Wednesday, June 4, 2008
Intricacies of the revolutionary struggle
Manuel E. Yepe
A CubaNews translation.
Edited by Walter Lippmann.
The passage from a society
driven by individual greed and rivalry to another one based on mutual solidarity
and assistance comes up against many more material obstacles and psychological
barriers than Karl Marx and all of his forerunners and followers could have ever
imagined as they searched for a socialist utopia.
I don’t think it’s a matter of
inconsistencies in Marx’s revolutionary concepts or assumptions about political
freedom and his struggle against exploitation, plundering, misery, savagery and
alienation, or his materialistic conceptions of history and economic doctrine.
Engels echoed and enhanced these with his magnificent contributions to
philosophy, natural science, sociology and the complex struggle for social and
economic development.
Neither Marx nor Engels was a
wise man estranged from reality. Far from it, as their prime goal was always to
provide the labor movement with the scientifically-founded ideological
instruments it needed to transform the world.
Despite the long-standing
struggle of the revolutionaries –both in society as a whole, within political
and administrative circles and at any level of leadership– against all kinds of
negative trends such as corruption, nepotism, dogmatism, sectarianism,
verticality and extremism, these evils are prone to reproduce and therefore are
likely to remain on the revolution’s engagement agenda for a long time to come,
if not forever.
It’s like machismo and many
other misgivings with a bearing on gender, ethnic and race relations, always
with their share of advocates and opponents even after the state has clearly and
officially declared itself in favor of an accurately legislated policy of
equality.
In any country, those who end up on the short end of the stick when the time
comes to distribute wealth are the ones who are supposed to be in favor of the
struggle for solidarity as an alternative to competitiveness. Similarly, the
nations of the world ranking lowest in global society’s current structure –a
world divided into rich dominant countries and dependent underdeveloped
countries– are set to become the spearhead of the same struggle.
Even if revolutions at the
national and international level draw from much more than the realities imposed
by either well-being or poverty, existing conditions will be conditional in any
revolutionary process. Poverty encourages rebellion, but more so injustice,
inequality and exclusion, and this is a valid argument at the individual, social
and global levels.
However, the world is a whole
complex of networks and circumstances where unforeseen events outnumber the
rules and thus there’s no room for simplistic solutions.
Ever more conscious, the Third
World’s aspiration to change the world’s unfair economic, political and social
order has stumbled upon subjective obstacles that the industrial powers put up
and exploit to undermine the unity and will of a great many public sectors in
the South.
Globalization’s trends on a worldwide scale are manipulated by the developed
nations for their own profit and to the detriment of the underprivileged. At the
same time, the mass media have grown to become a means for the powerful to
promote ways of life that best suit modern-day neoliberal capitalism. Meanwhile
they disregard and even challenge those models of solidarity, unity and
cooperation that come into being in countries which successfully escape
underdevelopment.
A world divided into nations
competing against one another for their own gain at the expense of others is no
doubt at odds with a world of equals united for the common good.
A greater consistency with the
principles of cross-border development that globalization entails would not only
pay attention to trade, investment and all other forms of international economic
exchange, but also to migration, the free use of advanced technologies and other
issues exclusively justified as measures to protect the advantages enjoyed
nowadays by the citizens of the most developed countries.
Once in power, revolutions have
to deal with plenty of internal contradictions resulting from evils and seen as
deviations to be overcome by the people. But they also sprout and spread among
the political and administrative leaders as a result of natural inclination,
outside influence, prejudice, tradition and other causes. And the effort gets
all the more demanding and puts even more strain on you when made amidst the
hardships imposed by a situation of resistance to foreign aggression.
Like it or not, the clash seems unavoidable, judging from the fact that the purpose of our [euphemistically called] "developing countries" involves, in the final analysis, a restructuring of international relations. These threaten the very essence of capitalism, which is unthinkable without exploitation, trade imbalances and economic dependency.
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http://www.cubaperiodistas.cu/columnistas/manuel_yepe/70.htm
Complejidades de la lucha revolucionaria
Por Manuel E. Yepe
Junio 2008
El salto de una sociedad movida por la ambición individual y la competencia, a otra que descanse en la solidaridad y la ayuda mutua, tropieza con muchos mas obstáculos materiales y trabas mentales que los que podrían haber imaginado Carlos Marx, sus precursores y todos sus seguidores en busca de la utopía socialista.
No creo que se trate de inconsistencia entre las conjeturas y conceptos revolucionarios de Marx sobre la libertad política contra la explotación, el saqueo, la miseria, la barbarie, la alienación; su concepción materialista de la historia y su doctrina económica, que Engels hizo suyos y enriqueció con contribuciones magníficas a la filosofía, las ciencias naturales, la sociología, y a las complejidades de la lucha real por el desarrollo económico y social.
Ni Marx ni Engels eran sabios aislados de la realidad concreta. Todo lo contrario, su propósito esencial fue siempre el de proveer al movimiento obrero de los instrumentos ideológicos científicamente fundamentados para transformar el mundo.
La lucha de los revolucionarios contra tendencias negativas, tanto en el conjunto de la sociedad como en la práctica política y administrativa, en todos los niveles de dirección, tales como la corrupción, el nepotismo, el dogmatismo, el sectarismo, el verticalismo y los extremismos de todo tipo, han estado siempre sometidos a ataque, pero son propensiones que resucitan y probablemente tendrán que permanecer en la agenda de combate revolucionaria mucho más tiempo, o indefinidamente.
Con ellos ocurre igual que con el machismo y todos las demás aprensiones que afectan las relaciones de género, étnicas y raciales, que encuentran adictos y opositores en todo el amplio espectro de la sociedad, aún después que se logre una clara orientación oficial, apoyada en una legislación precisa, en defensa de la igualdad.
A nivel interno de las naciones, quienes llevan la peor parte en la distribución de la riqueza son aquellos que, en condiciones inertes, debían favorecer la lucha por el objetivo de lograr una sociedad solidaria como alternativa a una sociedad competitiva. De la misma manera, a escala global, en un mundo dividido en países ricos dominantes, de una parte, y dependientes subdesarrollados, de la otra, debían ser las naciones que llevan la peor parte en la actual estructura de la sociedad global, las llamadas a ser abanderados de la lucha.
Aunque es notorio que las motivaciones de los revolucionarios se alimentan, tanto a nivel nacional como internacional, de muchos más factores que los que determina el bienestar o la pobreza, son estas circunstancias elementos coadyuvantes del apoyo a los procesos revolucionarios.
La pobreza motiva la rebeldía, pero mucho mas lo hacen las injusticias, las desigualdades, las exclusiones. Esto es válido tanto a nivel individual, como social y global.
Pero el mundo es un complejo de redes y circunstancias que rechaza soluciones esquemáticas, en el que intervienen muchos más imprevistos que reglas.
La aspiración, cada vez más conciente en el Tercer Mundo, de cambiar el injusto orden económico, político y social del mundo ha enfrentado obstáculos de orden subjetivo que estimulan y aprovechan las potencias desarrolladas por medio de ataques a la unidad y la voluntad de vastos sectores poblacionales del Sur.
Las tendencias globalizadotes que el desarrollo impone a escala mundial son manipuladas por las naciones desarrolladas en beneficio de sus objetivos y en perjuicio de las desfavorecidas.
El desarrollo de los medios masivos de divulgación sirve a los poderosos para la promoción de los modelos de vida que convienen al capitalismo moderno, de orientación neoliberal, mientras ignoran o combaten los que surgen y se desarrollan en los países que escapan del subdesarrollo, de contenido solidario, cooperativo y comunitario.
El fraccionamiento del mundo en naciones que compiten entre si por el bienestar propio en detrimento del ajeno es, sin dudas, incompatible con un mundo de iguales, hermanados por el bienestar común.
Si se fuera consecuente con los principios del desarrollo sin fronteras que supone la globalización, se incluiría en estas tendencias no solo el comercio, la inversión y todas las formas actuales del intercambio económico internacional, sino también las migraciones, el uso sin barreras de las tecnologías de punta, y otras que solo se justifican como medidas de protección de los privilegios de que actualmente disfrutan los ciudadanos de las naciones más desarrolladas.
Las revoluciones llegadas al poder tienen que lidiar con muchas contradicciones internas derivadas de esos males que, al tiempo que figuran como desviaciones a superar a nivel de la ciudadanía, se manifiestan y reproducen también en sectores de la dirigencia política y administrativa, a partir de propensiones instintivas, influencias externas, prejuicios, tradiciones y otras causas.
Y ese esfuerzo se hace más tenso cuando hay que desplegarlo en medio de las dificultades que impone una situación de resistencia a una agresión extranjera que hace la tarea más compleja y difícil aún.
Este enfrentamiento parece inevitable, a la luz de que los objetivos de los países eufemísticamente llamados “en vías de desarrollo” suponen, en última instancia, quiérase que no, un cambio estructural de las relaciones internacionales que amenaza el orden capitalista, impensable sin explotación, intercambio desigual y dependencia económica.
Junio, 2008