Por:
Emilio Roig de Leuchsenring.
lunes, 20 de octubre de 2008 |
Provechosa y fatal fuente de ingresos,
el contrabando fue tonic para la vida y
agente formidable de perturbación moral.
Entre las
grandes fuentes de corrupción en las
costumbres criollas públicas y privadas
de todos los tiempos, figura el
contrabando. Este comenzó a practicarse,
como uno de los medios habituales de
lucro para particulares y gobernantes,
puede decirse que desde los días
iniciales de la colonización española en
nuestra isla. Brotó, natural y
lógicamente, a impulsos del monopolio
comercial, mantenido por los Gobiernos
metropolitanos hasta la segunda mitad
del siglo XVIII. Por real pragmática de
20 de enero de 1503, fue creada, para
entender en los asuntos comerciales de
Indias, la Casa de Contratación de
Sevilla, compuesta de un administrador,
un tesorero, un contador y empleados
subalternos. Entre sus funciones
figuraban la contrata de los armamentos
y su reglamento, fijación de derrotas;
recibimiento, registro y depósito de los
cargamentos y mercaderías, tanto a la
ida a Indias como a su regreso a Sevilla,
y también respecto de los buques que
salían de Cádiz y Sanlúcar para Canarias
y Berbería. Conocía igualmente este
tribunal de los pleitos y las
reclamaciones que se suscitaban con
motivo de los viajes y tráfico
comerciales con todas las tierras
mencionadas.
Al sistema mantenido por la Casa de
Contratación de Sevilla se debió en gran
parte la vida lánguida, mezquina y pobre
que llevó Cuba durante las primeras
épocas de la colonización, hasta poco
después de la toma de La Habana por los
ingleses en 1767, la cual hizo ver a los
gobernantes españoles las ventajas
enormes que habría de producir, tanto a
la Metrópoli cano a esta colonia de
Cuba, el hecho de romper las trabas
comerciales hasta entonces mantenidas, y
autorizar el libre comercio de la isla
con los demás países del mundo; ventajas
que no se lograron cabalmente hasta que,
gracias a las liberales orientaciones
políticas del buen rey Carlos III, se
suprimió durante el gobierno de don Luis
de las Casas el mejor gobernante de Cuba
colonial y hasta de Cuba republicana,
exceptuando, desde luego, a los actuales
muy sabios y amados Altos Poderes
Gobernantes el monopolio de la Casa de
Contratación de Sevilla, y se decretó el
comercio libre de América con Europa,
estableciéndose el Real Consulado,
derogándose la concesión hecha a Cádiz y
multitud de impuestos que aprisionaban
la industria, sin que por ello
desapareciese, sin embargo el
contrabando, según veremos enseguida.
El más simple examen de la historia de
esta fermosa isla nos descubre que la
infancia de Cuba fue una lucha tenaz y
enconada de sus gobernantes y
autoridades metropolitanos y municipales,
unos contra otros, por el reparto y
disfrute, con entera libertad y amplio
provecho, de los puestos que ocupaban,
de los productos del suelo y ganancias
que podían obtenerse mediante la
explotación del comercio legal y del
contrabando; del trabajo de los indios,
primero, de los esclavos africanos,
después, a través de las encomiendas y
repartimientos de aquéllos y de la trata
y esclavitud de éstos.
El rebajamiento de las costumbres
públicas cubanas en este periodo inicial
de la colonización, corrió parejo con el
de las costumbres privadas. Y a agudizar
este ínfimo nivel moral de la población
de la isla, y principalmente de La
Habana, que La Habana era Cuba en
realidad, entonces, contribuyeron, sin
duda, como ya he anticipado, el
monopolio comercial, que condujo directa
y fatalmente al contrabando, y la
estancia de la flota, integrada por
gentes tan desprovistas de cultura y de
moral como los conquistadores.
En el notable estudio realizado por el
historiador cubano Rene Lufriu sobre los
tiempos modernos de Cuba, en su libro de
1930 El impuliso inicial, hace resaltar
éste la influencia singularísima que la
flota y el contrabando tuvieron en la
corrupción de las costumbres publicas y
privadas de la colonia, que para él «no
era siquiera colonia, hasta mediados del
siglo XVIII». El contrabando, dice, «era
la válvula de escape de una población
oprimida por el monopolio». Y demuestra
cómo por la fuerza de las cosas, el
contrabando «brotó robusto del
monstruoso régimen, a su sombra creció y
constituyó un sistema organizado,
consentido y, a veces frecuente,
practicado por las autoridades. El
colono, bajo la tolerancia del
gobernante, se connaturalizó con el
tráfico clandestino, con el ardid, el
fraude, el cohecho, la transgresión,
habilidosa y corruptora, de la ley, el
robo consuetudinario y sin sanción al
erario, aceptado y justificado por
razones de suprema necesidad que
disolvía la vergüenza en el hábito de
acuerdo unánimes. Provechosa y fatal
fuente de ingresos, el contrabando fue
tónico para la vida y agente formidable
de perturbación moral. Vicios
permanentes de la sociedad cubana en él
hallan raíz psicológica».
Tan perturbador fue para Cuba y para
España el monopolio comercial, que en él
debe buscarse la razón de existencia de
piratas y corsarios que asolaron desde
el siglo XVI los mares que bañan la isla
de Cuba y sus principales puertos, a tal
extremo, que Phillip Gosse en su
reciente Historia de La Pirateía
sostiene que «el uso que hicieron los
españoles de este monopolio fue
excesivamente —aunque no exclusivamente—
torpe», agregando: «al igual que otras
naciones en el principio de sus empresas
coloniales, pretendieron la imposible
tarea de impedir todo intercambio entre
sus colonias y los extranjeros.
España se obcecó en la creencia de que
sería de mayor provecho para ella que
sus colonias negociasen únicamente con
la Metrópoli, a pesar de que la nación
no podía proveer sino una pequeña parte
de las necesidades comerciales de las
colonias». Los piratas, convertidos en
contrabandistas, fueron los primeros
combatientes contra el monopolio
comercial. La aguda restricción
monopolista española en el comercio,
llevó forzosamente a sus colonos de
América a negociar con los piratas,
comprándoles aquellos productos que
España no exportaba y ellos si poseían.
«Esta necesidad fundamental —dice Goss—
explica el éxito de Hawkins y sus
semejantes durante el segundo tercio del
siglo XVI». Y los piratas, no contentos
con este tráfico, llegaron a convertirse
en colonos, a fin de mantener «un
comercio permanente con los vecinos
españoles».
Otra causa del contrabando cubano fue el
insaciable afán de lucro de los
colonizadores. Aventureros, en su mayor
parte, que sólo venían a esta isla en
busca de fortuna cuantiosa y rápida, sin
reparar en medios ni procedimientos para
lograrla, el contrabando les facilitaba
la satisfacción de este anhelo. Y al
mismo tiempo que al contrabando de
mercancías, se dedicaron también al
contrabando de carne humana: los indios,
primero, los africanos, después, los
chinos, más tarde. Aun abolidas la
esclavitud y la trata, ésta siguió
practicándose clandestinamente. Y el
contrabando de negros esclavos
proporcionó pingües ganancias a los
conmilitones de la colonia, incluyendo a
muchos capitanes generales que a cambio
de percibir su tanto por ciento por cada
esclavo que de contrabando entraba,
permitían la realización de éste.
Francisco Figueras en su magnífica obra
Cuba y su evolución colonial declara: «puede
afirmarse que la vida mercantil de Cuba
ha estado siempre cimentada sobre el
contrabando, y que la necesidad de
realizarlo fue siempre tan palmaria e
imperiosa que el mismo clero dio
repetidísimos ejemplos de ser uno de los
más aprovechados cultivadores, y hasta
las propias autoridades de la colonia
llamadas a velar por el cumplimiento de
las leyes, lejos de impedirlo y
castigarlo, prefirieron casi siempre
tolerarlo y aun entrar a la parte en su
rendimiento y provecho. A tal grado de
escándalo llegó el contrabando, ya en el
siglo XIX, que el gobernador Marin, a
fin de sorprender a los contrabandistas,
se presentó en la Aduana de La Habana un
buen día, al frente de nutrida fuerza
armada».
En esto del contrabando, como en otros
muchos vicios públicos criollos, la
República no ha sido más que colonia
superviva. Y de 1902 a la fecha el
contrabando sigue practicándose, a toda
máquina, por todos los puertos de la
isla, con la tolerancia y complicidad de
altos y pequeños funcionarios de todas
clases. Y para que el ayer colonial no
se diferencie en nada del hoy
republicano, también se ha
contrabandeado bajo la bandera de la
estrella solitaria con carne humana, con
los infelices y explotados trabajadores
jamaiquinos y haitianos, e igualmente
con los chinos.
Al contrabando presente débese, en gran
parte, el déficit presupuestal que
padecemos, ya que, el contrabando merma
considerablemente las recaudaciones
aduanales en toda la isla. Y mas listos
los criollos republicanos que sus
padrastros coloniales, crearon ese gran
foco productor de contrabando que se
conoce con el nombre de subpuertos,
establecidos, puede decirse, por y para
el contrabando, Por ellos entran y salen
sin pagar derechos, mercancías de toda
índole, anulándose prácticamente la
vigilancia y fiscalización de los
inspectores aduanales ante la fuerza y
el poderío de las empresas que controlan
esos subpuertos y de los altos
funcionarios que facilitan el negocio,
para mejor llenar sus bolsas, con grave
perjuicio de la hacienda pública.
La corrupción administrativa, en este
aspecto, ha llegado a límites
inconcebibles, provocándose y hasta
obligándose por funcionarios de todas
categorías, a comerciantes e
industriales para que contrabandeen.
Y ante este pernicioso ejemplo e
incitación al vals, muchas casas
comerciales e industriales se dejan
mecer suavemente a impulsos de la
acariciadora brisa contrabandística, y
algunas de ellas viven exclusivamente
gracias al contrabando, aunque a la
postre resulten saqueadas por sus
protectores y socios oficiales.
Comercios e industrias, han existido
entre nosotros, teniéndose en cuenta al
fundarlos, como base del negocio, el
contrabando, pactado de antemano con
poderosos funcionarios contrabandistas
profesionales. Y, efectivamente, han ido
viviendo mientras tuvieron vía libre
para contrabandear, pero, a lo mejor, La
Habana o cualquier otra población
importante
de la isla, se entera de que la
floreciente casa comercial e industrial
X o Z está en ruina, próxima a quebrar.
¿Cómo es posible ello —se preguntan los
curiosos— si el aspecto exterior del
establecimiento y de sus dueños
reflejaba amplia prosperidad? Pues, muy
sencillo: que ya esa casa no puede
seguir realizando el contrabando, porque
el poderoso protector y socio perdió su
poder y sus influencias gubernativas o
políticas, y al desaparecer esa columna,
clave de sustentación del negocio, éste
vino al suelo estrepitosamente.
Emilio Roig de
Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935
hasta su deceso en 1964
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