Madrigal, nueva película cubana ajena al realismo folclórico
Pronto en los cines del país una
historia de amor del director Fernando Pérez, que apostó esta
vez por la provocación intelectual
11 de marzo de 2007
00:00:00 GMT
Exhibido para la prensa nacional en estreno casi absoluto el pasado jueves, pues antes se había visto solo en la sección Panorama, del Festival de Berlín, Madrigal es de esas películas para interiorizar lentamente, comprender de a poco, una obra que no pretende ganar rápidamente, y por la vía emocional, el gusto de un público amplio. Todos los que estamos en el deber de divulgar nuestros triunfos y grandes pasos en el tema audiovisual, nos encontramos en la encrucijada de explicar realmente de qué se trata, y que cada quien encuentre, o no, su camino a la delectación con esta obra, o de ocultarle «la bola» al público, hablar de las excelentes actuaciones (que siempre sirven de gancho nombres como Carlos Enrique Almirante, Liety Chaviano y Luis Alberto García), de la calidad irrefutable de la fotografía (Raúl Pérez Ureta), la dirección de arte (Erick Grass) y la banda sonora (Edesio Alejandro), y ni siquiera mencionar que el filme no se da fácil a su espectador, que es preciso verlo más de una vez sabiendo que no funciona el principio de la identificación con los personajes, que la historia viola leyes elementales de la dramaturgia convencional como clausurar un cuento de una hora de duración, con el inicio de otra historia distinta, sombría y apocalíptica. Pero a pesar de todo ello, o por esas mismas razones, Madrigal es una película incomparable, es única en su tipo, totalmente ajena al realismo folclórico, naturalista o melodramático que impera en la mayor parte de nuestro cine. Historia de amor contada en dos partes y dos épocas, en la primera nos ubican en La Habana de 2005, Javier es un joven y fantasioso actor, aficionado a escribir cuentos. Se enamora, al parecer, de Luisita, una joven muy gruesa, encerrada en su mundo de complejos físicos, falta de afecto y secretos inconfesables que solo le exige a Javier le diga siempre la verdad. El idilio tiene un mal final, que no revelamos para no estropear la intriga, y de ahí nos adentramos en el cuento que Javier ha escrito, ambientado en el año 2020, en un entorno lluvioso, gris y decadente, donde cada ciudadano tiene el derecho de poseer sexualmente a su prójimo. Al final de esta segunda historia, en un giro magistral, el filme vuelve a la primera historia, al escenario donde Javier actúa, inventa, escucha aplausos de una muchacha gruesa, ¿tal vez Luisita?
Siempre interesado en el cine como un todo, desde Bergman y Tarkovski, a Spielberg y Kurosawa, Fernando Pérez decidió eludir el realismo convencional al estilo de «como la vida misma», esquiva las expectativas fijas de quienes esperan de él obras siempre atentas a la línea efusiva y conmovedora de Clandestinos, Hello Hemingway o Suite Habana, y nos entrega este reto a la agudeza, a la sensibilidad, y al discernimiento del espectador que es Madrigal, para nada un título pensado con el fin de inundar lunetarios, provocar enormes colas y garantizar el rebrote de sentimientos válidos, pero elementales. Esta vez Fernando Pérez apostó por el reto, el riesgo, y la provocación intelectual, muy en el perfil de Madagascar o La vida es silbar. En la rueda de prensa posterior a la exhibición, Fernando relató las dificultades del trabajo con los actores, en un proceso cuya prefilmación duró unos diez meses, hasta que finalmente encontró a los protagonistas de la primera historia (inspirada ligeramente en el filme francés Grandes maniobras, de René Clair) en los jóvenes actores de televisión Carlos Enrique Almirante y Liety Chaviano, ambos debutantes en el cine con roles protagónicos. Después de seleccionados, siguió un trabajo muy duro, prolongado durante cinco o seis meses, en que ambos se prepararon para la película, con el fin de lograr la credibilidad en sus respectivos caracteres. El elogiado cineasta hizo gala de su proverbial sencillez y nobleza cuando agradeció, nombre por nombre, la valiosa colaboración de su equipo técnico y artístico, en el cual aparecen grandes profesionales que se reiteran en casi todos sus filmes, en particular reconoció el aporte medular del coguionista Eduardo del Llano, del portentoso diseñador de imágenes Raúl Pérez Ureta (Papeles secundarios, Madagascar), el director de arte Erick Grass (El Benny), el compositor y diseñador de la banda sonora Edesio Alejandro (Clandestinos, Suite Habana); del teatrista Carlos Díaz, y del elenco encabezado por los intérpretes mencionados, junto a otros como la actriz canaria Karla Sánchez (otra de las numerosas revelaciones), y la siempre extraordinaria Yailene Sierra.
Al ser interrogado sobre el Premio Nacional de Cine, que le fue conferido en igualdad de derechos con la célebre actriz Daisy Granados, y el no menos imprescindible editor Nelson Rodríguez, el cineasta cubano más importante de los años 90 aseguró que su mayor placer será recibir ese homenaje en compañía de gente tan querida y valiosa como Daisy y Nelson. La celebración del casi medio siglo del ICAIC culminará con la entrega efectiva, el 24 de marzo, de este lauro, y por su parte, Madrigal estará la semana próxima en Camagüey, y luego será exhibida con mayor largueza en alguna sala de la capital. JR lo informará oportunamente.
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