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La edad de la chancleta (I)
Diversos factores han provocado en estos años
de crisis, indisciplina social y pérdida de valores básicos para
la convivencia
06 de agosto de 2007
00:00:00 GMT
http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2007-08-06/la-edad-de-la-chancleta-i/
Son las seis de la tarde de un domingo. Una ruta 20 de Ciudad de La Habana llega a la primera parada, donde varias personas esperan en cola para subir. Un grupo de jóvenes que regresa de la costa, de entre 12 y 15 años de edad, aborda el ómnibus por la puerta trasera. No pagan, gritan, se empujan, dicen palabras obscenas... El ómnibus comienza su recorrido. Las caras de los pasajeros se tornan preocupadas y molestas. Se miran y alguno hace un comentario en voz baja, pero nadie interviene. Mientras, los adolescentes continúan con su escándalo. Se han agrupado en la puerta trasera, en la cual tocan rumba y hacen difícil descender en cada parada. Al pasajero que protesta, le dicen de todo... Otro día por la mañana, por la calle capitalina de Ayestarán, una mujer camina apresurada rumbo a su trabajo. Delante de ella, un grupo de estudiantes de tecnológico se dirige a su centro escolar. Los temas de conversación van desde la ropa de moda hasta la película que vieron el sábado. Entre ellos se hacen bromas, a veces se ofenden, juegan de manos y ríen a gritos. Cuando la mujer llega finalmente a su trabajo, comenta a sus compañeros: «En solo tres cuadras, he escuchado más malas palabras que todas las que había oído en mi vida». Ellos saben lo que hacenLa discusión está en cada esquina del país, en sus espacios académicos y políticos. La sociedad cubana se cuestiona cada vez más hasta dónde llega la pérdida de valores educativos esenciales, de las normas de convivencia y de respeto hacia los semejantes. Eso que algunos manuales identifican como educación formal. Una dinámica grupal realizada por JR con 40 jóvenes arrojó que ellos identifican cuáles son las normas correctas de educación. Los muchachos, de los municipios capitalinos de Cerro, Plaza y La Habana del Este, con edades entre 14 y 16 años, identificaron a su familia como el principal gestor de su comportamiento, con gran énfasis en la figura materna. Los entrevistados señalaron tener frecuentemente actitudes que saben son las esperadas por la sociedad. La mayoría dijo que tratan de «usted» a las personas mayores, dan las gracias, y saludan al llegar a un lugar. Los varones refirieron que ceden su asiento en la guagua a las embarazadas. Entre las actitudes negativas que reconocieron hacer a veces estaban escuchar música con el volumen alto, decir malas palabras y emplear un tono inadecuado al conversar con sus amistades. Además, aceptaron que conversan dentro del cine, pisan el césped y no emplean debidamente los cubiertos. Los varones predominaron en esas situaciones. La mayoría negó que escribe o pone los pies en las paredes, no respeta su turno en las colas, no paga el pasaje en la guagua, altera el uniforme escolar y echa basura en la calle. Lo que más llama la atención de los resultados de esta dinámica grupal, es que aunque en lo personal los participantes dicen ser respetuosos de normas educativas básicas, cuando se les pidió que evaluaran a sus amigos, salieron a relucir actitudes inadecuadas que, según ellos, individualmente no practican. Esta última respuesta se acerca más a la realidad, pues define comportamientos que los distinguen como grupo. Finalmente señalaron su rechazo hacia conductas que reconocieron tener, como decir malas palabras, hablar en voz alta y pisar el césped. Piedras que trajeron estos lodos
En la facultad de Sociología de la Universidad de La Habana, JR conversó con las profesoras Clotilde Proveller y Geraldine Ezquerra. Ambas identifican el período especial como el detonante que generó la degradación de esos valores. «Una crisis económica —dice Geraldine— genera siempre una crisis social. Ese proceso ocurre muy rápido, y revertirlo demora mucho. En esa etapa hay una tendencia al individualismo y una superposición del yo sobre las acciones colectivas, porque la tarea de primer orden es resolver las necesidades materiales. En los años 90 se evidenció esta degradación de valores, que actúa de forma negativa en la educación formal. «La dirección del país lleva a cabo un plan de masificación de la cultura y de reforma en la enseñanza, que tiene entre sus metas revertir esta realidad. Pero no lo vamos a alcanzar en cinco años, ni en diez; es un proceso mucho más largo». —¿Es el período especial la única causa de esta realidad? —Es la fundamental. Hay una generación que está en el medio. Los adolescentes de hoy nacieron en el período especial, y dieron sus primeros pasos en esa etapa. «Aunque las políticas estatales están encaminadas a revertir la situación, hay una familia dañada por la crisis económica, y no es fácil desprender al individuo de esa marca. Por un lado está la escuela, haciendo su mayor esfuerzo, y por otro la familia, que va más lentamente todavía». Para la profesora Carolina, la indisciplina social es un tema que hay que estudiar. «Debemos recuperar el valor de la ciencia para la sociedad, porque si hubiéramos investigado esos problemas con profundidad, y empleado los resultados para diseñar estrategias y perfeccionar las políticas sociales, probablemente habríamos puesto el remedio antes». —¿Por qué hemos llegado a esta situación? —Creo que las causas son múltiples. Y tienen que ver con el papel de las instituciones de socialización, dígase familia, escuela, medios de comunicación, organizaciones de masas... factores relacionados con el funcionamiento de la sociedad. «La familia tiene un papel central en la educación de valores. La socialización primaria tiene lugar en el hogar. Está demostrado que los valores que se aprenden allí pueden atenuarse o modificarse a lo largo de la vida, pero se sedimentan, perduran y tienen una fuerza enorme. «Si la familia no cumple su función adecuadamente, ya empezamos mal, porque entonces el niño llega a la escuela con deformaciones, o sin haber desarrollado valores importantes. «Pero no toda la responsabilidad es de los padres. Los niños pasan mucho tiempo fuera de la casa. El círculo infantil es otra institución de socialización, extradoméstica, cuya función es complementar lo que se hace en el hogar. Si no actúa correctamente, estamos generando caldo de cultivo para que esos valores no se sedimenten. «El niño tiende a imitar, a incorporar actitudes de manera inconsciente. Si en el círculo la seño, en vez de canciones infantiles, le pone un reguetón que dice: “Esa mulata me la aplicó, pero más pillo que ella soy yo. Cuando la coja le voy a enseñar...”, esas frases son las que el pequeño va a incorporar a su léxico. «Es un problema serio. El hogar desempeña un rol vital en el proceso de aprendizaje, en la incorporación de normas, de patrones de conducta, y eso, en las edades primeras, se incorpora miméticamente. De nada vale que tengamos un discurso educativo, si este no se acompaña de una práctica también educativa. No hago nada con decir: “No puedes robar, porque eso es inmoral” y que después el niño vea que lo que hay en la casa es resultado del robo. «El vínculo escuela-familia es esencial. Se habla de las escuelas de padres, o reuniones con estos, y muchas veces son una formalidad, sobre todo en el caso de las becas». —¿Están preparados los maestros emergentes para ser un buen ejemplo? —Todos sabemos que tuvimos que apelar a los emergentes porque teníamos una crisis. Había que hacer funcionar las aulas. Pero ellos están en edad de ser también educados. Si todavía no han completado su formación de valores, entonces hay que dar un refuerzo, un complemento. «Lo que está diseñado es un tutor cada cuatro o cinco Profesores Generales Integrales (PGI). Sin embargo, hay centros donde hay uno cada diez, e incluso emergentes de grados superiores, que hacen de tutores. «El maestro ha tenido siempre la autoridad pedagógica. Recuerdo que cuando mi hija era niña, no había emergentes, pero igual existían profesores que no eran modelos. Ella se ponía a jugar en el cuarto y le daba a la puerta del closet y gritaba. Cuando le llamaba la atención, decía: “Mami, es que estos niños me tienen loca”. Porque estaba imitando a su maestra». —¿Qué responsabilidad tienen los medios de comunicación? —Son instituciones de socialización y tienen la función de promover valores. Si hacemos un estudio de los medios, sobre todo de la televisión, que es el de mayor impacto, nos damos cuenta de que muchos de esos valores no se promueven. «Están muy bien los spots de Para la vida, sobre los derechos de los niños y la familia, pero duran un minuto. El valor de ese medio es la reiteración, el tipo de mensaje que forma una opinión, que refuerza valores. «Por otra parte, hay que preparar al joven para que sea receptor crítico. Si se le somete a un bombardeo de influencias negativas sin contrapartida, no será capaz de establecer mediaciones, de hacer una reflexión. La presencia de la crítica en el medio no puede ser una elección, tiene que estar ahí, para que la gente tenga herramientas». —¿Cómo se ve esta «epidemia» de mala educación en las aulas universitarias? —En la universidad hemos observado que los muchachos están viniendo cada vez con menos preparación e interés. Son reflejo de una época. Nacieron con el período especial, y eso fue lo que vivieron, la sociedad de la crisis. «También tienen menos educación formal. El otro día, durante un examen final, una muchacha se quitó los zapatos y subió los pies en el asiento. Yo le pregunté: “¿Dónde crees que estás?”. «Son problemas que se han acumulado porque en su momento no les dimos la importancia que tenían. Es igual que en la casa. Si no haces limpieza general a cada rato, cuando te decides no sabes cómo salir de tanta basura». —¿Y cómo haríamos ahora esa limpieza general? —La atención no viene solo de la familia, o la escuela o los medios, sino de todos unidos. Hay que recuperar valores. Fortalecer la familia y las redes comunitarias. Nosotros no hemos desarrollado el papel de las redes sociales, que en la comunidad es esencial. Todo debe funcionar como un sistema. «Al final lo resolveremos, en la medida en que salgamos de la crisis y todos trabajemos en lo que nos corresponda». Comienza en la cuna En conversación con un grupo de maestros de Primaria y Secundaria Básica, todos coincidieron en que la formación de valores no debe enmarcarse solo en un turno de clases. «Esa labor tiene que estar presente desde que nos levantamos por la mañana. Y la mejor forma es el ejemplo. Hay que tratar a los alumnos con cortesía, con respeto, para que ellos respondan de igual manera», expresó Rafael Berrayarze, maestro de la escuela primaria Ejército Rebelde, del municipio capitalino de Plaza, con 33 años en la profesión. «A la reunión mensual con la familia de los alumnos se le llama ahora Escuela de padres. Allí analizamos los problemas de aprendizaje y también conversamos acerca de cómo educar en las casas, porque a veces en la escuela hacemos una labor que se destruye luego en el hogar» . Naida Abreu es una joven maestra de computación de la misma escuela. Ella asegura que a veces el niño sabe cómo debe comportarse, pero no lo hace, para imitar al amiguito. «En su juego gritan, dicen malas palabras. Si no tienen quien los oriente, lo hacen. Por eso hay que observarlos y cuando cometen un error, señalárselo. «Todos los niños no tienen la misma educación. Depende mucho de los padres. Yo, puntualmente, cuando veo que el alumno tiene un mal hábito, se lo rectifico, lo ayudo». Mercedes González, con más de 30 años de trabajo en Educación, afirma que los maestros deben formar valores dentro y fuera de la escuela. «Somos miembros de una comunidad y tenemos que ser modelos. Mi actitud, cómo yo me proyecto, es lo que forma valores en mis alumnos. «Nos hemos adaptado a la chabacanería. Hemos perdido lo que nos enseñaban nuestros mayores del respeto entre nosotros mismos. A menudo los adultos no damos el ejemplo. Y eso no es solo en la escuela, ocurre también en el barrio. «Les exigimos a los maestros jóvenes, de los que yo me enorgullezco muchísimo, que sean portadores de valores, y a veces los de más experiencia no lo somos. «Otro problema es la ropa del docente. Las muchachitas son jóvenes, les gusta vestir a la moda. Pero les insistimos en que un short corto y la barriga afuera no es lo adecuado para pararse frente a un aula. Todo tiene su lugar y su momento». En la secundaria básica Camilo Cienfuegos, municipio de Cerro, Déborah Pérez es jefa de año, y uno de los aspectos fundamentales que mide al visitar una clase es cómo trabaja el maestro la educación formal. «Compruebo si exige una buena postura a sus alumnos, que se pongan de pie, que pidan permiso. Siempre ha sido mi concepto que no se puede dar una clase de educación formal. No es posible comenzar a formar valores en muchachos de 12 años. Estos se inculcan desde que se nace. Yo los perfecciono, les enseño un poco más, les hablo, les hago entender por qué debe ser así. Pero los valores los forma la familia, en la casa». Para Keyla Estévez, vicepresidenta de la Organización de Pioneros José Martí, ha faltado integración de los agentes que influyen en la educación del adolescente. «Se perdió mucho espacio antes de llegar a las transformaciones de la Secundaria Básica. Y el maestro y la familia se ocupaban de la educación por pedacitos, no integralmente. «Lo otro tiene que ver con las características de esa edad. El adolescente trata de aislarse del adulto y meterse en su mundo. Lo que más le importa es el grupo de relaciones y hacer cosas que se parezcan a las que hacen los demás, para que no lo critiquen. Eso trae consigo las malas conductas. Él sabe lo que es bueno y cómo debe actuar, pero no lo hace. «Hoy se empiezan a buscar vías para rescatar la educación formal, pero hemos estado muy carentes. Ha faltado la exigencia de los que estamos más cercanos a ellos: los maestros, la familia, la organización... nadie debe estar ajeno. «La OPJM tiene un gran peso. Hay que discutir y debatir con los adolescentes, pero eso no puede ser impuesto. Hay que dejarlos que hablen y expliquen, que reflexionen sobre cómo se sentirían mejor». —Hay una tendencia a valorar más el aspecto material... —Hay que reconocer el peso que tiene este tema en la sociedad. El bien educado, el inteligente, deja de ser líder, y se impone el que más tiene, el que mejor viste, el que más música oye. De ese fenómeno no estamos ajenos y está pasando hoy en las escuelas. «Hay que reconocer al niño no porque tenga más ropa o porque ofrezca el mejor regalo el Día del Educador, sino por sus valores. Puede ser una familia muy pobre y muy preocupada. «Un ejemplo sencillo es la merienda escolar. Existe una crítica en la escuela actual. Al niño que consume la merienda algunos le dicen que es pobre, que su mamá no tiene nada... Eso lo hablan entre ellos. «Entre todos debemos enfrentar esa posición. Es necesario un debate con la participación activa de ellos, porque el estudiante de secundaria sabe lo que tú quieres oír, y lo mal hecho lo define con tremendos argumentos. Este es un problema de todos».
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La edad de la chancleta (II)
La ley y el ¿desorden?
Diversas causas han fomentado el auge de la indisciplina social
en Cuba. Las autoridades y la comunidad buscan ponerle freno
12 de agosto de 2007
00:00:00 GMT
http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2007-08-12/la-ley-y-el-desorden/
«A mí que no me digan que baje la grabadora. En el edificio de al lado ponen todo el día reguetón, y el vecino de arriba, “la década prodigiosa”. Lo mío es la salsa, y al que no le guste, como dice la canción: “No tengo la culpa, ese es su problema”...». Papo es uno de los tantos cubanos que gusta de escuchar la música a todo lo que da su equipo... que es bastante. Esta es una de las manifestaciones de indisciplina social más frecuentes, que además de molestar la tranquilidad puede ser incluso dañina para la salud. «En los últimos años se ha visto un incremento de la indisciplina social. Sabemos que hay carencias materiales, pero quizá, en algún momento no hubo una acción y un control más estricto y eso provocó que haya crecido a los niveles que tenemos ahora».
«Hay un sistema que dirige el Consejo de la Administración Provincial del territorio. Los supervisores formamos parte de ese sistema, que tiene como objetivo no solo sancionar a los infractores, sino hacer trabajo preventivo. «La divisa debe ser siempre prevenir antes que sancionar. Por ello nosotros participamos en programas de televisión y radio, explicando a las personas acerca del cuidado de las áreas verdes y del mobiliario urbano, las ilegalidades en las vías públicas. También intervenimos en reuniones de los CDR, de rendición de cuentas de los delegados del Poder Popular, explicando nuestro trabajo». Dándole el pecho a la situaciónNo es fácil ser supervisor en una ciudad como la capital, donde habitan 2 168 255 personas, según el Anuario Estadístico de Cuba, de 2006. Si no, que le pregunten a Gerardo Góngora Fonseca, quien por más de 15 años ha trabajado como inspector. Gerardo es uno de los 600 supervisores integrales con que cuenta la ciudad. Desde el pasado mes de enero, ellos asumen su trabajo atendiendo no una rama específica, sino de forma conjunta, observando temas que incluyen, entre otros, el ornato público, la higiene comunal, el trabajo por cuenta propia, la construcción de viviendas y los precios. Este cambio, en opinión de Gerardo, es favorable, porque les da a ellos más herramientas de trabajo, aunque reconoce que requiere también de una mayor preparación. «Es cierto que el período especial ha deteriorado nuestra forma de ser —explicó—, pero no creo que esa sea la única causa. La verdad es que estamos muy necesitados de más educación y más cultura». Según Gerardo, entre las indisciplinas más comunes están el vertimiento de escombros y desechos en la vía, la colocación descontrolada de carteles en paredes y columnas —lo mismo anunciando un concierto que una permuta— y el maltrato a los depósitos de los desechos domiciliarios. «Resulta difícil trabajar en la calle. A veces, cuando uno va a sancionar a alguien, la persona dice: “no, no tengo el carné de identidad conmigo”. Y de esa forma intenta evadir su responsabilidad». —¿No pueden pedir ayuda a la policía? —Sí, y de hecho, lo hacemos. Nosotros abogamos porque se trabaje más a menudo con la policía, porque son un respaldo para nosotros. —¿La población no los apoya? —Sí, aunque no del todo. Por ejemplo, si llegamos a un lugar donde hay un microvertedero en una esquina y preguntamos, los vecinos cooperan y nos dice quién es el responsable. De esa forma hemos podido acabar con muchos vertederos de basura en la ciudad. —¿Han sido agredidos alguna vez por los infractores? —Las agresiones verbales pululan, desde luego. Tú vas a poner una multa por tirar un papel o por poner el pie en la pared, y te dicen: “con lo sucia que está la ciudad, y me vienen a poner la multa a mí”. Es que muchos se quejan de la falta de higiene, pero no todos contribuyen a cambiarla. Se han dado casos también de compañeros que han sido agredidos físicamente, y han tenido que ir a juicio. Pero al final la verdad se ha impuesto». —¿No son muy pocos 600 inspectores para la capital? —Aspiramos a tener 900, para eso estamos capacitando a otro grupo. Si usted se pone a pensar, esa fuerza es insuficiente, pero la indisciplina requiere además de mucha información y persuasión. Los medios tienen que estar encima de eso permanentemente, no con campañas». La ley del barrio
Lourdes Berrio Reyes es una educadora dentro y fuera de su centro de trabajo. Durante más de diez años ha sido la presidenta de su CDR, en el Consejo Acosta del municipio capitalino de Diez de Octubre, y su divisa es tan sencilla como efectiva: hablar. «En esta cuadra no hay grandes problemas de indisciplina», reveló. Aunque hubo un tiempo en que tuvimos varios jóvenes desvinculados del estudio y el trabajo. Con ellos hicimos mucho trabajo político. Conversamos, lo mismo yo, que otros dirigentes del CDR, de la federación... Al desvincularse se ponen a hacer otras cosas, como estar en la calle hasta altas horas de la noche, hablando en voz alta, oyendo música, molestando... Y hay que rescatarlos. Eso es lo que hacemos con cualquier problema que se da en la comunidad». Lourdes integra el grupo comunitario de prevención, cuya filosofía es llegar a la familia. «Hay que ver en qué se les puede ayudar, en qué condiciones viven. Lo sé por mi propio trabajo, porque como educadora he tenido niños con problemas de conducta, y he logrado una mejoría, porque busco la manera de llegar a ellos». Junto a Lourdes, Giselle Garrido, doctora de profesión y responsable de vigilancia del mismo CDR, asegura que en esa cuadra, siempre que alguien ha tenido un problema, se le ha dado la mano, «porque cualquier persona tiene derecho a equivocarse. «Tampoco uno puede llegar a una casa e imponer su voluntad, sobre todo si existe alguna situación familiar específica, porque no siempre las personas deciden abrirse y contar sus problemas familiares». La posición de acercamiento y apoyo familiar seguida por la comisión de prevención de esta comunidad está en línea con el criterio de los especialistas sobre el peso esencial de esa estructura en la promoción de conductas cívicas adecuadas. «Resulta muy complejo en el ser humano adulto determinar cuáles han sido las fuentes del desarrollo de valores y qué influencias han determinado su proyección ante la vida. Es frecuente ver a familias preocupadas por la exhibición de conductas en el adolescente no acordes con los valores familiares, y que han sido aprendidas en otros medios sociales», sostiene la Máster en Ciencias y especialista en Psicología de la Salud, Elina de la Llera Suárez. Para esta estudiosa, la vida escolar se encarga de ampliar las fuentes de valores a través de la relación con otros de su edad y con los maestros. El desarrollo psicológico se enriquece con el crecimiento de la persona, y se produce mayor independencia en sus juicios y valoraciones: «Pareciera que ya no es tan importante lo que dice la familia, sin embargo, esta no pierde su influencia si continúa actuando con coherencia ante las situaciones críticas en que el adolescente, por ejemplo, los pone a prueba. «Aunque el adolescente quiere estar siempre con los de su edad, la familia debe aprovechar los espacios comunes (comer juntos, ver una película, ir de tiendas, hasta la música que se pone en la casa) para hacerle sentir que se escuchan sus criterios y que se puede reflexionar sobre su validez sin entrar en conflicto, en un marco de análisis y no de “teque”», enfatiza. Elina considera que esto le da al muchacho la seguridad de que cuenta con un respaldo cuando se enfrenta en el grupo con criterios diferentes. En la medida en que la familia se anticipe a lo que encontrará en su medio, a las contingencias que se pueden producir, será más valorada por el adolescente. «Plantearle conflictos que puede encontrar en su vida social para analizarlos, más que esperar a que nos venga con un problema, contribuye a promover la independencia de juicios que le sirvan para su actuación social. Se trata de fortalecer más estos, que de reprimir conductas negativas promovidas por el medio social, de forma que funcionen como valores», finalizó.
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