En el Sábado del Libro

Lúcidas provocaciones

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

http://www.granma.cubaweb.cu/2008/04/24/cultura/artic01.html

De un tirón, entre noche y madrugada, leí los dos títulos de la Editorial Ciencias Sociales que se presentan en este Sábado del Libro del día 26. Nada de terminar con visión borrosa porque se trata de dos fragmentos extraídos de obras mayores, una excelente manera de adelantar al lector parte imprescindible del pensamiento progresista —sin asomo de encartonamiento, problematizador—que hoy día entrecruza espadas en la arena internacional.

Cuarenta y ocho páginas en pequeño formato conforman Recordando a Lenin, del esloveno Slavoj Zixek, y 58 La función pública de los escritores e intelectuales, del palestino Edward W. Said.

Pudiera pensarse que Recordando a Lenin, por su título, es un homenaje a la nostalgia, y no habría error mayor. Zizek es un sociólogo que, afincado en una filosofía multidisciplinaria, se dio a conocer en el ámbito psicoanalítico y en unos pocos años se ha convertido en una vía importante para la regeneración de la izquierda, a partir de una revisión de la historia sin melancolías y con las miras puestas en un vacío ideológico que se hace imprescindible ocupar.

Zizek ha sido colaborador en universidades de París y Estados Unidos, es el autor de más de cincuenta títulos y asistido, entre otros, del pensamiento de Marx y de Jacques Lacan (el lenguaje y el valor de lo simbólico), se interesa en el mensaje de las industrias culturales y mediáticas y, en especial, el cine, donde "se puede encontrar la ideología en su estado de máxima pureza".

De la filosofía al psicoanálisis, de la sociología a la comunicación, de la economía a la política, analiza el mundo postmoderno y el concepto de "lo postideológico" tan caro a los desarticuladores de la izquierda. Y reivindica el papel de la ideología, la política y la historia para reavivar el discurso de izquierda, frente al neoliberalismo y el engañoso concepto de "lo multicultural".

Los títulos de las obras de Zizek descubren que su peculiaridad radica en analizar cualquier producto masivo, desde Hitchcock hasta La guerra de las galaxias, sin olvidar el cine policíaco y los melodramas. Exige la reinvención de una ética de izquierda capaz de hacer frente al desenfreno de la tecnología y la biomedicina y resalta, en el título que nos ocupa, que "el primer elemento del legado de Lenin que habría que reinventar es la política de la verdad".

El palestino Edward W. Said, que vivió en el exilio de los dos mundos a los que pertenecía, Oriente y Occidente, falleció en el 2003 y era considerado uno de los pensadores más importantes de nuestro tiempo, en campos que abarcan la filosofía, la literatura, la política, la música y la historia. Como indica su título, La función pública de los escritores e intelectuales, se adentra en ese fascinante mundo de la responsabilidad en relación con la verdad —tan subrayado por Gramsci— y lo hace desde el revuelto panorama de nuestros días en que la ética suele desviarse de la responsabilidad: "¼ aun cuando Estados Unidos esté en realidad abarrotado de intelectuales que se esfuerzan sobremanera por ocupar con sus efusiones los medios de comunicación audiovisual, los medios impresos y el ciberespacio, la esfera pública está tan vinculada a cuestiones oficiales y administrativas que resulta difícil concebir durante más de dos o tres segundos la sola idea de que un intelectual no se vea empujado por cierta pasión por un cargo o por la ambición de hacerse oír por alguien que ocupe un puesto de poder. Los beneficios económicos y la fama son estímulos muy poderosos"

En su vasto recorrido, incluso geográfico, sobre la función del escritor y el intelectual, Said recalca que no obstante estar controladas las principales fuentes de información por los más poderosos, hay una energía intelectual relativamente móvil que puede beneficiarse de las plataformas disponibles (Internet en ellas) hasta conseguir multiplicarlas.

¿La función pública de los escritores e intelectuales? Un vasto tema por el que se desplaza Edward W. Said, ofreciéndonos puntos de vista como incentivos para el razonamiento¼ y una aproximación a la interrogante muy parecida a la del francés Michel Foucault: El trabajo de un intelectual no es modular la voluntad política de los otros; es, por los análisis que lleva a cabo en sus dominios, volver a interrogar las evidencias y los postulados, sacudir los hábitos, las maneras de actuar y de pensar; disipar las familiaridades admitidas, recobrar las medidas de las reglas y de las instituciones y, a partir de esta reproblematización (donde el intelectual desempeña su oficio específico), participar en la formación de una voluntad política (donde ha de desempeñar su papel de ciudadano).