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Telenovela cubana
Polvo en el viento
¿Eso somos? (I parte)
17 de agosto de 2008
00:51:33 GMT
A la actual telenovela
cubana le falta aliento conceptual y formal, la
verosimilitud mínima deseable el público demanda ciertas
dosis de realismo
Treinta años, y unos cuantos
meses, se cumplen en este verano de que la canción
Dust in the Wind se
convirtiera en éxito mundial. Era uno de los muy notables
ejemplos de canción popular vestida de gala —perdón por el
ataque de nostalgia cuando no muchos recuerdan ese número en
tiempos de reguetón y fragmentación videoclipera—, y
empleaba a fondo la metáfora, e incluso ideas filosóficas de
cierto calado, de conjunto con aires sinfónicos, sin eludir
los propósitos esenciales de la música pop contemporánea.
Esa trascendencia, que asume con rigor temas combinados de
diversos estratos culturales y artísticos, ese empeño en
evadir lo contingente y canónico, la elevación y donaire que
también pueden alcanzar productos tan notorios de las
industrias culturales como la canción o la telenovela, es
justo lo que le falta a
Polvo en el viento, título homónimo de la canción
antes mencionada y de la telenovela cubana que está saliendo
al aire por Cubavisión tres veces a la semana.
Hoy escribo desde el
comedimiento, o por lo menos lo intento, de modo que debo
ofrecer mis excusas por segunda vez, por comenzar tan
agresivamente, cuando debe haber miles, sino millones, de
cubanos a los cuales les agrada la telenovela, y que en este
mismo momento estén pasando la página del periódico. Pero
ofrezco mis razonamientos sin ninguna otra intención que no
sea apostar por el mejoramiento. Aunque la adornan múltiples
valores, que atenderé en su momento, a la actual telenovela
cubana le falta aliento conceptual y formal, la
verosimilitud mínima deseable (por lo menos en Cuba cuando
se habla del presente, el público demanda ciertas dosis de
realismo) además de que recurrieron a una combinación medio
turbia entre la narrativa sentimentaloide a lo Corín Tellado
(búsqueda de la protagonista del amor verdadero e impar) y
alguna película francesa de los años 60, semiescandalosa y
reiterativa en cuanto a la multiplicidad de intereses
romántico-sexuales de los protagonistas.
En un principio, parecía que
la trama se enfocaría en un personaje que pudo ser tan rico,
misterioso y magnético como David, y en los diversos dramas
a que lo conduce su seropositividad. Pero todo ello ha
pasado a un plano muy secundario, puesto que en esta trama
el hecho de ser portador del VIH apenas parece ser un trauma
significativo ni para el personaje (quien se relaciona libre
e irresponsablemente con quien le viene en ganas, ocultando
incluso su enfermedad) ni para quienes lo rodean, pues
excluyendo a Sergio, el padre de Liuba, pareja fija de
David, ningún otro personaje asume el sida como una tragedia.
A favor estoy, en primerísimo lugar debo aclararlo, de
naturalizar este y otros temas, y desproveerlos del aura
satánica y patética que suele conferírseles, pero es que
nunca se había visto, al menos en nuestros medios, el Virus
de Inmunodeficiencia Adquirido tratado con la sencillez
rayana en liviandad con que lo asume David (es decir el
guión) y los espectadores tenemos derecho al desconcierto,
por los menos, cuando nos cambian el punto de vista
entronizado de manera tan abrupta.
La homosexualidad como
subtrama, al menos en dos personajes secundarios, tampoco
corrió la mejor suerte. La primera pareja de Keyla es
sencillamente un monstruo manipulador, interesado, vicioso e
insensible, un bicho dañino. Para compensar el desafuero (no
dudo que los creadores sean conscientes del daño social y
psicológico que puede hacer, en tanto reforzamiento de los
prejuicios y de la homofobia, presentar a un homosexual —las
pocas veces que se asoman en un dramatizado nacional—, bajo
un prisma tan parcializado y vergonzante) está Roly, el gay
amoroso, diseñado sobre topicazos tan abrumadores como
sugerir que los homosexuales exudan gracia, ingenio,
sensibilidad artística, solidaridad y comprensión, sobre
todo para las mujeres.
Sé que existen personas
parecidas, desgraciadamente similares, a tales prototipos,
pero el guión procedió, en este caso, con una filosofía de
blanco o negro, de positivo y negativo, que para nada
contribuye a la mejor comprensión y aceptación del asunto. ¿Dónde
quedaron los móviles de estos dos personajes, su mundo
interior, sus incitaciones y apremios, los deseos y
pertenencias que les hubiera permitido trascender el papel
de malvado clásico, en el primer caso, y de buenazo sin
matices, ni motivaciones privadas, en el segundo?
Saltan mucho a la vista las
insuficiencias en el diseño de algunos personajes monocordes
y rectilíneo-uniformes (los dos mencionados antes, Maité,
Sergio, la madre de Keyla, la millonaria que regresa en
busca de su hija, entre otros pocos) porque Polvo en el
viento puede vanagloriarse de varios aciertos. No es logro
pequeño la agilidad, el tono natural y fluido para los
diálogos —la gente aquí habla sin exageraciones ni sermoneos,
tal y como nos expresamos los cubanos de hoy, claro que con
menos descompostura y grosería que en la verdadera calle,
por supuesto— y de entregarnos una rica urdimbre de
acontecimientos e interrelaciones personales que, en
general, consigue sorprender al espectador, intranquilizarlo,
y hasta motivarlo a que esté pendiente de la trama, por los
menos para enterarse con quién se va a «empatar» Keyla en
los próximos capítulos, pues tal parece que le atribuyeron
demasiado al pie de la letra aquello de que un clavo saca a
otro, y el otro al otro, sobre todo cuando ninguno de los
tres estaba bien martillado. (En este sentido, también
destaca en el guión cierto abuso de la casualidad y de los
despistes de los personajes, como aquello de que vivan uno
frente al otro y no se conozcan ni sepan nada de sí. Tal
cosa ocurrirá en Suiza o Noruega, pero en Cuba es, por lo
menos, improbable, mucho menos tratándose de una médica de
la familia. No había necesidad de atropellar de ese modo la
suspensión de la incredulidad inherente al drama romántico).
Al igual que su homóloga
brasileña Mujeres
apasionadas y la norteamericana
Anatomía de Grey, con
las cuales coincide desafortunadamente en la pequeña
pantalla, la teleserie nuestra se aglutina, quizá demasiado,
en torno al núcleo dramático constituido por las relaciones
y frustraciones romántico-eróticas. Si bien no debe
reprocharse semejante filiación, típica del melodrama y de
su hermana menor, la telenovela, sí puede exigirse, al menos
en Cuba, que esa intimidad sentimental aparezca enraizada,
sustentada y en estrecha coherencia con un panorama social
identificable, amén de que podamos solicitarle también a
nuestros dramatizados televisivos ¿por qué no? reflexiones
pertinentes sobre la contemporaneidad, reflexiones a las que,
en general, renuncia esta telenovela, ocupada como está en
detallar inacabables cadenas de adulterios, matrimonios sin
sentido y en crisis, parejas establecidas con la misma prisa
e inconciencia con que la gente se alimenta tres veces al
día. Por cierto, ¿ha reparado el espectador en que esta es
la serie cubana donde con más frecuencia la gente come, se
prepara para comer, se sienta a la mesa, o está cocinando?
No estoy diciendo que tales
promiscuidades y ligerezas no abunden en la Cuba de hoy,
pero si se pretendió en ese sentido un retrato realista, o
por lo menos no idealizado, no entiendo la razón de que no
se avanzara más, mucho más, en la descripción de los matices
que integran la cotidianidad de los personajes, más allá del
estómago y los problemas de alcoba. Salvo en derredor de la
pareja de jóvenes, barman él, dependienta ella de tiendas en
cuc, apenas aparecen las contradicciones, valores, problemas
y riqueza infinita de nuestra cotidianidad. Y ya no vale la
excusa de algunos creadores respecto a que la telenovela no
admite códigos realistas, porque abundan ejemplos muy
destacados de lo contrario.
En torno a la universidad
donde imparte clases Liuba, en el hospital o en el
consultorio de Keyla, en ese lugar casi fantasmagórico, por
inexplicado, que se dedica al cuidado ambiental que sustenta
a Javier, David, Maité y Yohana, en el agro donde trabaja la
madre de Liuba y Dimitri, ni mucho menos en ese ICAIC donde
este último intenta trabajar como sonidista, surgen
contrariedades o disyuntivas que se muestren en términos
potables, dramatúrgicamente hablando. Así, de cada personaje,
solo atenderemos a su faceta sentimental, mientras todo lo
demás, que pudo ser también vivaz, atractivo y dimensionado,
parece artificioso, y se expone tibiamente, a manera de
excusa y comodín, porque en algún lugar tienen que trabajar
los personajes.
De este modo, a los
espectadores solo nos queda asistir, con algo de morbo y de
curiosidad chismográfica, a la manera en que los
protagonistas y secundarios cambian de pareja, en una danza
ligera, ligerísima, tan desmotivada e involuntaria cual
partículas de polvo arrastradas por la brisa o el terral.
Dentro de una semana, más o menos, abordaremos otras aristas
de Polvo en el viento.
Aguarde por la secuela.
Telenovela cubana Polvo en el viento
¿Eso somos?
(II parte y final)
A pesar de sus desaciertos
Polvo en el viento ha resuelto mucho mejor que sus
inmediatas predecesoras el pacto entre realismo y melodrama que
se le exige a la telenovela cubana de tema contemporáneo
24 de agosto de 2008
00:03:34 GMT
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Nuevamente
se muestran pobres la escenografía, la iluminación y la
ambientación en los interiores grabados en estudio. |
En avalancha me han llegado los
mensajes de lectores, unos de acuerdo con los criterios
expresados en la primera parte, otros acusándome de benevolente,
y un tercer grupo que me recomienda deje en paz las telenovelas,
o me ordenan que me ponga a escribir guiones a ver si me quedan
mejores que a los profesionales del ramo. Semejante juicio
equivale a quienes critican al entrenador, porque no es capaz de
lograr hazañas deportivas y se las exige al atleta. Pero vayamos
a lo nuestro: la crítica, que no tengo tiempo ya —ni talento he
tenido nunca—, para emprender la carrera de guionista. No ser un
chef de alta cocina no me impide reconocer cuándo un plato está
bien o mal cocinado.
Como en la recta final ya no
podemos pedirle lo que de ningún modo puede darnos, solo nos
queda asistir con algo de morbo, y de curiosidad «chismográfica»,
al cierre de Polvo en el viento,
para presenciar con quién se queda Keyla, a cuál de los dos
galanes elegirá o, más bien, cuál de los dos amigos decidirá
quedarse con ella, pues en verdad la situación me recuerda una
canción de Pimpinela y Dyango, donde los machos se discuten a la
hembra, y se la pasan cual balón de fútbol, sin que ella
evidencie o exteriorice demasiada capacidad para elegir su
futuro, o para decidir con quién quiere vivirlo. A lo mejor la
disputa cierra con empate, y los varones a lo mejor optan por
proteger su masculina amistad de la «intervención» de esa
mujercita irreflexiva y casquivana.
A Keyla le falta discernimiento,
o por lo menos no la han presentado como alguien capaz de
plantearse en serio su existencia, pero tampoco destaca la
coherencia de Javier y David. El primero, se obsesiona con tener
un hijo en los primeros capítulos (era ese su principal
conflicto, la razón por la cual aguantaba a la «pesada» de Maité)
y a estas alturas ya ni menciona el asunto, porque él está
empeñado en construir una relación, nada menos, que con la mujer
que encarna la mayor ilusión de su mejor amigo, de su hermano,
David.
Tampoco se entiende la manera en
que actúa David. Él tiene una pareja estable, realizada, con una
mujer valiente, comprensiva, hermosa, casi magnánima, y destroza
ese vínculo por el tenue recuerdo de un par de veces que montó a
Keyla en la moto, un baño de noche en la playa (sin sexo) y
verla despertarse al día siguiente... Entre ellos tres parece
todo demasiado simple, liviano y vacío, incluso para una
telenovela, porque este tipo de seriados se destaca precisamente
por exponer la trascendencia y carácter omnímodo del sentimiento
amoroso, como es usual también en el melodrama, el folletín y el
romanticismo, los tres precursores más connotados de la
telenovela.
El trío de personajes
protagónicos actúa de manera irreflexiva, y no están bien
trazados sus móviles, ni el guión introduce demasiados elementos
de meditación, introspección o enjuiciamiento respecto a sus
polémicas decisiones, pero todo ello tendría menos importancia
para el espectador si estuvieran mejor defendidos por los
actores.
Yoraisy Gómez se esfuerza en vano
por conferirle credibilidad y estamento a su Keyla; Lieter
Ledesma se quedó en lo externo y no consiguió encontrar la
verdad de su Javier; y a Rodolfo Faxas (a quien se le entregó el
mejor personaje del trío) le resulta imposible expresar las
complejidades de este hombre noble y embustero, sensible y
temerario.
Mucho mejor funciona
Polvo en el viento con
las subtramas y personajes secundarios. Lúcida y osada, ha sido
la presentación de tres temas más que pertinentes en este
momento: la corrupción entre quienes buscan cierto estatus
económico a cualquier precio (Mónica y Leo), la defensa con
flexibilidad y entereza de una ética heredada, de principios
humanitarios, sociales y filiales (Dimitri y Liuba); y el
enfrentamiento de los mayores, de los padres, a estos difíciles
tiempos cuando parece que hubieran caducado los valores que
ellos cultivaron (Elena, Sergio, la madre de Keyla, la madre de
Dimitri y Liuba).
En estas tres temáticas sí
desplegó todas sus habilidades el guionista Silvio Hernández
para matizar, explicar, cuestionar y conferirles amplitud de
dimensiones a un grupo de personajes que no son buenos ni malos
al uso, son gente como uno, que se equivoca o acierta, y el
espectador puede comprenderlos, lo que no significa que comulgue
con la negatividad de algunas actitudes.
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Tres actores que ya
estuvieron en la polémica serie
La cara oculta de la
Luna, vuelven a coincidir ahora en
Polvo en el viento:
María Karla Fernández, Ariana Álvarez y Enrique Bueno.
Los tres sorprendiendo gratamente por sus respectivos
desempeños. |
En ese cuadro de personajes
secundarios —cuyos conflictos sobrepasan con creces el poco
atractivo diseño del antiheroico trío protagónico— han brillado
los mejores desempeños histriónicos de la serie. Aunque a veces
exageraron la nota, rebasan la categoría de «sorpresa agradable»
Enrique Bueno y Ariana Álvarez, para situarse como sólidas
promesas entre los intérpretes más jóvenes de la televisión;
María Karla Fernández y Yadier Fernández superan con creces sus
desempeños anteriores; Eslinda Núñez y Rogelio Blaín confirman
un linaje profesional muchas veces puesto a prueba.
Ya en el capítulo de las
actuaciones, injusto sería no mencionar el talento desplegado
por Jorge Martínez y Mariela Bejerano para tratar de sacar del
cliché a dos personajes escritos desde el tópico: él solo existe
en la telenovela para escuchar las pueriles explicaciones de
Keyla, y Maité tiene un cúmulo tal de defectos que nadie se
explica qué le vio Javier, ni tampoco se aclara la edad de ella,
lo cual cargaría dramáticamente el conflicto de embarazarse o
no. El caso es que Maité fue convertida por el guión en una mala
de pacotilla, y perdió todo el interés que parecía tener al
principio (una mujer que voluntariamente renuncia a la
maternidad) no obstante el encomiable empeño de la actriz por
levantarlo de alguna manera.
Por otra parte, la edición apoya
con agilidad el cúmulo de acontecimientos que presenta la trama,
y como en otras telenovelas cubanas recientes, ha vuelto a
contrastar demasiado la pobreza escenográfica, el artificio de
la iluminación y la inautenticidad de la ambientación en los
interiores (en estudio) con la textura mucho más rica y creíble
de los exteriores.
Es una verdadera lástima que los
exteriores, el hospital de Keyla, la universidad de Liuba, el
lugar donde trabajan David y Javier, no tengan la misma
participación en los conflictos de los personajes que tiene la
tienda donde coinciden Sergio, Elena, Mónica. Tanto la salud
pública como la educación ofrecen mil aristas polémicas —y de
reafirmación de valores también—, que pudieron por lo menos
asomarse en la trama, pero aquí se asumieron cual telón de fondo,
muy de fondo. Sin mencionar la arista de la protección ambiental,
que ofrecía un conjunto de posibilidades dramáticas totalmente
inexploradas por la trama.
Polvo en el viento
no solo retrató varios fragmentos de contemporaneidad, con
cuotas razonables de verosimilitud y dominio del tema, sino que
también parecía proponer, desde el filosófico título, una
reflexión sobre el modo en que nos correspondemos sentimental y
eróticamente (recordar que la frase altisonante, al borde de la
«picuencia», la dice David en su fugaz idilio con Keyla, y el
muchacho, por su enfermedad, pareciera inclinarse a reflexionar
sobre su lugar en el mundo) y en ese sentido, en lugar de
diversidad de enfoques y puntos de vista, solo se nos ofreció
una relatoría de infidelidades y crisis de pareja apenas
explicadas, razonadas, iluminadas por el juicio o la reflexión.
Aclaro que no estoy pidiendo la
letra escarlata para Keyla (gracias a Yoraisy a mí me resulta
hasta simpática); solo trato de explicar que sacrificaron su
costado de heroína melodramática, para hacerla tal vez más
contemporánea, y lo único que consiguieron fue desvanecer las
muchas posibilidades de identificación con el personaje. ¿Será
que no importaban tanto sus razones, para estar o no estar con
David o Javier, o con los otros, como las razones de estos para
estar o no con ella?
En fin, la conclusión nos dará
más luz al respecto, pero lo que sí podemos asegurar desde ahora
es que Polvo en el viento
ha resuelto con mucho más acierto que sus inmediatas
predecesoras el pacto entre realismo y melodrama que se le exige
a la telenovela cubana de tema contemporáneo.
Creo yo que no deberíamos
renunciar al tornasol verista que ha tipificado la telenovela
cubana de tema contemporáneo, cuando en otras latitudes ahora es
que están descubriendo las infinitas posibilidades dramáticas
que ofrece la pura realidad, la vida misma, mucho más dramática
y polémica que la más aguda ficción televisiva. Y si fue en Cuba
que se le dio forma al clásico melodrama audiovisual, vía Félix
B. Caignet, tal vez nos encontremos un día ante el hallazgo de
que tengamos aquí también las fórmulas para reactivar el
folletín contemporáneo. Conste que estoy empleando la palabra
folletín sin ánimo peyorativo.
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