Durante más de una
centuria, un documento ha levantado
polvaredas sobre su autenticidad. Se
trata de la supuesta carta o
memorándum con instrucciones que
debió dirigir según unas versiones
el Secretario Asistente, o según
otras el Subsecretario de la
Secretaría de la Guerra de Estados
Unidos, J. M Breackreazon o J. C.
Breckinridge, a un teniente general
J. S. Miles, sedicente jefe del
ejército, para cursarle órdenes
sobre la campaña que debía seguir en
Cuba.
En este memorándum el
tal Breackreazon o Breckinridge,
ordena ganarse el apoyo de la raza
de color en la isla, para un
plebiscito de anexión que se
convocaría y, además, dispone que se
destruya en la guerra todo cuanto
alcancen los cañones estadounidenses;
así mismo extremar el bloqueo para
que el hambre y la peste diezmen la
población pacífica cubana y mermen
el ejército mambí. Ese ejército
debía emplearse en constantes
exploraciones y vanguardias, para
que sufra el peso de la guerra entre
dos fuegos. Así recomendaba también
todo el memorándum acciones
diabólicas de esta naturaleza para
destruir al pueblo de Cuba.
¿Por qué esta
comunicación, a pesar de reunir
tantos puntos nebulosos, ha navegado
con tanta fortuna y no pocos la han
considerado auténtica, al punto de
que mucha prensa y muy rigurosos
historiadores la han reproducido en
todo o en parte, a pesar de
elementos bastante sólidos, que
desacreditan su fidelidad? Se sabe
que durante los primeros años del
siglo XX la reprodujeron El Eco,
de Holguín, y el Listín Diario,
de Santo Domingo, ambos en 1908,
Repertorio del Diario del
Salvador, en 1911, El Día,
de Valparaíso, al año siguiente, y
La Independencia, de Santiago
de Cuba, en 1913. También la tomaron
en cuenta Emilio Roig de
Leuchsenring, quien la publicó en
1912 dentro del trabajo "Acotaciones
Jurídicas. Los Estados Unidos y
América Latina", en la Revista
Jurídica,
tomada a su vez de un trabajo del
escritor nicaragüense Alejandro
Bermúdez, publicado por El Foro,
de San José de Costa Rica y también
Enrique Collazo, en su libro La
guerra de Cuba.
Aunque debe anotarse que ya este
protagonista de nuestras guerras de
independencia mostraba no tenerlas
todas consigo en cuanto a su
autenticidad "por su índole y
condiciones, así como por no haber
visto el original".
Consideramos que ha
habido una gran razón para tantas
reproducciones, la conducta seguida por
Estados Unidos en el caso de Cuba desde
el siglo XIX y sus intentos
anexionistas; también, su expansionismo
e intervencionismo en la cuenca del
Caribe a partir de entonces y, en no
poca medida, su desmandada política
injerencista en toda América Latina.
Todo esto hizo que el documento ganara
visos de verosimilitud y, sobre todo,
que hubiese muchas ganas de que fuera
cierto para tener la prueba confesa e
incontrastable de la perversión
imperialista.
Mas, nada de esto permite
convertir el documento en auténtico, y
se puede afirmar que posiblemente fue
elaborado entre fines de 1897 y mediados
de 1898 por los amigos de España,
enemigos de la independencia de la isla,
dispuestos a mantener el dominio de la
metrópoli y el régimen colonial. En
definitiva, para creer en la esencia
malévola que ha supuesto la política de
Estados Unidos respecto a Cuba, esta
carta no resulta necesaria. El
expansionismo de la potencia del Norte
y, después, su imperialismo se ha
sobrado en los intentos más despiadados
de someter la isla. A pesar de ellos,
los cubanos hemos tenido suficiente
valor y gallardía, para librarnos de las
torpes operaciones con que a veces
venían a cumplirse los designios
onerosos que se expresaban en el tan
asendereado documento.
Veamos las razones que
nos mueven a considerarlo apócrifo:
-El supuesto memorándum
que debió dirigir, según unas versiones
el Secretario Asistente, o según otras
el Subsecretario de la Secretaría de la
Guerra de Estados Unidos aparece escrito
en sucesivas ocasiones de muy diferentes
formas, J. M Breackreazon, J. M.
Breacseason, J. M. Breackseason, J. M.
Breackreazón, J. C. Breekenridge, J. G.
Brekenridge o J. C. Breckinridge, de
todas estas maneras ha aparecido y
todavía hay otras más.
-En 1934, en un artículo
en la revista American Historical
Review, Thomas M. Spaulding, ya
señalaba que la carta reproducida por
Horatio Rubens, en 1932, en su libro
Libertad; Cuba y su apóstol,
cuya fuente no cita, la dirigía a J. C.
Brekenridge con "k" seguido de "e" (en
la versión española de la obra de Rubens
aparece como J. G.), al general J. S.
Miles. Pero sucedía que J. C.
Breckinridge (con "ck" e "i" latina
después) era Inspector General del
Ejército de Estados Unidos y no
Subsecretario o Secretario Asistente de
la Guerra. Ambas precisiones pueden
verse en el libro del Secretario de la
Guerra, Russell A. Alger, The
Spanih-american War.
El Subsecretario entonces era George D.
Meiklejohn. Spaulding, que confirma el
cargo de Breckinridge, aducía con toda
lógica que, dada su condición de
Inspector General del ejército,
Breckinridge resultaba el segundo en la
línea de mando de la institución
castrense, por lo que se daría el
contrasentido de que el subordinado le
diera órdenes a su jefe. Otra razón más,
expuesta por Spaulding, resultaba que en
la carta se le daba a Miles el rango de
teniente general, cuando en ese momento
este era de mayor general. El título de
teniente general solo lo alcanzaría en
1900.
Otra cuestión equivocada, que por cierto
merece precisión, es que la iniciales
que se le colocan a Miles son J. S.,
cuando las del mayor general eran N. A.,
de Nelson A. En la versión de Rubens, la
carta se fecha 24 de diciembre de 1897.
-Esta carta la había
reproducido 32 años antes Severo Gómez
Núñez, en el tercer tomo de su obra
La Guerra Hispano-Americana,
impresa en Madrid en 1900. Expresa
genéricamente que fue publicada en
Alemania y la versión que incluye en la
obra la tomó del diario La Lucha
de La Habana, pero no establece la fecha
del periódico. Curiosamente se pueden
anotar varias anomalías: esta carta no
está rubricada por ningún Breckinrige o
Breckenridge, sino por "J. M.
Breackreazon", y sigue con la
abreviatura "Asst. Sig."(ojo con la
errónea abreviatura Sig.) y está
dirigida al "teniente general J. S.
Miles". Es decir, no solo la firma otro
personaje sino que anota erróneamente el
rango militar de Miles y, por igual,
emplea unas iniciales que no son del
nombre del jefe del ejército de Estados
Unidos. Para más, en la transcripción,
al anotar la fecha de la carta, omite el
mes en que se redactó pues en el cabezal
solo aparece "24 de 1897". Al final de
la carta, Gómez Núñez coloca el
siguiente comentario: "Desenmascarada la
política de los Estados Unidos,
excusemos comentarios y preguntemos
¿Europa consentirá este crimen?" y la
firma un tal Doctor Johann Schullez".
Con otra tipografía diferente añade,
como si ya el comentario fuese del
autor: "¡Lo consintió!". Debe hacerse
notar que si bien Gómez Núñez cita como
fuente el diario La Lucha, el
historiador cubano Gustavo Placer en su
trabajo "Reflexiones sobre un documento
controvertido",
expone que en una revisión efectuada en
el Instituto de Historia de Cuba, en las
colecciones de ese periódico de 1898,
1899 y 1900 no aparece la carta. Otro
elemento más de misterio sobre este
documento controvertido. Por cierto, en
una búsqueda en Internet de algún
personaje notable llamado Johann
Schullez no aparece ninguno; sí Johann
Schulze, pero en número de unos 50 000
individuos con estos nombres.
-Este supuesto memorándum
fue nuevamente reproducido cinco años
después; es decir, en 1905, por el
historiador español Juan Ortega y Rubio,
en su obra Historia de la regencia de
María Cristina de Habsbourg-Lorena,
y señala que este apareció en el
Allgmeine Zeit (Allmeigne Zeit o
Zeitung, quiere decir diario general),
de Berlín, del 22 de abril de 1898.
Ortega y Rubio si bien no dice
taxativamente que lo tomara de tal
diario, permite se deduzca que fue de
allí de donde lo copió. Respecto a Gómez
Núñez se pueden anotar casi las mismas
anomalías: la carta está firmada por "J.
M. Breackreazón" (pero esta vez le
coloca una tilde al final del apellido,
signo ortográfico que en inglés no lo
hay), transcribe la abreviatura como
"Asst. Siy." (no "Sig", pero "Siy"
tampoco dice nada en inglés) y de nuevo
la carta está dirigida al "teniente
general J. S. Miles". Una vez más, en la
transcripción, al anotar la fecha de la
carta, se omite el mes en que se redactó
pues solo aparece "24 de 1897". La gran
diferencia que aparece en la versión de
Ortega y Rubio respecto a la de Gómez
Núñez, es que no se encuentra el
comentario del tal Dr. Johann Schullez.
-En estas condiciones
mediante la embajada de Cuba en Alemania
solicité la búsqueda de la carta en el
tal Allgmeine Zeit. Debía
verificar si no guardaba los mismos
errores de Gómez Núñez y Ortega y Rubio.
Pero, si por el contrario, se encontraba
que estaba dirigida por el "Secretario
asistente J. M. Breakcreazon" (con o sin
tilde) al teniente general J. S. Miles
(no a N. A. Miles) y tampoco aparecía el
mes, solo "24 de 1897", todo llevaría a
pensar que el documento se trataba de
una falsificación alemana, ya que esa
versión resultaría la "original", base
de todas las demás, y en su elaboración
se habrían cometido severos errores. La
razón de este montaje estaría en los
deseos del káiser Guillermo II de ayudar
a España a conjurar el peligro de guerra
con Estados Unidos a cuenta de Cuba, y
procurarle el apoyo de Europa. Después
de todo Alemania estaba interesada en
colocar a Estados Unidos en mala
posición, pues ya estaba claro tanto de
parte de una y otra potencia que la
rivalidad entre ambos terminaría más
tarde o más temprano en un conflicto
bélico. La confrontación en Samoa, lo
había evidenciado. Además, la marina
alemana ansiaba una base en el Caribe y
con ese fin trataba de adquirir una en
la bahía de Samaná en Santo Domingo.
Pero la joven potencia se oponía y
esgrimía para esto la doctrina Monroe.
El país teutónico consideraba esa
doctrina una insolencia y un acto
prepotente de Estados Unidos. Uno de los
sostenedores de esta tesis resultaba,
nada menos, que el príncipe Bismarck,
cuya palabra desde su retiro en
Friederichruhe, su hacienda de la Prusia
oriental, se estimaba como la del
oráculo de los nibelungos. En efecto,
solo unos días después de que en 1897,
el representante de Estados Unidos en
Berlín explorara ante la cancillería la
actitud alemana ante la posible anexión
de Cuba en caso de guerra con España, en
demostración de que el asunto estaba en
el candelero, el viejo Canciller de
Hierro haría declaraciones en la prensa
en torno a la doctrina Monroe y, luego
de mostrar su desdén por ella, diría que
los estadounidenses creían que sus
riquezas les daban derecho de gran
potencia, y a despreciar la
independencia de otros Estados
americanos o europeos.
Ahora, la embajada cubana
se dirigió al Instituto Iberoamericano
del Patrimonio Cultural Prusiano y pidió
la investigación sobre el tal
Allgmeine Zeit. Este recibió
respuesta en nombre de la Biblioteca del
Estado, de Berlín. En nombre de esta y
del Instituto respondió el director de
su biblioteca, Peter Alterkrüger:
"Lamentablemente entre los títulos
existentes que más se le asemejan [Allgmeine
Zeit] no se pudo encontrar el
artículo. Es poco probable que un
artículo tan largo haya sido impreso en
un diario de aquella época. Posiblemente
se trataba de una revista, pero no se
pudo encontrar ningún artículo que se
correspondiese a su descripción
bibliográfica ó alguno semejante". Debe
notarse que no puede tratarse de una
revista, pues Zeitung quiere
decir en alemán, diario, periódico. Por
tanto, casi puede afirmarse que nunca
hubo en Alemania tal periódico y que no
fue allí donde se originó la tan
manoseada carta.
-Ahora bien, decidí
entonces seguir otra pista. Según Ortega
y Rubio esta carta fue reproducida por
El Fénix, de Sancti Spíritus,
Cuba, órgano del Partido Autonomista de
la localidad. En efecto, el memorándum
aparece en dicho diario del 20 de julio
de 1898; es decir, dado los resultados
de la investigación en Alemania, la
fecha más temprana en que hasta ahora ha
aparecido. En El Fénix se dice,
nada menos, que reproduce la carta
aparecida en la fecha de "24 de 1897" en
el Allgmeine Zeit, de Berlín.
Resulta altamente sospechoso que este
documento de tanta importancia para la
causa española, apareciera en una
publicación de una población del
interior de la isla y no fuera
reproducida por el Diario de la
Marina o Unión Constitucional,
de La Habana, o hasta donde casi
sabemos, tampoco en algún diario de
Madrid. A tal punto es una rareza tal
omisión, que el diario espirituano se
sintió necesitado de explicar que el
documento había llegado a sus manos "por
una serie de casualidades".
Resulta, por otra parte, altamente
curioso que en la reproducción de Ortega
y Rubio se sigan casi los mismos errores
que en la transcripción del El Fénix:
aparece dirigida por "J. M.
Breakcreazon" (aunque sin tilde), al
"teniente general J. S. Miles (no al
mayor general N. A. Miles)" y tampoco
aparece el mes, solo "24 de 1897". Esta
vez, en cambio, aparece correctamente la
abreviatura "Sry", para referirse a
Secretary y, como la versión de
El Fénix, dada la respuesta alemana,
es la primera hasta ahora conocida en el
tiempo, esto lleva a pensar que Ortega y
Rubio la tomó de aquí con erratas. Es
decir, El Fénix tiene casi
exactamente la misma información de
Ortega y Rubio y prácticamente los
mismos deslices. Eso sí, hay un elemento
curioso: en la carta del periódico
espirituano aparece el párrafo que firma
el tal Doctor Johann Schullez. Todo un
llamado a que Europa respalde a España.
Sin embargo, este no aparece en el libro
español.
-El 15 de mayo de 1913 el
Secretario Asistente de Estado, de
Washington, acusaba recibo, a la
Legación de Estados Unidos en La Habana,
de un recorte de La Independencia,
de Santiago de Cuba, y comunicaba a su
representante que consultada la
Secretaría de la Guerra esta aseguraba
que no debía dársele mayor consideración
al asunto y seguía informándole que
dicha Secretaría ya le había respondido
a la Secretaría de Estado, el 23 de
noviembre de 1908 y el 11 de agosto de
1911, y le había advertido que no
existía en los archivos del Secretario
Asistente o en la Secretaría misma la
alegada instrucción y que esta no tenía
autenticidad.
-En 1926 apareció La
guerra en Cuba, el libro póstumo de
Enrique Collazo, quien lo había escrito
en 1912. En esta versión de la carta ya
aparecen muy notables cambios, respecto
a El Fénix, Severo Gómez Núñez y
Ortega y Rubio: se incluye en la fecha
de la data el mes de diciembre y el
firmante es ya J. C. Breckinridge (no
Breckenridge). También, aunque se
mantiene el rango erróneo de teniente
general para Miles, cambia sus iniciales
y aparece N. A. Miles. Entre otros
cambios se advierte la supresión de
párrafos, porque alguien pudo haber
creído conveniente junto con el
acercamiento a cierta veracidad mediante
el cambio de nombres, eliminar
instrucciones sobre hechos que no
sucedieron o eliminar el término
"confederación", al referirse a Estados
Unidos en uno de sus párrafos, término
que jamás una autoridad de Estados
Unidos, después de la Guerra Civil,
hubiese utilizado para referirse a la
que en todo caso llamaban Unión.
Confederación resultaba una verdadera
herejía, pues este había sido el título
del rebelde estado sudista. Collazo dice
que no tuvo el original a la vista, ¿de
dónde entonces la tomó?
-Puedo decir que en 1994
revisé los Archivos Nacionales, de
Washington, tanto la rama de la
Secretaría de la Guerra como la
Secretaría de Estado, hasta 1933, y no
encontré copia de este documento. Se
puede alegar que fue destruido o no ha
sido puesto a conocimiento público, pero
he encontrado muchos documentos que
merecían haber sido ocultados; no
obstante, allí estaban.
-Para más, el conocido y
respetado historiador estadounidense,
Philip Foner, quien trabajó duramente y
durante largos años en los Archivos
Nacionales de Estados Unidos, aceptó
según muestra en su libro La guerra
hispano-cubano-norteamericana y el
surgimiento del imperialismo yanqui,
el carácter dudoso del documento.
-Se dice, como un
argumento de peso, que Breckenridge pudo
haber escrito el memorándum, porque en
la Biblioteca del Congreso de Estados
Unidos donde están depositados decenas
de pies de documentos de su familia, los
de este personaje demuestran que
resultaba un conservador imperialista,
capaz de redactar tales instrucciones.
El único problema es que el famoso texto
aparece en su versión más antigua
conocida, como escrito por J. M.
Breackreazon. Además, en todo caso, el
apellido sería Breckinridge, como ya
hemos visto.
-De todas formas el
argumento que me produce más
convencimiento de su inautenticidad, es
que la carta está fuera de contexto.
Mariano Aramburo, alabado como literato
y lingüista, presidente de la Academia
Cubana de la Lengua, miembro de la
Academia de Artes y Letras, y de quien
se dice que es voz autorizada a tener en
cuenta cuando asegura que "la factura y
estilo [del documento] no dejan lugar a
dudas acerca de su autenticidad"[1]
podría haber sabido mucho de literatura,
pero como se verá muy poco de historia.
Además, para quienes toman como buenas
sus palabras, es necesario que recuerden
su antigua afiliación autonomista a
quien le convenía creer en la veracidad
del escrito. Hagamos un análisis de
textos y contextos en relación con el
documento. Con ese fin partiremos del
texto de El Fénix, por ser el más
antiguo conocido y porque después de
1912 ya fueron omitidos párrafos.
Dice: "Esta Secretaría de
acuerdo con la de Negocios exteriores y
la de la Marina, se cree obligada á
completar las instrucciones que sobre la
parte de organización militar de la
próxima campaña en las Antillas le tiene
dadas..."
Suponiendo que la carta
fuera del 24 de diciembre de 1897, pues
recuérdese que en las versiones de 1898,
1900 y 1905, no aparece anotado mes
alguno:
El texto habla de una
"Secretaría de Negocios exteriores", y
desde la fundación de Estados Unidos
esta fue Secretaría de Estado o
Departamento de Estado. Hubiera
resultado más fácil traducir Secretaría
de Estado o Departamento que esa
Secretaría de Negocios exteriores.
En la fecha la Secretaría
de la Guerra no había dado instrucciones
de formar planes de campaña en las
Antillas. Una muestra palpable del
estado inicial de los preparativos para
una intervención en Cuba estriba en un
memorándum del asistente del ayudante
general del ejército de ese país, del 28
de diciembre de 1897. En este, el
coronel Arthur L. Wagner pedía
autorización para enviar a Cuba dos
oficiales de la División de Inteligencia
Militar para conocer la situación de
"las fuerzas enemigas", pues, si bien
decía que no se habían escatimado
esfuerzos para conocer "su fuerza
numérica y de combate", había cuestiones
relativas a su "estado de ánimo y
eficiencia" que solo podían precisarse
mediante el análisis de miembros de su
instituto armado.
Este documento revela que todavía el
ejército de Estados Unidos necesitaba
establecer muchos particulares sobre el
probable campo de operaciones en Cuba,
por lo cual no puede hablarse de que
solo se necesitaba completar
instrucciones.
También es de recordar
que en esos instantes todavía Estados
Unidos negociaba febrilmente con España,
para que abandonara a Cuba sin guerra,
mediante la compra de la independencia
de la que sería fiadora, y que sin dudas
llevaría después a la anexión.
Dice que "el problema
Antillano se presenta bajo dos aspectos:
el uno relativo á la isla de Cuba, y el
otro á Puerto Rico, así como también son
distintas nuestras aspiraciones y la
política que respecto á ellos habrá de
desarrollarse".
En primer lugar, la
decisión militar sobre la invasión a
Puerto Rico se tomó mucho más tarde de
diciembre de 1897, la diferencia en el
trato que se dio a Cuba solo quedó
establecida en la joint resolution,
de 20 de abril de 1898, y un
subsecretario de la Guerra no puede
expresar ideas de política exterior,
como las que ahí se delinean, de forma
tan categórica. Estas serían más propias
del gabinete o el Presidente y no tienen
porque incluirse en instrucciones de
carácter militar al jefe del ejército.
Por cierto, apunta en el
párrafo sobre Puerto Rico, que "las
autoridades civiles y eclesiásticas que
permanecieren en los puntos ocupados
(...) serán invitadas á entrar en
nuestros servicios".
En la versión de 1912,
que reproduce Collazo, desaparece ese
texto pues como los ocupantes declararon
la separación de la Iglesia y el Estado
no pudieron invitar a los eclesiásticos
a entrar a sus servicios. Es decir, ya
la versión está manipulada.
Refieriéndose a Cuba la
carta entra en pormenores tales como la
composición de razas de la isla, juzga a
sus habitantes y los cataloga de
"indolentes y apáticos", en cuanto a su
ilustración asegura que hay desde
quienes tienen "la más refinada" hasta
"la ignorancia más grosera y abyecta".
Añade que "su pueblo es indiferente en
materia de religión, y por lo tanto su
mayoría es inmoral", como lo es también
"de pasiones vivas, muy sensual" y no
posee "sino nociones vagas de lo justo y
de lo injusto". Para completar la
relación de lindezas, agrega que "es
propenso á procurarse los goces, no por
medio del trabajo, sino por medio de la
violencia", y como resultado de su
"falta de moralidad es despreciador de
la vida humana". Todo un rosario de
vicios del peor género volcados sobre el
pueblo cubano.
No es que algún cerebro
sajón no lo valorara -ya se verá-, pero
qué sentido tiene toda esta larga tirada
en un memorándum de instrucciones sobre
la campaña militar. ¿No parecería más
bien que se estaba tratando de elaborar
un texto que malquistara a los
habitantes de Cuba con los
estadounidenses? ¿No ajusta este relato
de defectos de los cubanos con los
intereses de los autonomistas de la isla
para lograr la antipatía de los cubanos
hacia los estadounidenses en las horas
de la guerra?
Instruye también el
documento en cuanto a Cuba: "Habrá que
destruir cuanto alcancen nuestros
cañones con el hierro y el fuego, habrá
que extremar el bloqueo para que el
hambre y la peste, su constante
compañera, diezmen sus poblaciones
pacíficas y merme su ejército; y el
ejército aliado habrá de emplearse
constantemente en exploraciones y
vanguardias para que sufran
indeclinablemente el peso de la guerra
entre dos fuegos..."
Obsérvese el
contrasentido. Se refiere a Cuba y habla
de "su ejército"; es decir, el español,
porque a continuación habla del que
sería hipotético aliado, el cubano. Este
lenguaje que hace al ejército español el
de la población de la isla, parece un
desliz que solo emplearían los propios
españoles, los autonomistas o los
europeos favorables a España.
Precisamente Estados Unidos para
justificar su intervención alegaría con
toda malicia que el ejército español
estaba masacrando la población cubana;
es decir, a una población que no era
suya. Algo más. Recuérdese que los
estadounidenses solo podrían referirse
al cubano como aliado, después de que
Estrada Palma sin conocimiento del
Consejo de Gobierno cubano escribiese,
en abril de 1898 (cuatro meses después
de la supuesta fecha de la carta), a
McKinley para comunicarle que la
república de Cuba daría instrucciones a
sus generales de ejecutar los planes de
los jefes estadounidenses y lo cual,
ante el hecho consumado, confirmó el 12
de mayo de 1898 el Consejo de Gobierno.
Ahora viene toda una
perla. Dice: "La base de operaciones más
conveniente será Santiago de Cuba y el
departamento Oriental..."
Una precisión
prácticamente imposible la que ahí se
hace, cuando según documentos fidedignos
se prueba que, para esa fecha, en la
Secretaría de la Guerra no había ni idea
del plan de campaña a desarrollar y
cuando todavía el Maine no había
arribado a puerto cubano, lo cual haría
el 25 de enero de 1898. Todavía después
del estallido del navío, el 15 de
febrero de 1898, las unidades regulares
del ejército de Estados Unidos (solo
contaban entonces con poco más de 28 000
efectivos)
estaban dispersas en el dilatado
territorio de la Unión y no se habían
llamado las reservas. Tómese en cuenta
que solo el 6 de marzo de ese año,
McKinley convocó a su despacho al
senador Cannon, presidente de la
comisión de medios y arbitrios del
senado y le expuso que si bien estaba
haciendo cuanto podía para evitar la
contienda, esta vendría y necesitaba
dinero con vistas a prepararse para
ella. E hizo entonces un comentario
revelador: quién sabía a dónde los
llevaría ese conflicto, el cual podía ir
más allá de un enfrentamiento con
España; es decir, con Europa. Esa
aprensión se manifestó al sugerirle
Cannon al primer mandatario que enviara
un mensaje al Congreso con la solicitud
de los fondos. El hombre de Ohio rehusó
hacerlo, porque, según alegó, todavía
estaba negociando con España, y Europa
podía interpretar tal petición como una
declaración de guerra y se le acusaría
de seguir una conducta taimada. Por fin
Cannon aceptó plantear el asunto del
crédito como una cuestión suya y, de
inmediato, el jefe de la Casa Blanca
anotó en un papel la cifra que deseaba,
50 millones de dólares.
Por entonces el general Miles insistía
en el internamiento de las tropas en
campamentos para disciplinarlas,
armarlas, uniformarlas e instruirlas
debidamente.
Incluso, el primer plan trazado por
Miles, a causa del pavor a las bajas que
calculaba haría la fiebre amarilla,
consistía en esperar al inicio de la
estación seca, en noviembre, para llevar
adelante una invasión a Cuba. Mientras,
la única acción de envergadura que se
emprendería sería el desembarco de unos
6 000 hombres en Tunas de Zaza, que
marcharían a encontrarse con Gómez y sus
fuerzas, con el objetivo de entregarles
pertrechos y provisiones de boca, y, de
inmediato, retornarían a la costa para
reembarcarse. Por su parte, el
secretario de Guerra, Russell A. Alger,
quería preparar fuerzas voluntarias para
un desembarco inmediato en la mayor de
las Antillas
y, para buscar el apoyo de los
insurrectos, le encomendó en abril a un
teniente de la División de Inteligencia
Militar, Andrew S. Rowan, marchar a Cuba
y llevar un mensaje (verbal) a Calixto
García, en Oriente, en torno a la
necesidad de la cooperación del Ejército
Libertador en las acciones de las
fuerzas de Estados Unidos.
Rowan llegó ante el general holguinero
solo el 1ro. de mayo. Como acertadamente
señala Gustavo Placer en su trabajo
mencionado,
solo la marina de Estados Unidos tenía
planes previos de su movimiento. En
realidad el día de la victoria naval en
Cavite, ese mismo 1ro. de mayo, fue que
McKinley convocó a Long y Alger, los
secretarios de Marina y Guerra; a Miles
por el ejército y al almirante Sicard
por la armada, y propugnó la invasión
inmediata a Cuba y Miles lo objetó con
sus prevenciones en relación con la
fiebre amarilla y el desconocimiento
sobre la posición de la flota de
Cervera. Pero después del debate, se
decidió el desembarco de una fuerza de
40 000 o 50 000 hombres en el Mariel,
para iniciar el ataque contra La Habana.
Para ese fin, se le pasaron
instrucciones al general Ruffus Shafter,
quien trataba desesperadamente de
organizar uno de los ocho cuerpos de
ejército que se había dispuesto armar,
con vistas a que saliera de inmediato
para Cuba y se apoderara del puerto
elegido.
Miles, preocupado por la festinación de
aquellas órdenes, consiguió que McKinley
aprobara la posposición de la salida
hasta el día 16 de mayo de 1898. Fue el
inesperado arribo de la flota de Cervera
a Santiago de Cuba, el 19 de mayo, lo
que hizo variar los planes y llevar a la
capital oriental el centro de las
operaciones militares. Al parecer, a
mediados de mayo, mientras se adelantaba
en la decisión de enviar la fuerza
expedicionaria a Santiago de Cuba,
McKinley tomó otra más: ocuparían Puerto
Rico y se establecería allí un gobierno
colonial permanente.
Como se ve, es absurdo hablar de planes
militares en diciembre de 1897.
Todavía añade el
memorándum que desde el departamento
oriental se podría verificar "la
invasión lenta por el Camagüey" y
simultáneamente se enviaría "un ejército
numeroso á la provincia de Pinar del
Río", con el propósito de completar el
bloqueo marítimo de La Habana "con su
circunvalación por tierra", pero su
verdadera misión sería solo impedir que
los españoles siguieran ocupando el
interior, "pues dadas las condiciones de
inexpugnabilidad de la Habana" no sería
conveniente exponerse "á perdidas
dolorosas".
Curiosamente ante un plan
tan detallado como el de esta carta,
solo después del 19 de mayo del 98 Miles
le presentaría al secretario de Guerra
Alger un plan de operaciones consistente
en desembarcar las tropas en el sur de
Oriente, y después de destruir la flota
española a cañonazos, reunir las fuerzas
estadounidenses con las de Calixto
García y marchar a Las Villas, al
encuentro de Máximo Gómez, a quien se le
pertrecharía de forma conveniente. Más
tarde habría un desembarco en Mariel o
Matanzas o más cerca todavía de la
capital de la isla y allí dar la batalla
final. Todo lo contrario de lo que dice
el memorándum, el que por cierto no dice
cómo sin esa batalla -es más evitándola-
lograrían rendir a los españoles. Pocas
horas después de haber presentado este
proyecto, Miles planteó otro distinto.
Primero desembarcarían en Puerto Rico y
Santiago de Cuba. Después de apoderarse
de estos objetivos, comenzarían a tomar
los puertos de este a oeste de la isla y
a suministrar todo tipo de recursos a
los mambises. De esa forma,
conjuntamente con todas las fuerzas de
Gómez y García, avanzarían hasta las
inmediaciones de Santa Clara. Por
último, se completaría la ocupación de
la isla mediante el desembarco de tropas
en occidente.
Este plan se rechazó: la cita era, fuera
de toda competencia, en Santiago de
Cuba, donde estaba la flota de Cervera
desde el 19 de mayo. Enseguida, se le
dio la orden a Shafter de partir con su
cuerpo de ejército para el sur de
Oriente.
Postula después la carta:
"Dominadas y retiradas las fuerzas
regulares españolas, sobrevendrá una
época de tiempo indeterminado de
pacificación parcial, durante la cual
seguiremos ocupando militarmente todo el
país, apoyando con nuestras bayonetas al
Gobierno Independiente que se
constituya, aunque sea informalmente,
mientras resulte minoría en el país. El
terror por un lado, y la propia
conveniencia por otro, ha de determinar
que esa minoría se vaya robusteciendo y
equilibrando sus fuerzas, constituyendo
en minoría al elemento autonomista y á
los peninsulares que opten por quedarse
en el país".
Quizás, como pocos, este
párrafo da una pista de la procedencia
del memorándum. Los independentistas
resultaban minoría, proclama. ¿Quién
podía decir algo así, que no fueran los
autonomistas y los peninsulares de la
isla? Los estadounidenses sabían muy
bien, a través de los informes del
cónsul Fitzhugh Lee, que los
independentistas no eran la minoría del
pueblo de la isla. Por otra parte, ¿con
que derecho?, ¿salido de dónde?, un
subsecretario iba a atreverse a trazar
tal plan, que en todo caso sería
cuestión de su gobierno? ¿Por qué,
además, mostrarle este al jefe del
ejército? ¿Cuál era su necesidad?
Todavía menos, ponerlo por escrito. Como
se demostraría palmariamente el plan de
McKinley, mucho más tarde reflejado en
la discusión en abril de la joint
resolution, el mandatario nunca tuvo
el menor interés de reconocer y menos en
instalar provisionalmente o no, un
gobierno cubano independentista. Casi a
partir de este párrafo se puede colegir
que la pluma autonomista había trazado
el texto: ellos eran la mayoría. Se
puede asegurar que solo a ellos se les
ocurriría a esas alturas creerlo o, al
menos, afirmarlo.
Todavía dice: "La época
probable de empezar la campaña será el
próximo Octubre; pero hay conveniencia
en emplear la mayor actividad en
ultimar, hasta el menor detalle, cuanto
se refiere á reclutamiento,
organización, movilización, armamento y
acopio de municiones de boca y guerra, y
reunión de medios de transporte,
conforme á las instrucciones ya
acordadas, y á V. remitidas, para estar
listos, ante la eventualidad de que nos
viéramos precisados á precipitar los
acontecimientos para anular el
desarrollo del movimiento autonomista,
que pudiera aniquilar el movimiento
separatista".
Desde luego la campaña
comenzó el 14 de junio de 1898, con el
desembarco en el sur de Oriente, no en
octubre. Es posible que el redactor de
la carta falaz la hubiese escrito en
mayo, antes del inicio de las
operaciones terrestres en Cuba, pero si
aún lo hubiese hecho a fines de junio o,
incluso, después de la capitulación de
Santiago de Cuba, debió contar con que
España no pediría la paz casi
inmediatamente después de la caída de
esa ciudad, sino que los combates
seguirían en el resto de la isla con la
invasión a occidente. En cuanto al resto
de lo que se afirma, como ya expusimos
anteriormente, en diciembre del 97 no
había tales instrucciones remitidas a
Miles. De todas formas, lo mejor del
párrafo es la alusión a que el
movimiento autonomista pudiera
"aniquilar el movimiento separatista".
Esa fantasía solo los autonomistas
pudieran haberlo escrito. El 8 de enero
de 1898 el cónsul Lee le había escrito
al subsecretario de Estado William R.
Day, "autonomy not cutting any ice",
y lo había repetido de forma tan
pública, que Cangosto, el secretario del
gobierno general de la isla, le pidió
explicaciones de su afirmación.
Ni siquiera el inefable Dupuy de Lôme,
ministro de España en Washington, en su
carta al periodista Canalejas, se
atrevió a afirmarlo. Para los españoles
-quizás menos para el ministro de
Ultramar Segismundo Moret- la salida
autonomista era ya mera hoja de parra,
para tratar de contener la presión de
Washington. Sencillamente la afirmación
es ridícula y es casi la rúbrica de los
autores del memorándum.
Conclusiones:
Todo evidencia que el
original de este documento es la versión
que aparece en El Fénix. Es la
más antigua conocida y, por tanto, hay
que partir de ella para cualquier
análisis. Después aparecerían las de
Severo Gómez Núñez y Ortega y Rubio.
Gracias a las tres versiones y sus
inexactitudes, se puede afirmar que la
carta es totalmente apócrifa y que, por
el camino y en un momento determinado,
se cambiaron datos esenciales para
tratar de acercarla a la verdad: un
Breackreazon, de quien no había la menor
huella en la Secretaría de la Guerra, se
tornó en Breckinridge o Breckendrigde, y
las iniciales J. S. -que nada dicen, se
metamorfosearon por las verdaderas del
mayor general Miles; o sea, N. A. Eso lo
debe haber hecho alguien entre 1905
(versión de Ortega y Rubio) y 1912
(versión de Collazo). Es decir, se buscó
un apellido que al menos se supiera
existía en la Secretaría de la Guerra y
se cambiaron las iniciales del mayor
general Miles. Eso sí, casi seguramente
que quien hizo las modificaciones
desconociera que en la fecha supuesta el
rango militar de Miles era el de mayor
general y no el de teniente general y,
por eso, lo mantuvo. De todas formas, se
debe insistir en que la mayor evidencia
del carácter apócrifo está en el propio
texto de la carta.
Incluso, si de manera
casi imposible por lo que afirma la
Biblioteca Alemana un día apareciera el
tal Allgmeine Zeit, no deben
caber dudas de que la carta no
resultaría otra cosa que un montaje
alemán, con vistas a apoyar a España a
colocar en mala situación a Estados
Unidos ante Europa.
Reitero que me inclino a
creer que el montaje se produjo en
Sancti Spíritus, después de estallada la
guerra, posiblemente entre mayo y julio
de 1898, quizás al amparo del ex coronel
de la Guerra de los Diez Años, el
conspicuo Marcos García, contra quien
Martí guardaba tantas prevenciones y que
bajo el régimen autonómico fue designado
primero alcalde de Sancti Spíritus y
después gobernador de la provincia de
Las Villas, cuando la guerra ya había
estallado. Considero que aquel
memorándum nunca se escribió en la
Secretaría de Guerra de Washington,
aunque los hechos posteriores
demostrarían que la suma malevolencia de
la actitud de Estados Unidos hacia Cuba,
que venía de antaño, hacía la carta
digna de que fuese legítima.
Recuérdese que desde
principios del siglo
XIX fuertes corrientes
anexionistas se manifestaban entre los
grupos de poder de Estados Unidos, en su
propio Congreso, gobierno y prensa hacia
la isla. En noviembre de 1805, Thomas
Jefferson llegó a decirle a Anthony
Merry, el representante británico en
Estados Unidos: "La posesión de la isla
de Cuba es necesaria para la defensa de
la Luisiana y la Florida porque es la
llave del Golfo",
y en 1823, en dos ocasiones, quedó
plasmada la apetencia sobre la isla,
gracias al secretario de Estado, John
Quincy Adams: primero, mediante la
teoría de que Cuba separada de España,
como una fruta madura, caería
obligatoriamente en el regazo de Estados
Unidos y, también, en virtud de la
Doctrina Monroe. Al mismo tiempo se
llevaban adelante las acciones para
impedir que la isla se volviera
independiente gracias a la solidaridad
latinoamericana, tanto por cuenta de
Bolívar, como de México.
A medida que pasaron los
años, a las ambiciones geopolíticas de
Estados Unidos sobre la Gran Antilla se
unió la del régimen esclavista del sur
de esa nación, necesitado continuamente
de expandirse, y no fueron pocos los
intentos de comprarla que llevaron
adelante varios gobiernos de aquel país.
La pretensión quedó expresada de manera
resonante, en 1854, en el Manifiesto de
Ostende, mediante el cual tres
diplomáticos de Estados Unidos, reunidos
por instrucciones del Departamento de
Estado, fijaron el pensamiento
estadounidense en torno a Cuba:
"Ciertamente -dijeron- la Unión jamás
podrá disfrutar de reposo, ni conquistar
una seguridad verdadera mientras Cuba no
esté comprendida en sus límites".
Al estallar la Guerra de
los Diez Años los gobiernos de Estados
Unidos no solo no le prestaron el menor
apoyo a la lucha cubana, sino que la
obstaculizaron en todo lo posible. De no
ser Cuba propiedad de la poco amenazante
España, debía ser estadounidense. Luego,
durante la Guerra de Independencia, los
gobiernos de Cleveland y McKinley
volvieron a adoptar una postura
contraria a la redención cubana. Otras
razones adicionales que en esta nueva
etapa movían a Estados Unidos a no
apoyar la lucha de los hijos de la isla,
pero sí a tratar de anexársela, la daría
el senador Henry Cabot Lodge, un
furibundo imperialista, quien escribiría
en la revista Forum: "Del Río
Grande al Océano Ártico no debe haber
sino una bandera y un país (...)
Inglaterra ha tachonado las Antillas con
plazas fuertes que son una amenaza
permanente para nuestro litoral del
Atlántico. Debiéramos tener en esas
islas por lo menos una fuerte estación
naval y cuando se construya el Canal de
Nicaragua la isla de Cuba, todavía poco
poblada y de casi ilimitada fertilidad,
llegará a convertirse en una necesidad
para nosotros".
Un dato convincente sobre
la voluntad de la Casa Blanca de
apoderarse de Cuba lo daría, el 29 de
junio de 1897, el Tribune, el
periódico dirigido por Whitelaw Reid,
consejero aúlico de McKinley y casi su
vocero. En un artículo afirmaba que,
durante 75 años, Estados Unidos había
favorecido la anexión de la Gran Antilla
y finalmente la estimaban inevitable.
La íntima conexión de Reid con McKinley
no deja dudas de que se estaba
preparando la opinión pública para la
eventualidad prevista.
En el mismo sentido
apetente el general Steward L. Woodford,
un amigo personal de McKinley, ministro
de Estados Unidos en España, escribiría
a Dear Mr. President, el 17 de
octubre de 1897: "La paz [en Cuba] puede
dar origen a la anexión como necesario
resultado final. Espero que la anexión
no se produzca hasta que los cubanos
hayan aprendido cómo gobernarse, o hasta
que suficientes estadounidenses hayan
ido allá para crear una ciudadanía firme
e inteligente".
Por su parte, el cónsul
de Estados Unidos en La Habana, Fitzhugh
Lee, informaba por entonces a Washington
que cuando llegara la paz y la isla
hubiese sido purificada por la presencia
de un número suficiente de sus
inteligentes y emprendedores
conciudadanos, hombres educados en las
instituciones de la democracia,
convertidos estos en la espina dorsal
del país y el resto de la población
indígena resultara americanizada
rápidamente, vendría la aceptación de la
anexión.
Perplejos quedarían los
cubanos cuando conocieron que en las
palabras en el mensaje de McKinley al
Congreso, en abril de 1898, este había
solicitado autorización para emplear las
fuerzas armadas de Estados Unidos para
desalojar a España de Cuba, y allí
planteaba "el empleo de medidas hostiles
contra ambas partes contendientes";
es decir, considerar enemigos tanto a
españoles como cubanos.
Con motivo del famoso
memorándum viene también al caso
recordar que cuando ineludiblemente
interesó a Estados Unidos la cooperación
del experimentado y aguerrido Ejército
Libertador, su prensa exaltó el carácter
de héroe del mambí; mas, cuando ya tuvo
la victoria en las manos, el bizarro
combatiente cubano comenzó a presentarse
con otros tintes. Entonces, muchos de
los corresponsales que habían venido a
la guerra lo pintaron con los colores
más horrendos, para que así fuese
tragado por un público mayoritariamente
acrítico, formado para creer, a pie
juntillas, lo que decían los medios de
información y que Cuba pudiera ser
absorbida sin protestas. De pronto, la
imagen que se creaba del soldado
insurrecto resultó la de un asesino, un
bandido, que mataba de golpe a 50
prisioneros como acreditó en un caso el
Journal, de Nueva York,
que robaba provisiones y despojaba a los
cadáveres de sus mochilas, y huía en el
combate. Además, resultaba un vago y mal
aliado y se había negado a ayudar a las
tropas estadounidenses, a abrir caminos
o cavar trincheras.
Cualquier vilipendio le era achacable.
La mala opinión sobre los
mambises alcanzaba a altos jefes
estadounidenses. Ante la amenaza de
bombardeo a Santiago de Cuba, durante la
contienda, y autorizarse a abandonar la
ciudad a los extranjeros, el general
Shafter, jefe de las fuerzas
estadounidenses desembarcadas, se
permitió instruir a Calixto García que
las tropas cubanas debían evitar
inferirles daño alguno a los evacuados,
cuestión que el gran cubano supo
responderle dignamente.
Tampoco es posible echar
a un lado que Theodore Roosevelt,
entonces segundo jefe de los rough
riders y futuro presidente de
Estados Unidos, con el propósito de
denigrar al soldado mambí, escribiría
sobre sus "aliados": "Los soldados
cubanos eran casi todos negros y mulatos
y estaban vestidos con harapos y armados
con toda clase de fusiles antiguos.
Resultaban totalmente incapaces para
enfrentar un combate serio o sostenerse
contra un número muy inferior de tropas
españolas, pero esperábamos usarlos como
exploradores y para escaramuzas. Se
probaba, por varias razones (...) que no
debió estar un solo cubano en el
ejército [estadounidense]. Ellos no
desempeñaban literalmente ningún papel,
mientras que se volvían una fuente de
problemas e impedimentos, y consumían
muchas provisiones".
Estas injurias, rotundas y falaces,
debidas al seso de tan destacado
imperialista, autoseleccionado como
miembro de una raza superior olvidaba
que fueron esos valerosos combatientes
quienes probablemente impidieron a los
españoles que las tropas españoles
echaran a la de Estados Unidos al mar.
Cuestión reconocida, entre otros, por
los generales del país ibérico Linares y
Pando.
Tampoco hay que olvidar
las palabras del general Samuel Young,
quien hizo la campaña de Santiago de
Cuba, de que los insurgentes eran "unos
degenerados totalmente desprovistos de
honor y gratitud" y "tan incapaces de
gobernarse como los salvajes de África".
Una vez terminada la
Guerra Hispano-cubano-estadounidense,
volvió a estar muy presente el tema de
la anexión. El general de voluntarios,
Leonard Wood, fue designado al frente
del departamento oriental, ocupado por
las tropas de Estados Unidos. Wood en
carta al secretario de la Guerra, Alger,
le diría: "Por otra parte, consideramos
que el Gobernador de Cuba debe ser
civil, un hombre de negocios que conozca
las costumbres y necesidades del pueblo,
con buen dominio del idioma español,
sensato, íntegro, honorable y que goce
de la estimación de los americanos y los
extranjeros. El ejemplo de un hombre de
esa índole adelantaría la anexión sin la
cual todo propietario español, cubano o
de otra nacionalidad coincide en que no
habrá una prosperidad perdurable. El
marqués de Pinar del Río, uno de los
hombres más ricos e influyentes de Cuba
se encuentra actualmente en Nueva York.
Vino a La Habana siendo un niño pobre,
obtuvo su título, ha sido representante
en las Cortes españolas unas veinte
veces y posee un singular nivel de
información. Él considera que la anexión
es el único camino hacia la
prosperidad".
¿Quién era el personaje
que proponía el general Wood para
gobernador de la isla? Nada menos que a
Leopoldo Carvajal, peninsular, gran
propietario de fábricas de tabacos y,
escúchese bien, ex coronel de
voluntarios y antiguo presidente del
Partido Unión Constitucional. ¡Nada más
y nada menos!
En el verano de 1899 el
senador republicano Chauncey Depew, al
dar a conocer una vez más sus puntos de
vista desaforadamente expansionistas,
declaró que pronto la emigración a Cuba,
desde el país del Norte, aumentaría de
modo tal que la mayoría de la población
sería como consecuencia estadounidense.
Por su parte, Robert P.
Porter, comisionado especial de McKinley
y la secretaría del Tesoro para Cuba y
Puerto Rico, anotaría por entonces: "La
labor de absorción final puede tomar una
generación, pero vendrá de seguro. Una
vez anexada, Cuba se volverá un país
angloparlante...".
Otro tanto lo diría
Richard B. Olney, ex secretario de
Estado del presidente Cleveland, abogado
y financiero de Wall Street, muy ligado
a sectores de negocios de Estados
Unidos, quien planteaba hacer de Cuba
legalmente lo que consideraba ya era en
los hechos: un territorio de la Unión.
Esa adquisición, valoraba, era necesaria
e inevitable para Estados Unidos.
Entre paréntesis el ex presidente
Cleveland, antes favorable al
mantenimiento de Cuba bajo el yugo de
España, ahora sostenía el criterio de
que Cuba no estaba preparada tan
siquiera para ser anexada de inmediato y
pasara a ser un estado, un territorio o
una colonia de Estados Unidos. Estimaba,
con criterio racista y peyorativo de
toda laya, que antes debía pasar por una
limpieza étnica.
Bajo la intervención de
Estados Unidos durante casi tres años se
hicieron esfuerzos máximos para que Cuba
aceptara la anexión o, al menos, de
forma sesgada el dominio estadounidense.
La resistencia cubana fue obstinada,
hasta que al fin vino la imposición de
la enmienda Platt, que permitiría entre
otras humillaciones la posible
intervención permanente de tropas de
Estados Unidos en la isla, así como el
establecimiento forzoso de bases
carboneras para la flota de la potencia
del Norte y ya, en pleno siglo XX, más
de una vez las botas de los soldados de
Estados Unidos hollaron el suelo cubano,
convirtieron a los gobiernos de la isla
en dependientes de los estornudos de
Washington para que se soplaran las
narices en La Habana, constituyeron el
horcón de apoyo para las tiranías de
Machado y Batista y, mientras, con
apetito opiparo sus capitales se
apoderaran de las mejores tajadas de la
riqueza de la isla y se constituyera la
neocolonia de Cuba. Esas y toda otra
larga teoría de vejámenes y ofensas,
crearían no poco resentimiento en el
pueblo cubano y permitirían que a nadie
le extrañara que los términos de la
notoria carta o memorándum fueran
ciertos.
Todos los elementos y
párrafos anteriormente espigados del
memorándum y otros muchos pasajes de la
historia cubana, serían suficientes para
que pudieran servir de endoso a la
credibilidad, que tantas veces recibió
el documento Breackreazon. Pero,
también, para afirmar que si bien este
no es legítimo, no resulta necesario
para corroborar el perverso papel del
imperialismo de Estados Unidos en
nuestra historia y nadie podrá afirmar
que empleamos esos elementos torcidos
para documentar nuestras verdades.
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