What Cubans expect from Obama
by Manuel E. Yepe, November 13, 2008.

A CubaNews translation. Edited by Walter Lippmann

As expected, Barack Obama’s electoral win has raised new questions all over the world given the United States of America’s place in the current system of international relations.

We would be hard pressed to find a region or country whose links with the superpower are not important to their domestic and foreign policies.

That a non-white, non-WASP American has been elected president of the U.S. for the first time in history goes beyond the superpower’s global policy or any consideration related to Obama’s skin color or ethnic group. What matters is that it raises hopes for an end of the ferocious hostilities toward the revolutionary project embraced by our people as the crowning achievement of an independence struggle started 140 years ago.

As we Cubans know only too well from our own hard experience, the facts and promises underlying this historic event –should they be fulfilled– would inevitably lead to a counterattack by the big financial and industrial/military corporations whose grim interests would be affected.

In order to defend both the status quo and their privileges, they not only count on the power of their weapons, but also on their tight grip on the media and most cultural and educational means, which they use to mess with people’s minds and fool them into acting against their most elementary interests and rights within the framework of a legal and social order ruled by money and the marketplace which makes it sure that their wealth prevails over natural human aspirations of peace, solidarity and equality.

We Cubans have reason to expect that a president-elect who has promised change, himself an expression of change in the correlation of political forces right on the powerful neighbor’s ground, will pave the way for a new stage in the relationship between Havana and Washington.

However, they are aware that in order to keep the promise he made to the popular movements and middle-class families who gave him their vote, Obama would have to stand up to the same U.S. reactionary attitudes that have hindered the development of the Cuban Revolution for half a century.

If we follow that logic, this means a spectacular shift in the state of affairs between Cuba and the U.S. as we have known them throughout the 20th century and the first years of the 21st.

And for such things to become real in the Caribbean region, the U.S. must give up not only its age-old ambition to have a say in the island’s fate, but also its thirst for global dominance. This is because Cuba cannot turn its back on longstanding commitments made to the Third World and the poor from rich nations whose solidarity has been in the final analysis its principal means of support to fight and resist for the last 50 years.

Millions of African Americans –an ethnic group who suffered from a slave trade that remained legal until 1865, followed by a century of Jim Crow laws and the Ku Klux Klan’s terrorist outrages capped later on by the violent repressive action against the civil rights struggle in the 1960s, from which Dr. Martin Luther King, Jr, Malcolm X and many other leaders of stature came up.

We Cubans, of course, had no right to vote in this election, but the fact that we have been victims of the same cruel policies makes it clear to us that this victory of the American people could give rise to a period of goodwill, peace and neighborly gestures in the region and fuel democratization in international relations.

Cuba only seeks respect for its independence from Washington when the new government takes over on January 20, 2009.

It has been repeatedly said that Cuba’s support to Obama’s candidacy stemmed from a wish to see the end of the economic blockade or the release of the five heroic Cuban antiterrorists who were passed unjust prison sentences in the U.S. more than ten years ago. Or perhaps from hopes that a different administration could put a stop to the attacks on and threats to the island and make it possible to devote all human and material resources to the Cuban people’s economic and social development. Or to spread to the full the profoundly democratic character of the Cuban socialist project, without any hostile, powerful neighbor interfering in its domestic and foreign affairs.

Valid though they may be, all these reasons fit into a single hope: that by express wish of the American people a U.S. government be elected that respects Cuba’s independence.

(The author is an attorney and retired Cuban diplomat who teaches at the Raul Roa Superior Institute of Foreign Relations in Havana, the school for diplomats, both Cuban and foreign, which is operated by the Cuban Foreign Ministry, or MINREX as it's usually referred to.)

 
 

LO QUE LOS CUBANOS ESPERAN DE OBAMA
Por Manuel E. Yepe

El triunfo electoral de Barak Obama ha abierto, tal como se esperaba, una serie de nuevas incógnitas en todo el planeta, dado el lugar que ocupan los Estados Unidos de América en el actual sistema de relaciones internacionales.

Es difícil identificar alguna región o país cuyas relaciones con la superpotencia norteamericana no constituyan elemento importante de su política interna y externa.

Para Cuba, la trascendencia de la elección del primer presidente no blanco ni anglo-sajón en la historia de los Estados Unidos no deriva solamente de la política global de la superpotencia y nada tiene que ver con el color de su piel o su etnia. Lo singular es que suscita la esperanza de que conduzca a la renuncia a una política de feroz hostilidad contra el proyecto revolucionario que el pueblo se diera como culminación de un proceso independentista de luchas iniciado hace 140 años.

Los cubanos comprenden, por su propia dura experiencia, que las realidades y promesas que determinaron este acontecimiento histórico, en caso de cumplirse, convocarían inevitablemente a una reacción contraofensiva de los grandes consorcios financieros y del complejo militar industrial cuyos torvos intereses serían afectados.

Ellos disponen, para defender el mantenimiento del status quo y sus privilegios, además de la fuerza de sus armas de guerra, del control de los medios de información, educación y cultura para manipular conciencias y llevar a grandes masas de personas a actuar contra sus propios intereses y derechos más evidentes, en el contexto de un orden jurídico y social regido por el dinero y la competencia en el mercado, que asegura la superioridad de sus recursos sobre las aspiraciones humanas naturales de paz, solidaridad e igualdad.

Los cubanos tienen motivos para albergar la esperanza de que la elección de un presidente que ha prometido cambios, y que es en si mismo expresión de cambio en la correlación de fuerzas políticas internas en la casa del poderoso vecino, abra el camino a un nuevo período en las relaciones entre La Habana y Washington.

Pero están conscientes de que, para estar en condiciones de cumplir casi todas las promesas que formulara a los movimientos populares y las familias humildes que lo llevaron al triunfo, el recién electo presidente de los Estados Unidos tendría que enfrentarse en su propio país a las mismas fuerzas retrógradas que durante medio siglo han obstaculizado el desarrollo de la revolución en la Isla.

Esa ecuación supondría, por regla aritmética de tres, que el carácter que han tenido los vínculos entre Cuba y los Estados Unidos a todo lo largo de todo el siglo XX y los iniciales del Siglo XXI tendría que cambiar de manera espectacular.

Y para hacer realidad esa utopía en el Mar Caribe, el gobierno norteamericano debería renunciar, no solo a la ambición secular de tutelar los destinos de la isla, sino a sus afanes imperiales a nivel global, porque Cuba no podría ignorar la deuda de gratitud contraída con los pueblos del tercer mundo y los humildes de las naciones industrializadas cuyo apoyo solidario ha sido, en ultima instancia, su sostén principal en la guerra de resistencia que ha venido librando en los últimos 50 años.

A la victoria de Obama contribuyeron con su voto millones de afroamericanos –grupo étnico que sufrió la esclavitud autorizada legalmente hasta 1865, luego un siglo de discriminación racial conocido como "Jim Crow" con los desmanes terroristas del Ku Klux Klan y, más tarde, la violenta represión de las luchas por los derechos civiles en la década de los años 60 del Siglo XX que dieron líderes de la talla de Martin Luther King y Malcom X, entre muchos otros.

Los cubanos, por supuesto, no votaron en estas elecciones, pero el hecho de haber sido victimas de la misma cruel política les hace apreciar que esta victoria de la nación estadounidense podría servir para iniciar un período de buena vecindad y paz en la región, y una amplia democratización de la relaciones internacionales.

Los cubanos solo aspiran recibir del nuevo gobierno que asumirá el 20 de enero de 2009 en Washington, respeto para con su independencia.

Se ha especulado mucho con que el apoyo de los cubanos a la candidatura de Barak Obama derivaba del deseo de que el bloqueo económico terminara o que fueran excarcelados los cinco heroicos combatientes cubanos contra el terrorismo que hace mas de diez años cumplen injustas condenas en prisiones de Estados Unidos. O en espera de que un gobierno distinto pusiera fin a las agresiones y amenazas contra la Isla para poder dedicar todos los recursos humanos y materiales del país al desarrollo económico y social. O para que el carácter profundamente democrático del proyecto socialista cubano pueda desplegarse a plenitud, sin la intromisión en sus asuntos internos y exteriores de un poderoso hostil vecino.

Aunque todas estas son razones validas, ellas caben en una sola esperanza: la de que, por la voluntad de su pueblo, surgiera en Estados Unidos un gobierno que respete la independencia de Cuba.

Noviembre de 2008.