|
|
¿Un mundo bipolar? |
Juan
Gelman •
La Bitácora de Gelman |
|
Es
difícil precisar el
carácter del gobierno
Putin. La eminente
politóloga Margarete
Mommsen apunta: “Es una
democracia que se
encamina hacia un
régimen autoritario”. El
juicio del viceministro
alemán Gernot Erler es
más benevolente, pero
también concluye que
Rusia oscila entre la
“democracia dirigida” y
la “democracia
autocrática”. En un
folleto publicado con
ocasión del 90
aniversario de la
revolución de febrero de
1917 del que se editaron
medio millón de
ejemplares que se
repartieron en toda
Rusia, el Nobel
Solzhenitzyn elogia a
Putin, a quien ve como
un nuevo autócrata que
no debiera cometer los
mismos errores de
Nicolás II, el último
zar. En opinión del
jurista Wolfgang
Seiffert, el gobernante
ruso se atiene a los
límites de la
Constitución del país
para lograr sus fines
políticos: utiliza
prolijamente los
espacios que aquélla le
brinda. En todo caso, la
definición del “sistema
Putin” no se encontrará
ciertamente en los
denuestos y acusaciones
que le propina la Casa
Blanca y que no obedecen
a un capricho.
La caída del “socialismo
real” en los países de
Europa del Este, la
reunificación alemana,
el lugar cada vez más
importante que países
asiáticos como China y
la India ocupan en la
arena internacional y el
empeño de EE.UU. y Gran
Bretaña de controlar
militarmente los
recursos energéticos
mundiales, han creado
eso que Washington llama
“el Nuevo Orden Mundial”
y que para Moscú y Pekín
es el “mundo unipolar”.
Rusia no está dispuesta
a aceptarlo y dispone de
instrumentos para hacer
valer su peso.
La Federación Rusa es
una potencia nuclear,
posee el derecho a veto
en el Consejo de
Seguridad de la ONU, es
el único país, además de
EE.UU., con presencia
permanente en el espacio,
ocupa el segundo lugar
en el comercio de armas
del planeta, exporta
petróleo y gas, sus
reservas monetarias
ascienden a 182 mil
millones de dólares, su
superávit fiscal es de
83.200 millones de
dólares y ha reembolsado
casi toda su deuda
exterior. Las
inversiones extranjeras
en Rusia superan a las
rusas en otros países,
el crecimiento del PIB
fue del 6,4 por ciento
en el 2006 y el alza
real de los salarios fue
del 12,6 por ciento.
Agréguese a esto la
consigna “Rusia para los
rusos” que el gobierno
repite y se comprenderá
por qué los rusos están
contentos con Putin, a
pesar de la pobreza y la
corrupción imperantes.
La anunciada extensión a
Polonia y la República
Checa del escudo
antimisiles
estadounidense reavivó
los temores de Rusia –y
de China– de que la Casa
Blanca se propone cercar
a ambos países para
garantizar su proyecto
hegemónico. Esos temores
habían acercado ya a
Moscú y Pekín en 1996,
cuando firmaron un
documento en el que
asentaron su oposición a
un mundo unipolar, y en
1999 mediante una
declaración conjunta en
la que manifestaban su
resistencia al “Nuevo
Orden Internacional” y
demandaban un orden
global económico y
político de mayor
equidad. En la
declaración se denuncia
que EE.UU. promueve los
movimientos separatistas
en Rusia y China y se
propone balcanizar a las
naciones de Eurasia.
Teóricos del imperio
como Zbigniew Brzezinski
proclamaban que era
preciso descentralizar y
aun dividir a la
Federación Rusa. En
julio de 2001, Moscú y
Pekín firmaron el
Tratado de buena
vecindad y de
cooperación amistosa que,
bajo lenguaje tan
florido, consiste en un
pacto de defensa mutua
contra EE.UU., la OTAN y
la red de bases
militares que gobiernos
asiáticos pro EE.UU. han
ido instalando alrededor
de China. Este otro,
incipiente, polo mundial
busca consolidarse por
otras vías.
Rusia y China crearon la
Organización de
Cooperación de Shanghai,
que integran además
Kazajstán, Kirguisistán,
Tadjikistán y Uzbekistán
y en la que son
observadores Irán –en
realidad, miembro pleno
de hecho–, India,
Pakistán y Mongolia:
persigue el objetivo de
articular las economías
euroasiáticas contra el
dominio de la
“Trilateral” formada por
EE.UU., Europa
Occidental y Japón.
También se propone
combatir “el terrorismo,
el separatismo y el
extremismo”, aunque esto
debe entenderse como la
represión contra grupos
creados y/o financiados,
armados y entrenados por
EE.UU. y el Reino Unido
con el fin de
desestabilizar a algunos
de esos países. Rusia
estableció la
Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva,
de naturaleza militar,
que agrupa además a
Armenia, Bielorrusia,
Kazajstán, Tadjikistán y
Kirguisistán. Y luego:
las “revoluciones de
color” –Naranja en
Ucrania o Rosa en
Georgia– fracasaron en
Asia Central. La luna de
miel EE.UU./Uzbekistán
creada por la invasión a
Irak se rompió
abruptamente cuando el
gobierno uzbeko ordenó
en el 2005 el desalojo
de la base militar que
había otorgado a las
fuerzas estadounidenses.
Brzezinski había
formulado en 1997 (The
Grand Chessboard:
American Primacy and its
Geoestrategic
Imperatives) la
advertencia de que
podría crearse una
coalición euroasiática
hostil “que
eventualmente procuraría
enfrentar al dominio
estadounidense”.
Pareciera que está
ocurriendo. Lejos
quedaron los tiempos en
que la China de Mao y la
URSS de Brezhnev
dirimían a tiros su
soberanía sobre la isla
de Zhenbao/Damanski.
Corría el año 1969 y
cuentan que entonces
Carlos Marx se subió a
una colina en medio de
las fuerzas combatientes
y exigió por un
megáfono: “¡Proletarios
del mundo, separaos!”.
|
|
|
|
|
|
|
|