Por: Emilio
Roig de Leuchsenring. martes, 28
de octubre de 2008 |
Y ya el honor masculino
y el honor femenino, tan distintos y
hasta antagónicos, son uno y el mismo. ¿Quién
ha ganado, el hombre o la mujer? Para mi
la mujer ha conquistado un nuevo honor
añadiendo al antiguo honor femenino que
radicaba en la honestidad, si era
soltera, y en la fidelidad, si casada,
el honor caballeresco. En cambio, el
hombre ha perdido la integridad de su
honor de caballero, al compartirlo con
la mujer.
Por poco se
me olvida tratar en estas Habladurías de
un extraordinario y trascendental
acontecimiento ocurrido en nuestra
capital recientemente, y que ha venido a
revivir y transformar por completo una
de las más antiguas y arraigadas
costumbres habaneras que era, al mismo
tiempo, tradicional práctica social en
el mundo occidental.
Me refiero a la participación, por
primera vez en Cuba, y tal vez en el
orbe, de una mujer en
lances caballerescos.
la Prensa diaria dio cuenta, no hace
mucho, de que en la cuestión, personal
surgida entre los conocidos políticos
doctores Lorié Bertot y Roberto Méndez
Peñate, la doctora Marla Gomez Carbonell,
política y representante a la Cámara,
había intervenido de manera directa,
como padrino, digo mal, como madrina del
retador, que lo fue el doctor Lorié
Bertot. Y esa misma Prensa, con lujo de
detalles, puntualizó la forma decorosa y
acertada en que dicha doctora había
llevado a cabo su madrinazgo duelístico.
A múltiples consideraciones se presta
este hecho trascendente. Por lo pronto,
es una nueva y formidable conquista
femenina hacia la equiparación de la
mujer con el hombre en derechos, cargos
y responsabilidades.
Algo tan masculino, tan varonil como las
cuestiones de honor, privativas hasta
ahora exclusivamente de los hombres, a
tal extremo que merecían el modo de
lances caballerescos o lances entre
caballeros, ha perdido ya esa
exclusividad, pasando a ser patrimonio
no de uno solo, sino de los dos sexos,
por lo que de ahora en lo adelante los
lances caballerescos no serán tales,
pero tampoco podrán ser lances femeninos;
cuando más, lances a secas.
Tampoco podrá continuar el hombre
usufructuando esa la más codiciada
virtud masculina: la caballerosidad,
pues ya las mujeres pueden alardear
también de caballerosidad, dado que
intervienen en lances entre caballeros.
Antes sólo labios masculinos podían
pronunciar la petulante frase: «¡Soy un
caballero!» Ahora no chocaría que unos
pintados labios femeninos dijesen, con
no menos orgullo: «¡Soy una caballera!»
Y ya el honor masculino y el honor
femenino, tan distintos y hasta
antagónicos, son uno y el mismo. ¿Quién
ha ganado, el hombre o la mujer? Para mi
la mujer ha conquistado un nuevo honor
añadiendo al antiguo honor femenino que
radicaba en la honestidad, si era
soltera, y en la fidelidad, si casada,
el honor caballeresco. En cambio, el
hombre ha perdido la integridad de su
honor de caballero, al compartirlo con
la mujer.
Mis lectores recordarán que, hace varias
semanas me ocupe en estas Habladurías de
los duelos, incluyéndolos entre los «tipos,
cosas y costumbres criollos
desaparecidos», porque consideraba que
ya los duelos habían perdido entre
nosotros aquella recia acometividad y
trágico peligro que tuvieron hace medio
siglo, convirtiéndose en una burda
comedia, en una farsa caballeresca,
preparada habilidosamente por los
padrinos a fin de que sus ahijados
saliesen ilesos o con un simple rasguño
del campo del honor, aunque el duelo
tuviese efecto, no en el campo, sino
bajo techo y sobre algún suelo de
cemento o mosaicos, hormigón, losas de
San Miguel o tabloncillos de madera.
Precisamente, dentro de unos meses se
celebrará el cincuentenario de uno de
los más feroces duelos efectuados en
Cuba. El que concertaron los dos más
famosos espadachines que tuvo nuestra
capital en aquellos tiempos en que rara
era la semana en que no ocurría algún
lance de honor. Me refiero al duelo
entre Pancho Varona Murias y Agustín
Cervantes, que tuvo lugar el 24 de
septiembre de 1888. Bien conocidos son
los nombres de estos dos populares tacos
de La Acera, que lograron celebridad por
los numerosos lances de honor en que
figuraron como protagonistas. Uno y otro
fueron, por encima de sus habituales
profesiones duelistas, y como duelistas
adquirieron renombre extraordinario en
su época; y hasta publicaron sendos
libros: Mis duelos, por F. Varona Murias,
y Los duelos en Cuba, por Agustín
Cervantes. La rivalidad duelística
existente entre Varona Murias y
Cervantes fue la causa que provocó el
encuentro entre ellos, primero, de
palabra, en la Acera del Louvre, y
después, en el terreno de honor, en un
duelo a sable, a todo juego, en el que,
según refiere Gustavo Robreño en su
novela histórica La Acera del Louvre,
«los combatientes demostraron una
fiereza digna de mejor causa… dijérase
un par de gallos ingleses de la más fina
condición», que aun después de haberse
inferido mutuas heridas, cubiertos de
sangre, agotadas las fuerzas físicas,
continuaban peleando, sin que ninguno de
los dos «rompiese un paso cualquiera que
fuese el golpe que se le dirigiera de
filo, contrafilo o punta, parándolo y
ripostándolo a pie firme». El duelo
terminó cuando «un supremo esfuerzo del
ataque hizo que Cervantes decidiese un
golpe de contrafilo sobre Varona, quien
recibió una tremenda herida en el brazo
derecho que interesó todas las partes
blandas; llegando hasta el hueso, del
que saltaron varias esquirlas». En el
libro de Cervantes, este ofrece las
estadísticas de los duelos ocurridos en
Cuba desde 1843 a 1894. El propio
Cervantes se anota dos duelos mientras
su contrincante Varona Murias llega a
alcanzar nueve duelos, el más alto
record en ese periodo. Cervantes poseía
el dominio completo de las armas,
mientras Varona Murias desconocía en
absoluto su manejo e iba a los duelos,
según Robreño, «confiado en su bravura y
un poco en su buena estrella».
Varona Murias, en su mencionada obra,
reconoce y critica la ferocidad que
llegaron a alcanzar en su tiempo los
lances de honor, y él, que tantas veces
se batió, tiene duras criticas contra
los encuentros personales: «No resuelve
el duelo -declara- problema alguno,
porque si la cuestión que lo motiva
depende de que lo han llamado a usted
granuja, y usted
lo es, gane o pierda, mate o le hieran,
seguirá usted siéndole; y si acude al
terreno del honor porque le birlaron la
mujer, ¡ayúdeme usted a sentir, si lo
hieren además! La inmediata es la
aplicación del vulgar proverbio; y hete
aquí a un hombre digno, héroe de la
chacota popular y de la comidilla
epigramática. Amén de que yo no veo el
honor de quien le ha robado a usted el
suyo, burlándose de todas las leyes
divinas y humanas».
He querido traer a estas Habladurías ese
pronunciamiento antiduelístico del más
duelista de todos los duelistas cubanos,
porque bien merece lo tengan en cuenta
nuestras mujeres que ahora han iniciado
sus actividades en estas cuestiones
hasta ayer reservadas exclusivamente a
los hombres, y que se encontraban ya en
completa decadencia entre nosotros, al
extremo que en aquellas Habladurías
clasifiqué el duelo entre las costumbres
criollas desaparecidas.
En efecto, de la ferocidad de antaño, el
duelo vino en estos últimos tiempos a
decaer en una
amigable componenda entre amigos, para
salir del paso y cubrir las apariencias
caballerescas, sin que se les pudiese
tildar, por lo menos, en público, de
poco caballeros o de cobardes. Así hace
muchos años que los duelos, cuando se
concertaban, muy de tarde en
tarde, se reducían a un cambio de tiros
sin consecuencias, ya por la enorme
distancia a que eran colocados los
antagonistas, ya por la forma inofensiva
como se cargaban las armas; o en varios
asaltos a espada, que suspendía en el
momento de peligro el juez de campo, o
que terminaban al presentarse el más
ligero rasguño, ocasionado a veces a la
víctima, no por su contrincante, sino
por ella misma, con la empuñadura de su
propia arma.
Desde luego que los duelos entre un
marido ofendido y su presunto ofensor, o
burlador, han
desaparecido por completo y de ellos no
se tiene memoria en nuestros días. La
evolución de las costumbres ha hecho que
los maridos pertenecientes a las clases
sociales que hacían uso del duelo cuando
se sentían engañados por su esposa,
acudan a esa comodísima válvula de
escape que es el divorcio, o se resignen
con su triste suerte, haciendo la vista
gorda, llevando con paciencia su cruz, o
sacando el mejor partida posible de la
desgracia que le aflige.
Sólo estaban, últimamente, reservados
los lances de honor, o, mejor dicho, las
cuestiones personales, que tal es el
nombre con que se les conoce en nuestros
días, al nombramiento de padrinos y
reunión de éstos en amigable entrevista,
para levantar un acta en la que se
declara que no se dijo lo que se dijo, o
lo que se dijo no constituía ofensa
alguna, o constituyéndola, no hubo
intención de ofender; o si no, se
retiran las palabras ofensivas, y todo
el mundo contento, no pasó nada, y entre
cubanos todo se arregla y no se va a
andar con boberías.
Habiendo llegado los duelos o los lances
de honor o las cuestiones personales a
tal agudo estado de crisis, es cuando
ocurre en Cuba el hecho trascendental de
que las mujeres, lejos de mantener su
alejamiento de estas cuestiones
masculinas, o de llegar a la arena
política o social con ideas renovadoras
de viejas costumbres ya casi
desaparecidas, ponen éstas nuevamente en
movimiento y circulación.
¿Qué valor puede darse a esta
inconcebible y anacrónica actitud
femenina? ¿Es ése el aporte de vida
nueva que traen las mujeres a nuestra
sociedad, una vez lograda su igualdad
política y social con el hombre?
Son todos éstos, problemas que yo me
permito presentar al estudio y
consideración de nuestras mujeres, a fin
de que ellas resuelvan si les conviene
continuar por la línea de conducta ahora
iniciada, o por el contrario, rectificar
por completo el paso dado, porque lo
consideren, no un paso de avance y de
progreso, sino un paso atrás, de
inaceptable y perjudicial retroceso.
Hace cerca de medio siglo, el más famoso
duelista cubano de todos los tiempos,
Pancho Varona Murias, al pronunciarse
abiertamente contra los duelos en su
mencionado libro, estampó, como
epígrafes de varios capítulos del mismo,
estos formidables pensamientos: «El
código del duelo lo forman una serie de
desatinos risibles y caricaturescos. Si
el duelo tuviese algo de justo,
equitativo, resolutivo, satisfactorio y
útil, ya lo hubieran adoptado como
institución los pueblos civilizados de
la tierra. Aparisi Guijarro».
«Muchas indignidades comprobadas se
ocultan como denuedos tras de las
tramitaciones iniciales de un desafío
Talleyrand».
«Hay multitud de hombres marcados como
falsificadores, ladrones de camino real,
asesinos y criminales de orden común,
que llaman al terreno del honor (?) a
hombres honrados; y si éstos no van no
falta quien diga que son indignos y
despreciables. Max Nordau".
«El duelo a primera sangre es una
comedia que no pueden representar sino
los que se sienten con vocación de
histriones. La Rochefoucauld».
«Hay duelistas, y son los más numerosos,
que muestran montones de actas, pero que
ni han
dado ni han recibido un rasguño. Estos
creo que tienen más votación para
escribanos. Fray Gerundio».
Recomiendo a las mujeres criollas, sobre
todo a las intelectuales y políticas,
lean y mediten las anteriores sentencias
antiduelísticas y hojeen el libro de
Varona Murias, antes de decidirse a
restablecer entre nosotros los lances de
honor mediante su participación en los
mismos, ya como madrinas, ya como
adversarias o contendientes.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad
desde 1935 hasta su deceso en 1964
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