Enriqueta,
Ignacio, Arcadio y Hortensia, acompañados de todos nuestros
centenarios, bebieron el cáliz de lo eterno en copa de madera.
Quizás sus longevidades sean la prueba definitiva de que consumo
desmedido es antónimo de salud y entonces demos razón a la
simpleza de los ascetas, de los seguidores de Diógenes y de los
estoicos.
¿Cuántos
denostadores de la clásica sopa se arrepentirán al ver la
firmeza con que, a sus 104 años, la sorbe Hortensia Cueto?
Quienes hoy
en Cuba rebasan la centuria vieron acontecer la historia: en el
ámbito universal, las dos guerras mundiales y el crack de 1929.
En lo nacional, la primera mitad de sus años transcurrió en
medio de una república coja, resultado de la primera guerra
imperialista.
Luego
sobrevino el triunfo de la Revolución, empresa de gigantes que
puso en sus brazos de adultos mayores el imperativo de refundar
una nación. Y aun después de tantas fechas impactantes, para
ellos la vida ha sido más sencilla que la nuestra...
Según la
psicogeriatra Josefa González Picos, de la Dirección Nacional de
Atención al Adulto Mayor, nuestros centenarios no han vivido
angustiados por patrones consumistas que les indiquen cómo debe
ser una existencia digna, a juzgar por los últimos dictámenes
del mercado. Para ellos alimentarse es no tener el estómago
rugiendo, da lo mismo si el vacío lo llena un mendrugo de pan o
un plato de garbanzos.
Los múltiples
investigadores que llevaron a cabo el proyecto de las
longevidades excepcionales en nuestro país, detectaron un total
de 1 488 personas con 100 años o más, la mayoría naturales de
Cuba. En relación con la densidad poblacional, las provincias
con más centenarios resultaron ser Ciudad de La Habana, Villa
Clara y Santiago de Cuba.
No
por fortuna la placidez desborda la mirada de Enriqueta Herrera,
con 106 veranos cumplidos. La serenidad ha sido acompañante y
artífice de su longevidad.
La pesquisa
reveló que en la Isla, por cada 1 200 adultos mayores
aproximadamente, existe un longevo excepcional. De ellos,
alrededor de un centenar y medio están en el rango de 105 y 109
años, y 6 pasan los 110.
En la muestra
predominaron las mujeres, constatándose que efectivamente, en
contra de toda aspiración machista, este es el sexo más fuerte.
Para los
fanáticos del determinismo genético se concluyó que, aunque la
mayor parte de los centenarios tuvo padres longevos, los
cromosomas solo influyeron en un 35%; el resto estuvo a cargo de
los estilos de vida desarrollados.
Arcadio
Radillo aún conserva la expresión incrédula de quien conquista
un siglo de vida.
Si bien esto
pudiera parecer contradictorio, los investigadores afirman que
el factor genético solo fue capaz de protegerlos hasta el nivel
señalado y que el cumplimiento de otras variables fue más
determinante en el alcance de sus longevidades extremas. Dicho
de forma explícita, no hay herencia que soporte el vicio, la
negatividad o la vagancia.
El estudio
determinó, además, que en los centenarios de Cuba no hay
predominancia de hábitos tóxicos, como alcohol o tabaco. Su
dieta alimenticia, sin pretensiones de grandeza, fue tan
balanceada como sus posibilidades les permitieron, y la mayoría
siempre se manifestó satisfecha con su existencia, aseguró la
doctora Mirta de los Ángeles, también participante de esta
investigación.
Aunque por lo
general no practicaron deportes sistemáticamente, estas personas
siempre se mantuvieron activas y motivadas con algún proyecto
durante su ciclo vital. Ello les permitió salir airosos del
maratón transecular y no llegar a las cumbres de sus edades
incapacitados: más de la mitad conserva la movilidad y puede
asumir tareas cotidianas, así como la mayoría ha conquistado la
novena década sin deterioro cognitivo.
Las
enfermedades crónicas que padecen, como diabetes e hipertensión,
no son transmisibles y los limitan poco. Más del 90% no se
automedica y de los que ingieren medicamentos por estricta
necesidad, consumen menos de cuatro.
Contrariamente a la tendencia mundial, donde por lo general
estos se encuentran en instituciones especializadas para su
cuidado, en Cuba casi todos los centenarios viven acompañados.
La familia les brinda apoyo, afecto y permanece atenta a sus
necesidades. La comunidad, por su parte, los dignifica.
http://www.granma.cubaweb.cu/2008/12/01/nacional/artic01.html