De la lucha armada a las urnas

Por Manuel E. Yepe
Noviembre 2007
 

No falta mucho para que se cumpla medio siglo de que la revolución cubana se hizo gobierno, culminando un proceso de lucha armada popular.

En la medida en que la revolución cubana se fue consolidando en el poder, resultó evidente que la "democracia representativa", tal como la exige Washington, no era la opción única de supervivencia para las naciones del continente en un escenario dominado a su antojo por el poderoso vecino del Norte.

La clase política protagonista del juego democrático representativo diseñado en Estados Unidos fue perdiendo cada vez más credibilidad, autoridad y prestigio.

La concepción de la política como un juego en el que se invierten recursos financieros -propios o tomados en préstamo- para llegar a desempeñar un cargo electivo en cuyo desempeño se recuperará con creces la inversión, genera corrupción.

Un mecanismo que hace depender el desempeño de las funciones públicas de la disponibilidad de medios económicos garantiza, en última instancia, el control de los procesos políticos por los poderosos: las oligarquías y el imperialismo.

La revolución cubana fue desafiando y venciendo todos los intentos de los EEUU por destruirla. Terrorismo, invasiones, exclusión y el más longevo bloqueo económico conocido contra pueblo alguno, han sido pruebas que han servido para confirmar la legitimidad de la revolución cubana.

Con su ejemplo, Cuba favoreció la reproducción de la rebeldía de los pueblos oprimidos de la región y promovió el surgimiento de nuevos dirigentes revolucionarios prestos a seguir la ruta cubana y a correr los mismos riesgos.

Desde la Alianza para el Progreso y el Plan Camelot, hasta la Operación Cóndor, el imperialismo no escatimó recursos para evitar que el ejemplo cubano cundiera en la región. Es difícil señalar a un país de la región, grande o pequeño, que no haya sufrido alguna invasión, ocupación, golpe de Estado o fraude político para imponer un gobierno de mano dura que, con el apoyo de la oligarquía criolla y al costo que fuera necesario en términos de hambre, miseria y asesinatos de líderes sociales y populares, alejara el peligro de una revolución "a la cubana".

El gobierno estadounidense movilizó gigantescos recursos para combatir la insurgencia popular y muchos héroes surgidos de las entrañas de los pueblos cayeron en la lucha armada al fracasar sus nobles proyectos revolucionarios.

La caída en combate y asesinato del más glorioso símbolo de este período de luchas guerrilleras en la América Latina, el comandante Ernesto Che Guevara, marcó un momento trágico para las esperanzas de los pueblos del continente.

Pero las razones que motivaban la rebeldía que generaba la lucha armada de las vanguardias populares no cayeron en combate ni pudieron ser asesinadas. Los pueblos encontrarían la forma de seguir la lucha… y la hallaron.

Como tantas veces ocurre en la historia, la intuición de los pueblos vino al encuentro del talento de preclaros líderes que los propios pueblos conciben para las circunstancias específicas.

Luego de fracasar con un pronunciamiento armado desde las filas militares venezolanas, el comandante Hugo Chávez Frías ensayó una estrategia política basada en la convocatoria a las masas sustentando un programa de proyecciones sociales verdaderamente identificado con los anhelos del pueblo, sin compromisos con la oligarquía ni el imperio.

El pueblo venezolano, en una extraordinaria prueba de desarrollo político y patriótico, respaldó a su nuevo líder dando sus espaldas a las maquinarias políticas de los partidos tradicionales, serviles a los diversos sectores de la poderosa oligarquía del país y sometidos todos a los dictados del Norte. La elección presidencial de diciembre de 1998 en Venezuela abrió una nueva era en la región: la de las revoluciones pacíficas de las fuerzas populares y progresistas.

Luego vendrían nuevas victorias de candidatos no respaldados por las clásicas maquinarias políticas, sin la aprobación ni el respaldo de los Estados Unidos en más de una docena de países del continente y hoy es evidente que América Latina no es ya la misma de hace una década.

Pero –se preguntan los politólogos- ¿hasta cuando soportará la superpotencia esta situación y la continuación aquella tendencia?

¿Dónde está su reconocido control de los cuarteles para ordenar los clásicos golpes de Estado? ¿Qué espera para desembarcar sus marines en algunos o todos estos perversos países disidentes? ¿Cuánto más tendría que gastar para manipular los resultados de los comicios en estos oscuros rincones del mundo?

Nadie puede garantizar que no existan en los Estados Unidos fuerzas capaces de imponer cualquiera de estos cursos de acción para la solución de su "crisis" en Latinoamérica y el Caribe.

En los cuarteles, no encontrarán la misma receptividad de antes luego del abuso que hicieron de sus vínculos con las instituciones armadas de la región empleándolas en trabajos de represión, torturas y exterminio de civiles.

Centenares de veces ha desembarcado Estados Unidos sus marines en territorios de América Latina y el Caribe en función de imponer su dominación, pero tras las debacles en Vietnam y ahora en Irak, el costo político interno de una acción semejante pudiera resultar impagable.

Recursos económicos para violentar los procesos electorales no les faltarán, pero ya los pueblos no son los mismos. Cada vez es más difícil engañarles porque identifican mejor a los candidatos por sus programas y sus mensajes.

Así como lo ha hecho Cuba, los pueblos del continente hallarán sistemas de verdadera democracia, invulnerables al control de los procesos por el capital, obedientes solo a la voluntad de los pueblos.

 

Noviembre de 2007 .

 

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