En
Sancti Spíritus
se hizo leyenda
un joven que
cada tarde le
dedicaba una
canción a una
muchacha a
través de la
emisora
provincial de
radio. Para
algunos oyentes
se trataba de
una rara pareja
de novios,
mientras los
menos románticos
afirmaban que
Roberto y Tamara
eran solo un
pretexto para
ganar audiencia
y promover la
trova.
Por fortuna,
ambos
adolescentes son
reales, aún
viven en esa
ciudad y la
bella ocurrencia
de darse cita en
una canción era
solo la forma
ideada por él
para agradecer
la amistad que
se profesaban
mutuamente.
«Algunos me
decían: tú la
estás enamorando...,
pero no era así.
Yo tenía de ella
lo que
necesitaba, y
ese cariño que
compartíamos era
hermoso para mí,
no hacía falta
mancharlo con
otros intereses»,
confesó Roberto
a Sexo Sentido,
a propósito de
la página
publicada la
semana pasada.
«¿Por qué cuesta
tanto que las
personas
entiendan eso?»,
se pregunta este
muchacho de 17
años, y también
otros jóvenes
con los que
conversamos a lo
largo del país
mediante el
correo o en
visitas a sus
centros
estudiantiles.
Uno de ellos
recordó un
refrán que
repite su abuela:
«El hombre es
fuego, la mujer
estopa, viene el
diablo y sopla...».
¿Y tiene que ser
siempre así?
Acaso no es
posible que ese
viento solo
mueva una
amistad
entrañable?
Alumnos del
politécnico de
informática
Mariana Grajales,
de Santiago de
Cuba, dicen
creer en la
amistad como
pasión auténtica,
espontánea, sin
otras
consecuencias.
La suya es una
edad para romper
prejuicios y
aprender a
sentirse bien
junto a personas
cuyas virtudes
admiran sin el
cosquilleo que
despiertan
quienes además
les gustan
físicamente.
Claro que muchas
veces este
acercamiento es
el puente para
una relación
amorosa, pero si
esta no se da y
la simpatía que
surge vale la
pena, no tiene
sentido
empañarla solo
para tener sexo,
afirmaron a este
equipo algunos
varones del
grupo
entrevistado,
mientras otros
sonreían
incrédulos.
Frank, de 15
años, admite que
algunos se
aprovechan de
los «momentos
débiles» de sus
amigas, «como
cuando rompen
con su novio o
cosas así. Pero
yo no hago eso:
las aconsejo,
las apoyo, las
dejo llorar en
mi hombro... Si
después alguna
se fija en mí,
eso es otra cosa,
ustedes saben
como cambiamos
los adolescentes...
pero en el
momento en que
me necesitan yo
me porto como un
hombre de verdad»,
asegura.
Lisandra, su
compañera de
aula, nos cuenta
que tiene un
amigo muy
especial que
está junto a
ella en las
buenas y en las
malas. El resto
del grupo
asiente con
admiración. El
joven, dos años
mayor, estudia
en la misma
escuela.
«Somos amigos
desde la
secundaria»,
explica Lisandra.
«En algún
momento sentimos
una confusión...
nos llevamos tan
bien y era todo
tan lindo que
pensamos que
podía ser algo
más, pero
hablamos sobre
eso y
descubrimos que
no.
«Además, la
amistad también
es hermosa: es
fiel, dan ganas
de contarle los
problemas a esa
persona, de
pasar tiempo
juntos... pero
eso no significa
que estemos
enamorados».
Cruzar la «zona»
Suele ocurrir
que una persona
nos «encanta» y
aunque al
principio no
pase nada
empezamos a
compenetrarnos
con ella, a
ilusionarnos, y
descubrimos que
se parece a
nuestro ideal de
pareja. Entonces
nos preguntamos:
¿será o no
será?, y la
colocamos en la
«zona de
amigos», como le
llama otro
Frank,
estudiante
universitario de
Villa Clara,
para quien ese
«no es
precisamente el
lugar más
agradable de la
tierra ni el
mejor estadio de
las relaciones
interpersonales».
A su juicio se
trata de una
«especie de nada
con todo a la
vez», cargada de
incertidumbre,
ante la cual
hombres y
mujeres
reaccionan de
manera
diferente. La
frase «yo te
quiero, pero
como amigo(a)»,
es clásica para
mandar a las
personas a ese
limbo de espera
infinita, dice
él.
Lo mejor en esos
casos, opinan
varones y
muchachas, es
tratar de no
pasar los
límites... pero
es que no hay
nada que violar
mientras esté
claro el tipo de
relación
existente y lo
que les mueve a
ese contacto
cotidiano.
Todas las
personas
necesitamos
comunicarnos con
otras, pero no
todas lo hacemos
de la misma
manera. Para
llegar hasta
donde nos
interesa es
preciso
reconocer esa
forma especial
que nos acerca
al otro, saber
qué método
utilizar para
ayudarle, para
obtener su
amistad, o sea,
explorar
primero, conocer
sus intereses y
su manera de
actuar.
Cierto que tanta
compenetración
puede generar
una dependencia
espiritual
profunda y
entonces los
sentimientos se
vuelven
confusos, sobre
todo si es algo
que ocurre solo
de una parte y
no de la otra.
La reacción
depende de los
valores de cada
quien, de su
forma de ver el
mundo, y hasta
de cómo fueron
criados en
materia de
sentimientos,
pues nuestra
cultura suele
ensalzar el
noviazgo hasta
cuando alguien
nota cierta
empatía entre
pequeñines de
diferente sexo.
Generación tras
generación ha
ocurrido lo
mismo: ¿Cuántas
novias tienes?
es pregunta
frecuente para
los varoncitos,
y mientras más
dedos levanta,
más aprobación
recibe. Hoy
hasta las niñas
son víctimas de
esa competencia,
en falso camino
hacia la
igualdad.
«No es de
extrañar
entonces que de
adolescentes no
sepamos cómo
reaccionar ante
un sentimiento
que nos acerca a
otra persona,
nos identifica
con ella y nos
hace disfrutar
de su compañía»,
reflexiona
Yairima, lectora
asidua de
JR.
Hay que ser muy
ético para
mantener la
amistad a toda
costa, e incluso
saber que los
ideales se
transforman:
nuestros
patrones cambian
con el tiempo,
descubrimos
matices nuevos y
lo que antes
resultaba
esencial para
una pareja puede
dejar de serlo,
o aparecer otras
necesidades.
¿Suspicacia o
envidia?
«Creo en la
amistad sin
intereses
sexuales y sin
ningún tipo de
sombra», escribe
Yulient, otra
lectora fiel de
JR,
y defiende entre
las ventajas de
esta camaradería
el hecho de
contar con un
punto de vista
diferente a la
hora de analizar
conflictos con
la pareja de
cada cual.
Relaciones así,
nacidas en el
espacio escolar
o laboral,
pueden durar
toda la vida, y
en muchos casos
extenderse a los
cónyuges y la
familia de
ambos.
Solo que a veces
hay que elegir
entre el «qué
dirán», de tanto
peso aún en
nuestra sociedad,
y la defensa de
esas amistades,
lo cual puede
resultar, al
decir de la
camagüeyana Rosa
Luz, desgastante:
«En una ocasión
no salí
vanguardia por
mi “dudosa”
moral, y todo
por llevarme muy
bien con un
primo de mi
marido, que
trabaja en el
mismo lugar que
yo y tiene mi
edad, 23 años».
También Yulient
vivió una
experiencia así:
«Me alejé un
poco de mi amigo
de manera
inconsciente
debido a que
algunas personas
pensaban que
entre él y yo
podía existir
otro tipo de
relación. Hasta
que recapacité y
me dije: ¿por
qué, si entre él
y yo no existe
una relación de
amor? No voy a
perder su
amistad por
comentarios sin
base de ningún
tipo. Estoy
segura de que
entre él y yo no
habrá otra
relación que no
sea basada en la
amistad, el
aprecio, el
respeto y la
admiración, como
hasta ahora».
También el
espirituano
Roberto es
partidario de
esa elección. «¿Por
qué pensar que
los hombres
siempre queremos
acostarnos con
todas las
mujeres? Yo
tengo varias
amigas
especiales, que
me han ayudado
incluso a ser
mejor cuando me
enamoro.
«Y si ahora no
tengo pareja, no
importa: las
tengo a todas
ellas, que me
ayudarán a salir
del bache de
nuevo».