Masculinidad en la ruta crítica

Por Jorge Sariol
Imagen: Archivo

En algunos espacios de debate sobre género se malgastan demasiadas  ideas sobre el punto de partida, en vez poner el ojo en  la meta: La equidad de género. ¿Qué significa  “transversalizarlo” todo a través del  concepto de género?

Se habla de feminismo, de violencia contra la mujer, de sexismo, de homofobia, de  esos santuarios del machismo exacerbado que son los estadios deportivos, y de virilidad como un ejercicio de poder. Se debate poco o nada de  si  la independencia de la mujer lleva automáticamente a la felicidad o tiene riesgo de conducir a la soledad. ¿Verán bien los que abogan por reconocer todos los espacios de la mujer,  que suban dos damas a un ring de boxeo, aunque sea olímpico?

Para el Dr. en Ciencias Sociales, Julio César González Pagés, profesor de la Cátedra de Estudios de Género de la Universidad de La Habana y Coordinador General de la Red Iberoamericana de Masculinidades, la idea compleja: «En la facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana, por ejemplo, hay mayor cantidad de hembras que varones, pero la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) de la facultad casi siempre la dirigen hombres. Si la elección es por voto en el caso de la FEU, ¿porqué las hembras no llegan en condición de igualdad? Además,  si queremos un mundo en equidad tampoco podemos apostar porque los hombres sean minoría en las aulas universitarias».

Hoy  la masculinidad está en crisis. Al concepto contemporáneo se le señalan demasiados “baches”, ¿Serán en el futuro varios modelos de masculinidad  o cambiarán los paradigmas en dirección contraria?

Depende del análisis; si es desde una opción  sexual, por creencias religiosas, e incluso por formación  profesional o laboral. Hay tantos conceptos de masculinidad como grupos de hombres hay. En el mundo prima la masculinidad hegemónica,  con la que los hombres ejercen su poder de supremacía, está otorgada desde la biología, primero,  y enraizadas después desde la política, las religiones, las normativas sociales y  por las costumbres. Y todo a partir de que el varón es visto como el primogénito, el que protege a la mujer y por lo tanto el del protagonismo. Y existen las que se dicen “Masculinidades No Hegemónicas”, que subyacen entre nosotros los cubanos —una de muchas—, que nos define como hombre, heterosexual,  probablemente citadino, con auto y con poder económico —lo mismo gerente de emprise,  que con  acceso  a CUC por otros medios—, es decir con un estatus de poder que muchos desean tener.

Todo lo anterior conforma igualmente una  representación de masculinidad hegemónica  sobre los demás hombres, que te condiciona a creer que todos los demás deben subordinarse a ti. Y para legitimarlo se llega al camino de la agresividad, y a la violencia si es necesario.

Este modelo es la aspiración de  miles de hombres  recogidas  en mis investigaciones y que representa  la masculinidad hegemónica. Si eres blanco heterosexual, pero eres de origen campesino  o no tienes dinero, también te devalúas, pues te señalan despectivamente como guajiro  o “pasma`o”; si además de todo lo anterior eres homosexual, entonces te devalúas más.

“Es decir, la misma hegemonía masculina tiene un código distinto para cada sector, y que pueden estar subordinadas al modelo de masculinidad/hombre extranjero, turista o empresario, que llega a Cuba con más poder económico».

Hidalguía, vocablo que en algún momento significó el disfrute de los privilegios de la nobleza, como estamento social, hoy implica condición humana, es decir, caballerosidad,  generosidad, altruismo e  integridad. Sin embargo en los debates de género  demasiadas veces suele confundirse hoy hidalguía, masculinidad o virilidad con machismo, con vulgaridad y hasta con mal comportamiento en los estadios deportivos, algo que  francamente tienen que ver más con las indisciplinas sociales que con actitudes de hidalguía.

¿Por qué?
Es que todo tiene un hilo común: la violencia identificada con agresividad, asociadas con masculinidad porque uno de los atributos de los hombres —que se nos critica, pero también se nos exige, incluso por las mujeres— es la actitud rápida, enérgica ante un problema. En muchos de los cuales la solución depende de la rapidez de la respuesta, que incluye la reacción ante una agresión física, porque además no tenemos cultura del diálogo sino de la reacción.

Las estadísticas dicen que como a los estadios deportivos van  más los hombres  que las mujeres, cualquier síntoma de agresividad con ademanes o gritos, dígase insultos al equipo contrario, a los árbitros o a los aficionados del equipo contrario, se toma como masculinidad hegemónica, incluso si lo hacen mujeres, porque se considera que asume un estereotipo de la masculinidad hegemónica, es decir de machismo, una ideología —en negativo— que pueden padecer las mujeres.

Por eso es importante hacer el análisis correcto para no verlo como una actitud ideológica.

En cambio, en esa transversalidad en el análisis de género de que hablamos al principio, tiene que ver el debate social, porque si los hombres sienten que eso que le enseñaron que era ser hombre ahora está mal todo, se produce la crisis. Si se produce una crisis, de que todo está mal, y además no ofreces ni soluciones, modelos o paradigmas, se promueve el desmontaje de un sector grande de la sociedad sin saber qué hacer. Esto pasa en la sociedad mundial».

Pero Cuba parece no caber en estos moldes. La mujer cubana no es la de Latinoamérica; son otros los problemas, son otras las aspiraciones. En cambio los hombres cubanos tienen encima igual la marca de la violencia, que la exigencia  de sus deberes.
No tenemos estadísticas que reflejen qué mujeres ven como paradigma este modelo de la masculinidad hegemónica de que hablábamos pero lo cierto es que un sector de mujeres no despreciable no quiere a hombres sin  dinero, porque se les ha educado en la caza de  “buenos partidos.”

Esto hay que verlo en la calle, no en los espacios académicos. Hay que verlo en el entorno social, en dónde la economía tiene un peso fundamental, que explica que muchos jóvenes se desmotiven del trabajo y se van a actuar dentro del “mercado negro”, para satisfacer la necesidad de conquistar mujeres.

Todo esto está presente en personas de diferentes niveles, desde el elemental, hasta en Doctores en Ciencia. Lo que pasa es que quizá el nivel de violencia entre gentes con niveles cultural y académico sea más sutil, pero no menos brutal.

Insisto en la importancia entre lo que  decimos y lo que hacemos, porque esa transversalidad es  algo que empezamos por exigirnos entre los que participamos en estas investigaciones y que sea nuestro modus viviendi en la universidad.

En los grupos con los que me reúno para trabajar, estudiantes universitarios que luego serán mis compañeros de trabajo, debe haber ciertos códigos de comportamientos entre lo que estamos diciendo y lo que estamos haciendo. Y el primer cambio tiene que ser entre ese grupo de hombres con los cuales estamos trabajando en la construcción de un modelo diferente; pero que también ellos lo disfruten porque lo que no puede pasar es que lo vean como un modelo rígido, asumido para agradar, sin agradarte a ti mismo, es decir,  sólo para exhibirse.
En lo personal a mí me ayuda muchísimo porque yo tampoco soy un modelo de hombre, o soy un modelo de hombre que trata de  satisfacer sus propias expectativas, tengo contradicciones perennes y enormes, porque no he dejado de participar en esta sociedad machista, educado por padres, educados a su vez en una sociedad machista, y además criticando esa sociedad en la que sigo viviendo. Es decir el primer objeto de observación es uno mismo. Todo esto crea dificultades, porque en una sociedad machista es difícil hablar de cosas personales —como la salud sexual— incluso entre amigos, además del temor de parecer,  autosuficiente o mostrar conceptos equivocados.

¿No hay diferencias entre conceptos de lo masculino, la virilidad, el machismo?
Hay diferencias, claro, pero incluso ese hombre que disfruta de estos poderes, tal vez también quiera ser de otra forma y no ejercer una hegemonía sino ser solidario, compartir sus conocimientos, establecer igualdad de criterios y oportunidades con las mujeres. No se trata de que esa construcción de masculinidad basada en los criterios que acabo de enunciar sea negativa, sino la forma de asumirla.
 
Para escribir el libro Macho, varón, masculino,  tuve que realizar un trabajo con enfoque antropológico, resumen de diez años de trabajo, entre otras cosas, sobre violencia, paternidad y  salud sexual, con un enfoque antropológico, sobre lo que opinan los hombres sobre su sexualidad.

El objetivos era promover una reflexión sobre nosotros mismos, a partir de vivencias grupales —incluyo igual a presos que a policías— y la posibilidades de discutir sin sentir culpabilidad, es decir quitarnos esa esencia patriarcal de considerar que somos los violentos y/o los abusivos.

Si el problema es victimizar a las mujeres y reflejar a los hombres como victimarios, sólo entrevés un fenómeno, pero no ayudas a resolverlo.
 
La sociedad nos enseña la fuerza del poder en la hidalguía, e incluso en los juegos de video violentos; en los medios se nos muestra el poder de la violencia,  y la familia nos educa para dominar. Además muchas mujeres tienen visiones masculinas —incluso desde la violencia—, del poder de los hombres.

En lo personal  tengo muchos ojos sobre mí; fíjate: hombre, que se dice feminista, que trabaja el tema de modelos de masculinidad y estudia el tema la crisis de la masculinidad, debo enfrentar el hiperanálisis y el “chequeo” de un montón de gentes que dice: «¡oye, si tú eres esto porque haces lo otro!

Esto puede ser  un tanto incómodo, pues me siento como vigilado por un árbitro que te mira con atención para sacarte una tarjeta amarilla.

Mucha veces vemos personas —hombres y mujeres— hablando de género en espacios de debate, y sus discursos son inequitativos o son incapaces de mostrar solidaridad para ambos sexos. Nada de esto es abstracto.

Añádele a esto el caso de quien desde un puesto de trabajo trata con desprecio a los de menor categoría sea hombre o mujer, por soberbia.

En uno de mis trabajos de campo estuve en la prisión de Valle Grande; y mi concepto de libertad —un poco abstracto— cambió cuando escuché los conceptos de libertad que tenían los reclusos.

Entre los conceptos feministas y la crisis de la masculinidad, ¿Como serán las generaciones  emergentes de hombres  si  cambian los conceptos?
Se trata de aprender modelos de masculinidad que no sean hegemónica ni violentas, pero tampoco promover a este sector poblaciones sin identidad grupal.

Es decir qué somos,  qué queremos ser. No es desmontar la masculinidad. El feminismo es más que un discurso donde la mujer quede redimensionada, sino una corriente ideológica sobre los derecho de las mujeres. Cuando una  mujer promueve un discurso arremetiendo contra los hombres,  puede que este en su derecho hacerlo, pero igual construye  un discurso de inequidad. No podemos pensar en dos planetas paralelos, uno para mujeres y otros para  hombres.

Somos diferentes en la biología y en las costumbres, pero para no caer en discursos, los que nos iguala es la normativa, en los derechos en los deberes, es decir en todos los compromisos hacia todo lo que la sociedad nos da.

Un hombre para vivir en la equidad no tiene porque dejar de ser masculino, de dejar de gustarle el deporte o sentirse viril. El ser humano —mujer u hombre—  también tiene una estética que defender, el cómo conforma una ideología que debes defender. Lo que pasa es que también tiene que conformar la coherencia entre lo que dice y lo que hace.

Sin embargo, el discurso Per Se de cambio en la masculinidad, no indica que los hombres para luchar por un mundo de equidad con las mujeres, tenga que dejar cosas que tradicionalmente hecho y disfrutan. Lo que hay que es desmontar eso que nos convierte en seres contradictorio para deberes y derechos.

Pero el sexismo es como un comodín que se usa mucho últimamente —demasiado— para descalificar lo masculino…
El Sexismo es una categoría dentro del Feminismo, y está dado sobre todo a partir de considerar a las mujeres como objetos sexuales, pero en el lenguaje se da también: no es lo mismo un “hombre de la calle” —tipo exitoso—  que una “mujer de la calle”, que probablemente en casi toda iberoamérica signifique prostituta. Está el hecho de que no basta que una secretaria sea eficiente, sino además tiene que ser bonita; es decir un análisis sexista a la hora de conformar empleos.

En los debates sobre sexismo en Cuba se tuvo un particular énfasis en la lingüística, pero no es un término que dé nombre a un concepto acabado. La epistemología se encargará de hallar nuevos términos para nuevos conflictos.

Por ese camino, ¿cuánto de reaccionario puede ser un padre que se niegue a aceptar un profesor “amanerado” para su hijo pequeño, en edad en que los maestros se convierten en modelo a imitar?
La  respuesta  gira en torno a los derechos. Un padre no tiene derecho negar a un maestro ni a definir la actitud, a menos que ese profesor esté tratando de influir  más allá de la educación, porque hay muchas maestras en la educación cubana y no por eso vamos a preocuparnos por las formas de expresarse de los niños varones.

Al final las personas eligen su opción sexual, por  diferentes maneras; lo que si es reprobable la incitación directa, que es lo debemos evitar.

Lo primero es la actitud ética del profesor, que sabe que su deber es educar y transmitir valores. El profesor tiene derecho de asumir la sexualidad que prefiera, sexualmente hablando, pero en el aula la actitud tiene que ser al menos una actitud más neutral.

No creo que tenga que cambiar su forma. Y lo contrario puede derivar hacia una actitud homofóbica.

En una sociedad que ha apostado mucho por la cuestión andrógena es importante que valoremos que no tenemos derechos sobre “las maneras” sino sobre las formas de que esas maneras influyan en la educación.

He visto en muchas escuelas que  la música  escuchada en el receso es tan agresiva  como aquella con estribillos estridentes y groseros y sin embargo no nos metemos con los músicos,  con los autores de video-clips ni con la cultura en general, por miedo a convertirnos en censores.

Si mi hijo se desarrolla como un violento o hasta violador, no puedo hacerme la pregunta  al final que hice yo mal, porque además no  vivimos en una burbuja.
La claves es: «Usted tiene el derecho a ser, pero tiene también  el deber de oír mi protesta».

En el corto de ficción Amar Comer y Partir se refleja el conflicto de las parejas que despojan al sexo —e interpreto yo que al amor también— del juego del macho y la hembra, del placer de hacer una fiesta con el proceso amatorio, de eso que García Márquez llamó el susto del amor. ¿Vamos a eso en el futuro?
No creo que los juegos sexuales alrededor de la masculinidad y la feminidad, se vayan a acabar, porque hay algo atractivo, incluso en todas las opciones sexuales. Lo que pasa es que ahora hay muchos modelos nuevos de comportamiento que antes no eran visuales o permisibles.

Es decir la globalización llega hacia otras formas de sexualidad, en la que los jóvenes son los más tendientes a practicarlo con mayor desenfado.

Hay que ver también dónde están los límites sobre qué podemos hacer para no agredir con nuestra sexualidad a los demás, porque puede olvidarse que tu libertad termina donde empieza la libertad del otro.

Todo esto implica  que las normativas sociales tienen que ser suficientemente amplias para que a la vez que incluya a todos, frenen las agresiones sean de quien sean.

Hay que debatir el tema, porque aquello de “las buenas costumbres” suena a muy moralina, muy falso, sino que todos y todas estemos representados a nivel social, y sobre todo que los derechos estén al mismo nivel que los deberes.

No podemos ser cómplices del silencio, dejándole el problema a los órganos que tienen que legislar sobre algo que compete a todos, desde la familia, el barrio hasta las ciencias sociales.

¿Va la sociedad cubana hacia la coherencia o la tolerancia en el ámbito de la sexualidad y de género?
Vamos hacia las dos cosas, pero la tolerancia para mí es siempre un discurso de aceptación, pero desde el poder. En mi opinión el camino a construir es el de la convivencia, con toda la diversidad, y en esa construcción hay que ser coherente.

La cultura de paz  es más que ese concepto simbolizado con una paloma; necesita de la cultura del diálogo, más en las diferencias que en las similitudes.

http://www.almamater.cu/sitio%20nuevo/sitio%20viejo/webalmamater/2008/dossier/homofobia/hombres.html

 


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