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http://www.temas.cult.cu/revistas/52/11%20Guevara.pdf
Pensar
es un acto revolucionario
Alfredo Guevara
Cineasta. Oficina del Festival Internacional del Nuevo
Cine Latinoamericano.
Palabras de
presentación del número 50-51 de la revista
Temas,
La
Habana, 20 de julio de 2007.
No puede
prescindir un movimiento intelectual, no puede prescindir una corriente
ideológica o una tendencia del desarrollo de la ciencia o de una ciencia,
o de un grupo artístico, de ideología definida o de investigación en
campo alguno, de la existencia de un órgano de expresión. Menos aún en
tiempos de Revolución, tiempos previstos, cúmplase o no de modo integral
la obligación y profecía, de cambio, y cambio no en marco de
arbitrariedad sino de ajuste y perfeccionamiento a partir de la
experiencia y de sus resultados. No logro pensar la Revolución, no digo
ya la nuestra sino el concepto mismo, o pensar su imagen que como
cineasta necesito, en términos de transición, término que a partir de la
experiencia histórica reciente, o ya no tanto, queda ligado a pacto o
concesiones o a procesos de lenta aplicación y que, cuando acelerados,
más cerca andan de la descomposición de la realidad que se desmorona
desde su interior esencial y acepta otra, que en medio de tal
desestructuración se le impone triunfante. Comprendo, acepto, disfruto y
de tan ingente y productivo esfuerzo de reflexión, análisis y disección
y especulación me sirvo, cuando a mis manos llega una revista como este
número 50 de
Temas;
pero no solo la
que ahora comento a mi manera, sino las otras muchas de las que, como
una hazaña del heroísmo intelectual y político, han permitido llegar a
este tan simbólico ejemplar. No olvido aquellas que han recogido temas
tan importantes y provocadores como la cultura cubanoamericana, las
relaciones conflictuales con el imperio, los avatares de la economía y
sus relaciones con la y las ideologías, raza y racismo, sexualidad, el
mundo de las márgenes, y siempre América Latina y USA en el trasfondo y
el primer término. Henos aquí en el número 50. La revista vive porque
supervive; y Rafael Hernández, por esa y otras razones, no solo vive
honrando y honrándose de este modo, sino que resulta sin proponérselo un
sobreviviente. ¡Cuán complejo fue, por largo tiempo, esquivar con
serenidad y dignidad, que es una de las formas del ser revolucionario,
el asedio del funcionarismo-estaliniano y de sus recursos coercitivos,
que además pervive, aunque hoy le toque pervivir y hasta reproducirse
como gorrión mojado, por fortuna!
Lo que más admiro y respeto y me une a Rafael Hernández es esa forma de
ser revolucionario. No es, no será la única, o la posible; los caminos
del Señor son infinitos; pero es la que más admiro, la de la serenidad y
dignidad del revolucionario que trabaja y trabaja construyendo sin
tregua y sin concesiones, y sin llanto. En el campo del pensamiento no
hay atajos, ser o no ser tiene respuesta inmediata, ser siempre. Y
además no existen monolitos, y cuando sentimos y hasta vemos presencia
que no admite duda o que pretende no permitirla, debemos saber que se
trata de espejismo y que un día u otro, más temprano que tarde, todo
castillo construido con naipes caerá bajo el toque de algún que otro
vientecillo o ventarrón. Solo se construye en sólido sobre el saber. Y
la realidad que es su objeto, su materia de desbroce, es tan compleja,
tan móvil, tan inapresable de modo absoluto o definitivo, que toda
conquista realizada supone nuevas metas. A ese sueño de la verdad solo
llegamos por aproximación. El absoluto afortunadamente es tan solo un
concepto tentativo, un modo de hablar para entendernos; todo punto de
llegada no hace otra cosa que anunciar la partida. Por eso las revistas
que surgen y desaparecen, que cumplen su función para un período, y
permiten apreciar la complejidad extrema de esa realidad que no sabe ni
de monolitos ni de absolutos, revistas que acaso como
Temas
perduran
y se renuevan en cada número, resultan un remanso repasador de lo
logrado, el oasis que se permite la memoria en letra impresa, la memoria
que puede ser (no toda) manantial o sostén de lo más duro, aquello que
resiste en la experiencia y va siendo y enriqueciendo la cultura. Eso
fueron en su tiempo y circunstancias y para esa época y necesidad de
ser, por decir algunos títulos probantes, las
Memorias de la
Sociedad Económica,
o
El Habanero
o
Patria
o la
Revista de
Avance
u
Orígenes
o
Nuestro Tiempo
o
la revista
Ultra,
la
Revista
Bimestre Cubana
o
Lunes de Revolución
o
Cine Cubano
o
La
Gaceta de Cuba
o
Pensamiento Crítico
o la
Revista
de la Universidad de La Habana
o la del
Ministerio de Industrias o
Cuba Socialista
y
Teoría y Práctica
o la
Revista
de Información y Traducciones, Criterios
y
Nuevo Cine
Latinoamericano,
etcétera, etcétera. Quede clarísimo que no he querido ser
exhaustivo. Tan no lo he querido, que no me detendré en esa otra fórmula,
fuerza, canal, tubo que se llama Internet y correo-electrónico, fórmula
que todo lo permite, lo valioso y lo superfluo, el rigor tal vez, quizás,
a veces, y la banalidad que puede, también a veces, quizás, tal vez,
tocar la indignidad...
Revistas y revistas, las que menciono y las que no, me han servido de
ejemplo y que, como se constata en alguna relación más completa que
alguien enumeró en el simposium que siguió a la conferencia más que
magistral dictada por Fernando Martínez en el Instituto Superior de Arte
hace unas semanas, han resultado, resultan tantas como criterios debaten
ante oídos atentos y a veces sordos sobre nuestras vidas, sociedad y
futuro. ¿Será ese debate que quisiera ampliar también para atentos y
sordos este número 50 de la revista
Temas?
¿Propone
cada revista o publicación en su escala y para su auditorio, discútase
lo que se discuta, al abordar problemas no resueltos, con sus
reflexiones o proposiciones, una visión sobre lo que
Temas
ha
abordado como «transición-transiciones» y uno de los autores incluidos
en el sumario como «transitología», inaugurando un término que él aspira
a considerar esclarecedor y que no sabría decir si para mí resulta
divertido o preocupante.
Diré por qué; no para polemizar, sino para introducirme en el debate
fascinante que este
Temas
50 recoge
bajo el título genérico de «Transiciones y posttransiciones ».
Me
encantaría ser un gran teórico y apasionarme tanto con la claridad
clarificante de las teorías que formulase, adentrarme tanto en ellas,
que viviéndolas en mi mente las convirtiese en realidad. Debo
conformarme, en cambio, con la experiencia que no sé si valiosa pero sí
que mucha, variada, desconcertante e inserta en la historia del siglo
XX, en diferentes latitudes y siempre como protagonista menor, a veces
tan menor, y hasta menorísimo, que el testimonio que puedo dar solo
tendrá el valor de la presencia. Era muy joven, adolescente casi, cuando
entré en contacto con los anarquistas españoles que llegaron a Cuba;
eran, se hacían llamar, libertarios y me impregnaron de ese ideal. Es
que la generación habanera de que formo parte vibró con la República
española, con sus comunistas, con sus socialistas y con sus
anarco-libertarios. Esos profesores españoles revolucionarios que habían
vivido el primer capítulo de la libertad y el fascismo, ese combate que
precedió la Segunda guerra mundial, aportaron a Cuba la experiencia de
una revolución social, y la de sus aciertos y errores, la depuración de
aquellos en la reafirmación clarificante que se materializó en la
reflexión y la inter-solidaridad: todos habían pasado a ser, ante todo,
republicanos. Cuando muchos años después llegó la transición .para
valerme esta vez de ese término que desde España se hizo
voluntaristamente modélico., había pasado tanto tiempo que me preguntaba
si los retornos eran posibles. Trans-terrados, había llamado María
Zambrano a aquellos miles de seres que vinieron a refertilizar las
tierras de América Latina; ellos, los que volvieron, fueron también
capaces de refertilizar España y sacarla del horror del almapandereta en
que la había sumido el franquismo. Con los vivos y devueltos llegó el
recuerdo y la obra, y llegaron los principios defendidos hasta el último
día por aquellos que quedaron para siempre en nuestros países. Han sido
necesarios varios decenios para que en estos dos últimos años aquella
transición que se proclamó modélica porque pacífica y útil, bien
calculada, acaso la única posible; pero también simple traspaso pactado
de poderes y ceremonia de símbolos, comience a reconocer en la
República, y en la excepcionalidad de aquella experiencia histórica, los
valores éticos y el heroico coraje de sus protagonistas, la esencia más
pura de la España que tenía que ser. En estos días he podido apreciar en
la TV internacional la imagen reciéndescubierta y recién-restaurada de
grupos de entre los 300 000 refugiados republicanos que llegaron a
México bajo el amparo del General Lázaro Cárdenas, que es decir de la
Revolución mexicana, que había hecho temblar las tierras de América y,
ante todo, la de México, más que todos sus terremotos ancestrales;
Revolución nuestra, paradigma, Revolución que precedió a la rusa, quiero
subrayarlo para más tarde servirme de ese subrayado.
Al fin pronuncio la palabra clave, la que quería decir sin ambages: ¡Revolución!
De eso se trata en estas, mis reflexiones en la presentación del número
50 de
Temas.
Las revoluciones son cataclismos y al pasar de una etapa a otra de la
organización, desestructurando raigalmente una sociedad con la esperanza
de estructurar, quiero decir, de construir otra, es obligado ese
cataclismo y no, de ello estoy convencido, como he leído en algunos de
nuestros autores, simple transición del capitalismo al socialismo. No
logro evitar un sentimiento de estupor porque esa repetida frase parece
empeñada en sustituir lo que anima la vida de una época. Revolución, así,
con mayúscula, Revolución, con mayúscula y con orgullo al pronunciar esa
palabra, palabra mayor. En el caso de Cuba, esa nueva terminología me
resulta, para servirme del autor que parte de una nueva ciencia o rama,
la transitología, como recurso para situar este juego o recurso formal o
método como lo que me parece escapatología o evasionología o
academiología. Las revoluciones son revoluciones y la nuestra se inicia
con un baño de sangre que fue, también en ese nacimiento, de sacrificio,
heroísmo, coraje y solidaridad.
Ese día 26 de Julio, tan cercano para el recuerdo, terminaron todas las
teorías y legitimidad de las estrategias que se apoyaban en fraseologías
y sueños y sobre todo en mimesis: la lucha armada era ya irrevocable;
como irrevocable había sido el inicio de las insurrecciones cubanas que
reunieron el 10 de Octubre de 1868 con el repique de La Demajagua dos
revoluciones, la de la independencia, revolución nacional; y la de la
liberación de los trabajadores-esclavos negros, revolución social. Esos
entrelazados ingredientes eran pólvora. Fidel en 1968, y en La Demajagua,
declaró con toda firmeza y lucidez que allí había comenzado la lucha
cubana: la Revolución cubana. En el Moncada, en
La Historia me
absolverá,
tenemos ya esbozado el programa para la revolución armada
triunfante. Retorno a un instante de este texto. Tengo muchos años.
Desde el Moncada sufrí persecuciones y prisiones que no terminaban,
participé activamente en la clandestinidad habanera, pago aún .y no me
importa. las consecuencias del odio y el abuso ejercitado sobre mi
persona y más aún el dolor profundo que anida en mi alma, que no admite
el olvido, ante el recuerdo de los compañeros caídos. Lo pagamos muy
caro, en sangre, sacrificios, combates frontales. Derrotamos a la
dictadura y al imperio, y mejor diré al Imperio y a su
testaferro-dictador; y lo hicimos como un ejército martiano de jóvenes,
muy jóvenes, como muchos o algunos de ustedes, encabezados por jóvenes,
muy jóvenes, y por un lúcido jefe, Fidel, tan inteligente y sabio
estratega en el combate armado como en el político. Días después del
triunfo daba instrucciones que no podré olvidar jamás: «las leyes
revolucionarias y la primera, la de Reforma agraria, deben ser un golpe
tan destructor a la organización social que no haya modo de
reconstruirla». Lo dijo de otro modo, más gráfico, más para mí que amo
la palabra, pero mejor si deviene también imagen. En el Programa nacido
del Moncada Fidel ya había diseñado, para un país pequeño,
transformaciones de base, de esas que hacen del hombre ciudadano, del
ciudadano ser pensante, del ser pensante ejercitador consciente de la
libertad. Como señala con razón uno de los ensayos que aparecen en la
revista, la reforma agraria y las nacionalizaciones resultaron
determinantes en la destrucción del poder burgués y la explotación
imperial estadounidense, es decir, de la presencia del capital
extranjero y de la oligarquía testaferra; pero no tendríamos que olvidar
nunca que se inició casi de inmediato la alfabetización, y que la
sucedió el seguimiento y quedó establecida la meta del noveno grado. Los
campesinos de todo el país visitaron a los citadinos; los niños de las
sierras bajaron del monte, sierra y bosque, a estudiar a la ciudad; y
las campesinas llegaron por miles a aprender corte y costura y acceder o
ampliar «sus letras» y visión del mundo; los adolescentes citadinos
pasaban semanas en el campo; muchas revoluciones se entrelazaban y
complementaban y entre ellas, entre tantos cambios, el Ejército Rebelde
se ejercitaba en el conocimiento, por demás imprescindible para el
ejercicio de nuevas armas, en primer término defensivas.
No continuaré por este camino. Sé que los estudiosos, sociólogos y
economistas prefieren o han preferido plantearse en sus artículos y
ensayos más que el re-análisis de la obra de aquellos años fundadores,
una visión crítica enriquecedora en relación con la formación, estado y
perspectivas de la organización social y la economía en el contexto
latinoamericano e internacional de la globalización en Cuba, pero más
allá de nuestro país y contextualizándonos. No esquivaré el tema. Ya lo
discutía Che con más de un contradictor en los años 60. Acaba de
publicarse un libro que apenas circula y que recoge sus tesis de
entonces y las discusiones internas en el Ministerio de Industrias. Se
titula
Apuntes críticos sobre la Economía Política.
Hace
trizas Che del
Manual de Economía Política
de la Academia
de Ciencias de la URSS y el concepto mismo de los manuales. Ese engendro
de papilla ideológica, inventado para sostén del estalinismo y de todo
el antintelectual que en el mundo existe; es decir, para disfrute de
todos los que prefieren renunciar al pensamiento, al análisis autónomo y
crítico, diremos que por dogmático-miméticos, pero sobre todo por vagos,
satisfechos en la estúpida placidez de su ignorancia. Che no propuso
nunca nuevas Biblias; no me sentiría obligado a recomendar ese
maravilloso libro, su libro, para seguir sus tesis, unas me entusiasman
otras no tanto; pero es ante todo una incitación a pensar, a abordar los
problemas como parte de una realidad siempre cambiante y no permite
fabricar fórmulas que no deban o puedan ser desechadas años después si
necesario fuese.
Tuve la oportunidad excepcional de descubrir a un senador chileno, algo
frustrado porque alojado desde hacía varios días en el hotel Deauville,
no lograba hacer contacto con dirigentes de la Revolución cubana. Él
tenía sus tesis y lo llevé a conocer a Che y tuve así, como quien dice,
accidentalmente, la oportunidad de, testigo mudo, escuchar parte de
aquellas primeras conversaciones. Allende creía sincera y profundamente
en la posibilidad democrática electoral de llegar al poder y desde el
poder abrir caminos al socialismo; no de instaurar en horas, semanas,
meses una sociedad de inspiración socialista radical, no era un ingenuo,
pero sí de abrir caminos muy serios y cada vez más raigales en esa
dirección. Probó que el democrático tradicional podía llevarle al
gobierno e intentó ir más lejos: alcanzar el poder e iniciar las
transformaciones soñadas. Lo pagó con la vida. Muchos años antes, en
1950, llegué a China cuando todavía los ejércitos de Chiang Kai Shek
combatían; unos meses antes había caído Shanghai, en septiembre de 1949.
Era parte de una delegación de estudiantes universitarios que recorría
la China casi liberada participando en concentraciones populares que
apoyaban a Mao Tse Tung; era todavía la guerra y nuestra caravana se
apoyaba en tropas y ametralladoras de grueso calibre. Encontramos a Mao.
El apoyo y entusiasmo popular eran impresionantes, pero tuvieron que
combatir hasta el último instante. Los bolsones de los ejércitos
enemigos estaban por todas partes y eran eso, bolsones muy, muy
elásticos, avanzaban y retrocedían.
En 1968 estaba en la Sorbona cuando comenzó la rebelión estudiantil y
toda la mañana permanecí bajo el fuego graneado de las bombas
lacrimógenas que habían sido estrenadas en Viet Nam. Walter Achúgar, un
tupa de mi amistad más íntima, andaba en las mismas, nos separamos
frente a una librería de izquierda, La Joie de Lire, en el borde del
Boulevard Saint Michel y solo cuando logré salirme de la zona más
caliente, descubrí mis ojos dañados. Cuando regresé a Cuba los
oftalmólogos encontraron solución y me salvaron, pero otro de mis amigos
de entonces, el director de la librería y la editorial que publicaba
Tricontinental
en francés, quedó tan dañado que permaneció meses
hospitalizado. Una de las bombas había estallado sobre él. El general De
Gaulle (al que pese a todo admiro) voló en helicóptero a Alemania a
pedir ayuda a las tropas francesas allí acantonadas. Lo logró. Se
sostuvo con ese apoyo militar pero el Estado francés, nacido de una
revolución que transformó el mundo y la única que tras el Derecho romano
que todo rige, fue capaz de imponer a cañonazos la estructura toda de la
sociedad europea y con el Código napoleónico reestructurar a fondo el
Estado fortaleciéndolo para la modernidad, había corrido riesgo mayor.
Aquel Estado sin embargo, fuerte como pocos, estuvo a punto de
derrumbarse en unas horas.
Era la segunda vez en mi vida en la que apreciaba esa debilidad
estructural y militar ante un estallido de carácter popular y
potencialmente revolucionario. Había aprendido en Bogotá, en 1948, junto
a Fidel, cuán endeble puede ser esa y cualquier estructura estatal. En
Bogotá, en el corazón de América Latina, simbólicamente en los Andes y
mientras tenía lugar la Conferencia Panamericana con la presencia del
general Marshall, el asesinato de Gaitán, el líder liberal más popular y
amado en la historia de aquel país, desencadenó una revuelta que,
cuarenta y cinco minutos después, conmovió de tal modo los cimientos de
la sociedad que pudo derrumbar el gobierno y desbordar sus fuerzas
armadas. Policías y soldados entregaban las armas o no combatían. Debió
llegar para detener la revuelta otro ejército, «los chulavistas». A
ellos brutalmente tocó controlar al pueblo armado, saqueante e
incendiario. Bogotá desapareció entre las llamas. De nuevo un salto,
1968, en junio me tocó entrar a Brasil. Los jóvenes estudiantes de São
Paulo, no pocos de ellos ligados a Acción Libertadora y muy directamente
a Marighella, casi insurrectos, y en Río, Chico Buarque, Gilberto Gil,
Glauber Rocha, Caetano Veloso, etcétera, etcétera, encabezaban
manifestaciones contra la dictadura. Parecía otra vez el Mayo francés;
pero los militares aplastaron aquel estallido. Cuando la policía militar
pisaba mis talones, lo digo en broma, porque los mismos estudiantes que
había conocido en una trinchera paulista me habían situado junto al
piloto de un Air France sin plaza y sin billete y andaba ya sobre el
Atlántico, vía París. Ellos en cambio conocieron más tarde las cárceles
y algunos fueron asesinados. Pero no cesó el combate hasta la derrota de
la dictadura. No, los que intentan cambiar la sociedad en cualquier
dirección o inspirados en cualquier ideología o religión, marxistas y
hasta reformadores, radicales o no, afrontan riesgos y responsabilidades
y tareas y enemigos difíciles de quedar reducidos a esquemas técnicos.
Ved a los líderes haitianos o a Juan Bosch en Dominicana, en tiempos no
tan lejanos o actuales. Los regímenes oligárquicos, el imperio, y sus
ejércitos, reprimen, aplastan y llegado el caso, asesinan. Siempre
amenazan, cercan, empobrecen y limitan. Es el caso de Cuba, no olvidarlo.
Que me quiten lo vivido .se dice en broma. Eso, lo vivido, de lo que he
reseñado bien poco, de esas experiencias, nace y se afirma un cierto
sentido común. Eso me creo: las revoluciones son revoluciones. Aciertan
o fracasan. Navegan con suerte o encuentran obstáculos, tantos que no
logran realizarse plenamente, sufren períodos de estancamiento y se
corrompen o rectifican a tiempo y renacen a nuevos bríos. Tuvimos un
Moncada y tuvimos un Primero de Enero de 1959, el Año Nuevo más nuevo de
nuestra historia. Cayó Che en Bolivia y Bolivia tiene a un
revolucionario en la Presidencia y multiplica por dos su proyecto
revolucionario con un boliviano aymara retornando a la dignidad del
poder real a un descendiente de los pueblos autóctonos, un acto de
justicia histórica. Tuvimos un Período especial, lo tenemos aún, un poco
menos especial, y esperamos que tal especialidad se acorte si trabajamos
bien y cumplimos la tarea que nos imponen las circunstancias: defender
la Revolución y su esencial eticidad, el valor supremo que la legitima:
su pasión por la justicia, por la verdad, aportando ideas, soluciones
posibles o, en la mayoría de los casos, los marcos referenciales en que
esas eventuales medidas-soluciones o de acercamiento a ellas serían
factibles. Este número de
Temas .estése
o no de acuerdo con una u otra reflexión o proposición, con uno u otro
texto. cumple largamente uno de los objetivos que me atrevo a suponer
inspiran su diseño: provocar en el lector nuevas inquietudes, enriquecer
las que ya seguramente tiene, alimentar esa angustia productiva que nace
del compromiso activo, aquel que no admite que el pensar útil quede
sumergido en el letargo corruptor de la inacción.
Recuerdo siempre de aquellos años más que juveniles a que he hecho
referencia, las extrañas relaciones que establecí con Ortega y Gasset, a
quien leía sin descanso pero no porque me fascinara sino porque
provocaba en mí rechazo y silencioso diálogo, casi siempre turbulento.
No porque negase sus tesis de modo total sino porque me parecían
demasiado poco, poco menos que conformistas con el progreso y la
modernidad tal y cual se presentaba en la época. Época de esperanzas en
un mundo mejor posible y, por tanto, poco propicia a revoluciones de
escala mundial. Conservo aún aquellos libros y los amo porque me hacían
pensar y debatir en medio de la lectura. Preparando estas notas he
apreciado no la fase del rechazo, que a veces he sentido más que pensado
en la lectura de algunos párrafos, sino en la fase del estímulo, pues
puede descubrirse o mejor apreciarse en la diversidad generacional y de
responsabilidades y posibilidades, un debate virtual, la presencia de
una conciencia activa. Esta vez en un período histórico en el que tengo
la convicción de que lo posible es posible; y que lo necesario lo es
también. En uno de los artículos de
Temas
se cita
una frase de Fidel, muy, muy bien seleccionada para este debate. Es una
referencia al discurso del 1º de mayo de 2002. «¿Qué será la Revolución,
me atrevo a preguntarme, y a hacerlo para nuestros días?» Fidel daba
respuesta entonces a su propia reflexión y dijo: «Revolución es sentido
del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado».
En ocasión del lanzamiento del libro de Ignacio Ramonet
100 horas con
Fidel,
seguro de que aquellas páginas recogían ya un mensaje que
recapitulando historia y vivencia apuntaban hacía el futuro, me dije que
faltaba aún a Fidel y que esperaba eso fuera posible, y lo está siendo,
entregar a las nuevas generaciones, las que están y las otras, mensajes
y diseños de futuro. Y no es que no crea que puedan surgir otros Fidel,
distintos pero válidos, otros José Carlos Mariátegui, otros Martínez
Villena u otros Julio Antonio Mella u otros Flores Magoon, otros
Salvador Allende u otros Che u otros Prestes o Marighella o Albizu
Campos u otros Juan Bosch. Unos sucedieron a otros y ya han ido
apareciendo quienes intentan completar historias o realizarlas, tomando
el liderazgo de sus pueblos y entregando al espíritu de eticidad y
justicia la forma de ser necesaria y posible a cada época o período o
circunstancia con comprensión y «sentido del momento histórico». Siempre
veremos, verá el curso de la historia, más previsible o inesperadamente,
surgir el pensador, el jefe, los jefes, los organizadores necesarios. La
barbarie capitalista, la explotación del ser humano, la injusticia y las
máscaras que se inventan no tendrán jamás cuartel. ¿Por qué entonces
Fidel, porque soñar entonces, reclamar de su persona mensajes y diseños,
o esperarlos, o desearlos, y es mi caso? Solo porque me toca esta
tribuna lo subrayo, no porque me dé significación particular alguna, es
que he apreciado en los textos leídos más recientemente, en sus
reflexiones, una común presencia. Todos parecen anhelar, ante nuevas
realidades y oportunidad excepcional, históricamente excepcional, una
necesaria refundación, revitalización del socialismo. Unos quisieran
sacudirnos del lastre que suponen restos que todo traba en el pensar y
el ser desde las concepciones
dogmático-rutinarias-miméticoempobrecedoras del estalinismo. Che llamaba
bíblicas a las concepciones que devenían cristalización, ya para siempre
inapelables. Y ¡Dios mío!, me toca matizar, lo hacen sin poesía alguna.
Fidel ha dicho y ahora repito que lo revolucionario «es [tener el]
sentido del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado».
Tendrá América Latina, tendrá uno u otro país, tendrá Cuba acaso, tendrá
la Revolución aquí, allá, en alguna parte, otros Fidel y otros Che y
otros Martí y otros Bolívar, pero Fidel está aquí y es hoy. En el mundo
y en nuestra época no hay alguien, otro pensador y jefe, con autoridad
tal ante las nuevas generaciones, y ante la historia voz mayor,
comunicador e .insisto. autoridad moral de tal magnitud que, como él,
Fidel, pueda contribuir mejor y más productivamente al rediseño o
retorno a las raíces con visión de contemporaneidad y de realidad real.
Su voz puede entregar a las izquierdas y más precisamente al socialismo
lo que le queda por dar.
¿Le queda por dar? Ya se está entrenando como en los días del Stadium
Universitario y de la FEU. Atisbo en algunas de sus recientes
reflexiones algunos de esos rasgos. Y no son pocos de entre los autores
que reúne
Temas
en sus textos
los que apuntan en algunas de esas direcciones, probando que no son
pocas las líneas a repensar mirando hacia el futuro. No se trata de
preocupaciones nuevas. ¿Es que puede repensarse el socialismo o una
aproximación a un programa o programas socialistas sin que a su primer
plano se incorpore el verde, la ecología, esa responsabilidad moral que
el capitalismo salvaje y los imperios han pateado y el imperio de
nuestros días destruye a mansalva? He ahí una bandera que redimensiona
su presencia. No podrá estar ausente de un socialismo del siglo XXI la
salvación del planeta, y de la vida humana, y de cada ser, uno a uno.
Ese Renacimiento socialista que cargado de humanismo, humanismo ante
todo, ante todo humanista, debiese, tendrá que renacer, se apoya ya, y
se apoyará igualmente en conceptos que fueron olvidados o relegados y
que Mariátegui había situado en primer plano. Mariátegui y Zapata y la
Revolución mexicana toda y más cercanamente los movimientos revolucionarios
bolivianos que un cineasta subvalorado, Jorge Sanjinés, recogió en
imágenes tan importantes sí, tan, tan importantes como las de Octubre.
Habrá que pensar, repensar, valorar por eso, buscar inspiración en los
movimientos populares de base, los Sin Tierra, las mujeres, los del
margen, los pueblos indígenas, en los de aquellos que reclaman respecto
a su dignidad en el marco de opciones naturales, y hasta en los
delincuentes que deben de ser reeducados, son personas, para su
reinserción social y el autorrespeto, y habrá que detenerse en esas
otras formas y reclamos del campesinado sea donde fuera. Los
revolucionarios, su vanguardia universitaria y sus «académicos» suelen
ser citadinos o lo devienen, agrarismo, naturaleza, ecología y su
interrelación no serán palabras vanas. Retornan a su justo lugar.
No he hecho referencia alguna al proletariado, a la clase obrera, y no
la haré. Su papel como sostén del socialismo e impulso hacia el
socialismo requiere reflexión complejísima y no seré capaz de centrar
criterio en un párrafo. Mejor proponer a
Temas
provocar
un debate, pero no cubano, latinoamericano, sobre tamaña inquietud y
posibles respuestas en medio de una segunda revolución
científico-tecnológica, en medio de una globalización que enriquece y
empobrece hasta lo monstruoso, en medio de un nuevo perfil de la
sociedad, el perfil del saber.
El tema del mercado preocupa igualmente a los que en
Temas
publican
sus ensayos, y aparece de algún modo en las reflexiones de Fidel, y
presente estuvo siempre en las de Che. Me interesa en este instante
adelantar un fragmento de una cita más amplia de Emir Sader utilizada
por uno de los ensayistas de
Temas.
Él señala: «La lucha contra la mercantilización del mundo es la
verdadera lucha contra el neoliberalismo, mediante la construcción de
una sociedad democrática en todas sus dimensiones, lo que necesariamente
necesita una sociedad gobernada conscientemente por los hombres y
mujeres y no por el mercado». Aparece en el ensayo de Gilberto Valdés
Gutiérrez «El socialismo del siglo XXI. Desafíos de la sociedad más allá
del capital», y particularmente en su segunda parte, «América Latina:
posneoliberalismo y socialismo». No me detengo en este ensayo por falta
de interés en los otros, es que preparo para el XXIX Festival
Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que tendrá lugar en
diciembre, un Seminario dedicado a «Realidad y/o utopía, América hoy».
Es
decir, a pensar el marco en el que el Nuevo Cine seguirá siendo cine
nuevo o no lo será, porque ese cine surgió acompañando y no pocas veces
protagonizando, en su escala, el combate por la liberación nacional. Ya
no es el mismo, lo sabemos, pero ¿cuál será su compañía?, ¿qué le tocará
protagonizar reseñando, descubriendo y enriqueciendo no solo la
realidad, sino su imaginario ético-poético? Es Osvaldo Martínez quien
afirma esperanzado «el socialismo tiene una segunda oportunidad para
repensarse. Para los cubanos, repensar el socialismo implica una gran
dosis de responsabilidad. Se trata de valorar el significado de las
cosas fundamentales que hemos alcanzado para avanzar, a partir de ellas,
en ese socialismo del siglo XXI». Hasta aquí cito. Entonces diré,
subrayando, que entre esos fundamentales objetivos alcanzados, que
profundizar y cuidar, está el saber, el más alto tesoro de la conciencia
para el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad, y para el
desarrollo. Desde el saber y el análisis de la realidad real tal vez
evitemos la fobia anti-mercado que tendrán que controlar, como todo,
esos hombres y mujeres del socialismo a que hace referencia Sader, y las
instituciones instrumentales que les sirvan y no fuerzas ciegas que al
final ni son ciegas ni logran enmascarar la brutalidad de sus objetivos.
Refiriéndose a ese tratamiento del mercado, que al final todo lo define
en la organización y tratamiento de la estructura económica, Osvaldo
Martínez lo califica de «asignatura pendiente del socialismo» y de
«fenómeno sumamente ambivalente», pero no renuncia a llamar la atención
sobre el peligro de pasar a ese extremo «peligro de que al reprimir (lo)
ahogándolo totalmente, podamos conseguir efectos negativos, de
desestímulo productivo.». Me serviré de uno de sus párrafos porque
resume en imagen casi cinematográfica este objeto de debate y vida. El
mercado resulta «brioso caballo que corre el riesgo de lanzar a su
jinete y descalabrarlo, pero al mismo tiempo, no hay otra cabalgadura
disponible». «Entonces tendría que ser manejado en el día a día,
mediante un proceso de prueba y error». Y esto de prueba y error me hace
pensar en Che; en ese no a la inacción o el inmovilismo frente a las
urgencias que suponen disponibilidad para la rectificación y el ajuste,
un componente del espíritu anti-dogmático, ya desbordando el problema y
enfoque referido al mercado, pero a partir del mismo principio. La
revolución no es solo un proceso racional, pero no puede dejar de serlo:
toda fuerza ciega tiene que ser humanizada.
Debo llamar la atención finalmente sobre dos aspectos de la entrevista
a Ignacio Ramonet (incluida en este número). Uno, la calidad de las
preguntas, otro la importancia de todas las respuestas y detenerme en
una que me impresiona con dolor porque seguramente constata una realidad
que aun si parcial resulta desgarrante. Dice Ramonet que las nuevas
generaciones interesadas en el cambio social que como «la generación de
los años 60» podían vernos como Meca, es su lenguaje, nos consideran «un
país socialista a la antigua, haciendo una especie de corte entre Cuba y
América Latina». «Ese corte es un error», afirma. Subraya entonces y lo
da como una de las inspiraciones y objetivos de su libro, que, «lo que
ocurre hoy en América Latina no sería concebible si no se comprende a
Cuba». Era hora ya de que alguien como Ramonet lo dijese. Esa entrevista
debe tener la más amplia divulgación. Si el cuestionario es inteligente,
el curso de las respuestas resulta prueba de lucidez y profundidad, y
coraje moral, y equilibrio, y por ello, de rigor. Y aquí termino,
felicitando a Rafael Hernández y a sus colaboradores por el número 50 de
Temas
y por sus cincuenta números. Por su ejemplo de dignidad y
coraje intelectual revolucionario; por el aporte que hacen y harán, que
han hecho a la Revolución, porque pensar es un acto revolucionario. © ,
2007 |
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