June 25, 2008
Long live Fernando Botero’s nudes of large women

The Colombian painter’s series of divine naked “fat ladies”
highlights the attractive, appetizing side of women of any age.

By: Iraida Calzadilla Rodríguez / Photo: Maycol Escorcia
E-mail:
digital@jrebelde.cip.cu
June 25, 2008 - 00:31:54 GMT

A CubaNews translation. Edited by Walter Lippmann.

Original:
http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2008-06-25/vivan-las-gordas-desnudas-de-fernando-botero-/

BOGOTÁ, Colombia.— Fernando Botero has just made my day. Surrounded by so many slender, inimitable females verging on anorexia who know nothing about the privilege of tasting a coastal cornmeal roll dipped in steaming cocoa and speaking nonstop on TV of the absolute dread of seeing your body crumble when you reach 40, while their formidable gym-and-diet shape and smooth skin are plain to see– the best paid Colombian painter in the world honors me with his series of divine, obese, stunningly sensual female nudes who seem to be telling us from the stillness of the canvases that life is beautiful and we can be deliciously good-looking and appealing at any age.

El estudio, 1990. Óleo sobre lienzo. 257x 160 cm. Expuesto en el Museo Botero, Banco de la República, Bogotá, Colombia. Foto: Maycol Escorcia
El estudio (1990), oil on canvas, 257x 160 cm. Botero Museum, Banco de la República, Bogotá, Colombia

There they are, in full view of everyone, in their eyes the challenging look that reveals their true essence, despite critics who describe them as a sort of dull, impassive, unfathomable, tragic, sad-looking, tasteless zombies. Nothing could be further from the truth, as they are transgressors of a society which clings to the cult of gossip magazines and their charming women, so perfect that they’re all but unreal. These large females tell ordinary women we can be overtly plump and still enjoy daily life from the sturdiness of a fullsome bust and a prodigal rump.

I feel like Botero fights tooth and nail to stand out for his paintings in the face of an avalanche of critics who tag him as a painter of fat people. In countless interviews where they shamelessly ask him about his heavy men and women until he’s blue in the face, the artist calls himself a painter of volumes and scoffs at the hackneyed label of portraitist of overweight people or producer of fatness. As to me, with Botero’s permission, I’d like to urge him to shout from the rooftops that he’s a painter of chubby people, as simple as that, because they also live, feel, suffer, love and take pleasure from their ample proportions without regard for a society which internationalizes anorexia, youthful faces and Hollywood’s showoff.

Suffice it to look at those nudes of large women displayed in the Botero Museum in Banco de la República, a sober, solid house built in 1724 that the artist personally chose to donate 123 works of his priceless collection of paintings, drawings and sculptures, in addition to 85 others where we can recognize names like Picasso, Miró, Chagall, Dalí, Lam… in a permanent feast of emotion and amazement.

Mujer delante de una ventana [Woman facing a window] is a superb oil painting of a woman, disrobed and gallant, seemingly counting on the evening breeze to quench the fire of her naked body. Is it just a corpulent body on canvas or simply a woman relishing her alluring tastiness, capable of fantasizing about likely romances? Art no doubt admits a thousand views.

In La carta [The letter], the plump madonna looks heartbroken, by her side a letter with obnoxious news as she eases her anguish resting among pieces of orange scattered all over the bed and even on the tiny nightstand. Ah, everyday life! How many of us find in unrestrained gluttony a soothing remedy to our bad dreams and depression?

And a last painting in the middle of so many others of divine large women in the nude: El estudio [The studio], where we see the artist himself in front of huge, firmly planted obese female posing for him, defiant and proud of her sturdiness and looking healthy, cheerful, happy and voluptuous. As a spectator I make out a man astonished at a woman who surpasses any sacramental stoutness.

Ah, redeemed overweight beings. Flirtatious women who take great care of their long curls, pink nails and high-heeled green shoes. Who cares if you’re the expression of a technique that favors volume and depicts you as mere thickness which even toys with artlessness now and then? Thousands of your committed supporters go for this infringement of the status quo and celebrate the presence of your overflowing constitution in events so customary that they reach universal summits. We applaud once and for all the explosion of life in your bodies.

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Vivan las Gordas desnudas de Fernando Botero

La serie de divinas gordas desnudas del pintor colombiano muestra el lado atractivo y apetecible de las mujeres a cualquier edad
 
Por: Iraida Calzadilla Rodríguez

Correo: digital@jrebelde.cip.cu

25 de junio de 2008 00:31:54 GMT
 
El estudio, 1990. Óleo sobre lienzo. 257x 160 cm. Expuesto en el Museo Botero, Banco de la República, Bogotá, Colombia. Foto: Maycol Escorcia
El estudio, 1990. Óleo sobre lienzo. 257x 160 cm. Expuesto en el Museo Botero, Banco de la República, Bogotá, Colombia. Foto: Maycol Escorcia
BOGOTÁ, Colombia.— Fernando Botero me ha regalado un día feliz. En medio de tanta mujer estilizada —bordeando los límites de la anorexia, mujeres imposibles de imitar, que no saben del privilegio de saborear una arepa costeña mojada en chocolate humeante y declaran en cualquier programa de televisión el horror de llegar a los 40 años ante el deterioro del cuerpo, mientras una las ve formidables, con tersuras de dietas y gimnasios—, el pintor colombiano mejor pagado en el mundo me agasaja con su serie de divinas gordas desnudas, despampanantemente sensuales, que desde la quietud de los lienzos del museo del artista parecen decir que la vida es bella y que podemos ser deliciosamente atractivas y apetecibles a cualquier edad.

Están ahí, dejándose ver y viendo con ojos retadores, que eso precisamente son ellas, a pesar de los críticos que las enjuician como especies de zombis, inexpresivas, impasibles, hieráticas, trágicas, tristes y sosas. No, ellas, por el contrario, son transgresoras de una sociedad que se aferra al culto de las revistas rosa, de las mujeres encantadoramente perfectas, irreales casi. Ellas le dicen a la mujer común que la vida rutinaria es gozable desde una robustez que no se oculta, que se asume; desde la reciedumbre de torsos vigorosos, y nalgatorios pródigos.

Siento que Botero defiende su pintura a capa y espada ante la avalancha de los críticos que le endilgan el epíteto de pintor de gordos. Una y otra vez en entrevistas repetidas hasta el cansancio y en las que impúdicamente siempre habrá la misma pregunta acerca de sus gordos y gordas, el artista se conceptúa como pintor de volúmenes, como pintor volumétrico, y rechaza la manida tesis de retratista de gordos o productor de gorduras. A mí, con perdón de Botero, me gustaría decirle que gritara a los cuatro vientos que es un pintor de rollizos, así de firme, porque esos son seres que también viven, sienten, padecen, aman y disfrutan en su plenitud de carnes, a pesar de una sociedad que internacionaliza la anorexia, las caras jovencísimas, la jactancia hollywoodense.

Miren si no a esas gordas desnudas del Museo Botero, ubicado en el Banco de la República, en una casa de 1724, sobria y maciza, que el pintor escogió personalmente para donar la valiosísima colección de 123 obras suyas en soportes de pintura, dibujo y escultura, además de otras 85 entre las que se reconocen nombres como Picasso, Miró, Chagall, Dalí, Lam, en una permanente fiesta de afectos y asombros.

Mujer delante de una ventana es un fabuloso óleo en el que ella tal vez recibe, desarropada y galante, la brisa de la noche para que le aplaque el incendio del cuerpo desnudo. ¿Es una rechoncha pasmada en el lienzo, o es sencillamente una mujer que se complace en su sabrosura seductora y es capaz de fantasear con romanticismos posibles? Indiscutible, el arte admite mil miradas.

En La carta, la madona rolliza parece desconsolada ante una misiva de malditos anuncios y sacia la angustia reposando entre trozos de naranjas esparcidos por la cama y hasta en la minúscula «mesa de noche». Ah, la vida cotidiana, ¿cuántos no aplacan las pesadillas y el abatimiento devorando inconteniblemente?

Y un último cuadro entre tantos de divinas gordas desnudas: El estudio, en el que aparece el propio artista pintando a una obesa monumental, plantada firme, desafiante, en su complacencia de mujer maciza, sana, sonrosada, feliz y voluptuosa. ¿Y cómo la mira Botero representado? Como espectadora vislumbro a un hombre en asombros ante una hembra que sobrepasa cualquier sacramental opulencia.

Ah, gordas redimidas. Coquetas de cabellos rizos, largos y esmeradamente cuidados, uñas rosadas y zapatos de altos tacones verdes. ¿Qué importa que ustedes sean la expresión de una técnica que privilegia el volumen y las considera solo espesores que, a veces incluso, flirtea con lo naif? Miles de sus incondicionales apostamos por esta manera infractora de lo establecido y celebramos el desbordamiento de sus complexiones en sucesos tan costumbristas y locales que alcanzan cimas universales. Aplaudimos, de una vez, el estallido de la vida en sus cuerpos.