Roig, una voz masculina en favor del feminismo*
Leanet Aneiro Rodríguez e Ivette Fernández Sosa • La Habana

http://www.lajiribilla.cu/2008/n381_08/381_13.html  

4.  Artículos al desnudo

La década del '20 en Cuba fue una etapa prolífica en acontecimientos y corrientes ideológicas diversos que convergieron en un momento de efervescencia intelectual, símbolo de la reacción inevitable de disímiles sectores de la burguesía cubana, clase media y trabajadora ante el escenario desfavorable al que ascendía la joven República. Paralelamente al ocaso de “los generales y doctores” de las guerras mambisas, que habían hecho de la política una carrera lucrativa, una nueva generación ascendía con sed de conquista y rotundas trasformaciones, portadora de un pensamiento de vanguardia que terminaría interpretando de forma reveladora la realidad nacional. 

Una de esas figuras distintivas fue Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), “el infante terrible” como lo llamaron sus congéneres, quien desde muy joven se había interesado en las raíces y las claves interpretativas de la sociedad cubana (Leal, 2001). Doctor en Derecho Civil y Notarial en 1917, y Doctor en Derecho Internacional diez años más tarde, Roig de Leuchsenring no fue un jurista común, limitado a ejercer únicamente en los dominios de su profesión. Su afán de justicia lo impulsó siempre, incluso desde su etapa estudiantil, a abogar por los derechos de los oprimidos, y a denunciar cualquier atropello o abuso de poder, ya fuese contra la patria o donde percibiera un quebranto.  

Así lo precisó él mismo al destacar en un número de Carteles su vocación por la escritura como arma punzante y directa al servicio de la verdad: “mi pluma siempre está dispuesta a romper lanzas en defensa del derecho y la libertad y contra todo lo que signifique injusticia y tiranía” (1927: 10). Por ello no es de extrañar que cambie la toga por la pluma, y opte por la prensa como su principal tribuna de combate e instrucción. Toda su cultura, de amplísimos horizontes; su pasión por la historia y las semblanzas criollas; sus nociones de jurisprudencia; su espíritu rebelde y jovial se convirtieron en una gran amalgama que Roig volcó sobre las páginas de diarios y revistas. 

Desde muy joven, Roig había percibido el poderoso vínculo entre la prensa y la realidad social, así como la capacidad de persuasión de los medios para influir sobre un gran número de personas. Aparecer en una publicación periódica le aseguraba de antemano una posible lectura habitual, además de suscitar ese diálogo sustancioso entre periodista-lector del que tanto disfrutaba y del que tanto se nutría. 

Sin embargo, aunque dedicó gran parte de su tiempo a la labor periodística, no fue la función informativa por excelencia la que llegó a ejercer. Demasiado apretado e impersonal resultaba el género para sus ambiciones comunicativas. Cuando no se le veía con sus crónicas costumbristas, ahí estaban entonces sus afilados artículos o sus amenas imbricaciones. Opinar, analizar y enjuiciar hechos polémicos, desatendidos muchas veces por sus homólogos, resumen en síntesis ajustada la esencia del quehacer periodístico de Emilio Roig, esgrimidor indiscutible del llamado periodismo de opinión. 

Entre los múltiples tópicos controversiales abordados en sus artículos -muchos de ellos censurados por la política oficial o esquivados y negados por la mayoría de los medios nacionales-, uno en especial acaparó su atención desde tiempos tempranos. Apenas con 19 años, Roig blandió por vez primera, a través de las páginas de la Revista de Estudiantes de Derecho, el verbo punzante y locuaz de su noble espíritu en nombre de la mujer. Este sería el inicio de una de sus más enérgicas campañas, de la cual se hizo eco sobre todo el semanario Carteles, en el que se desempeñaba como subdirector en 1926. 

Al tiempo que se consolidaban los principios del feminismo en Cuba, y la lucha de las feministas por conquistar sus derechos políticos y civiles iba alcanzando mayor poder organizativo, también se intensificaba el pensamiento de Roig en torno a las circunstancias denigrantes en que vivía la mujer. Ni ellas ni él fueron recibidos con los brazos abiertos al aspirar a un cambio tan radical para las acomodadas costumbres burocráticas y sociales. 

Atrás habían quedado dos Congresos femeninos y un número considerable de organizaciones -algunas de las cuales aún prevalecían-, que colocaron el tema de la mujer en el centro de los debates de varios círculos de intelectuales y políticos. Lástima que no en todos los casos fueron positivas las reflexiones, ni activa la lucha que pudieron haber emprendido hombres de amplia cultura. En su lugar se abrieron paso el temor, la incomprensión y la reacción intolerante.  

Si bien en la prensa algunas mujeres habían logrado modificar el estereotipo temático que hasta ese momento las ataba a una imagen hogareña, carente de intelecto para enfocar temas álgidos o para comprender su condición discriminada, éstas tampoco encontraron muchos espacios de amplio acceso, dispuestos a asumir un discurso feminista de reivindicación. ¿Qué esperar, entonces, de sus homólogos masculinos, absortos en cuestiones ajenas o de espaldas a “uno de los más formidables movimientos sociales que el mundo ha presenciado”, como dijera el insigne pedagogo Arturo Montori, en su libro Feminismo Contemporáneo? (1922: 50) 

Como ningún otro representante del “sexo fuerte”, profesional además del medio periodístico, Roig desafió con sus extensos artículos la voluntad de la tradición por tal de llevar a los códigos, a la práctica diaria, la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. A través de sus espacios habituales en Carteles, dio muestra constante de avanzadas concepciones respecto al estado de vasallaje y desprotección en que vivían las mujeres, tanto en el hogar como en las oficinas públicas y privadas, talleres e industrias.  

Pero más allá de la sola defensa de los intereses femeninos, Roig desplegó una labor de concientización que no sólo tenía por finalidad llevar los preceptos del feminismo a hombres y mujeres ajenos a la problemática, sino alertar sobre el papel de la unidad entre las féminas como punto de partida para poder alcanzar los objetivos propuestos, y sobre la necesidad de preparación para el desempeño futuro de tales conquistas. Adhesiones y observaciones numerosas provocaron los artículos que hoy se abordan, destinados en parte a recepcionar la amplia gama de criterios que en torno a tan importante movimiento se gestaba.   

“Me parece oportuno y útil recoger en estas Habladurías el pensamiento y sentimiento femenino en lo que se refiere al feminismo, a las campañas que hoy se libran en todo el mundo en pro del reconocimiento de derechos y libertades civiles y políticas de la mujer y su igualdad, en cuanto a ellos, con los que el hombre se ha arrogado y disfruta.

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“… deseoso como he estado siempre de cooperar, aún en contra de las propias interesadas en el problema, al triunfo definitivo de esos ideales, justos e igualitarios, que considero interesan no solo a la mujer sino al hombre también, al hombre libre de prejuicios y convencionalismos ridículos y estúpidos, que con su espíritu abierto estudia el presente y trata de orientar más humanamente el porvenir”. (Roig en Ellas opinan sobre feminismo. Mayo 19, 1929: 28) 

Es así como el tema del sufragio, de la explotación de la mujer, del adulterio, del divorcio, de la maternidad, del matrimonio, de las uniones libres y de la prostitución son desplegados por Roig en más de 50 artículos de opinión entre 1926 y 1930. Cada uno de estos tópicos refleja por sí mismo su acentuado vínculo con la causa feminista, pues eran también éstas las principales temáticas discutidas en congresos nacionales e internacionales de mujeres, y en primera instancia, la razón de ser de varias asociaciones femeninas.  

Aunque es preciso señalar que sus campañas no fueron consecuencia de un compromiso expreso entre él y ninguna organización feminista o sufragista, no faltaron los agradecimientos y felicitaciones por tan brillante y noble labor (Ver Anexo 1 y 2). A ellos se sumarían las misivas personales de Mariblanca Sabas Alomá, Hortensia Lamar, María Villar Buceta, Aurelia Castillo y Sarah Méndez Capote, quienes intercambiaron correspondencia con Roig no sólo para encomiar sus acciones en este sentido, sino para compartir sus reflexiones particulares sobre el tema. Del mismo modo fue profusa la epístola con disímiles mujeres de todo el país, interesadas de una manera u otra por reivindicar su situación discriminante. 

Una muestra explícita de la postura ideológica de Roig en relación con la realidad  discriminante en que vivían las féminas, resulta la siguiente reflexión esbozada en su artículo La mujer civil y políticamente igual al hombre, que aparece bajo la autoría del Curioso Parlanchín, seudónimo con que firmaba en su sección Habladurías:

 “A pesar del cambio radicalísimo que en sus instituciones políticas se realizó en nuestra patria al terminar en ella la soberanía española y constituirse la República, la mujer, salvo muy contadas leyes, se encuentra sumida en la misma inferioridad y desigualdad respecto al hombre a que antes la tenían sometida las tradiciones, costumbres y leyes cristianas. Y esto es una injusticia, un abuso y una esclavitud, que la República ya es hora que repare, dándole a la mujer la completa igualdad social, civil y política que, no ya teórica y doctrinalmente le corresponde, y a la que tiene derecho, sino que además prácticamente, ha sabido conquistar en Cuba. 

“Esta igualdad de derechos para ambos sexos, que en otras épocas se consideraba como doctrina, o teoría, más ó menos aceptada, o discutida, del feminismo, constituye hoy un axioma que ningún hombre moderno ni ningún país civilizado pueden negar ni abstenerse de reconocer”.

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“Estos derechos que hoy pide la mujer se le reconozcan son tan legítimos como aquellos derechos del hombre, que marcaron, al ser conquistados, el derrumbe estrepitoso y sangriento del antiguo régimen y el comienzo del nuevo. Entonces desaparecieron los prejuicios y privilegios del nacimiento; todavía quedan y deben abolirse totalmente, los del sexo”.

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“Y todo esto sin temor hipócrita ni asombro ridículo. Hora es ya de que se vayan convenciendo los defensores de la inferioridad mental de la mujer (¿qué haremos con tantos, tantos y tantos hombres ignorantes, imbéciles e incapaces, que andan por esas calles, están al frente de esos negocios y ocupan esos altos y pequeños cargos públicos?), que sus ideas y sus opiniones se encuentran desprovistas por completo de todo fundamento, de toda lógica. Desdeñáis a la mujer por frívola, por grosera, por inspiradora de bajos placeres (…); sin tener en cuenta que en la ignorancia ha vivido porque así os convenía a vosotros y que vuestra enorme sabiduría se reduce las más de las veces a conocer por los periódicos el crimen de la semana, la última triquiñuela política o la actualidad deportiva; os negáis a concederle derechos civiles, mientras vivís a su costa y la explotáis en el hogar y en la oficina, la industria y el comercio; la consideráis incapaz de formar parte en el gobierno y la administración, después de los brillantes resultados obtenidos en los países donde goza de los derechos políticos.” (Marzo 14, 1926: 16) 

Para Roig era inaplazable que se le otorgara a la mujer todos los derechos políticos y civiles que hasta ese momento se le habían negado. Por lo que el alegato anterior, a pesar de lo contundente, apenas representa una aproximación general a los hechos, la cual fue dilucidándose de manera intercalada en acercamientos específicos (Ver Anexo 3).  

4.1. ¡Mujeres a las urnas! 

Con respecto a los derechos políticos fue clara su demanda: “La mujer cubana merece que se le concedan los mismos derechos que al hombre: derecho de sufragio, derecho a desempeñar todos los cargos públicos.” Así afirmaba Emilio Roig de Leuchsenring en un artículo de julio de 1927 (p. 25) que apareció bajo el título Promesa; no reconocimiento de sufragio femenino, y en el que queda demostrado de manera explícita su postura ante la principal ambición del movimiento feminista y sufragista.                   
Una vez más, entre tantas, Roig levantó su pluma con motivo de una ley arbitraria que pretendía, en este caso, especular con el derecho femenino al voto. Ante la conocida inclinación de los políticos por usar de banderín seductor el supuesto reconocimiento del sufragio a las mujeres, denunció la estratagema machadista para camuflar y desviar la atención ante los verdaderos propósitos de la ley: la instauración de la prórroga de poderes. Además, que ni siquiera el sufragio era otorgado completamente, sino que su concreción estaba atada a posteriores modificaciones. 

En este texto Roig demostró que era partidario no sólo de otorgar plenamente el derecho femenino al sufragio, sino que consideraba que la equiparación de derechos políticos entre hombres y mujeres se daba en que ellas tuvieran acceso a los puestos públicos. Valoraba en las mujeres la capacidad para desempeñar las labores gubernativas de manera encomiable. “¿Quién se atreve a negar que no lo puede hacer mejor que representantes, senadores, secretarios, magistrados, jueces, catedráticos, concejales?”

La defensa que establecería para la materialización de estos fines le llevó a enaltecer a aquellas naciones en donde se había logrado el voto femenino, lo cual significaba un decisivo progreso feminista, un avance formidable que llevaba al feminismo del campo de las declamaciones sentimentales y de las especulaciones doctrinales al terreno firmísimo de los hechos consumados. “Ayer fue en Rusia, hoy es en Inglaterra, donde la mujer participa plenamente, al igual que el hombre, en la vida política, social, administrativa de su país, y donde, antes de conquistar esa igualdad, en las leyes, la tenía conquistada en la vida, trabajando.” (En El triunfo de las mujeres que trabajan. Junio 23, 1929: 24)

Al referirse al triunfo del Partido Laborista Inglés, destacó el papel decisivo que protagonizaron las féminas en el desenlace de los comicios, pues a pesar de ser la primera vez, asistieron a las urnas cerca de cinco millones de mujeres. Ello representaba un triunfo para el desarraigo de la condición doméstica de la mujer, integrada ahora con voz y voto al futuro de su nación. 

“Cada voto de una de esas mujeres, era voto de calidad, voto conciente, voto con todo derecho emitido, no ya porque se tuvieran las condiciones legales electorales, sino porque era el voto de una ciudadana inglesa, (...) una mujer que había salido ya del papel de explotada y de explotadora, de ama de cría o muñeca de placer, para convertirse en un factor, laborioso y consciente, de todo el mecanismo social, político, industrial, comercial, de su país.” (Idem)

Entre calificativos de “paso de avance formidable” y “extraordinariamente simbólico”, Roig celebra el hecho de que una mujer forme parte del Gabinete de Gran Bretaña -se refiere a la Ministra de Trabajo, Margaret Bonfield-, y hace alusión a las luchas que entrañó la victoria de esta batalla, finalmente vencida por las mujeres. “¡Cuántos dolores, sacrificios, contratiempos, dificultades, decepciones, caídas, representa cada uno de esos votos laboristas de las mujeres inglesas! ¡Pero cuántas rebeldías y cuántas esperanzas significa también!” (Idem)

4.2. Leyes civiles y penales: rastros de la hegemonía masculina

Desde su doble condición de periodista-jurista, Roig también exigió una transformación radical del Código Civil y Penal. Contra todos los artículos que obstaculizaban la legítima emancipación de la mujer arremetió con argumentos irrefutables. Su tesis: demostrar lo absurdo de ciertas disposiciones como prueba de una desigualdad milenaria que a la altura del siglo XX era imposible de tolerar. Su finalidad: lograr la absoluta igualdad entre el hombre y la mujer como muestra del triunfo decisivo de las ideas civilizadas. 

En este sentido, un mérito indiscutible, que demuestra además su pericia periodística, fue tratar de comprometer públicamente a destacadas e influyentes personalidades de la época con el rotundo cambio que él promulgaba. Un caso distintivo estuvo relacionado con la Comisión Nacional Codificadora de 1926, cuarto gran intento por reformar los vetustos códigos cubanos luego del cese de la dominación española. Al presidente de la Sección de Derecho Penal, el Dr. Fernando Ortiz, amigo y mentor, aludiría Roig en uno de sus artículos dedicados al delito de adulterio: 

“En las leyes penales, su Presidente, el Dr. Fernando Ortiz, es el encargado de redactar el nuevo Código Penal. Por su talento, su cultura y su amplitud de miras, es de esperar que nos ofrezca un Código verdaderamente nuevo donde se recojan las modernas tendencias penales, y se supriman muchos delitos que en la época actual no tienen razón de existir”.

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“Dr. Fernando Ortiz: en el nuevo Código Penal cubano que está usted redactando, ¿va a suprimir o ha suprimido ya el delito de adulterio? Si así lo hace, como esperamos de su radicalismo doctrinal y su amplio espíritu moderno, habrá hecho usted una obra buena, humana y justa, y logrado para Cuba un prestigio jurídico universal y dado un paso de avance formidable a favor de la transformación social que en todo el mundo se avecina. Con ello Cuba no podrá decir, cuando llegue ese movimiento inevitable, que no se ha preparado, en algo, para recibirlo.” (En El delito de adulterio debe desaparecer de nuestro Código penal, Febrero 28, 1926: 16)

Otro llamado similar correspondió a la subcomisión de leyes civiles, presidida por el Dr. Antonio Sánchez de Bustamante, toda una institución dentro de la abogacía nacional e internacional: 

“Uno de los problemas que debe abordar y resolver, sin dudas ni vacilaciones, la Sección de Derecho Civil de la actual Comisión Nacional Codificadora, es el de la igualdad de derechos civiles entre el hombre y la mujer. (…) ¿No es verdad, ilustre maestro Bustamante, que en su ponencia al Libro II, de los Derechos Familiares, usted reconocerá y regulará esa igualdad entre ambos sexos? Si así lo hace usted, como no tengo dudas, y lo aprueban sus compañeros de sección, merecerán ustedes bien de la patria y de la humanidad.” (En La mujer civil y políticamente igual al hombre, Marzo 14, 1926: 16) 

En este caso la respuesta no se hizo esperar. En las dos próximas publicaciones de la revista aparecieron íntegramente las misivas que en contestación a Roig enviara Juan Marinello, Secretario de la Sección de Legislación Civil de la Comisión Nacional Codificadora (Ver Anexo 4 y 5). Aunque Marinello aseguraba que se habían dado los primeros pasos para derribar la condición de la mujer “capiti-deminuida hasta no más”, reconocía el carácter inconcluso de las posibles aprobaciones. Pues sólo el Congreso de la República tenía la autoridad suficiente para dictar la última palabra. No obstante, exhortaba a Roig a continuar la labor redentora: 

“... ocúpate, desde tu semanario leidísimo, de propagar la necesidad de cambio, a fin de que la reforma legal no irrite demasiado cuando llegue, a los que se gozan en su privilegiado status. Si exteriorizaran ánimo de resistencia anúnciales, desde Carteles, una revolución de mujeres, que como hayan experimentado lo que puede una sola, cuando se lo propone, se darán por vencidos. Tú verás como se gana la batalla sin disparar un tiro.” (En Sobre feminismo civil II, Marzo 28, 1926: 14) 

Era de esperar que el incentivo de estas palabras animaran los esfuerzos de Roig, ya que fue de por sí un triunfo el que sus mociones surtieran efecto. Pero sólo eso, un estímulo. Empeñado por convicción en equiparar política y jurídicamente a la mujer, y no por impulsos populistas, Roig había comenzado a poner en evidencia, con mayor intensidad y sistematicidad que antaño, los múltiples atropellos contra la mujer legalizados por el gobierno.  

Según él, existían en Cuba para la fecha millares de mujeres de pueblo y de la clase media que habían logrado conquistar con increíbles resultados el ámbito laboral, y sin embargo continuaban sometidas al hombre -marido, padre o hermano- por efecto de la legislación vigente. A su criterio, el Código Civil cubano debía dar a la mujer, una vez alcanzada la mayoría de edad, que debía ser la misma para ambos sexos, una absoluta independencia económica dentro y fuera del matrimonio, soltera, viuda y casada: 

“... pudiendo libremente vender, gravar y comprar sus bienes sin necesidad de licencia marital, disposición de todas sus propiedades, entradas, ganancias o sueldos sin el consentimiento del marido, en una absoluta separación y libertad económica; con él debe ejercer la patria potestad; se la debe permitir el conservar, al casarse, su nacionalidad, y tener a los fines comerciales, si fuese necesario, domicilio legal distinto del marido. Frente al viejo precepto, hoy en vigor, de que «el marido debe proteger a la mujer y esta obedecer al marido», establézcase el nuevo, justo y humano, del mutuo y recíproco respeto y protección. 

4.2.1.  El Divorcio 

La aprobación del divorcio había sido un beneficio legislativo de gran importancia para las mujeres. Si las cosas no iban bien en el matrimonio, el hombre siempre podía buscar “alicientes” fuera del hogar sin el menor temor al repudio social o a las posibles consecuencias legales de sus actos, pues nada lo penalizaba; pero para la mujer la realidad era bien distinta. Atada al marido como objeto secundario, no tenía escapatoria ante los vejámenes de obra o palabra que sobre ella pudiera hacer recaer el marido. Y si buscaba afecto o placer en otra persona que no fuera su cónyuge le eran seguros el rechazo público y el castigo gubernamental. 

Mucho antes de que se aprobara la ley en 1918 esta temática había acaparado la atención de Roig. De hecho, su primer artículo relacionado con la necesidad trascendental del divorcio data de 1910. También fue crucial su trabajo La Reforma del Código Civil y el Primer Congreso Jurídico Nacional, presentado cinco años después como antesala al evento, desarrollado en el país en 1916, y al que correspondió la tarea de proponer nuevas modificaciones a los estatutos.  

Incluso la propuesta de ley al Senado y a la Cámara fue seguida por Roig desde las páginas del semanario Gráfico, desde donde intervino con gran audacia ante las influencias retrógradas de algunas personas y comunidades religiosas, que intentaron entorpecer el desenlace favorable de las votaciones. Aunque los largos debates dieron al fin sus frutos, la ley del divorcio quedó implantada con recortes y numerosos requisitos que lo dificultaban en muchos casos o lo imposibilitaban en otros.  

Si en aquella ocasión las protestas católico-reaccionarias[1] habían tratado de impedir la aprobación del decreto -y de hecho lograron dificultarlo, para luego considerar como tacha denigrante al ser divorciado-, ¿qué nuevas maquinaciones se tramarían durante la sesión de la Comisión...? Esta misma pregunta inundó el sentir previsor de Roig, quien desarrolló al unísono una campaña preventiva y acusadora. 

Con la premisa de que el divorcio no representaba un mal, mayor o menor, sino el remedio de un mal, expuso las repercusiones sociales y familiares que evidenciaban su función reparadora y respaldaban su existencia, para así generalizar en los lectores un clímax de aceptación favorable. Como muestra de su aguzado sentido como periodista para capturar las posibles interpretaciones que a nivel social pudieran manifestarse, Roig partió de la refutación de estas mismas conjeturas para fundamentar los cambios que según él debían establecerse a la ley del divorcio. La conclusión fue decisiva: 

“En el divorcio debe estar equiparada también, en todo, al hombre, considerándose la causal de adulterio exactamente lo mismo para él que para ella; divorcio que debe tener una tramitación rápida de dos o tres meses a lo sumo, y concederse no solo por el mutuo consentimiento de los cónyuges, como hoy existe, sino también por la sola voluntad de uno de ellos.

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“En el Uruguay existe por la sola voluntad de la mujer. Fue un paso de avance que dio esa progresista República hermana. Pero hoy no debemos conformarnos con ello, dando ese privilegio a la mujer; mi tesis de la absoluta igualdad civil entre el hombre y la mujer, la traigo también al divorcio. Basta que uno de los cónyuges diga que no puede seguir viviendo con el otro para que se le deba dar el divorcio.” (En La mujer civil y políticamente igual al hombre, Marzo 14, 1926: 16 y Sobre el divorcio: lo que hoy en Cuba; y lo que debe ser II. Abril 4, 1926: 14) 

El influjo de las más avanzadas tendencias del derecho, llevadas a la práctica en algunos países del mundo como Dinamarca, Suecia, Alemania, Austria, Inglaterra, entre otros, habían condicionado de manera extraordinaria el pensamiento de Roig. Por eso no es de extrañar que una de las pautas cuestionadas por él con mayor énfasis fuera sin dudas el elemento causal del divorcio, axioma que limitaba medularmente la aplicación de la ley, al tiempo que generaba traumas adicionales que podrían haberse evitado:  

“La mayor causa de separación entre marido y mujer es precisamente esa: no tener ninguna causa. No se quieren, no se congenian, la vida juntos se les hace aborrecible. ¿Qué mayor motivo para que se separen? Y esto ocurre en casi todos los casos. Convencidos uno o los dos, que deben separarse, como la ley no les facilita el hacerlo en el segundo caso, natural, tranquila, decorosamente, tiene que acudir el cónyuge que desea romper los lazos, al divorcio causal, provocando entonces, violenta y escandalosamente, un motivo. Uno y otros inventan pruebas, fabrican falsos testigos. Interioridades familiares se sacan a la luz pública. Los hijos se ven envueltos en esta lucha enconada de sus padres; se dividen; se ponen unos frente a otros también, o sufren callados la desgracia que deben a la ley.” (En Sobre el divorcio: lo que hoy en Cuba; y lo que debe ser  II, Abril 4, 1926: 14)

El interés por este tópico no concluyó con la culminación de la Comisión Nacional Codificadora, que en definitiva alcanzó a transformar bien poco la situación sojuzgada de la mujer. Para 1929, Roig aún continuaba dedicando parte de su tiempo y reflexiones al seguimiento de la temática, sobre todo mediante el uso de la estadística.  

4.2.2. “Hasta que la muerte los separe” 

El pensamiento de Roig puede considerarse avanzado para su tiempo, quizás revolucionario en muchas concepciones. Las primeras características que descuellan son su profundo anticlericalismo y el escepticismo total ante las instituciones fuertemente arraigadas como el matrimonio. “Hombre y mujer se unen, «para siempre», sin saber si se gustan o no, si sus caracteres se compaginan y armonizan, aunque sean desiguales, si han de estar compenetrados física y espiritualmente.” (En Las uniones libres. Noviembre 25, 1928: 22) 

No sólo lo identifica como una de las causas de la esclavitud de la mujer y de su subordinación al hombre, sino en muchos casos lo recrea como un mero convencionalismo social sobre el que se compromete la pareja más por hábito o presiones de la familia que por reales sentimientos de amor. Creía que suprimiéndolo se agotarían las hipocresías propias de la institución imperantes en la época, y la mujer ganaría en libertad.  

Roig, confiaba en que a la postre sus propuestas serían tomadas en cuenta y las uniones libres primarían como forma válida de la alianza entre hombres y mujeres. “Ya llegaremos también a conquistar la otra victoria: la libertad de amar, la no intervención del Estado en la reglamentación de las uniones entre hombre y mujer.” (En ¿Casarse para descasarse?. Febrero 23, 1930: 30)  

Documentado en la prensa extranjera y en las proposiciones de varios juristas de la rama, sobre todo foráneos, Roig distingue como posibles salidas a la crisis de la institución matrimonial, dos tipos de paliativos fundamentales: los matrimonios cambiados y la infidelidad; y el divorcio o los matrimonios condicionales, de prueba o uniones libres. Los primeros constituyen acuerdos donde cada uno de los miembros de la alianza finge no saber lo que acontece en su entorno. Básicamente consiste en dos matrimonios que intercambian parejas como antídoto contra su propio aburrimiento.  

Aunque Roig sólo recoge y analiza lo que proponen otras personas, no disimula su entusiasmo por la segunda propuesta. Cree que es uno de los atenuantes válidos para aliviar el fracaso de la institución matrimonial y para prever aquellos casos en que las personas se casan sin conocerse del todo y luego descubren que ni siquiera se gustan.  

“Afirman los defensores de los matrimonios condicionales, que hombre y mujer que desean unirse por el vínculo matrimonial, deben antes hacer vida en común por un tiempo prudencial para saber si están hechos el uno para el otro, si hay posibilidades de que la unión tenga la mayor permanencia posible. (…) Y este tiempo de prueba, ¿qué viene a ser en el fondo, sino una unión libre? Este matrimonio condicional, consiste: ya en llevar vida en común, pero sin consumar la unión sexual, ya consumándola también.” (En Las uniones libres. Noviembre 25, 1928: 22)

Una de sus batallas más denodadas fue la referente a la pertinencia del matrimonio civil como el único válido en la República. Desde este argumento no solo atacaría a los clérigos, sino que expondría la necesidad de que los hijos fueran todos iguales ante la ley, es decir, sin distinción entre bastardos y legítimos, uno de los puntos pendientes más controvertido de las agendas feministas.     

“No es al matrimonio civil, y muchos menos el religioso, ambos en completa crisis mundial, lo que es necesario fortalecer y defender. Dejemos la institución que se hunda, sola, o contribuyamos a hundirla en su propio descrédito, hasta lograr que desaparezca por completo, y sea sustituida por las uniones libres, sin intervención alguna del Estado.

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“En estos tiempos, repito, en que la humanidad se orienta hacia otra vida mejor de justicia e igualdad, ¿nosotros los cubanos vamos a restablecer el matrimonio religioso, alegando que con ello se legalizará la situación de muchos hijos ilegítimos? O sea, ¿vamos a reafirmar la estúpida división existente todavía de hijos legítimos e ilegítimos, buscando una nueva forma de legitimar a los ilegítimos y, por lo tanto, de degradar más a los que continúen siendo ilegítimos? No, no es matrimonio religioso lo que necesitamos, ni es legitimar a los hijos ilegítimos lo que debe preocuparnos.” (En Uniones libres y los hijos todos iguales ante la ley, 15 de junio de 1930) 

Por otro lado, una de las inquietudes introducidas por Roig en la prensa de la época, y de gran relevancia por su connotación, fue sobre la sexualidad femenina. Ante una misiva en la que le cuestionan sobre si las mujeres pueden sentir deseos por otro u otros hombres que no sean sus novios o esposos, abre una encuesta a la opinión femenina, a la que da seguimiento desde su columna en Carteles.  

Es entonces cuando las más disímiles opiniones sobre tan peliagudo tema toman lugar, revelándose la preocupación del periodista por dar salida a aquellas preocupaciones que en ningún otro sitio podrían exponerse. El tópico de la sexualidad femenina, tenido siempre a menos en Cuba durante estos años, emergió desde esta columna como algo real, relevante y legítimo. Esta motivación de Roig quizás obedece a la herencia obtenida de intelectuales que le antecedieron y demostraron tener cuestionamientos similares. Tal es el caso de Miguel de Carrión, iniciador del debate de la sexualidad femenina y del divorcio en la Isla, a principios del siglo XX.  (González Pagés en entrevista a las autoras) 

Él mismo se describiría como un confesor sin confesionario, al que acudían no pecadoras a confesar sus faltas, sino mujeres. Las más de 6300 cartas que recibió arrojarían información reveladora sobre la vida íntima de miles mujeres que se abrían a Roig con total franqueza, como a un oasis de recepción antes inexistente. De ellas una importante conclusión sobresalió ante el tema de la encuesta: “Que no es posible establecer reglas de carácter general sobre las cuestiones relativas a las uniones y relaciones sexuales entre hombres y mujeres, ni principios, postulados. Que no existe el amor, sino tantas maneras de amar como individuos amantes…” (En Final de la encuesta amorosa. Diciembre 22, 1929: 26)

Roig opinaba que la mujer trabajadora podía disfrutar más libremente de su sexualidad. Ella, al ser independiente en materia económica, podía disponer de sí misma sin las presiones que solían tener aquellas otras que carecían de ingresos propios, y por lo tanto estaban sujetas a la voluntad de alguna figura masculina que las mantenía.  

“La mujer libre económicamente es la única que puede buscarse su vida y hacerse «su» vida, y convertir el amor en algo que no tenga sus raíces en la tienda de modas, la mesa y el techo, porque es la única que puede unirse al hombre que le gusta y quiera, no al que le convenga, y en la forma y tiempo que le agrade y únicamente mientras dure la atracción sexual y espiritual.” (En El matrimonio: la mayor desgracia de la mujer. Junio 3, 1928: 22) 

Aunque desde una perspectiva aún incipiente, Roig logra enfocar su discurso reivindicativo en el deslinde de unos y otras, con una preocupación manifiesta por la libertad de acción en la conducta sexual femenina. Es así como no se refiere al término hombres en su versión estereotipada, es decir, como portador y sostenedor de todo el género humano. En varios de sus artículos, cuyo eje central es la defensa de los derechos e igualdad femeninos, la diferenciación entre los vocablos referidos a hombres y mujeres es bien marcada. 

De manera general, cuando se refiere al sexo masculino, lo hace para explicitar la diferencia que existe entre él y su contraparte femenina, y en no pocos casos para denunciar el maltrato de que es objeto la mujer por la comunidad de varones. Asimismo eleva la condición femenina, hasta ponerla, en varios de sus artículos, muy por encima de su propio género. Más que un discurso unitario, que intente relacionar a unas y otros, Roig separa todo lo relevante en materia genérica. 

“Cómo la mujer cubana ha progresado en ideas; cómo ha ido rompiendo con convencionalismos ridículos de leyes o prácticas civiles, sociales o religiosas, y es más humana, más mujer, más sincera, más natural, aunque todavía, por culpa del hombre, no pueda siempre expresar en voz alta lo que piensa. En cambio, el hombre, en nuestra tierra, está cada día más atrasado, y su nivel moral es más bajo, en todos los órdenes. Es más egoísta, tiene menos personalidad, carácter más pobre, es más apático, más servil, menos hombre, aunque presuma de lo contrario.” (En Final de la encuesta amorosa. Diciembre 22, 1929: 26) 

Y en una ocasión anterior: “Son ellas, en Cuba, y no los hombres, los Quijotes de nuestro tiempo, prestas, como se hallan, en todo momento, a romper lanzas por toda noble causa.” (En En favor de la madre soltera y su hijo. Enero 27, 1927: 22)  

4.2.3. El delito de adulterio 

Si hasta aquí han sido reveladoras las posiciones de Roig, aún queda por abordar su postura respecto al más cruento de todos preceptos legislativos que ubicaban a la mujer en total desventaja. Lograr suprimir el adulterio como delito y derogar las infames condenas que por ellos recibían las féminas, mientras el hombre podía obrar a su antojo, fue una tarea de máxima prioridad para Roig.   

Aunque la persecución y procesamiento del adulterio no sobrepasaba los 30 casos para inicios de 1926 -cifra igual de alarmante si se razonan las condiciones dispares en que ocurría-, era un peligro permanente para las mujeres la posibilidad que tenía el marido “ofendido” de matar o agredir a su esposa sin el riesgo de condena alguna. Según Roig, la permanencia del artículo 437 en el Código Penal cubano era la prueba mayor del enorme atraso en que se encontraba sumido el país desde el punto de vista jurídico.  

Ello respondía al basamento anticuado en que se sustentaba el artículo, al considerar a la mujer como una cosa propiedad del marido, a cuya figura debía obediencia, sumisión y fidelidad, y al que estaba unida no como compañera e igual, sino como sierva y esclava, de la que podía disponer a su conveniencia y capricho, incluso de su vida. Ningún otro artículo era más injusto y anticuado que el delito de adulterio. 

“Injusto, porque parte de la base de la desigualdad con que considera el Código al hombre y a la mujer, castigando siempre a ésta en todo caso y al hombre solo cuando hay escándalo público, debiendo tener ante la ley, los dos iguales derechos y deberes. 

“Anticuado, porque el delito de adulterio no es en el fondo sino un resto de la barbarie de otros tiempos en que el hombre, considerando a su mujer como cosa y propiedad suya, podía exigirle su amor ante los tribunales, y castigarla cuando se lo negaba o se lo ofrecía a otro. Hoy que la mujer trabaja y se gana la vida, y hasta sostiene al hombre, tiene la libertad para amar a quien quiera y por el tiempo que quiera, sin que al hombre le corresponda otra actitud que la de correrse cuando vea que no lo quieren ni desean seguir con él.” (En El delito de adulterio debe desaparecer de nuestro Código Penal. Febrero 28, 1926: 16) 

El análisis de Roig partía de una visión pragmática de los hechos, pues en realidad el delito de adulterio no venía a ser otra cosa que la venganza del esposo contra lo que él consideraba una falta de su mujer, la cual casi siempre era culpa del propio marido, que no había sabido conservar ni satisfacer a su mujer por su torpeza o su estupidez.  

“¡El honor! Hay que castigar el ultraje que la mujer hace al honor del marido, dicen los hombres. El honor de una persona no puede depender nunca de la actuación de otra, sino de la conducta propia. La moral pública se quebranta con el adulterio de la mujer. ¿Y no se quebranta con el adulterio del marido, celebrado y protegido por las leyes y la sociedad? Aparte de que, precisamente si alguna persona es reservada en su conducta, es la mujer adúltera. Hace todo lo posible para que sus nuevos amores no trasciendan al público. Es el marido el que produce el escándalo y la ofensa a la moral pública cuando persigue criminalmente a su mujer por adulterio.” (Idem) 

Como rasgo ya conocido, no faltaron las controversias imaginarias que hacían de Roig un receptor sin par de la generalidad de la opinión pública. Poner la teja antes que la gotera, no fue para él uno de tantos axiomas populares que a veces acostumbraba emplear. A los esperados contraataques que casi siempre suscitaron sus artículos de índole feminista, respondía desde el mismo instante en que formulaba su tesis:

“Si actualmente se oye hablar de la ley de Talión, de la del Lynch o del bocabajo de nuestros antiguos esclavistas, nos revelamos ante la crueldad de esas bárbaras costumbres. ¿Y el artículo 437 no es más cruel, bárbaro y salvaje que esos procedimientos?  

“-No- objetarán muchos (maridos o futuros maridos) -el problema es muy distinto. Y enseguida nos lanzan a la cara como argumento aplastante en defensa de ese artículo: -¿Qué haría usted, si sorprendiera a su mujer con otro? Y nosotros, o mejor dicho, el 99 y ¾ de los hombres, ante esta pregunta que revuelve y hace brotar violentamente todos los celos del varón ofendido que ve, no solo que le quitan lo que considera propiedad suya -la mujer- sino también la situación del ridículo en que queda ante la sociedad, contestará fiera y resueltamente: -¡Matar! 

“Pero ni esta es manera de ser tratados ni resueltos los problemas de la índole y trascendencia del que tratamos; ni las leyes están para recoger y sancionar los impulsos violentos de los hombres, sino al contrario para reprimirlos, evitarlos y castigarlos.

“El adulterio como delito no produce beneficio ni a la sociedad, ni al hogar, ni a los hijos, ni al marido. Con él no se logra más que el escándalo público, la desgracia de una mujer, víctima o de su marido o de los ridículos convencionalismos sociales.” (En El delito de adulterio debe desaparecer de nuestro Código Penal. Feb. 28, 1926: 16 y en Un asesinato que la ley provoca y sanciona. Mar. 7, 1926: 14) 

Otro aspecto censurado por Roig, que viciaba inevitablemente la ley, era la oportunidad que tenía el esposo de apelar a una “legítima” ignorancia y sorpresa ante el hecho. Tan grave como el delito en sí era la forma en que se aplicaba por los tribunales de justicia y la inferencia que de ello hacían los hombres. ¿Qué era lo que pasa en realidad pasaba?  

“Que todos los hombres, ya sean ignorantes o sabios, ya pertenezcan a cualquiera de las clases sociales, le dan a ese pretexto del Código Penal la interpretación que les conviene: el marido tiene el derecho de matar a su mujer cuando la encuentra con otro hombre en adulterio. (…) Y como la costumbre considera impune al marido que mata a su esposa adúltera y los jueces, maridos casi todos, tienen para aquel la mayor lenidad, ese artículo es el propulsor de múltiples homicidios que quedan exentos de responsabilidad.” (En Un asesinato que la ley provoca y sanciona. Mar. 7, 1926: 14) 

Pero al artículo 437 no sólo se refería a los maridos engañados, sino que también extendía su aplicación a los actos paternales. Mientras la mujer tuviera menos de 23 años y viviera en la casa paterna, las mismas reglas descritas con antelación se aplicaban al padre que obrara contra su hija y su corruptor. Dicho de otra forma, el padre estaba en todo el derecho de matar o agredir a su hija si la encontraba con otro hombre. Argumento mucho más reprochable que fue también empleado por Roig para desacreditar su usanza.  

Estos hechos, aunque no muy comunes, pero igual de injustos e incivilizados, estaban vinculados, además, con otra circunstancia que llegó a ensombrecer el progreso femenino alcanzado en materia laboral. Al respecto Roig comentaba: “Y conozco casos llevados a los tribunales en que en el fondo del homicidio realizado por el padre en la persona del supuesto seductor de su hija, no había más que una vulgar explotación de la hija; y lo que el padre veía perdido no era el honor de ésta ni el suyo, ni el de la familia, sino el sueldo que ésta ganaba y con el que contribuía al sostenimiento de la casa.” (En Contra los maridos y padres que la ley hace asesinos. Julio 15, 1928: 16) 

Esta campaña en particular fue una de las más exitosas que Roig emprendiera en favor de los derechos femeninos, también promovida de forma análoga por el movimiento feminista cubano tanto en la prensa como en discursos, conferencias y mítines. A principios de 1930 desaparecía de una vez y para siempre del Libro II del Código Penal los artículos 437 y del 447 al 452. El adulterio de la mujer no sería considerado ya más como delito, ni se le otorgaría al hombre el privilegio de actuar con impunidad en detrimento de la mujer.  

4.3. Derechos sociales: la utopía del comienzo 

4.3.1. La explotación de la mujer  

Si bien las féminas habían dado un gran paso de avance al abandonar la vida sedentaria y dependiente que antes la ataba sin remedio a la figura masculina, dígase padre, esposo o cualquier pariente que velara por su porvenir nada alentador, este avance significó una victoria incompleta, pues al decir de Roig les había sido otorgada por el hombre en subsidio propio. Especial atención recayó en las mujeres de la clase obrera, más desprotegidas que ninguna otra, y en particular las despalilladoras. Eran éstas, según él, las que mejor podrían por su condición comprender la necesidad de un cambio sustancial.  

Ante el alarde de no pocos hombres que especulaban con el progreso femenino alcanzado para atribuir a la República aires regeneradores, Roig estremeció con rotundas verdades los argumentos de estas convenientes concepciones que ubicaban a la mujer en posición de sierva agradecida, “tan favorable” a su antigua condición que hacía parecer innecesarias posibles nuevas transformaciones. 

“La mujer cubana de hoy, apenas se parece, no puede negarse, a esa mujer de la época colonial (…). Goza ahora de mayor libertad, trabaja y se gana el sustento, tiene el divorcio y otras leyes civiles dictadas para favorecerla… Pero, ¿se ha traducido todo ello, en mayor libertad, nuevos y eficientes derechos civiles y políticos, justa consideración y reconocimiento de igualdad por parte del hombre? No; la mujer, en la práctica, sigue siendo tan esclava como en otros tiempos, e igualmente explotada. Solo han variado la forma y el procedimiento.” (En La explotación de la mujer. Febrero 21, 1926: 16) 

Por un lado, Roig reconocía y alababa los magníficos resultados de la mujer en la esfera educacional y laboral, obtenidos por voluntad y esfuerzo propios, al tiempo que desdeñaba el estereotipo simplista atribuido a la mujer desde épocas ancestrales, y consolidado en Cuba desde la época de la dominación española. En un eslabón superior, resultante del análisis valorativo de las dos anteriores variables, denunció la aparición de nuevos obstáculos devenidos formas renovadas de explotación, tanto en el hogar como en la vida pública, amén de que la opinión oficial y gran parte de la sociedad afirmara lo contrario. 

Un ejemplo ilustrativo, que por ser su autoría resulta mucho más convincente y válido, constituye la siguiente formulación ideológica expresada en dos artículos cruciales, uno ya conocido que es La mujer civil y políticamente igual al hombre, y el otro La explotación de la mujer, trabajo que suscitaría sobrados elogios y aprobaciones de la pluma de Mariblanca Sabas Alomá, quien dedicara especialmente todo un artículo a reconocer la valentía de Roig y su rotunda certeza, así como el efecto alarmante de sus palabras. 

“Hoy la mujer trabaja y se gana la vida ¡Admirable! ¡Preciada conquista! (...) Pero no trataréis de averiguar la triste odisea que sufre la mujer que desea ganarse honradamente el sustento. Si es fea y vieja se le cierran las puertas. Si es bonita, ¡cuántos halagos y promesas! Pero ¡cuántas claudicaciones tendrá que realizar! La condición tácita, sino expresa, para lograr o conservar su destino, será su cuerpo, vendido ahora por los mismos miserables pesos con que se paga mezquinamente su trabajo.

. . .

“Se acaba de promulgar una ley, llamada del 50 por ciento, que hace obligatoria la colocación de mujeres en determinadas industrias y comercios. ¡Qué generosidad masculina! ¿Sabéis cómo se está cumpliendo esta ley? Se coloca, efectivamente, a algunas mujeres, pero (y este pero es todo un poema de hipocresía) con la mitad o la tercera parte del sueldo que tenían esos hombres que desempeñaban esos puestos.

“Y esto ocurre en casi todos los establecimientos y talleres donde trabajan mujeres. La explotación que están sufriendo es vergonzosa. El hombre abusa de la desgracia y debilidad de la mujer, para hacer economía en su negocio y ahorrarse en sueldos una buena cantidad anual. Con la ventaja de que el trabajo de la mujer en esos casos es más eficiente, en general, que el hombre, porque la mujer suele ser más cuidadosa, lista, consecuente y honrada que el hombre, en su trabajo.” (marzo 14, 1926: 16 y febrero 21, 1926: 16)

Aunque Roig fue defensor de la necesidad de la independencia económica de la mujer -irremediablemente ligada a su preparación profesional o técnica-, nunca dejó de criticar las lecturas que en provecho de este paso cualitativo hicieron los hombres. En muchos casos, apenas las muchachas comenzaban a trabajar, acto seguido dejaban de hacerlo padres, esposos y hasta los “hermanitos de peso completo”. Por tanto, la mal llamada libertad económica no era más que un camuflaje ambivalente del verdadero desenvolvimiento libertador, “que se traduce en que contribuyen a los gastos de la casa cuando no la sostienen ellas solas y al padre inclusive”. (Idem) 

A tal punto ascendieron las calificaciones que Roig formulara para denotar el grado de impugnación pública que entre la gran masa de lectores de la revista quería generalizar, que no dudó en considerar a estos personajes como los más dañinos y temibles explotadores de la mujer que existían en la época. Incluso superiores a los llamados souteneurs[2], a los que se les prestó interés en su erradicación. Mucho más peligrosos los primeros en comparación con los segundos desde el mismo momento en que explotaban a las mujeres sin ser advertidos como tales por la sociedad y el gobierno.  

“Hay otros hombres que viven en sociedad, respetados y hasta queridos, modelos aparentes de ciudadanos, padres de familia, personalidades de relieve y significación en el comercio y en la industria; y, sin embargo, son más viles en la vil explotación de las mujeres que los propios souteneurs. ¿Queréis conocerlos? Son los padres que viven a costa de sus hijas, los hermanos que explotan a sus hermanas, los maridos que medran a sus esposas, los comerciantes, industriales, profesionales que lucran con el trabajo de sus empleadas y obreras.” (Idem) 

Por muy improbable o limitada que pueda parecer la aplicación de esta realidad, no es para nada exigua. Si por algún momento así se pensó, es hora de cambiar infundadas conjeturas a partir de la confirmación perturbadora que hiciera Mariblanca: “No sería exagerado afirmar que en el 95 por ciento de los hogares, esa que usted describe [se refiere al artículo de Roig] es la desconsoladora realidad. En mi oficina, en el Palacio de la Presidencia, donde quiera que he trabajado, he tenido la ocasión de conocer infinidad de mujeres explotadas por esos que usted llama los verdaderos souteneurs; especialmente por los comerciantes, los industriales y los profesionales.” (En La explotación de la mujer. Marzo 7, 1926: 36) 

Más allá de evidenciar y examinar los escenarios y gestores vinculados a la explotación femenina, Roig también se interesó por las causas que a su criterio hacían de la mujer blanco fácil de los maltratos masculinos. Del evento primigenio que representa la subordinación a la que estaba sujeta la mujer, se deriva un factor decisivo, relacionado con la educación integral y la capacitación profesional de la mujer.  

A medida que se alcanza un nivel de instrucción adecuado, en sintonía con las perspectivas espirituales de cada persona, existe una menor disposición a transigir con las condiciones desfavorables que el androhegemonismo impone. Una interpretación similar brotó de los artículos de Roig para desembocar en crítica abierta a las posibilidades educacionales al alcance de los distintos sectores que integraban la sociedad cubana, las cuales describió con acertado realismo.  

“La falta de preparación para el trabajo, la inutilidad para valerse por sí mismas y desenvolverse libremente en la vida, que padecen muchísimas mujeres, la gran mayoría de ellas, es lo que más contribuye a la explotación de que son víctimas por parte de los hombres, en tiendas, industrias, talleres y oficinas. Para convencerse de ello basta  examinar cuál es la educación que en general recibe la mujer.

 . . .

“¡Guay de los hombres el día que la mujer aprenda desde niña a discurrir por cuenta propia, no crea en mentiras religiosas, ni en prejuicios sociales, ni busque en el matrimonio un medio de vida, sino que, por el contrario, arraigue en ella el convencimiento firme, indiscutible -y lo lleve a la práctica- de que la base de su felicidad es la independencia económica!” (En La independencia económica, base de la felicidad de la mujer. Junio 10, 1928: 22)

Está últimas líneas contienen la tesis principal defendida por Roig como centro sustancial de su pensamiento pro feminista. Su concepción, muy a tono con los criterios de la generalidad, veía en el poderío económico de los hombres, en su sobreestimado deber de sustentar a los suyos, una ventaja manida, pero efectiva, sobre las mujeres. Por ello consideraba que mientras la mujer no se independizara económicamente del hombre, no sería por éste respetada, y mantendría su estatus sumiso.  

Pero esta conquista estuvo sujeta a ataques constantes. Por un lado era aprovechada por los hombres en beneficio propio, y por otro, era entorpecida y devaluada por muchos hombres y muchas mujeres que miraban con desdén y desaprobación el impulso de unas pocas féminas por abrirse paso con su esfuerzo, sin caer en dependencias autoritarias. Por eso no es de extrañar que para 1931 sólo el 3,7% de las mujeres cubanas en edad laboral estuvieran desempeñando alguna función[3]. ¿Qué hacía la gran mayoría? Rehusarse o carecer de estudios que las capacitaran.  

Y es allí donde la labor de concientización que llevaban a cabo las líderes ideológicas del movimiento feminista cubano, y en este caso Roig con sus artículos, tuviera una vital importancia, pues dentro de las propias mujeres existían rivalidades y antagonismo de clase que debían ser superados, cuestión que no es para nada inédita, sino que en la historia de todos los movimientos sociales ha estado presente. Una ramificación podría verse en el cierto descrédito que sobre las feministas se había cernido, producto de los escándalos y confrontaciones.   

Al igual que Mariblanca Sabas Alomá, Roig veía en la mujer misma su mayor rival. Y en este sentido, asumió un discurso fustigador de alcance constructivo: “no de crítica simplemente demoledora o difamadora, sino de advertencia y consejo de quien desea que los males que se señala desaparezcan, y está empeñado, no de ahora, sino desde hace muchos años, en que la mujer goce plenamente todos los derechos y libertades sociales, civiles y políticos que el hombre le ha usurpado y usufructuado.” (En Hermanas, no enemigas. Abril 28, 1929: 26)  

“Los que estamos convencidos que esta hora [se refiere a la ya cercana a hora de la mujer], inevitablemente, ha de sonar en breve, como sonó en su día la hora de la emancipación del hombre e igualdad del hombre, sin distingos de razas, cunas ni situación económica, nos preocupa que algunas mujeres, cuando ese instante llegue, no se den cuanta de la significación y trascendencia de sus conquista, ni comprendan debidamente la importancia del papel que están llamadas a desempeñar, no dentro del hogar, como hasta ahora, sino en la marcha futura de la humanidad. Y es ineludible, que una vez que la mujer conquiste derechos y libertades y se iguale al hombre, su responsabilidad ha de ser aún mayor, (…) porque ella tendrá entonces doble fuerza y doble poder que el hombre, ya que no debe perder su influencia y predominio en el hogar.

“De esa responsabilidad futura es necesario que las mujeres se den cuenta y se preparen para asumirla y desenvolverla.” (En Mujeres vs mujeres. Febrero 17, 1929: 22 y Hermanas, no enemigas. Abril 28, 1929: 28)

4.3.2.  Por las mujeres de “vida alegre” 

En Cuba y en muchas partes del mundo el tema de la prostitución y la trata de blancas -llamado así no por el color de la piel sino para denotar la candidez e inocencia del alma de las mujeres convertidas en mercancía de contrabando- eran problemas candentes de solución contradictoria, pues lo mismo resultaba intolerante, como beneficioso para el bolsillo de políticos, gansters o burócratas, sumidos en una red de dependencia viciosa.

Especialmente en la Isla esta descripción encajaba de maravillas. Bajo el ardiente sol del trópico la prostitución proliferaba como un negocio rentable, rechazado por las mismas personas que defendían su desaparición a toda costa; mientras que a una gran distancia, para no comprometerse, “oían sonar la contadora”. La oficialidad y los señores y señoras de sociedad acudían a la moral pública y a al carácter improcedente de los actos para tratar de revertir la situación. De paso justificaban también la cacería hostil y el desdeño generalizado que sobre las mujeres prostituidas se extendía, cual medida purgatoria.

Por abandonar las normas de conducta estimadas para mantener el concepto de honorabilidad y caer en los abismo de la prostitución,  miles de mujeres cubanas eran víctimas de la apatía colectiva, intensificada por períodos. Despreciadas por la sociedad, aún después de tratar de reivindicarse, casi nunca existía la posibilidad de volver a ser admitidas en el concierto de las personas honorables.

Si bien Roig se había levantado en contra de los souteneurs, calificando de justificadas y dignas de loa las medidas tomadas contra tan funesta alimaña, no dejaba de reconocer el carácter abusivo que solían adoptar estas cacerías en relación a las mujeres. Por momentos parecían ser éstas las únicas implicadas en el fenómeno social que había que perseguir y castigar, sin detenerse a pensar en otras posibles finalidades.

“... se confunde la justa persecución y la necesaria guerra sin cuartel que debe librarse contra el negocio y la trata de blancas, contra el traficante, contra el souteneur y contra la dueña, con el amparo y la ayuda que es necesario prestar a la pobre víctima de todos esos malvados, víctima también de la organización social, de la desigualdad económica de clases, de los gustos, deseos, caprichos, perversiones y necesidades sexuales del hombre (...)”. (En Por las mujeres de vida alegre. Septiembre 8, 1929: 22)

En defensa de la mujer prostituida, Roig traslucía el calvario angustioso y desesperante que rodeaba la vida de estos seres. Si vida podría llamarse al vivir sufriendo y muriendo, al renunciamiento constante de cuanto había de sagrado, de noble, de humano. Ante el rechazo social y estatal que hacía de la prostitución femenina un problema indeseable -pero muy lucrativo-, Roig contraponía la verdadera realidad de estas mujeres, poco conocida u omitida ex profeso para no herir los delicados oídos de una moralidad tan auténtica como la libre soberanía de la República.

Se combatía por extirpar el cáncer social de la prostitución, pero poco parecía importar su origen. Se prefería denigrar a la mujer prostituida sin pensar en las causas que a ello la habían conducido. Según Roig, la miopía intelectual que sufrían hombres microcefálicos, abundantes en Cuba, les impedía comprender que si ese género de vida proliferaba era por su propia culpabilidad. Pues para satisfacer caprichos y maldades necesitaban esclavas blancas, fáciles y baratas, explotables y despreciadas, no distintas en detalle alguno al maltrato e injusticia que tenían nuestros gloriosos bisabuelos con sus esclavos negros.

“Sí señor moralista, entufado, pulcro, puritano moralista, esas pobres mujeres a las que usted desprecia, aunque de ellas se aproveche cuanto le venga en ganas, a las que usted humilla sin piedad, tratándolas peor que esclavas, casi como animales irracionales, negándole no ya los derechos civiles, políticos y sociales, sino los derechos naturales, a las que usted persigue, acosa, acorrala y pretende aniquilar cual si fueran fieras; esas infelices y desvalidas criaturas, a las que la vida a convertido en mercenarias del amor, son también seres humanos, poseen inteligencia, corazón y sentimientos, ríen y lloran, aman y sufren… esas, también son mujeres.

“En cada una de ellas existe una tragedia íntima, callada, tristísima y desoladora. Ya es la miseria, el egoísmo o la explotación de unos padres, parientes o maridos, lo que las llevó, niñas o adultas, a la fábrica, al taller, a la labranza, a la oficina, al establecimiento. Allí bregaron día tras dría por ganar el mísero salario que semanal o mensualmente entregaban íntegro para el sostenimiento de la casa. Mientras, en la calle y en el propio trabajo, eran acosadas, ya brutalmente, ya con palabras engañosas, por los hombres.” (En Esas… también son mujeres. Marzo 21, 1926: 16)

Alentado por las iniciativas loables que en otros países se llevaban a cabo para evitar, contener o mejorar este supuesto mal inevitable, Roig proponía actitudes similares para acometer en la Isla. A la inhumana persecución, con el completo olvido de todos los derechos naturales y garantías individuales que la Constitución reconoce -aunque en la práctica no se cumpliera-, fomentaba a través de sus espacios en Carteles la posibilidad de mejorar desde la cuna la vida de la mujer y proporcionarle la manera de valerse por sí misma dándole trabajo y bienestar.

Aunque de manera general no faltaron las oposiciones a estas posturas, Roig reconoció que pocos artículos suyos habían recibido tan generosa y cálida acogida como los que se proponían reivindicar la imagen parcializada que hasta ese momento se tenía de la mujer trabajadora y de aquellas que vendían su cuerpo por dinero, o sea, las prostitutas o “mujerzuelas”. Según sus propias palabras, eran éstos, artículos “consagrados a defender el respeto y la consideración que toda mujer merece, sea cualquiera su estado y condición social, y, por encima de todas, la mujer que trabaja”. (En Por las mujeres de vida alegre. Septiembre 8, 1929: 22)

“Debo declararlo así públicamente, no por petulancia, que carecería de explicación y finalidad, sino como el medio mejor de expresar mi gratitud a las personas que me han tributado su aplauso, y también como la forma más adecuada de lograr la finalidad que me propuse en mi referido artículo Por el respeto a la mujer: denunciar públicamente los atropellos, los abusos y las explotaciones, las injusticias de que son víctimas, todavía en nuestros tiempos, las mujeres, por parte de sus compañeros, que continúan siendo amos y señores, dueños de vida y haciendas, en esta época, que se dice civilizada, más o menos como en aquellos tiempos calificados de bárbaros.” (Idem)

Las misivas laudatorias llegaron bajo la firma de mujeres y hombres que compartían la visión de Roig, y comprendían la amplitud del fenómeno sin dejarse llevar por el impulso moralista de los estereotipos y convencionalismos sociales. Algunas de esas cartas fueron enviadas por “mujeres de vida alegre”, que agradecían a Roig haber alzado su voz frente al doloroso calvario que padecen. Una en particular fue publicada por El Curioso Parlanchín en vista a su connotado carácter ilustrativo, y para derribar además falsos conceptos mediante una imagen certera de estas mujeres, no menos inteligentes que el resto (Ver Anexo 7).

La introducción a la epístola fue tan importante como los hechos y concepciones que contenía: “Serenamente deben ser leídas y meditadas las verdades que contiene, para ver si se logra que caiga la venda que aún cubre los ojos de hombres y mujeres sobre este problema, y se hace justicia a estas mujeres, que son seres humanos también, con iguales derechos que los demás, y merecedoras, por tanto, de igual consideración y de idénticos respeto y protección, por los demás, por la Ley, por las autoridades y por el Estado.” (En Un tema inmoral tratado moralmente. Septiembre 29, 1929: 22)

4.3.3.  ¿Maternidad vs soltería?

La maternidad fue otro asunto medular que encontró refugio en la columna de Emilio Roig. Varias fueron las cartas que le enviaron donde se citaban casos de mujeres que serían desempleadas por encontrarse solteras y estar embarazadas. Roig no solo las apoyó abiertamente sino que publicó, en su columna, misivas de otras personas en defensa de éstas.

Aunque en comparación con los otros, este tema fue atendido por Leuchsenring desde una postura más “pasiva”, dada la preferencia que mostró por reflejar las opiniones epistolares, ello no conspiró en contra de los objetivos que su autor se planteara al iniciarlo. El periodista instaba a los poderes gubernamentales a interceder ante las situaciones discriminantes que denunciaba, mientras demandaba la consideración y respeto que merecían, al igual que todas las otras, estas mujeres.  

“Y, ¿Qué tendrá que ver la maternidad con el matrimonio? Y ¿qué culpa tendrá el que va a nacer con el hecho artificioso y convencional de que sus padres hubieran ido antes de concebirlo a firmar un documento en presencia de un funcionario judicial?

. . .

“Vergüenza e indignación produce que todavía, imperen en la sociedad contemporánea prejuicios y convencionalismos tan absurdos y ridículos, como inhumanos y anticristianos; y que en las relaciones entre hombre y mujer continúe dándosele la importancia trascendental, por encima de todo, a ceremonias y documentos, y en cambio se prescinda, por completo, de lo único que debe tenerse en cuanta: la honradez, buena fe y sinceridad en la conducta.” (En Maternidad. Diciembre 30, 1928: 22) 

La deferencia conferida al tema de la maternidad se evidenciaba, también, cuando exponía los planes de construcción del primer hospital materno concebido en La Habana (el actual hospital de maternidad América Arias o de la calle Línea) y los beneficios que ello traería para la mujer.   

Luchar contra los prejuicios sociales era otra de las formas, quizás una de las más importantes, que encontró Roig para hablar a favor de los derechos femeninos. La permanencia de muchos de los tabúes que dictaran las costumbres en la Cuba colonial, se mantenían aún después de sacudido el yugo. La causa de la liberación femenina no podía verse independiente de la contienda en contra de los obstáculos que las buenas costumbres habían instaurado años antes. La maternidad de las mujeres solteras; la condición de los hijos nacidos fuera del matrimonio; la visión social de las féminas trabajadoras, significaron todos motivos de defensa por parte de Roig en estos años, lo que constituyó, paralelamente, la embestida en contra de los más crueles prejuicios sociales. 

4.4.1 Una cuestión controversial 

A pesar de haber desarrollado un discurso progresista en torno a la mujer, basado en la igualdad civil, política y social entre ambos sexos -cuando la generalidad de los hombres se oponía-, y de haber defendido con sólidos argumentos los principales derechos en boga por las feministas de la etapa, los presupuestos doctrinales de Roig no estuvieron exentos de imágenes prejuiciadas, referidas principalmente a determinados estereotipos de la feminidad, trastocados por la introducción de nuevos comportamientos sociales.   

Aunque Roig demostró poseer concepciones avanzadas para su tiempo, en especial respecto a la vida íntima de la mujer, algunos de sus artículos muestran vestigios de un rechazo consumado a la renovación de la imagen femenina en materia de apariencia física y vestimenta. Para quien proclamara a viva voz el derecho de la mujer a su libre desenvolvimiento, resulta contrastante ver la posición de rechazo que adopta ante los drásticos cambios de la moda que se sucedieron en los años '20.  

Por un lado, Roig defendía con total convicción el respeto a las libertades individuales, y decía que ya era hora de que la mujer tuviera plena capacidad para dirigir su vida y tener dominio de su personalidad, mientras que por otra parte, restringía con abiertas críticas el desenfado con que las algunas mujeres acogían  las faldas cortas, las melenas a lo garzón o los nuevos modos desenvueltos de proyectarse en sociedad, cuestiones abordadas a plenitud en varios de sus artículos costumbristas, de amplios matices hilarantes. 

Sin embargo, amén de lo que podría pensarse, esto no representa una contradicción insuperable en el periodismo pro feminista elaborado por Roig. Como tampoco resulta una negación a sus opiniones en general y a sus análisis; lectura inequívoca que podría asociar la tesis hasta aquí defendida con mero populismo, demagogia, o congratulación con el movimiento femenino, cuando todo ello dista de los argumentos contundentes ya expuestos, y de sus interacciones prácticas también reflejadas.  

En un estudio retrospectivo, ningún hombre o mujer puede descontextualizarse de su tiempo, ni de los principios morales que en ella se imponen por siglos de dogmatismos religiosos. Incluso en el período estudiado muy pocas mujeres se salvaron de caer en los prejuicios de su educación patriarcal conservadora, a la que también Roig estuvo sujeto. ¿Quiénes lo lograron? Las intelectuales de vanguardia sí; pero solo unas pocas. El peso de la directiva del feminismo en Cuba -y qué decir del resto- se quedó atado a la imagen hogareña[4] de la mujer, recatada en su conducta y henchida de antagonismos clasistas. Por lo que Roig no fue la excepción.  

Negar la permanencia de un estereotipo convencional: imposible. Pero también es preciso conocer no sólo la época, sino la coyuntura analítica en que se enmarcaban estos juicios discriminantes. Pues no se trata de una crítica gratuita para desacreditar nuevas maneras femeninas. Más bien podría adjudicarse una conclusión errónea. Para Roig, las flexibles interacciones públicas entre los sexos, que imponía la modernidad, o las nuevas maneras de vestirse o pelarse, que constituían verdaderas exhibiciones públicas de lo que en antaño fue sagrado, eran prebendas concedidas por los hombres no para liberar a la mujer en realidad, sino para continuar aprovechándose de ella mediante nuevos artilugios.                                                                                    

“El hombre le ha dado a la mujer mayor libertad para vestirse, salir sola, disponer de su persona… con el objeto de poder gozarla más fácilmente. ¿Qué son las modas actuales sino una exhibición permanente que el hombre se proporciona de las bellezas que antes la mujer guardaba solo para aquel que a ella se unía? Hoy casi todos los tesoros de su cuerpo los ofrece a la vista del público en calles y salones. Hoy la mujer sale sola… para que el hombre la tenga más fácilmente a su alcance; y dispone libremente de su persona… a favor del hombre.” (En La explotación de la mujer. Febrero 21, 1926: 16) 

Estas reflexiones fueron formuladas a partir de la tesis cumbre de Roig, sustentada en que algunas leyes y beneficios concedidos por los hombres a las mujeres hasta ese momento, eran sólo derechos truncados, otorgados para hacer alardes de civilismo, sin una auténtica conciencia liberadora. Y aunque así lo demostró en múltiples ocasiones con ejemplos decisivos, realmente éste último, carece de validez y denota una postura prejuiciada.  

No obstante, esta actitud parece haber evolucionado de forma considerable; aunque sin una perspectiva conciente del progreso alcanzado respecto a dichas  concepciones -aspiración difícil para un carácter como el de Roig, pertinaz y enérgico, similar al de muchos de sus coetáneos o tan típico en el actual siglo XXI-. Imbuido por nuevos criterios, en consonancia con una mayor madurez intelectual, Roig pareció olvidar sus antiguas posturas cuando años más tarde arremete contra aquellos que adoptaban actitudes semejantes, lo cual no deja de reconocer la trasformación ostensible de su pensamiento.   

En un artículo de 1930, en que emprendía una de sus tantas críticas contra la institución matrimonial, Roig argumentaba para contrarrestar el espíritu reaccionario que circundó sus premisas: 

“Recuerden esas personas timoratas y apegadas a todo lo reaccionario; la enorme y espantable inmoralidad que hace veinte años significaba el que la mujer enseñase las piernas hasta las rodillas, o llevase el sobaco al aire o se cortase el cabello. Lo primero lo hacían con escándalo, las cómicas. Lo segundo, ni aún éstas se atrevían. Lo último, era señal inequívoca de ser «de la vida». Y hoy todas las mujeres, de todas las edades; llevan el cabello corto, enseñan las piernas… y algo más y llevan los brazos a lo “platanito sin cáscara”, no usan corset o usan “engañabobos”. (En Casarse para descasarse. Febrero 23, 1930: 30) 

Una perspectiva todavía más abierta y sorprendente, aparece reseñada un año después en uno de sus artículos costumbristas, género donde Roig manifestó por vez primera la postura contradictoria que dio origen a este apartado esclarecedor:

“Inútilmente la moral católica se pronuncia hoy contra la ligereza de ropas femeninas en la calle, en los salones, y contra el desnudismo de las playas, calificando esa falta de vestidos de lamentable síntoma de funesta corrupción social. En vano algunas de las abuelas de nuestros días clamarán por la moralidad de su tiempo. 

“Inútiles y vanas protestas que se pierden en el vacío de la más absoluta indiferencia por parte de la sociedad de hoy que sigue practicando el semidesnudismo y que ya empieza a lanzarse al total desnudismo. A las rígidas normas sociales de antaño, sustituye la libertad de costumbres de hogaño. A la separación de los sexos de ayer -«entre santo y santa, pared de cal y canto»- la camaradería de hombres y mujeres, en la casa, en la calle, en el paseo, en el trabajo y hasta en actos -como el baño- considerados antes, si se practicaban, estrictamente íntimos.” (En Novios de ayer y de hoy. Social, Mayo, 1931)

Otra manera de enfocar estas incongruencias temáticas viene dada por las propias articulaciones cognitivas que regían el mundo de la moda y la manera en que las mujeres a él se integraban, ya fuese por costumbre, por el tipo de educación o por la posición social. Múltiples artículos costumbristas[5] de Roig, versan sobre el fanatismo superfluo con que las mujeres acogían los últimos gritos de la moda. En este sentido, sus embates tenían por finalidad enjuiciar los intereses banales que acaparaban la atención de la mujer, atándola a un frívolo modelo que restringía sus ambiciones personales e intelectuales. 

Si bien el apasionamiento que siempre caracterizó a Roig contribuyó a alzar por momentos a la mujer hasta una condición de casi semidiosa, en la misma medida en que le restaba valores al hombre, no puede afirmarse que este entusiasmo cegara del todo su perspectiva. La visión de la mujer cubana por parte de Roig no estuvo determinada por un discurso unitario. En similitud con Mariblanca, Roig arremetió sin contemplaciones contra aquellas mujeres vanidosas, superficiales y ociosas que se negaban a entender la importancia de una trasformación radical en su modo de vida, así como el valor del trabajo para liberarlas del yugo del marido y del padre. Al respecto, mencionaba en una ocasión: 

“A los hombres que siempre hemos mantenido la necesidad imprescindible de reconocer a la mujer, sean cualquiera los defectos que puedan achacárseles, la igualdad de derechos civiles y políticos, en nuestra patria, y hemos roto lanzas, en todo momento, por la mujer caída, despreciada o abandonada por los hombres y por la sociedad; a los hombres que así pensamos y así actuamos, no puede achacársenos que sacamos a relucir estas lacras femeninas por rebajar a la mujer. Nos mueve, en cambio, el anhelo de que sean todas las mujeres las más eficaces colaboradoras nuestras en la obra de sus liberación en que estamos empeñados, y no de su mayor enemigo.” (En Mujeres vs mujeres. Febrero 17, 1929: 22)

A pesar de algunos desaciertos, los menos si se comparan con la osadas posturas que Roig asumió en los tópicos tratados, no puede desconocerse su labor en pos de los derechos femeninos, máxime cuando constituyó una de las pocas voces masculinas que se alzó a favor de ellas en esta etapa con una obra intensa, variada y sistemática, haciéndolo además, desde una revista popular y prestigiosa que era leída por varios sectores de la sociedad. Por lo que sus enérgicos planteamientos y corajudas intervenciones sobre la deplorable situación de la mujer republicana contribuyeron a la materialización de los logros que posteriormente fueron alcanzados.     

4.5  El estilo para comprender al hombre  

4.5.1.  Roig y el articulismo de opinión  

Muy poco se ha hablado del quehacer periodístico de Emilio Roig, específicamente de sus trabajos opinativos, los que transpiran desde empolvados archivos, ya en deterioro, una pasión fecunda por revelar la verdad oculta o mancillada, por enjuiciar, como polemista que era -tal y como lo catalogó Eusebio Leal en entrevista a las autoras-, lo que otros parecían olvidar o temieron afrontar. Y de lo estudiado más bien sobresalen aproximaciones temáticas, casi siempre relacionadas con su obra historiográfica y antiimperialista, de trascendental valía.   

Por su connotado atractivo e interés histórico-sociocultural sus crónicas de costumbres también han aflorado a la luz pública con frecuencia, o han sido referenciadas por reconocidas personalidades de la cultura cubana, estableciendo de forma involuntaria un fuerte estereotipo a partir de la simbiosis hombre-historiador-costumbrismo, que aún hoy perdura. Incluso hay quienes sólo distinguen a Roig por esta faceta, que si bien fue su más constante desempeño, no muestra, por los objetivos que persigue y los atributos propios del género, la riqueza ideológica del pensamiento crítico de Roig en torno a la realidad político-social que vivía el país. 

En consecuencia, han quedado al margen las loables cualidades de Roig como articulista y cronista social, vista esta última a través de la conceptualización que hace Gargurevich, reflejada en el Capítulo I, p.26. De acuerdo al estudio teórico que respalda el análisis y los enfoques con que fueron juzgados todos los trabajos de Roig pro feministas, escritos de 1926 a 1930, no caben dudas de su representatividad dentro del apartado de opinión, que tipifica una forma de hacer y decir particular del oficio periodístico, basada en la exposición, examen, enjuiciamiento y valoración de hechos de interés político, cultural, económico o social, como es el caso. 

En sentido general, el estilo articulista de Roig responde a tres modelos básicos para desarrollar los tópicos abordados en epígrafes anteriores. Aunque todos contienen características propias del artículo, como “madre nodriza” de los géneros de opinión, es evidente la imbricación de rasgos comunes de la crónica y el comentario. Unas veces predominan los perfiles puros y en otras oportunidades una combinación balanceada, o con la prominencia de determinadas peculiaridades de ambos géneros, alternadas a través de un atractivo instinto comunicativo.  

Casi siempre se trata de desarrollar una tesis primaria, referida a la discriminación de la mujer y a la búsqueda de la igualdad entre ambos sexos, o de contribuir a la reafirmación y defensa de dicha tesis, formulada en escritos precedentes. Ello se debe a una forma de trabajo en secuela que Roig acostumbraba a emplear. Ya lo decía el mismo al asumir sus trabajos como intensas campañas, que como tal demandaban una continuidad indispensable para abordar distintos aspectos de un problema, con la intención de cubrir sucesos o implicaciones de detalle.  

Sin importar qué tipo de género se emplea o qué variante resulta de la mezcla de los rasgos inherentes a cada uno de los géneros mencionados, la estructura de los textos no varía mucho del deslinde tradicional de las partes del discurso: inicio, desarrollo, final. A mayor exigencia de un impacto práctico-social inmediato, dado el vínculo del tema con eventos de actualidad simultánea, prevalece, entonces, una configuración inversa, o sea, son las conclusiones y/o soluciones que concibe el autor para resolver la contradicción que motivó su tesis, las que inician el abordaje del tema.

Al interior de los artículos estudiados se observó cierto equilibrio en el uso de los métodos básicos previstos para la exposición y el desarrollo de los juicios temáticos. Según la variedad de subtópicos o abstracciones reflexivas que Roig pretendía incorporar en el enfoque del núcleo polémico en cuestión, empleaba por factibilidad el método inductivo o deductivo.  

Lo mismo partía de hechos singulares, a fin de generalizar sus criterios mediante razonamientos explicativos, demostrativos o argumentativos que hicieran del suceso inicial un fenómeno general, al igual que del alcance de las concepciones esgrimidas; que partía de nociones o experiencias de índole más abarcadora o relacionadas parcialmente con el tema central, para luego dar a conocer y analizar el nodo del artículo con sus posibles ramificaciones.  

Otro elemento importante que contribuye a destacar modos propios del articulismo de opinión y del acervo profesional e intuitivo de quien escribe, es el comienzo del artículo, considerado por los teóricos como una de las partes más exigentes de la redacción periodística, puesto que en él se define el tono del trabajo, y de su calidad depende, en buena medida, que el lector sea atraído a la lectura del texto.  

Al prevalecer en Roig una inclinación por la escritura compleja, en el sentido de la extensión desmedida de oraciones y párrafos, no es extraño encontrar en ocasiones comienzos extensos, sobre todo, cuando emplea el método inductivo. No obstante, en la generalidad de los casos corresponden inicios concisos y atrayentes por su poder conclusivo, pintoresco y expectante.  

Por la riqueza expresiva que Roig incorporó a su obra, aparecen en ella todas las variantes para el inicio del artículo descritas en el Capítulo I, p. 32: afirmación concisa, interrogación en sentido afirmativo, proposición enigmática o paradójica, anécdota, cita, frase famosa o sentencia popular, nota humorística o información. Esta última muy en sintonía con el rasgo distintivo con que algunos teóricos han pretendido diferenciar, como géneros independientes, al comentario  y al artículo. 

Incluso aquellos que se arriman a esta perspectiva pueden encontrar en los textos opinativos de Roig ejemplares fidedignos a la misma, es decir, textos orientados a esclarecer, explicar o recrear hechos y problemas divulgados desde el punto de vista noticioso. Tal es el caso de Un refugio a la maternidad, El triunfo de las mujeres que trabajan, No es la trata de blancas la más grave explotación de la mujer, por solo citar algunos ejemplos. El interés por la actualidad informativa nacional e internacional fue una piedra angular en producción articulista de Roig. 

Por otro lado, aflora la crónica como comento e información, sin un ceñido compromiso cronológico. En el tratamiento del género propiamente o en la presencia de rasgos comunes en otros trabajos, se combina la narración de aquellos sucesos que más impresionaron o interesan al autor -según sus propósitos comunicativos- con los juicios de valor. En similitud con Gargurevich, Leñero y Marín, las crónicas periodísticas leuchsenrianas pueden verse como crónicas sociales opinativas, marcadas más por la emoción y la empatía que confieren anécdotas irónicas e incisivas, relatos realistas de una tragedia social; que por un lenguaje reposado y artístico.   

Desde el enfoque de los titulares también fueron identificados rasgos comunes del periodismo de opinión, que contribuyen a caracterizar el estilo de Roig en relación con la forma en que aplica los requerimientos de la profesión. De las clasificaciones representadas igualmente en el Capítulo I, p. 33-34, hay un predominio de los títulos enunciativos, tanto los de corte genérico como aquellos que indican la idea central o un juicio esencial contenido en el artículo.  

La variante llamativa, que como su nombre lo indica procura atraer la atención a través de diversas asociaciones, mostrando una imagen sagaz del periodista con la que el lector tiende a simpatizar, aparece en menor grado, con alusiones exclamativas e interrogativas, retruécanos y sentencias populares (Ej.: ¿Casarse para descasarse?, La mujer que ama a un hombre ¿puede sentir deseos por otro u otros?, Matrimonio civil, ¡y gracias!, Matrimonio, ¡qué remedio queda!, Un tema inmoral tratado moralmente, Los trabajos que pasan las mujeres que no trabajan, El rábano y las hojas, Los feminicidas). 

Por la correspondencia que debe existir entre los títulos exhortativos y la envergadura de la tarea que impelen, éstos alcanzan en la obra de Roig una exigua frecuencia de uso; pero bien justificada en cada caso. Si ante todo Roig se proponía inclinar a la opinión pública y oficial hacia una la toma de posiciones favorables en torno a la mujer, y de las mismas mujeres en torno a su condición discriminada, era inevitable el empleo de este tipo de titular, de mayor libertad en su extensión en provecho de la claridad y comprensión en el orden de sus elementos. (Ej.: El delito de adulterio debe desaparecer de nuestro Código Penal y Sobre el divorcio: lo que es hoy en Cuba; y lo que debe ser I y II

De manera general, todos responden a una base nominal, con algunos matices verbales en los casos exhortativos y enunciativos-enjuiciativos, dadas las particularidades de estas categorías. El número de componentes gramaticales oscila de 3 a 14 palabras, con un rango predominante de 3 a 8 vocablos, que muestra los picos de mayor reiteración en 5 y 8, específicamente. Las extensiones más prolongadas pertenecen, sobre todo, a los la variante exhortativa. Estos extensos titulares eran más proclives de aparecer en las revistas, por la amplitud de espacio y el peso menor de las exigencias informativas puras. 

Los mayores desaciertos de Roig desde el punto de vista estilístico pudieran apreciarse en la elaboración del final de los artículos, un momento clave que no por haberse dejado para último es menos importante. La pasión que Roig imprimía al desmontaje de sus premisas y al establecimiento de las correlaciones, argumentaciones y generalizaciones que sustentaban la defensa de las mismas, lo sumergía en un entusiasmo a veces desenfrenado que parece no tocar fondo.  

En varias oportunidades discurre de forma cíclica o emplea demasiadas abstracciones temáticas sin encontrar un cierre o una reanudación del tema central apropiados, que hace por momentos perder el hilo de la explicación, de la descripción, narración, etc. Aunque aún quede mucho por decir, el articulista debe encontrar el momento oportuno para rematar con la misma fuerza que comenzó el escrito. Sin embargo, ello no se aplica en Roig con la asiduidad que debiera. Amén de que en no pocas coyunturas sugiriera la continuación del tema en posteriores números de la revista o empleara finales abiertos.  

Como otro rasgo inherente a este tipo de periodismo, tampoco faltó el tratamiento de la correspondencia, la cual encontró en varias ocasiones amplios espacios cedidos por Roig. Diversas opiniones del gran número de lectores que seguían su firma o la sección Habladurías, incluso los criterios reaccionarios -los cuales eran desacreditados por el peso de las valoraciones enunciadas por Roig-, fueron canalizadas para denotar la riqueza del debate público que confluía fuera de los marcos de la revista, así como la repercusión de los temas tratados.   

Su preocupación por la mujer trabajadora, desprotegida o discriminada socialmente por causas fútiles o leyes injustas, fueron los dos grandes filtros que rigieron esta labor tan importante para el periodista, dada su función receptora y generadora de opinión. Algunas misivas daban pie a los artículos, mostrándole a Roig una realidad que podría desconocer o no comprender en profundidad, y otras contribuían a reforzar las observaciones y argumentos esgrimidos por éste, ganando en credibilidad y dinamismo. 

Por lo que Roig no sólo escribía para expresar su sentir como el vigía y vocero social que era por naturaleza, y que la actividad periodística había afianzado, sino que estimulaba este compromiso en sus lectores, al tiempo que se identificaba con la realidad que aquellos le descubrían, haciendo suyas las batallas de otros, con igual convicción como si fuera él la víctima de tales atropellos.

4.5.2.  El verbo como estocada.

La letra no era para él literatura. Era, sobre todo, acción. Acción que tenía un destinatario: el pueblo.” 
Carlos Rafael Rodríguez, 1980.  

El desempeño en el género costumbrista había dotado a Emilio Roig de algunos recursos de los que no lograría desprenderse. La narración, el empleo de coloquialismos, modismos, frases populares, refranes, variantes de pronunciación y otros recursos léxicos lo acompañaron en textos de carácter diverso (Morejón, 2000). Muchos de estos rasgos se aprecian, en cierta medida, en su periodismo de opinión, por lo que el empleo de elementos propios del estilo literario es una característica distintiva en Roig.  

Es frecuente el uso del diálogo -ejemplificado en varias citas a lo largo del Capítulo- y la descripción de situaciones y personajes inspirados en la vida real. En varias ocasiones fabula, imagina posibles, crea actores para dar salida a sus historias que podrían ser reales. Ello, además de romper la monotonía o rigor propios de los textos de grandes extensiones, establece una cercanía entre periodista y receptor que le confiere amenidad a su escritura.  

No hay alarde de musicalidad, ni pretensiones de que suene lindo al oído. Sus ambiciones son siempre expuestas de manera práctica en pos de un fin utilitario. La descripción de los ambientes, el uso abundante de adjetivos, el empleo frecuente de la reiteración, y la presencia de los diálogos dotan a los artículos de Roig de un ritmo distintivo, pero siempre ameno.  

Para ello supedita la estética del lenguaje a la letra desnuda y directa, en busca un entendimiento espontáneo y singular. Aunque de vez en cuando encuentre el lector epítetos, símiles y una que otra metáfora, la escritura acoge un efectivo lenguaje funcional que distingue a Roig por la palabra sencilla, sin formidables cualidades estilísticas, “… acaso, por su prolífica producción, y por una mayor pasión y vocación de servicio, estas últimas, que tuvo como pocos escritores cubanos”. (Arcos, 2003: 130) 

Emilio Roig se distinguía por el uso de enunciaciones largas dentro de párrafos también extensos, con abundancia de frases explicativas y especificativas, y sin un equilibrio aparente entre los enunciados largos y breves, por lo que sus textos resultaban, en no pocos casos, desproporcionados desde un punto de vista formal. Esta característica podía otorgar al texto cierta complejidad en su estructura, que supone algunas dificultades para el lector. Asimismo la aparición de varios elementos como parte de una misma idea parece justificar en él el empleo de oraciones compuestas.  

Su estilo era básicamente sintético o de bolsa como le llama Luis Sexto, es decir, las ideas se presentan una dentro de la otra. Al reconocimiento de esta cualidad contribuye, de manera considerable, la libertad extraordinaria con que Roig distribuía los signos de puntuación, prácticamente de manera anárquica. Los mismo emplea varias comas en una oración de extensión mediana, que las omite en todo un párrafo. En ocasiones el lector más que leerlo parece escucharlo, pues Roig escribe tal como piensa, y por lo tanto de la misma manera en que lo expresaría, sin ajustarse mucho a los patrones gramaticales. Ello se aprecia en el siguiente ejemplo: 

“Estas corrientes de atracción existen también muy frecuentemente en los señores fiscales, representantes de la sociedad, a los que no es difícil, con el natural asombro que el hecho produce, verlos abandonar su papel de acusadores, que con tal bravura desempeñan normalmente, para erigirse en encubiertos defensores, haciendo uso de cuantos medios procesales favorezcan la marido matador…” (En Los maridos que matan y los jueces que los amparan. Octubre 27, 1929: 22) 

Igualmente, la desaprobación que en él encontraban muchas de las acciones del gobierno parecen otorgarle preferencia por las oraciones negativas. La partícula no aparece aun cuando es prescindible, complicando el orden básico de la oración. Es así como asevera de forma repetida mediante el uso de la negación.  

El lenguaje de Roig se mueve a través de un registro popular, con el empleo ocasional de términos del habla culta. Por el fuerte vínculo con algunas temáticas, lo mismo hace uso de palabras propias de una terminología judicial que aquellas capaces de ser entendidas por personas con la educación más elemental. Aunque no se trata de una profusión de términos de esta índole, Roig no desaprovecha la oportunidad para inventar algún que otro vocablo que le sirva para describir su punto de vista (Ej.: miliunachesco, tenoriesco).   

Además de arrojar este dato, la aplicación del filtro de los niveles de cultura, demuestra el uso discreto de palabras traductoras. También se evidencia un mayor empleo de los términos definidos, pues se explicitan denominaciones propias a personas o sucesos, con el propósito de esclarecer y reforzar sus afirmaciones. Los términos no definidos y aquellos interpretados de un modo específico también tenían su espacio en la prosa de Roig, fundamentalmente aquellos que versaban sobre cuestiones legislativas o gubernativas. 

También frecuentes son los lugares comunes y frases que el imaginario popular reconocería fácilmente. Si bien es cierto el resquemor con el que Roig veía a la iglesia y sus instituciones, no se abstiene de introducir aquellas frases que hacen alusión directa a ella. A veces de manera irónica, y otras con afán de justicia y optimismo, agrega populares enunciados relacionados con la Biblia y el clero, algunas de las cuales se atreve a parafrasear. 

“… nuestro pueblo, descreído o indiferente, no se convence de que pueda reportarle alguna utilidad ni beneficio el matrimonio religioso, salvo la vida eterna «en el otro mundo», de la que no tiene tiempo de pensar, ocupado en resolver el arduo problema del pan nuestro de cada día.” (En Uniones libres y los hijos todos iguales ante la ley. Junio 15, 1930: 34) 

El uso de la ironía parece ser el recurso más frecuente en Roig. Su sarcasmo se aprecia de manera explícita y también algo más discreta cuando solo introduce en el texto signos de interrogación y exclamación sin que parezcan necesarios. A veces es todo sátira, crítica, por lo tanto, más aguda. Categóricamente a veces, otras desde un punto de vista analítico, casi siempre apasionado, Roig abordaba temas peliagudos desde ángulos satíricos, irreverentes, atrevidos.  

Sus planteamientos son siempre enérgicos, lo mismo cuando critica que cuando enaltece. Las expresiones que denotan en su texto lo excepcional adquieren fuerza irrebatible, sus reprimendas acompañadas de mordacidad rozan en lo agresivo, tal es el tono, imperativo casi siempre. De sus textos pueden extraerse fieras sentencias: “Ese es el gran problema de la mujer: darse cuenta de que ya para ella han caído las cuatro paredes del hogar o del salón y que en lo adelante tiene que acostumbrarse a mirar lejos, muy lejos, sin paredes, sin límites, pues, sin abandonar el hogar, pero transformando éste radicalmente, su casa y su salón serán la Humanidad.”  (Roig en Hermanas, no enemigas. Abril 28, 1929: 26)   

Roig distinguía sus trabajos mediante el uso de la reiteración. Es esta la manera que encuentra para hacer énfasis en la defensa de sus postulados, confiriéndole brío y fuerza a su discurso. Son frecuentes las expresiones repetidas más de una vez y dispersas por todo el texto, o aquellas que dentro del mismo párrafo son expuestas en varias ocasiones para dar continuidad a una idea general.    

“Épocas en que la mujer era solo considerada como ama de cría, muñeca de placer, objeto de lujo o criada del hogar, época en que la mujer quedaba unida hasta la muerte por el lazo divino del matrimonio, y su único recurso, era sufrir resignada y aguantar…; épocas en que el honor, era una palabra muy seria, que no podía pronunciarse sin terciar la capa y desenvainar la espada; épocas en que la infidelidad femenina era mancha y delito que había que borrar con sangre…” (En Contra los maridos y padres que la ley hace asesinos. Julio 15, 1928: 16) 

Roig aventura un porvenir que creer vislumbrar. Es así como se sirve en ocasiones del modo subjuntivo para denotar posibles futuros. No obstante, muestra predilección por el tiempo presente del indicativo en sus variantes simples y compuestas. Asimismo utiliza en abundancia formas reflexivas y pasivas, e introduce, una que otra vez, arcaísmos verbales del castellano. 

Si bien el uso de los adjetivos y adverbios puede parecer desmedido en más de una ocasión, ello le otorga énfasis a sus postulados. Roig se sirve, además, de la exposición como forma elocutiva. Siempre respetando el origen de sus fuentes y citando a aquellos autores o documentos que le sirven de antecedente, logra impregnar a sus textos considerables dosis de veracidad y credibilidad.  

Las connotaciones negativas que Roig le confiere a los sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios son, en su mayoría, para referirse a los desmanes masculinos para con las mujeres, a los desaciertos políticos y gubernamentales, a los perjuicios que causan la permanencia de los convencionalismos y a las mujeres que por comodidad desechan las posturas que las liberarían del yugo masculino. Asimismo, las palabras que ostentan la variante positiva son usadas al referirse a las mujeres de la clase trabajadora, las luchas que estos logros han entrañado, y cuando se dedica a enaltecer las virtudes y aptitudes que ellas poseen. Los estereotipos, en su mayoría, son presentados desde una perspectiva neutra.       

Dentro del abordaje estructural básico del discurso, Roig muestra predilección por las preferencias, dotando a sus artículos de características corajudas y firmes. Quizás el hecho de que su escenario fuera un artículo de opinión contribuyó de manera definitiva a esta característica. Es así como mediante el uso de sentencias Roig explicitaba su punto de vista, el cual adquiría tonos francamente irreductibles. No escapa el lector de Roig a sus invitaciones, de este modo su periodismo parece militante, movilizador, capaz de enseñar, preparar, alertar y sumar voluntades a causas urgentes y comunes.  

Los lugares ideológicos más reconocibles en los textos leuchsenrianos corresponden a las citas; al empleo de los lugares comunes en el lenguaje habitual (dichos populares, proverbios, refranes), que en el caso específico de Roig debe ser entendido en la utilización de cubanismos; y en alguna medida menor el uso de datos y cifras. Uno de sus citas más frecuentes las toma del criterio del jurisconsulto español Luis Jiménez de Asúa, quien abordaba los temas que tenían una importancia medular para Roig como el matrimonio y las uniones libres. La representación de los datos y cifras se ven apenas en algunos de sus trabajos cuando ilustra el número creciente de divorcios en la República.

Por su parte, la introducción de términos propiamente criollos, responde primero a la cercanía que existía entre Roig y su destinatario, a su capacidad para introducir en el periodismo características literarias que le permitían fabular y por tanto adoptar roles que intentaba describir y reproducir, así como al hecho de que el mismo autor era un cubano consumado en las más vasta acepción de la palabra.  

Roig se reciclaba una y otra vez. Muchos fragmentos de sus textos, aunque siempre pendientes del beneficio que podían conferir a los desposeídos o discriminados, servirían para trabajos posteriores. Párrafos idénticos e íntegros pueden encontrarse en varios de sus artículos, sobre todo si ellos versaban sobre el mismo tema. Es allí donde se mide cuáles de sus posturas siguen vigentes aun con el paso del tiempo y la reafirmación de sus postulados más radicales. 

Las características distintivas del periodismo de Roig parecen, por momentos, paradójicas. Si bien las oraciones largas, la construcción enrevesada, la ausencia casi total de recursos literarios, el abuso de los adjetivos y del tiempo pasivo, dotarían con seguridad a sus textos del apelativo “de descuidados”, ello no malogra el tono apasionado. El uso de la ironía, la introducción de preguntas, el empleo de coloquialismos con la introducción de la segunda persona, lo salva, en muchos casos, de ser el autor de un artículo fallido. La selección de la temática es en este caso fundamental, pues se erige como el más grande de todos sus logros.     

Emilio Roig de Leuchsenring fue abogado de título y periodista e historiador por vocación. En su época ninguna de las dos últimas profesiones se estudiaban, ellas nacían de la elocuencia y el intelecto. Su pluma no respondía sino a temas que, de tan  puntuales, necesitaran ser expuestos con la mayor premura en pos del beneficio ciudadano. Quizás a ello se debió su estilo distraído. Quizás por ello no fuera el periodista insigne en materia de redacción. Sin embargo, sus méritos no han de buscarse allí. En Roig es el contenido y no la forma lo que cobra relevancia mayor, es el suceso sin la elegancia,  es la denuncia desprovista de lírica, mas no de emoción, es poesía si se quiere, pero poesía útil y enérgica.   


* Capítulo 4 del Trabajo de Diploma Una voz masculina en favor del feminismo, Estudio sobre el periodismo de opinión profeminista, realizado por Emilio Roig de Leuchsenring en Carteles de 1926 a 1930, de las autoras Leanet Aneiro Rodríguez e Ivette Fernández Sosa, Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.


NOTAS


[1] Al abundar en las acciones emprendidas por la oposición religiosa Roig destacó su amplia naturaleza: prédicas desde el púlpito, reuniones en las sacristías, folletos, artículos en los periódicos y hasta multitud de telegramas enviados a los legisladores y al Presidente de la República.

[2] Este calificativo de origen francés fue empleado en la época para referirse a los proxenetas. Específicamente, Roig lo define como  “el hombre que vive, explota y esclaviza, convirtiéndola en cosa y propiedad suya, a esas mujeres, a las que también para dárnosla de pudibundos y dignos, llamamos hoy en día margaritas,” o sea, prostitutas. (en La explotación de la mujer. Febrero 21, 1926: 16) 

[3] Según cifras del censo de 1931 sólo el 3,7% de todas las mujeres cubanas mayores de 14 años tenían algún tipo de ocupación. Se calcula que a principios de la década del '30 en Cuba trabajaban alrededor de 68 602 mujeres distribuidas sobre todo en funciones relacionadas con las industrias manufactureras y en los servicios domésticos.  

[4] Para más información sobre la vigencia del estereotipo hogareño en la etapa, ver La mujer y la vida moderna de Hortensia Lamar. Habana, Imprenta “Labor, 1928. 

[5] Sería imposible tener una visión integral del pensamiento de Roig en torno al tema femenino sin haber consultado sus artículos costumbristas, en los que de manera frecuente y ocurrente trató estos tópicos. El estudio de una muestra representativa de los mismos permitió tener un mayor conocimiento de las perspectivas aleatorias que antecedieron o coexistieron con su producción periodística.