Falleció Walterio Carbonell, destacado intelectual cubano

http://www.lajiribilla.cu/2008/n362_04/362_18.html

Este domingo falleció en esta capital a los 88 años de edad el destacado intelectual Walterio Carbonell, a consecuencia de un fallo sistémico de sus órganos vitales.

Durante los últimos años se desempeñó como investigador en la Biblioteca Nacional José Martí.

A principios de los años sesenta, Walterio escribió un ensayo revelador, Cómo surgió la cultura nacional, reeditado en 2004 por la Biblioteca para inaugurar la colección Bachiller. Sobre la importancia de ese libro, el historiador y ensayista Eliades Acosta afirmó que se trataba "de una de las obras más radicales de la historiografía revolucionaria".

Tanto en sus tiempos de estudiante en la Universidad de La Habana, como después en París, donde participó activamente en los movimientos de apoyo a la liberación de los pueblos colonizados en África, Walterio mantuvo una postura inclaudicable, íntimamente identificada con la justicia social. No fue casual que desde un primer momento advirtiera en Fidel la cualidad indiscutible para transformar revolucionariamente la realidad cubana.

El País y la cultura cubana: errores con importancia
José Fernández Montero Rebelión  

Walterio Carbonell, reparación y homenaje
Pedro de la Hoz La Habana

http://www.lajiribilla.cu/2008/n363_04/363_17.html

The teachings and lineage of Walterio Carbonell

Pedro de la Hoz • Havana

A CubaNews translation. Edited by Walter Lippmann

Like a bolt of lightning that strikes over and over again, the name Walterio Carbonell (Jiguaní, 1920 – Havana, 2008) turns up in every political and intellectual affair of twentieth-century Cuba, a fact documented with a wealth of different anecdotes. Neither a peaceful existence nor a trace of academic discipline was to be expected from Walterio, given his rebellious nature and origins. His commitment to the ideas he defended, with his minuses and pluses, wise and wrong decisions, marked not only his work but his life as a whole.

So said sociologist Esteban Morales as he delivered his laudatory speech last at Havana’s Columbus Cemetery during the burial of such a prominent Cuban cultural figure: “Here we are to pay him our last respects and accord him the honors he deserves. Walterio’s work gave all Cuban social scientists the clue to think about and discuss our future”, he remarked to the deceased’s family and colleagues, among which was historian Eliades Acosta, head of the Culture Division of the Party’s Central Committee and former director of the "Jose Marti" National Library who helped bring about a reprint of Carbonell’s indispensable essay Cómo surgió la cultura nacional (How our national culture came to be).

Thanks to his class of origin and his race, Walterio soon knew how to point his rebellious life towards the achievement of social justice. He joined the student struggle in the 1940s when he was at the University of Havana, where he met and made friends with a young schoolmate named Fidel Castro. “I became a Fidelista ever since, and always will be”, he often said, convinced as he was of his friend’s leadership qualities, who lived up to his reputation and ended up, years later, at the head of the revolutionary transformation of Cuba’s realities.

Walterio traveled to Paris in the 1950s, and there he added a membership in the French Communist Party to his Cuban political affiliation. While in that country he had contacts with African intellectuals and students devoted to the fight to decolonize their countries.

In 1956, he participated in the first Congress of Writers in Paris. together with the Senegalese Leopold Sedar Senghor and the Martinican Aimé Cesaire, an intellectual experience which marked him forever.

A Parisian anecdote depicts his explosive nature: with the popular uprising led by Fidel Castro on the brink of victory, Walterio took a black and red banner of the 26th of July Movement and fixed it atop the Eiffel Tower.

Back in Cuba right after the triumph of the Revolution, he plunged headfirst into the turmoil of those years. He wrote for the newspaper Revolución, taught at the former School of Journalism, worked on the changes of the old Ministry of State while employed at the new Ministry of Foreign Affairs, went to Bay of Pigs as a war correspondent, and even had a brief spell as ambassador to Tunisia, thwarted by a personal indiscipline.

He cut quite a figure in 1960s Havana. Romantically involved with painter Clara Morera, they would organize lively get-togethers at home, attended by figures such as playwright Abraham Rodríguez, writers Tato Quiñones and Reinaldo Arenas, poets Pablo Armando Fernández and Delfín Prats and ethnologists Alberto Pedro and Tomás Fernández Robaina, to name a few.

For the last two decades Walterio worked at the National Library, where he checked hundreds of index cards to write the history of race in Cuba, which he never finished, first of all because it was too vast a research, but also owing to the decline of his mental faculties as time went by.

Yet, a single work was enough to place Walterio high up among the greatest thinkers of Cuban history: the abovementioned Cómo surgió… (1960), written in the midst of ideological battles for and clashes over the cultural hegemony of that time, as befits a newly made Revolution.

About that essay, the renowned historian Jorge Ibarra commented: “Walterio’s major historiographic merit lies in that he valued black people’s contribution to Cuban culture and society as a fully social phenomenon, in line with Georges Gurvitch’s views on that kind of process. Until then, bourgeois historiography had either overlooked or underrated the black presence in national history. Of our top scholars, only Fernando Ortiz and Elías Entralgo gave these unheeded ethnic groups the recognition they deserved”.

Walterio had a profound and affectionate influence on his colleagues. But it’s Tomás Fernández Robaina, a long-standing friend and fellow librarian, who best summarized Carbonell’s principles and sense of responsibility regarding the historical moment it fell into his lot to live: “I’m grateful to Walterio, for he helped me get a more profound grip on our revolutionary process and all its intricacies; he had no trouble convincing me, from our first conversations, that the problems of social, economic and racial inequality prevailing in the world today can only be solved through socialism, but a real, democratic and participatory socialism, totally free of any dogmatism and intolerance”.

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Lección y linaje de Walterio Carbonell
Pedro de la Hoz • La Habana

http://www.lajiribilla.cu/2008/n363_04/363_17.html

Como una piedra de rayo, una y otra vez, aparece la figura de Walterio Carbonell (Jiguaní, 1920 –La Habana, 2008) en las lides políticas e intelectuales cubanas del pasado siglo. El anecdotario es abundante, grávido de matices. De naturaleza levantisca y condición cimarrona, no podía esperarse de él una existencia de curso apacible ni una disciplina académica. Más que escribir, vivió, comprometido con las ideas que defendió, con sus luces y sus sombras, con sus yerros y aciertos.

Ello fue resaltado por el sociólogo Esteban Morales, al pronunciar en la habanera Necrópolis de Colón la oración fúnebre en el sepelio, este abril, de tan destacada personalidad de la cultura cubana. “Aquí lo despedimos con todos los honores que merece. Los científicos sociales cubanos tenemos en la obra de Walterio una pauta para reflexionar y polemizar en el futuro”, expresó delante de sus familiares y amigos intelectuales, entre los que se hallaba el historiador Eliades Acosta, jefe del Departamento de Cultura del Comité Central del Partido, quien cuando tuvo a su cargo la dirección de la Biblioteca Nacional José Martí, propició la reedición del imprescindible ensayo de Carbonell, "Cómo surgió la cultura nacional".

Por su origen de clase y ser negro, Walterio supo orientarse tempranamente en la vida por la rebeldía y el ansia de justicia social. En la década de los 40 del siglo pasado participó en las luchas estudiantiles a su paso por la Universidad de La Habana, donde conoció y trabó estrecha amistad al también joven Fidel Castro. “Desde entonces me hice fidelista y nunca dejaré de serlo”, afirmó más de una vez, convencido de la altura del liderazgo del amigo, llamado a encabezar años después la transformación revolucionaria de la realidad cubana.

Walterio viajó a París en los 50. A su militancia cubana sumó entonces la del Partido Comunista Francés. Allí se relacionó con intelectuales y estudiantes de los países africanos que se hallaban inmersos en las luchas por la descolonización.

En 1956 participó en el Primer Congreso de Escritores en París, junto al senegalés Leopold Sedar Senghor y el martiniqueño Aimé Cesaire, experiencia que lo marcaría intelectualmente.

De su carácter explosivo, una anécdota parisina lo retrata: a punto de que triunfara la insurrección popular liderada por Fidel Castro, Walterio tomó en sus manos una bandera rojinegra del Movimiento 26 de Julio y la fijó en lo alto de la Torre Eiffel.

Regresó a Cuba tras la victoria revolucionaria y participó de lleno en el turbión de aquellos años. Fue periodista del diario Revolución, ejerció la docencia en la antigua Escuela de Periodismo, colaboró con las transformaciones del añejo Ministerio de Estado en el renovado Ministerio de Relaciones Exteriores, asistió como corresponsal de guerra a los combates de Playa Girón y tuvo una efímera experiencia como embajador en Túnez, frustrada por una indisciplina personal.

En La Habana de los 60 era todo un personaje. Relacionado sentimentalmente con la pintora Clara Morera, la casa de ambos acogió con frecuencias animadas tertulias, a las que asistieron, entre otros, el dramaturgo Abraham Rodríguez, los escritores Tato Quiñones y Reynaldo Arenas, los poetas Pablo Armando Fernández y Delfín Prats y los etnólogos Alberto Pedro y Tomás Fernández Robaina.

Durante las dos últimas décadas, Walterio trabajó en la Biblioteca Nacional. Acumuló cientos de fichas para una historia de la racialidad en Cuba que nunca terminó, primero por tratarse de una investigación que por su propio diseño resultó excesiva, y luego, a medida que pasaba el tiempo, por la merma de facultades del intelectual.

Sin embargo, una sola obra bastó para situar a Walterio en un lugar prominente en la historia del pensamiento cubano, la ya mencionada "Cómo surgió la cultura nacional" (1960). Fue escrita al calor de las batallas ideológicas de la época y de los choques por la hegemonía cultural propios de una revolución recién triunfante.

Sobre ese ensayo, el destacado historiador Jorge Ibarra ha dicho: “El mérito historiográfico principal de Walterio Carbonell radica en haber valorado el aporte del negro a la cultura y a la sociedad cubanas como un fenómeno social total, de acuerdo con la perspectiva de Georges Gurvitch acerca de este tipo de procesos. Hasta entonces la historiografía burguesa había obviado o subvalorado la participación del negro en el quehacer historiográfico nacional. Solo Fernando Ortoz y Elías Entralgo, entre los estudiosos de primera línea, habían hecho justicia a los grupos étnicos preteridos”.
 

Muchas y entrañables huellas dejó Walterio entre colegas. Pero si hay un juicio que sintetiza su sentido de la lealtad a los principios y de responsabilidad ante el momento histórico que le tocó vivir, es el de Tomás Fernández Ronaina, con quien compartió, además, largos años de trabajo en la Biblioteca: “Yo agradezco a Walterio el haberme hecho comprender más profundamente, con toda su complejidad, nuestro proceso revolucionario; me transmitió de manera sencilla desde nuestros primeros diálogos, el convencimiento de que la solución a las problemáticas de la desigualdad social, económica y racial imperante en el mundo es la vía del socialismo, pero de un socialismo real, democrático, participativo, alejado de todo dogmatismo e intolerancia”.