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Opinión

La respuesta de Raúl

Cualquier lectura de la reestructuración desborda el plano político. ¿Es una versión tropical de 'El Padrino', donde se posterga el fin de algunos testaferros?

Alejandro Armengol, Miami | 04/03/2009

Tardó tres años, tres meses y dos días. El 2 de marzo de 2009 se conoció la respuesta del actual gobernante, Raúl Castro, a la pregunta que hiciera su hermano mayor en un acto en la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005: "¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse?".

El lunes, Raúl Castro anunció una profunda reestructuración del gobierno, que no sólo coloca a funcionarios que le son más afines en puestos clave, sino fusiona ministerios, reduce y modifica estructuras de poder y consolida el proceso de sucesión que se inició con el anuncio de la enfermedad de Fidel Castro.

Dentro de los diversos objetivos que tienen estos cambios —un gobierno más concentrado y la institucionalización del proceso de toma de decisiones—, el aspecto que más se destaca es la interrupción de la línea de sucesión creada por Fidel Castro y el abandono de las posibles soluciones formuladas por éste para salvar el sistema. Si Fidel apadrinaba a los llamados "talibanes", creaba destacamentos juveniles e inventaba estructuras paralelas del gobierno, Raúl apuesta a sus seguidores más fieles, a los militares y a la institucionalización.

Llama la atención que la Nota Oficial del Consejo de Estado de Cuba mencione que "el Buró Político y el Consejo de Estado ratificaron la vigencia de los pronunciamientos del compañero Raúl Castro el 24 de febrero de 2008 cuando expresó: "La institucionalidad es uno de los pilares de la invulnerabilidad de la Revolución en el terreno político, porque debemos trabajar en su constante perfeccionamiento". Aquí no sólo hay la apropiación de un concepto de Fidel de "invulnerabilidad", que se pone en boca de Raúl, sino el apoyo a la estrategia política trazada por el actual mandatario para enfrentar el problema.

El aspecto más noticioso de los cambios es la destitución del canciller Felipe Pérez Roque y la salida de Carlos Lage Dávila como secretario del Consejo de Ministros, aunque continúa siendo vicepresidente del Consejo de Estado y, aparentemente, mantiene su jerarquía en la línea de sucesión. Sin embargo, deja de ser esa especie de "primer ministro" oficioso, desde la que desempeñó una función de enlace con el presidente venezolano Hugo Chávez; una labor que en los últimos tiempos parece haber pasado a manos del primer vicepresidente, Ramón Machado Ventura, y del vicepresidente Ramiro Valdés.

Pero quizá la mayor trascendencia de los cambios anunciados el lunes no sean estas destituciones, que pronto pasarán a ser anécdotas. Más bien es el hecho de dejar fuera del poder a algunos de los miembros principales de los llamados "grupos de trabajo", el más importante de los cuales fue el "Grupo de Coordinación y Apoyo del Comandante en Jefe", que constituyó la cantera de los dirigentes más jóvenes del régimen, quienes habían pasado a ocupar cargos importantes en los últimos años.

Estos jóvenes —entre ellos Carlos Valenciaga, quien un tiempo atrás fue retirado de las funciones de secretario personal de Fidel Castro— han sido desplazados por militantes de la vieja guardia, funcionarios y militares, quienes en la actualidad son los encargados del buen o mal funcionamiento del país. La salida del canciller Pérez Roque es la culminación de ese proceso.

Partido y gobierno

Vale la pena destacar que entre los nuevos nombramientos hay dos mujeres que pasan del Secretariado del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC) a desempeñar cargos ministeriales (María del Carmen Concepción González, ministra de la Industria Alimenticia, y Lina Pedraza Rodríguez, ministra de Finanzas y Precios).

El restablecimiento del Secretariado del PCC, a finales de abril de 2006, constituyó un paso previo hacia el establecimiento de una sucesión colegiada, tras la entonces eventual salida de Fidel Castro del poder, y un indicador del fortalecimiento de la línea ortodoxa. El Secretariado había desaparecido durante el "Período Especial", en medio del "proceso de rectificación", y en su lugar se había creado "un grupo de trabajo", con la función de atender los "asuntos cotidianos de la Dirección del Partido".

En realidad, las labores de los grupos de trabajo —integrados por miembros del Buró Político y surgidos a raíz del último congreso del PCC celebrado— fueron desempañadas por el "Grupo de Coordinación y Apoyo del Comandante en Jefe". Los nuevos nombramientos evidencian que bajo el gobierno de Raúl la cadena de transmisión del poder pasa a las estructuras partidistas.

Un análisis preliminar sobre la reestructuración del gobierno no permite conclusiones dentro de algunas de las categorías al uso. No se puede hablar de un triunfo de lo "viejo" sobre lo "nuevo", pues si bien el gobierno de Raúl Castro se apoya fundamentalmente en los "históricos", los que podrían considerarse "cuadros jóvenes", promovidos por Fidel Castro, eran tan dogmáticos o más que los funcionarios de avanzada edad.

El vicepresidente Lage ha simbolizado —sobre todo para la prensa internacional— la figura del reformista dentro de una economía rígida. Sin embargo, las empresas en manos de los militares se han caracterizado, en muchos casos, por adoptar formas de gestión copiadas, en algunos aspectos, del capitalismo. Por otra parte, estos cambios de estructura gubernamental son internos y no guardan relación alguna con un posible mejoramiento de las relaciones entre Washington y La Habana.

No hay cambio ideológico, y mucho menos político. Simplemente de estilo. El estilo voluntarioso de Fidel Castro ha sido sustituido por el mando organizado. El dogmatismo continúa. Es posible que ahora se reinicie el impulso interrumpido de llevar a cabo algunas reformas económicas, pero siempre limitadas.

Lo que sí se puede afirmar es que Raúl Castro ha consolidado su poder. Y una vez más demuestra que sabe actuar con cautela y que es un gran conspirador. No por gusto esta reestructuración tan amplia ocurre luego de demostrar que puede abandonar el país, viajar a naciones distantes y no ocurre nada. Las fuerzas armadas lo apoyan. También que cuenta con el necesario reconocimiento internacional.

¿Facilitará esta reestructuración un mayor desarrollo económico? Al menos cabe esperar cierta eficiencia, pero en lo fundamental los problemas económicos de Cuba no dependen de la reducción ministerial o del cambio de carteras. Por otra parte, se da un fenómeno curioso: el gobierno cubano disminuye el número de ministros y aumenta el de vicepresidentes. Aun suponiendo que esta estrategia tiene como objetivo ampliar la dirección colectiva, hay algo distorsionado en ella, de acuerdo con la capacidad productiva, el comercio y el tamaño del país.

Cabe preguntarse si en este caso la búsqueda de eficiencia no ha cedido ante la necesidad de un reparto amplio de los poderes, que se traduce en alianzas y compromisos que se justifican desde un fin político, pero no económico.

Aunque estos cambios son un paso positivo en la eliminación de la hipertrofia de la superestructura gubernamental de la Isla, requieren ser complementados por otros en diversas esferas, desde la disminución del número excesivo de centros universitarios hasta el traspaso de labores del comercio minorista y los servicios a manos privadas, algo que al parecer no hay intenciones de llevar a cabo.

La caída del 'delfín'

La advertencia que formuló Fidel Castro en 2005 —cuando dijo que la Isla resultaba invulnerable ante el enemigo externo, pero que no era indestructible, ya que la amenaza venía de adentro—, ha perseguido a la cúpula gobernante como una maldición desde lo alto: "Este país puede destruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos [Estados Unidos]; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra".

No obstante, es posible que algunos dentro de esa misma cúpula lo interpretaran como una bendición. La pregunta sobre si el proceso revolucionario pudiera derrumbarse tuvo una primera respuesta en la intervención de Pérez Roque, durante el VI período ordinario de sesiones de la VI Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular de 2005.

Si era necesario reinventar la revolución, la tarea no podía quedar en manos de los "veteranos", cuyos errores —el mismo Fidel lo había señalado en su discurso de la Universidad— los estaba pagando la población. Castro había afirmado apostar a los jóvenes, y Pérez Roque propuso una estrategia, fundamentada en la autoridad, para salvar el proceso "cuando no exista la voz que llame".

Por un tiempo, y además de canciller, fue el "delfín" que, impulsado por Lage, se abalanza sobre el podio pidiendo calma cuando Fidel Castro se desmaya por breves minutos en junio de 2001.

Pérez Roque vislumbra la muerte del gobernante, la teme y la desea, y en la Asamblea Nacional se atreve a proponer un futuro sin Castro. ¿Cae en la trampa impulsado por su ambición, repite la impresión que causó al abalanzarse al podio cuando el desmayo del mandatario, o de nuevo cumple órdenes? No era posible tanta osadía sin una autorización expresa, consideraron muchos.

El ministro había hecho de la repetición un hábito. En su discurso, afirma que se alcanzará la "invulnerabilidad económica", pero no está tan seguro respecto a la "invulnerabilidad ideológica y política". Ya aquí no hay repetición, sino duda. Al decir esto comete un error. No sólo lo han colocado en la posición de ser una caja de resonancia, le han dado también cuerda para que se arriesgue a una nota disonante. Nada más peligroso para un fonógrafo que creerse cantante.

La destitución de Pérez Roque ha sido sorpresiva para algunos. No por falta de especulaciones. Desde hace algún tiempo se hablaba de que alguien tan cercano a Fidel no tenía cabida en un gobierno de Raúl. Lo que sorprende a varios es que el canciller quede fuera, en momentos en que se reconocen internacionalmente los avances de La Habana en el terreno diplomático. Pero en la política de la Isla siempre se ha valorado más el mensaje que al mensajero, y ni Raúl Roa se pudo librar de esta etiqueta.

Las lecturas de lo que ocurre en Cuba desbordan siempre el plano político. Muchas veces uno está tentado de verlo todo como partes sucesivas —hasta ahora al parecer interminables— de una versión tropical de El Padrino, donde se posterga para las últimas secuencias el fin de algunos testaferros.

Otras, algún ejemplo literario sirve de estímulo. Hay un cuento de Borges donde el arribista aspira a suplantar al caudillo enfermo —marcado por las canas, la fatiga, la flojedad y las grietas de los años—. Casi está a punto de lograrlo —o al menos, así llega a creérselo— cuando recibe un balazo. Uno de los guardaespaldas del jefe cumple una orden y le dispara, casi con desdén, como si no valiera la pena molestarse en apretar el gatillo. Entonces se da cuenta que le han permitido el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto. Dudo que en el caso de Pérez Roque, su inteligencia e imaginación le permitan ese conocimiento.

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