sobrecarga la función económica de este
grupo y principalmente a las mujeres.
Un aspecto que las priva de su autonomía física
es la violencia contra ellas, una manifestación
de la desigualdad de género, consecuencia
directa de la persistencia de una cultura
patriarcal, de conceptos y prácticas
discriminatorias. Este tipo de manifestación
tiene mayor alcance, variedad y gravedad en
dependencia de factores como el grado de
violencia estructural imperante en cada
sociedad, el desarrollo alcanzado por las
mujeres y su participación en la vida económica,
política, social y cultural de cada país, así
como del nivel de conciencia social e individual
en una cultura de respeto y reconocimiento a la
mujer, sus derechos y su dignidad.
En el caso cubano, la construcción de una nueva
sociedad basada en valores humanistas como la
solidaridad, la igualdad, el respeto a los
derechos y dignidad de las personas, no es, por
esencia, una sociedad generadora de violencia.
Cincuenta años de trabajo a favor de la igualdad
de derechos y oportunidades para la mujer, y la
promulgación y perfeccionamiento de leyes que la
amparan, han permitido a las cubanas alcanzar un
nivel de desarrollo, participación y autoestima
que hacen poco frecuente la tolerancia de estos
fenómenos.14 De igual forma, la participación de
la comunidad, organizada, facilita la
intervención ante estos casos. No obstante,
diversas investigaciones constatan que la
violencia contra las mujeres se produce en el
ámbito doméstico por parientes cercanos y, sobre
todo, en el plano psicológico, a través de
gritos, amenazas, insultos, humillaciones, entre
otras acciones que, generalmente, no son
percibidas como violentas al no haber maltrato
físico; por tanto, la mayoría de las veces
quedan en el ámbito privado y exclusivo de la
familia.
Cuando la violencia llega a ser reconocida y
denunciada, con frecuencia no recibe el
tratamiento adecuado por parte de las
autoridades, en tanto consideran que los hechos
son «insignificantes y propios del matrimonio».
También existen mujeres que retiran sus
denuncias por temor a mayores agresiones o
porque esperan que «las cosas cambien». Promover
relaciones de convivencia, armoniosas y
constructivas, en las familias, la escuela y la
sociedad, incrementar la divulgación y la
capacitación sobre el tema a fin de aumentar la
conciencia individual y colectiva sobre la
existencia de este fenómeno, e implementar
medidas más eficaces de protección a las
víctimas y tratamiento a los victimarios,
continúan siendo objetivos prioritarios del
trabajo que se lleva a cabo actualmente por
diversas instituciones y organismos, coordinados
por la FMC.
Autonomía en la toma de decisiones
La conquista de la autonomía de las mujeres
incluye la toma de decisiones. Este tema ha sido
objeto de varias investigaciones del Centro de
Estudios de la Mujer y de otras instituciones, y
lo he tratado en varios artículos en esta propia
revista.15
La presencia de mujeres en puestos de toma de
decisiones ha mostrado en estos años un
desarrollo ascendente. En los organismos de la
Administración Central del Estado constituyen
38,3% de sus dirigentes. Seis ministerios son
dirigidos por mujeres (Finanzas y Precios,
Industria Básica, Justicia, Auditoría y Control,
Educación y Agricultura); las viceministras
ascienden a 31 y las que dirigen a nivel
provincial y municipal en diferentes organismos
ha aumentado también. Entre las directivas,
gerentes nacionales y presidentas de entidades
hay más de cien.
En particular, la evolución que ha tenido la
presencia femenina en los órganos del Poder
Popular a sus diferentes niveles, muestra
interesantes aristas.16 En nuestro país no se ha
optado por un sistema de cuotas como vía para
estimular la promoción de mujeres; la FMC diseñó
una estrategia integral dirigida precisamente a
cambiar tradiciones y pautas culturales,
mediante la capacitación, la divulgación, el
reconocimiento público de los méritos y éxitos
de las mujeres en esta labor, entre otras
acciones. Los frutos de dicha estrategia se han
palpado en los diferentes procesos eleccionarios
en los cuales la promoción de mujeres se ha
incrementado. Ya en la VII Legislatura
(2006-2007) se alcanzó el mayor crecimiento, a
todos los niveles en comparación con años
anteriores; resultaron 27,03% de los delegados
de circunscripción elegidos, 40,63% de los
delegados a las Asambleas provinciales y 43,39%
de los diputados. Con esta última cifra, Cuba
alcanza uno de los primeros lugares en
representación femenina entre los parlamentos
del mundo.
Sin embargo, no puede negarse que la sobrecarga
doméstica y el cuidado de los hijos y otras
personas dependientes ha continuado siendo un
obstáculo para la promoción de las mujeres. Un
ejemplo de ello fue el decrecimiento de su
número en los diferentes niveles de dirección
del Poder Popular en el proceso eleccionario de
1993, en pleno Período especial, cuando la
influencia de la crisis económica agravó las
condiciones de vida de las familias y afectó
sensiblemente los servicios de apoyo al hogar.
Al hacerse mucho más difícil la vida cotidiana,
su rigor recayó fundamentalmente sobre la
mujer.17
Por otra parte, los patrones culturales
sexistas aún vigentes se manifiestan de manera
directa en la opinión de no proponer mujeres
«para no sobrecargarlas más», y en el hecho de
no seleccionarlas, aunque hayan sido propuestas,
lo que ocurre fundamentalmente en las elecciones
de delegados de circunscripción. A las mujeres,
sin dudas, se les impone un alto nivel de
exigencias para su selección como dirigentes,
aunque los requisitos sean los mismos que para
los hombres. Pareciera que son ellas las únicas
que tienen familia, ya que el esposo y los hijos
(nacidos o por concebir) pesan en la valoración
que de ellas se hace.
Otro asunto importante es la atención y el
tratamiento que reciben una vez seleccionadas
como dirigentes. La representación social de
quien ocupa un cargo está muy permeada por un
modelo masculino de dirección, al que se le
supone una forma de organización del tiempo de
trabajo y una entrega total, que no incluye la
vida familiar. Este modelo condiciona una visión
que coincide muy poco con la representación de
la mujer dedicada a su vida familiar, con menos
movilidad y posibilidades que el hombre para
solucionar problemas. Cuando ellas asumen
responsabilidades de dirección están obligadas a
desempeñarse dentro de estas reglas de juego y
generalmente se olvida que aún siguen siendo las
principales responsables de las tareas
domésticas y de los hijos. Si no hay conciencia
ni comprensión de las instituciones, se limita
aún más la disposición de la propia mujer para
asumir esos cargos.
Por esta última razón, la llamada
«autolimitación» de la mujer no está solo
permeada por factores subjetivos vinculados con
la autovaloración de sus capacidades, también
tiene en su base condiciones que la limitan
objetivamente. Puede observarse que es en el
nivel municipal —delegadas de circunscripción—
donde menos se avanza, lo que resulta, de cierta
manera, paradójico si se tiene en cuenta que son
mujeres principalmente las dirigentes de las
organizaciones de masas a nivel de las
comunidades, y su activismo y dedicación son
reconocidos por todas las autoridades.
Otra arista del problema, es que tanto en el
Poder Popular como en los organismos de la
Administración Central del Estado, hay menos
representación de mujeres en la medida que se
asciende en los niveles donde se toman las
decisiones más importantes. Así por ejemplo,
aunque se ha ido avanzando, de 169 presidentes
de Asambleas Municipales, 32 son mujeres, para
18,93%; de los catorce presidentes del Poder
Popular en provincias, solo hay una mujer.18 En
el caso del Consejo de Estado, si bien en las
últimas elecciones fueron promovidas dos mujeres
más, de 31 miembros, en la actualidad hay ocho
mujeres (25,81%).
La responsabilidad en la cual están más
representadas las mujeres es como secretarias de
las Asambleas: 59,17% en las municipales y 50%
en las provinciales. La de la dirección de la
Asamblea Nacional, compuesta por 3 miembros,
también es mujer.
De un proceso eleccionario a otro se evidencia
una mayor conciencia de la justicia al elegir
mujeres, y de su importante papel en la
sociedad, tanto en la población en general como
en los dirigentes que integran los comités de
dirección de las organizaciones de masas y en
las Comisiones de Candidatura a todos los
niveles.
No obstante, aún no resultan suficientes las
mujeres propuestas para integrar la cantera de
delegados a asambleas provinciales y a la
Nacional. Son la FMC y la Central de
Trabajadores de Cuba (CTC) las organizaciones
que proponen mayor número de ellas. En las
asambleas provinciales y en el Parlamento está
establecido por ley que hasta 50% de los
delegados y diputados provenga de la base, por
lo que al ser menos las elegidas delegadas de
circunscripción, disminuya su representación
directa en esos niveles.
Esto logra revertirse en cierta medida cuando
las mujeres ocupan puestos directivos en las
direcciones provinciales y nacionales de los
OACE y de las organizaciones de masas, pues
cuentan con mayores posibilidades de ser
propuestas y electas, al ser su gestión más
conocida y reconocida. Nutren así el otro 50% de
la cantera de delegados provinciales y
diputados.
En nuestro país existe la voluntad política y
las condiciones para el mayor acceso de las
mujeres a la toma de decisiones en las
diferentes áreas, mucho más si tenemos en cuenta
que ellas son mayoría entre los técnicos y
profesionales. Continuar sensibilizando en
cuestiones de género a dirigentes y
funcionarios, a maestros, a padres y madres, a
niños y jóvenes, constituye un imperativo para
lograr los cambios necesarios en la conciencia
individual y social.
Subjetividad y género
Las representaciones sociales de ser mujer y
ser hombre han ido cambiando a lo largo de estos
años. En la práctica investigativa se ha
constatado cómo muchas cualidades consideradas
propias del «ser hombre» o del «ser mujer»
—estereotipos culturalmente establecidos— han
sido rotos en nuestro contexto.
Cualidades como ser inteligentes, capaces,
trabajadoras, creativas, decididas, activas
socialmente, libres, son hoy reconocidas y
atribuidas por muchas personas al «ser mujer».
La ternura, el cariño, la responsabilidad en la
familia, la dedicación, se consideran también
esenciales para «ser hombres».19 Estas mismas
características —en definitiva humanas y no
sexuadas— conviven con las tradicionales:
dedicadas, fieles, comprensivas, sensibles,
organizadas, laboriosas, buenas madres, buenas
esposas, para las mujeres; fuertes, valientes,
proveedores econonómicamente, viriles,
agresivos, para los hombres.
Lo mismo sucede cuando las personas identifican
objetos o espacios para mujeres y hombres. A las
primeras se les atribuyen la escoba, el collar,
los aretes, el búcaro y las flores, los
cosméticos; y a los hombres nunca les falta el
auto, la botella de ron, el martillo, el
machete, el cemento. Cuando se trata de
espacios, unas son colocadas en la cocina, la
peluquería, la oficina, la tienda, la escuela y
el círculo infantil, y otros en la calle, el
taller, el estadio deportivo, el campo. En
resumen, estamos viviendo en un mundo en el que
lo nuevo se va imponiendo, pero aún convive con
lo viejo, y todavía existe una distancia entre
los ideales igualitarios y algunas prácticas
desiguales. Sin dudas, en Cuba el machismo se ha
«erosionado»: no predomina una práctica
jerárquica masculina generalizada, y cada vez
hay una mayor proporción de mujeres y hombres
que conciben relaciones más igualitarias y menos
jerarquizadas, así como compartidas. Sin
embargo, en muchos contextos, tanto
matrimoniales como institucionales, es posible
constatar aún dinámicas definidas desde lo
masculino, algunas de las cuales he descrito en
este artículo.
Los procesos de socialización de niños y niñas
en las familias y otros espacios, están aún
marcados por patrones y códigos culturales
esencialmente diferentes. Un mundo de objetos,
espacios y palabras parece destinado para los
niños y otro para las niñas. Las construcciones
de género se interiorizan entonces a través de
todo un trabajo de socialización entendida como
un complejo y detallado proceso cultural de
apropiación de formas de representarse, valorar
y actuar en el mundo. La intimidad sigue siendo
el centro de la educación de las niñas como
clave para establecer un mundo de vínculos
interpersonales: apoyar a los otros,
comprenderlos, ayudarlos, servirles, lograr
consenso, protegerse contra los intentos de
quedar fuera; pero también es evidente que hoy
se las educa, mucho más que antes, para la
independencia. Ellas «deben valerse por sí
mismas», «estudiar y trabajar para que no
dependan de nadie», «decidir su vida», «que
nadie venga a mandarlas».
La educación de los varones está centrada
fundamentalmente en la independencia: el hombre
debe saber qué hacer y decirle a los otros qué
deben hacer, tiene que ser capaz de
desenvolverse en el mundo del poder y del
estatus y para tener éxito hacen falta, además
de la independencia, la decisión, la valentía,
la agresividad, la fortaleza, la capacidad de
correr riesgos, el control sobre sí mismos y no
solo ser todo eso, sino demostrarlo
constantemente. En muchas familias, entonces, a
los niños no se les asignan responsabilidades
domésticas, solo son «de la calle» y asimismo se
les dedica menos tiempo para conversar de temas
íntimos y personales.
En la escuela, estos patrones se reproducen,
sobre todo en el llamado «currículo oculto».
Aunque niños y niñas acceden por igual a los
distintos niveles de educación, y está
establecido por ley que deben ser tratados sin
ningún tipo de distinción basada en el sexo, las
relaciones maestros-alumnos están matizadas, de
hecho, por la cultura sexista heredada, lo que
se observa a veces en la distribución de hembras
y varones para algunas actividades y tareas
extraescolares como juegos y deportes, y puede
ser también apreciado en imágenes de los libros
de texto.
De manera general se ha constatado que aún no
es suficiente el conocimiento sobre género de
los educadores para el trato adecuado a niños y
niñas, y a los adolescentes, y que no siempre
los mensajes educativos que se trasmiten por los
medios de comunicación y en la literatura tienen
un enfoque de género.20
Así, a partir del reconocimiento de los avances
en la conciencia social y personal, es preciso
identificar algunos elementos que constituyen
obstáculos o frenos a un mayor adelanto en el
plano de la subjetividad. Ellos son:
• La biologización o naturalización de muchos
de los roles de género.
• Los temores a inducir una orientación sexual
no heterosexual cuando se rompen los
estereotipos de género en la manera de educar,
sobre todo a los varones.
• Las presiones sociales en algunos grupos y
comunidades que obstaculizan, o no reconocen,
los cambios.
• Las contradicciones en los procesos
educativos entre la familia, la escuela, los
medios de comunicación y otros espacios
formativos.
• La sobrevaloración de los cambios ocurridos
en la posición de la mujer, pensando que ya
«todo se ha logrado».
• La confusión de «género» con «mujer», lo que
limita la participación de los hombres en el
cambio y una adecuada transversalidad de esta
categoría en las políticas.
A modo de conclusión
Los resultados de investigaciones desarrolladas
durante todos estos años sobre el tema de la
mujer y, posteriormente, sobre las relaciones de
género en la sociedad cubana, permiten reconocer
contradicciones en las que se hace necesario
trabajar para revertir algunas de las
desigualdades entre hombres y mujeres, aún
existentes:
• Crecimiento de la participación de la mujer
en la fuerza de trabajo y la persistente
división sexual del trabajo doméstico.
• La insuficiente infraestructura de servicios
públicos dedicados al «cuidado social» de
personas dependientes (niños, ancianos, etc.)
para garantizar la productividad del trabajo y
la vida social y familiar.
• La distancia entre los ideales igualitarios
de muchas personas y sus prácticas desiguales,
sobre todo en la familia y otros espacios
socializadores.
• El elevado papel que se le confiere a la
familia en la sociedad y las limitadas
exigencias sociales al hombre para que se
involucre de manera responsable en los procesos
relacionados con la reproducción, el cuidado y
atención a los hijos, y la participación
compartida en las tareas domésticas.
• El acceso de mujeres a puestos de toma de
decisiones y las exigencias establecidas a
partir de un modelo predominantemente masculino
de dirección.
• El desconocimiento sobre el tema de personas
encargadas de diseñar, ejecutar y evaluar las
políticas de género como forma de gestión
política.
La igualdad de género alude a la plenitud
humana de mujeres y hombres y por lo mismo,
parte del reconocimiento de su diversidad. La
Revolución cubana ha tenido como uno de los
pilares fundamentes de su programa de desarrollo
la eliminación de toda forma de discriminación
basada en el sexo, que obstaculice o prive a las
mujeres del disfrute de los mismos derechos y
oportunidades que los hombres. El logro de la
igualdad no ha sido condicionado a la creación
de una desarrollada base material, sino que, en
todo el proceso revolucionario, ha habido una
clara conciencia de la necesidad de que el
desarrollo económico y social esté acompañado de
un profundo trabajo educativo encaminado a
eliminar los prejuicios y estereotipos sexistas,
a reconceptualizar los roles que hombres y
mujeres desempeñan en la sociedad; en fin, a una
verdadera transformación cultural de los valores
y las identidades. El camino no ha sido fácil,
ni libre de obstáculos y resistencias. Nos
corresponde a todos juntos, hombres y mujeres,
construir un mundo cada vez más justo.
Las cubanas sentimos el orgullo de vivir en un
país donde se nos respeta y se nos toma en
cuenta, donde conocemos, y por eso defendemos,
el valor de la palabra libertad y, en
consecuencia, somos partícipes activas en la
construcción de una sociedad socialista más
justa, equitativa y humana. El papel que han
desempeñado las mujeres a lo largo de estos años
fue reconocido por Fidel Castro en un mensaje
con motivo del 45 aniversario de la Federación
de Mujeres Cubanas:
A tan decisiva entrega, la Revolución ha
respondido con el más elevado respeto por sus
mujeres, con la búsqueda de cada vez más amplios
y prometedores caminos por el desarrollo de sus
potencialidades, con las posibilidades de acceso
a profesiones y trabajos arbitrariamente
prohibidos para su sexo, con la más ferviente
lucha contra la discriminación de la mujer,
estigmatizante rezago que es inaceptable en
nuestro objetivo de crear la sociedad más justa
y más humana que se haya conocido […] Los
grandes planes y los humanos propósitos que
tenemos por delante serán, en primer lugar, para
beneficio de nuestras mujeres, heroínas de los
tiempos duros y creadoras de los tiempos de
fundación.21
Notas
1. La elaboración del Plan de Acción fue el
resultado de un amplio y democrático debate en
el que participaron organismos del Estado y del
gobierno, instituciones académicas, centros de
investigaciones y organizaciones sociales, en el
Seminario nacional Las cubanas de Beijing al
2000, donde se evaluaron los resultados
obtenidos hasta ese momento en las políticas
dirigidas a la mujer, los obstáculos y retos al
futuro. Véase Federación de Mujeres Cubanas
(FMC), Las cubanas: de Beijing al 2000,
Editorial de la Mujer, La Habana, 1996 y Plan de
Acción Nacional de Seguimiento a la Conferencia
de Beijing. República de Cuba, Editorial de la
Mujer, La Habana, 1998.
2. Sonia Montaño, Sostenibilidad política,
técnica y financiera de los Mecanismos para el
Adelanto de las mujeres, Presentación en la 39ª
reunión de la Mesa Directiva de la Conferencia
Regional sobre la Mujer de América Latina y el
Caribe, CEPAL, 11 y 12 de mayo del 2006, México,
D. F., 2006.
3. Como categoría de las ciencias sociales, el
género es fundamental para entender las formas
de interacción entre seres sexuados diferentes.
Es, esencialmente, un hecho de cultura y de
relaciones sociales entre grupos e individuos.
Las relaciones de género se registran «no solo a
nivel de comportamientos, sino en el ámbito de
las formas culturales y simbólicas de la
percepción social del sexo». Véase Ana María
Goldani, Reinventar políticas para familias
reinventadas: entre la realidad brasileña y la
utopía, Familias y políticas públicas en América
Latina. Una historia de desencuentros, CEPAL,
Santiago de Chile, 2007.
4. FMC, Algo más que palabras. El post-Beijing
en Cuba: acciones y evaluación, Editorial de la
Mujer, La Habana, 1999; y II Seminario Nacional
de Evaluación del Plan de Acción Nacional de
Seguimiento a la Conferencia Mundial sobre la
Mujer de Beijing, La Habana, 2001.
5. CEPAL, Antecedentes y propuestas de
observatorio de género para América Latina y el
Caribe, Santiago de Chile, 2008.
6. Federación de Mujeres Cubanas y Oficina
Nacional de Estadísticas, Estudio comparativo
sobre la mujer cubana 1953-2006. (En prensa).
7. Inés Reca, Mayda Álvarez et al., La familia
en el ejercicio de sus funciones, Editorial
Pueblo y Educación, La Habana, 1991.
8. Instituto de Estudios e Investigaciones del
Trabajo (IEIT), Estudio sobre la situación
laboral de la mujer rural incorporada a las
formas de producción cooperativa, Informe de
investigación, La Habana, marzo de 2006.
9. IEIT, La presencia femenina en el mercado de
trabajo, en las diferentes categorías
ocupacionales y sectores de la economía, la
segregación horizontal y vertical, los salarios
e ingresos en general, Informe de investigación,
La Habana, 2007.
10. Inés Reca, Mayda Álvarez et al., ob. cit.
11. Oficina Nacional de Estadísticas (ONE),
Encuesta sobre el uso del tiempo, La Habana,
2002.
12. La mortalidad infantil es hoy de 5,3 por
cada mil nacidos vivos y la materna por causas
directas ha disminuido sensiblemente (21,3 por
cien mil nacidos vivos) con respecto al período
prerrevolucionario cuya tasa alcanzaba 136,5.
Otros programas de salud han tenido también
importantes impactos en la autonomía física de
las mujeres, como por ejemplo el Programa de
Climaterio y Menopausia, el del Adulto Mayor y
otros.
13. Centro de Población y Desarrollo de la ONE,
CITED, OPS, Esperanza de vida. Cuba y provincias
2005-2007 (folleto), La Habana, 2003.
14. Así lo demuestran diferentes
investigaciones realizadas en Cuba (Clotilde
Proveyer, Identidad femenina y violencia
doméstica, una aproximación desde la Sociología,
tesis de Doctorado, Universidad de La Habana,
2000, y Caridad Navarrete, citada en Silvia
García Méndez et al., Expresión en Cuba del
fenómeno de la discriminación directa e
indirecta contra la mujer. Medidas adoptadas
para prevenir, atender y sancionar los casos que
se presenten. Medidas especiales de carácter
temporal existentes y conveniencia de aplicar
otras, Informe de investigación, La Habana,
2007. También una investigación nacional sobre
la violencia familiar en los Estados Unidos
mostró que la violencia contra las esposas tenía
mayores probabilidades de ocurrir cuando estas
dependían económica y psicológicamente de
maridos dominantes (National Family Violence
Survey, 1975).
15. Mayda Álvarez, «Mujer y poder en Cuba»,
Temas, n. 14, La Habana, abril-junio de 1998,
pp. 13-25, y Mayda Álvarez et al., «¿El poder
tiene género? (Un simposio)», Temas, n. 41-42,
La Habana, enero-junio de 2005, pp. 153-157.
16. Mayda Álvarez, «La familia cubana:
políticas públicas y cambios sociodemográficos,
económicos y de género», en Cambio en las
familias en el marco de las transformaciones
globales: necesidad de políticas públicas
eficaces. CEPAL. Santiago de Chile, 2004.
17. En el año 1992, solo 13,5% de los delegados
de circunscripción fueron mujeres, lo que
significó un descenso de 3,5%, con respecto al
proceso eleccionario anterior (1986), en tanto
las delegadas provinciales fueron 23,9% y las
diputadas 22,8%, lo que representó una reducción
de 3,7% y 11,1% respectivamente.
18. También existen 48 vicepresidentas
municipales (28,4%) y dos provinciales (14,29%).
19. Mayda Álvarez, Inalvis Rodríguez y Ana V.
Castañeda, Capacitación en género y desarrollo
humano, Editorial Científico-Técnica, La Habana,
2004.
20. Mayda Álvarez et al., Situación de la
niñez, la adolescencia, la mujer y la familia en
Cuba, Editorial de la Mujer, La Habana, 2000.
21. Fidel Castro, «Mensaje a las federadas por
el 45 Aniversario de la constitución de la
Federación de Mujeres Cubanas», Mujeres, n. 3,
La Habana, 2005.
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