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    1948 – 8 de abril - 2008

 El Bogotazo

GERMÁN SÁNCHEZ OTERO (*)

El Bogotazo fue un estallido volcánico de ira popular. Lo provocó un cruento evento emocional, de hondo significado político. Mas, en rigor, no se puede afirmar que aquel infortunado día comenzó el complejo drama de la violencia histórica en Colombia.

La respuesta del gobierno fue una verdadera masacre.

Desde el siglo XIX las diferencias entre los partidos tradicionales, conservador y liberal, estuvieron fuertemente relacionadas con sangrientas guerras civiles de ese país: por ejemplo, entre 1876 y 1903 ocurrieron cuatro enfrentamientos bélicos, que culminaron en la llamada Guerra de los Mil Días (1899-1903), que causó millares de víctimas y deshizo la economía y las finanzas. Al finalizar esta, el Partido Conservador extendió su dominio hasta 1930, en el que se logró un tiempo de paz asociado a la cooperación entre ambas entidades, aleccionadas por los estragos de la última contienda civil.

En 1930 el partido oficialista pierde los comicios presidenciales y surgen nuevos brotes de violencia, entre otros factores, por la resistencia de los vencidos a entregar el poder a los liberales. A partir de ese año y hasta la posguerra, el país vive procesos de relativa modernización económica y del sistema estatal, sin dejar de ser una nación dependiente del capital extranjero y del dominio foráneo imperialista. Prevalecen formas latifundistas de explotación de la tierra y la población rural, muy pobre y expoliada, abarca el 70% del total. En las ciudades, la miseria agobia a más del 75% de la gente.

Los liberales lograron retener el gobierno hasta 1946, cuando pierden las elecciones presidenciales frente al conservador Luis Mariano Ospina Pérez, al ir divididos en torno a dos candidatos, uno de ellos el conductor del ala izquierda, Jorge Eliécer Gaitán, a quien aborrecen las aristocracias de los dos partidos.

El proceso de industrialización incipiente, basado en la sustitución de manufacturas importadas, comenzó a modificar durante esos años las estructuras económicas y clasistas. En tales circunstancias es más notoria la necesidad de reformar las arcaicas formas de propiedad agrarias, establecer el capitalismo de Estado y mejorar las condiciones de vida de los sectores populares urbanos. Esos nuevos aires de mutación política, concentraron en Gaitán su fuerza más intensa.

Desde principios de los cuarenta, este joven de oratoria cautivadora, honesta conducta y firmes posiciones en defensa del pueblo humilde, aglutinó un amplísimo haz de fuerzas sociales. Luego del precario triunfo conservador en 1946, el carismático abogado devino líder señero del liberalismo, con simpatías incluso entre los militares. Su proyecto político se proponía trastocar el poder oligárquico y nadie en sus cabales, dudaba de la elección de Gaitán en los comicios presidenciales de 1950.

El gobierno conservador de Ospina buscó sofocar los diversos conflictos sociales por medio de la represión, y en varias regiones del país aumentaron las muertes hasta tres y cuatro veces. En solo dos años fueron asesinadas más de 15 000 personas. El fogoso y lúcido dirigente popular, se enfrentó a esos atropellos con gallardía y dio rienda suelta a su verbo acusador. Un joven estudiante de la época, Gabriel García Márquez, recuerda décadas más tarde, en Vivir para contarla, cómo era aquel líder:

"Pocos días después —el 7 de febrero de 1948— hizo Gaitán el primer acto político al que asistí en mi vida: un desfile de duelo por las incontables víctimas de la violencia oficial en el país, con más de sesenta mil mujeres y hombres de luto cerrado, con las banderas rojas del partido y las banderas negras del duelo liberal. Su consigna era una sola: el silencio absoluto".

"(...) El discurso de Gaitán en la Plaza de Bolívar, desde el balcón de la contraloría municipal, fue una oración fúnebre de una carga emocional sobrecogedora. Contra los pronósticos siniestros de su propio Partido, culminó con la condición más azarosa de la consigna: no hubo un solo aplauso".

Esa Marcha del Silencio, la más emocionante de cuantas se hayan realizado en Colombia, hizo brillar aún más al jefe indiscutible de los pobres, y generó a su vez más odio y temor entre sus enemigos. Otro escritor latinoamericano, que no es colombiano ni estaba en Bogotá, pero que siempre es capaz de imaginar hasta quién tartamudea en un mitin, Eduardo Galeano, lo fantasea así:

"La voz de Gaitán desata al pueblo que por su boca grita. Este hombre pone al miedo de espaldas. De todas partes acuden a escucharlo, a escucharse, los andrajosos, echando remo a través de la selva y metiendo espuela a los caballos por los caminos. Dicen que cuando Gaitán habla se rompe la niebla en Bogotá, y que hasta el mismo San Pedro para la oreja y no permite que caiga la lluvia sobre las gigantescas concentraciones reunidas a la luz de las antorchas."

Solo había una alternativa, muy nítida a la luz cierta de la historia: mataban a Gaitán o él sería presidente de Colombia. Lo asesinaron al salir de su despacho en la Carrera Séptima, a la 1:05 de la tarde. Un joven fue identificado como el que accionó el arma, lo cual nadie probó en ese instante ni después. La multitud enardecida, guiada por las voces que señalaban al culpable, lo capturó y golpeó hasta dejarlo sin vida. De inmediato, arrastraron al presunto criminal hacia el Palacio Presidencial, donde dejaron su cuerpo destrozado y desnudo.

El desenlace brutal y sorpresivo que sufrió el líder liberal originó en Bogotá un maremoto de violencia incontrolada durante más de cuarenta y ocho horas. Y también, una revuelta nacional en contra del gobierno conservador de Mariano Ospina, a quien muchos le exigían la renuncia inmediata. Otra vez acudo a la memoria de García Márquez, quien se encontraba a menos de tres cuadras del lugar del crimen:

"No me habían servido la sopa cuando Wilfredo Mathieu se me plantó espantado frente a la mesa:

—Se jodió este país —me dijo—. Acaban de matar a Gaitán frente a El Gato Negro.

"Apenas si tuve alientos para atravesar volando la avenida Jiménez de Quesada y llegar sin aire frente al café El Gato Negro, casi en la esquina con la Carrera Séptima. Acababan de llevarse al herido a la Clínica Central, a unas cuatro cuadras de allí, todavía con vida pero sin esperanzas. Un grupo de hombres empapan sus pañuelos en el charco de sangre caliente para guardarlos como reliquias históricas. Una mujer de pañolón negro con alpargatas, de las muchas que vendían baratijas en aquel lugar, gruñó con el pañuelo ensangrentado:

—Hijos de puta, me lo mataron".

Al principio, la policía trató de controlar el desborde popular, pero enseguida varios de sus miembros y algunos militares se unieron a la revuelta, propiciaron la entrega de armas a civiles, mientras otros abrieron fuego despiadado contra los manifestantes. El saldo fue de varios cientos de muertos y heridos, la parte central de la ciudad quedó destrozada y hecha cenizas y el país ingresó en la espiral de violencia más diabólica de su larga historia de conflictos armados.

Dentro de aquel tumulto de decenas de miles de personas que se desplazaban sin control ni objetivos definidos por las calles del centro de la ciudad, se encontraba el dirigente estudiantil cubano Fidel Castro. Ese joven había llegado a Bogotá cinco o seis días antes para participar en la organización de un Congreso Estudiantil Latinoamericano, de solidaridad con las causas antimperialistas y las luchas de los pueblos del continente contra las dictaduras y por la democracia.

Fidel, que estaba en Bogotá para participar en un congreso estudiantil, fue testigo excepcional de aquellos acontecimientos.

Fidel concibió organizar este congreso estudiantil —el primero de su género en nuestra América— debido a que se iba a celebrar en la capital de Colombia, a partir del 30 de marzo, la Novena Conferencia Panamericana, convocada por los Estados Unidos de América, que tenía el objetivo principal de crear la Organización de Estados Americanos (OEA) y acentuar la represión contra los movimientos populares y de izquierda, en el apogeo de la recién comenzada Guerra Fría.

Una sentida manifestación popular constituyó el sepelio se Gaitán.

Al respecto, en la minuciosa entrevista que Fidel Castro le concedió a Arturo Alape y aparece en su libro El Bogotazo: Memorias del olvido, afirma lo siguiente: "Lo que nosotros estamos haciendo no tenía nada que ver con los problemas internos de Colombia, era una idea latinoamericana la que estábamos defendiendo (¼ ) en dos palabras, lo nuestro era contra Estados Unidos".

Fidel Castro en aquel momento era presidente del Comité Pro-Democracia Dominicana en la Universidad de La Habana, y cuando se organizó una expedición armada a Santo Domingo para luchar contra la tiranía, decidió enrolarse y estuvo varios meses en Cayo Confites, junto a dominicanos y cubanos, hasta que el proyecto se suspende por causas ajenas a su voluntad. También en aquella época era un activista a favor de la independencia de Puerto Rico, la devolución del Canal de Panamá y la desaparición de las colonias que aún existía en América Latina, incluido el apoyo al reclamo argentino sobre las Islas Malvinas.

Recuerda Fidel: "Por esos días, yo concibo la idea, frente a la reunión de la OEA en el año 1948, promovida por Estados Unidos para consolidar su sistema de dominio aquí en América Latina, de que simultáneamente con la reunión de la OEA y en el mismo lugar tuviésemos una reunión de estudiantes latinoamericanos detrás de estos principios antimperialistas y defendiendo los puntos que ya hemos planteado".

Antes de llegar a Bogotá, el promotor y organizador del Congreso pasa por Venezuela y Panamá, a fin de plantear sus proyectos a los dirigentes estudiantiles de las universidades y pedirles su colaboración. A su vez, los peronistas de las universidades de Argentina deciden apoyar la iniciativa. Ya en Bogotá, las delegaciones participantes reafirman el papel de Fidel como artífice principal del evento.

Por su parte, los colegas universitarios de Colombia le hablan a Fidel sobre Gaitán, quien tenía el respaldo de la inmensa mayoría de los estudiantes. Por esa razón, muy pronto, a las 48 horas de llegar a Bogotá, el joven caribeño fue puesto en contacto, a través de sus compañeros colombianos, con el líder popular.

Dice Fidel en la entrevista aludida: "A Gaitán le entusiasmó la idea del congreso y nos ofreció su apoyo. Conversó con nosotros, se habló y él estuvo de acuerdo con la idea de clausurar el congreso con un gran acto de masas. Y nos prometió que él clausuraría el congreso (¼ ) Nosotros estábamos citados con él de nuevo la tarde del día 9".

Contienen mucha actualidad e interés, al cumplirse pronto el aniversario 60 del Bogotazo, las opiniones que le ofreció Fidel a su entrevistador respecto al líder asesinado:

"Yo tenía una impresión realmente muy buena de Gaitán. La tuve en primer lugar, porque en eso influyeron las opiniones absolutamente mayoritarias y la admiración de los estudiantes que se habían reunido con nosotros. La tuve de la conversación con él; un hombre con su tipo indio, sagaz, muy inteligente, la tuve de sus discursos, especialmente de la Oración por la Paz, que era realmente el discurso de un orador virtuoso, preciosista del idioma y además elocuente. La tuve porque se identificaba con la posición más progresista del país y frente al gobierno conservador. La tuve como abogado también, por lo brillante que era.".

El dirigente estudiantil cubano, de 21 años de edad, salió del hotel aquel 9 de abril alrededor de la 1:00 de la tarde y avanzó lentamente, para estar próximo a la oficina de Gaitán antes de la hora de la entrevista, a las 2:00 de la tarde:

"Salimos para ir caminando y acercarnos a la oficina de Gaitán, cuando vemos que empiezan a aparecer gentes corriendo desesperadas en todas direcciones. Uno, dos, varios a la vez por acá, por alIá, gritando, ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Era gente de la calle, gente del pueblo, divulgando velozmente la noticia. ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Gente enardecida, gente indignada, gente que reflejaba una situación dramática, trágica, planteando lo que había ocurrido, una noticia que empezó a regarse como pólvora.

Hasta tal extremo, que nosotros que habíamos caminado como dos cuadras más y llegamos a un parquecito, vimos en ese momento que la gente empezaba a asumir algunas actitudes violentas. Ya en ese momento, alrededor de la una y media la gente estaba realizando actos de violencia."

Fidel describe y comenta durante su entrevista los detalles y matices exactos de todo lo que fue ocurriendo alrededor suyo y durante los desplazamientos y actividades en las que participó, en las cuales muchas veces arriesgó su vida, fusil en mano, en un gesto altruista y solidario con ese pueblo hermano. Ocupó el arma cuando una multitud exaltada a la que se unió tomo una estación de policía.

Además, trato de ayudar a que aquellas personas arremolinadas se organizaran y encaminaran sus acciones por un derrotero ofensivo y de orientación militar revolucionaria certera: "Yo lo que hice fue sumarme a un levantamiento popular. Por vocación, por principios, por simpatía revolucionaria.

Leí por primera vez esta entrevista, que conocí muy fresca en La Habana en 1984, cuando apareció la primera edición del texto en la excelente edición de Casa de las Américas. Al volver a leerla, en esta ocasión, pude captar mejor las visiones cinematográficas de su relato, que me hicieron vivir aquellas horas de dolor, angustia, desesperación, búsquedas y frustración de un pueblo frenético por el asesinato de su brillante líder, en quien confiaron sus anhelos de redención.

De especial interés resultan las siguientes reflexiones de Fidel, acerca del crucial evento histórico que 60 años después sigue siendo objeto de investigaciones, polémicas y conflictos políticos sin resolver:

"Me impresionó el fenómeno de cómo puede estallar un pueblo oprimido. Segundo, me impresionó mucho la valentía y el heroísmo del pueblo colombiano, porque le vi ese día. Aunque junto a esto, junto al extraordinario heroísmo del pueblo colombiano, te puedo decir que no había organización, que no había educación política; más que conciencia política había espíritu de rebeldía, pero no educación política y había falta de dirección".

Las aspiraciones del pueblo humilde, liberal o conservador, se esfumaron entre los escombros y cenizas del centro de Bogotá. Las cúpulas de los dos partidos acordaron aniquilar los desbordes populares y neutralizar las amenazas a sus intereses comunes. Nadie podía sustituir entonces el ímpetu, el atractivo y la perspicacia del insigne conductor del pueblo oprimido. El susto que vivieron la oligarquía y el imperio acrecentó hasta el delirio la represión, la venganza y el odio.

Estos mediocres sentimientos fueron exacerbados por el cruel suceso, que envolvió en su manto irracional las conductas de muchos actores políticos. Colombia nunca más volvería a ser la misma y aún en nuestros días no logra recuperarse de aquella triste y contradictoria impronta.

(*) Sociólogo y diplomático. Embajador de Cuba en la República Bolivariana de Venezuela. Tomado del libro Transparencia de Emmanuel. Ed. Plaza, 2008. Prólogo de Fidel Castro.