Alma Mater
"The oldest youth magazine in Cuba"
March 2008

Good manners: more than just a fleeting fashion

By Mónica  Baró Sánchez / Photo: Abel Ernesto

 

Present-day Cuba is witnessing a trend worthy of being measured against the Richter scale, and even if its destructive capacity is not as obvious and plain as that of an earthquake, it sure is as much consequential in social terms. This phenomenon is the absence of good manners and values, so visible in a large sector of our generation where tastelessness has become fashionable, decency has been labeled outmoded, and phrases such ‘good morning’, ‘excuse me’ and the like have been deported to Never-Never Land.
 

When you live with other people, certain standards of behavior are essential for the smooth running of society, and I am excepting from this conjecture a number of traditional, useless clichés. It is not my intention here to propose a robotic performance totally at odds with spontaneity and originality. All I am saying is that a person can be spontaneous and original without letting go of their good manners. Originality does not entail rebellion against long-standing social standards, nor does it mean you have to become self-centered to the point of being ridiculous. It is about striving to be genuine instead, without imitating anyone else.

 

More and more people, particularly the younger ones, have taken a dislike to any form of regulated conduct, maybe because they believe that abiding by certain norms and laws is a thing of the past. Our life will be no less intense just because we are more circumspect and express ourselves properly. Nor will self-restraint and prudence turn us into real bluenoses. On the contrary, we will be more sensitive about our polite ways when we relate to other people, and that means nothing but being civilized and tactful.
 

Acting in moderation when we address others, even when we choose what to wear, is a sign of respect for our neighbor, whom we should never offend with any unseemly attitude. Dressing decently means having good taste and gracefulness and knowing which outfit is more in keeping with the occasion at issue and even with our status as social beings. Our clothes are the mirror of our character, as it were. Our image will be enhanced by respectable, spotless garments, but made regrettable by filthy, wrinkled or vulgar clothes which say nothing positive about who we are. By the way, that we lack the economic means is no excuse. Whoever said humbleness is out of line with honor and cleanliness or that being a well-to-do means you can take the above qualities for granted?
 

Our good manners are the mold where our character is forged and a platform to display the values, principles and ideologies whereupon we base our life, since they are the driving force we need to fight without respite for our beliefs and dreams. Those were the same values which prevented [Independence War initiator and Cuba’s Founding Father] Carlos Manuel de Céspedes from surrendering in Yara, encouraged [Cuban National Hero] José Martí from an early age to declare himself a defender of the oppressed and a freedom lover, made a Cuba Achilles of [Independence War general] Antonio Maceo, and turned hundreds of students into heroes and heroines.

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Sección Voces


 

 

La educación no es moda efímera

Por Mónica  Baró Sánchez
Foto: Abel Ernesto

Educación formal

En la actualidad afrontamos un fenómeno digno de ser evaluado en la escala de Richter, con una capacidad destructiva no tan evidente y perceptible como la de un terremoto, pero sí igual de influyente en una sociedad. Este fenómeno es la ausencia de educación formal y valores que afecta a una parte considerable de nuestra generación. A la chabacanería la han convertido en moda, a la decencia la han tildado de caduca, y a los “buenos días” y al “permiso”, junto con el resto de sus semejantes, los han exiliado en Nuncajamás.

Cuando se vive en comunidad es imprescindible acatar determinadas normas de conducta para que reine la armonía. Excluyendo de esta conjetura a las que constituyen clichés tradicionales de funcionalidad nula. No estoy proponiendo un actuar robótico enemigo de la espontaneidad y la originalidad, pues se puede ser original y espontáneo y a la vez educado. La originalidad no está en rebelarse contra los patrones sociales establecidos ni en ser egocéntricos al punto de devenir ridículo, está en el esfuerzo por ser auténticos y no imitar a los demás.

Cada vez son más personas, principalmente jóvenes, las que muestran aversión hacia el comportamiento reglado; quizás por considerar que subordinarse a ciertas reglas y leyes es una actitud arcaica. Es poco probable que nuestra vida sea menos intensa por ser circunspectos  y expresarnos apropiadamente. Tampoco seremos puritanos por ser pudorosos y prudentes, en cambio sí seremos más sensibles en el trato cortés hacia los otros a la hora de relacionarnos; y esto solo significa ser civilizado y diplomático.

Proceder con mesura al dirigirnos a terceros, incluso hasta cuando elegimos nuestra vestimenta, no es más que mostrar respeto al prójimo, al evitar agraviarlo con una o conducta improcedente. Vestirse decentemente es hacerlo con buen gusto y elegancia, es saber qué atuendo corresponde a cada ocasión o a cada ente social. La ropa es el espejo del carácter, pudiéramos decir. Un vestuario decoroso y pulcro enaltecerá nuestra imagen, sin embargo, uno con mugre, estrujado o vulgar, no podrá decir nada positivo de quiénes somos. Y las posibilidades económicas no constituyen una justificación, ¿quién dijo que por ser humilde no se puede ser honorable y limpio; o que por ser adinerado no se puede ser lo contrario?

La educación formal es el molde donde se forma el carácter, y éste es la plataforma de los valores, principios e ideologías que adoptemos en la vida; los cuales nos darán el impulso necesario para luchar persistentemente por lo que creemos y soñamos. Porque fueron esos valores los mismos que impidieron que Carlos Manuel de Céspedes se rindiera en Yara, los que motivaron a José Martí desde su infancia a declararse defensor de los oprimidos y amante de la libertad, los que hicieron a Antonio Maceo volverse un Aquiles y a cientos de estudiantes tornarse héroes y heroínas.