La serie de éxito House
despide la temporada con un episodio en el que una pareja de
cubanos «se juegan la vida» en una balsa para que el famoso
doctor diagnostique la enfermedad que sufre la protagonista.
Sicko es el último documental de Michael
Moore, en el que cuenta, entre otros episodios, el mismo
viaje, pero en sentido contrario (y en avión) que realizan
una decena de trabajadores de los servicios de urgencias que
participaron en las labores de rescate el 11-S para ser
tratados por la sanidad cubana.
House es una
serie de entretenimiento, de buena factura pero que, como
todos esos productos, apenas refleja la realidad social de
la atención médica en EE.UU. Con lo cual se desaprovecha una
magnifica oportunidad para que los telespectadores del resto
del mundo se formen su propio criterio sobre los diferentes
modelos sanitarios.
El referido capítulo se
inicia con unas dramáticas imágenes del rescate de los dos
cubanos que han naufragado en medio del océano. No hay más
información del porqué los cubanos han cruzado el mar para
que los trate el famoso (incluso en Cuba) doctor House. Con
toda seguridad muchos espectadores concluirán que el «dictador»
Fidel Castro no les ha permitido salir «legalmente» de Cuba.
Lo cierto es que los movimientos migratorios entre Cuba y
EE.UU. no son diferentes a los de otros países del sur y del
norte.
Lo particular en el caso de
la emigración ilegal con destino al imperio es que cuando
las patrullas norteamericanas de salvamento rescatan a
inmigrantes en el mar los repatrian de inmediato a su país
de origen, salvo si quienes pisan el suelo de EE.UU. son
cubanos, en cuyo caso, en virtud de la Ley de Ajuste Cubano,
se los regulariza sin problemas y reciben múltiples ayudas
públicas y de organizaciones contrarrevolucionarias.
Volviendo a House,
al haber sido rescatados los inmigrantes en el mar y no
haber desembarcado por sus propios medios en el continente,
las autoridades migratorias norteamericanas habrían
deportado de inmediato a los protagonistas. Pero esto no
ocurre en la serie, ni se contextualiza de ningún modo la
entrada en EE.UU. La siguiente escena ya se sitúa en la
habitación de un lujoso hospital. Por supuesto, la pareja de
cubanos no debe tener seguro médico ni son millonarios para
pagar un tratamiento con cuatro médicos prestigiosos
dedicados en cuerpo y alma al diagnóstico de la enfermedad
que padece la paciente. No se nos dice cuál es el mecanismo
por el que los protagonistas logran que los admitan en el
hospital elegido por ellos. De no haber sido una situación
de ficción, lo más probable es que la enferma hubiera muerto
por falta de atención médica, como ocurre todos los días en
el país más rico del mundo.
Es cierto, para descargo de
los guionistas, que los doctores norteamericanos reconocen
en el capítulo el alto desarrollo de la medicina cubana y
que el problema de diagnóstico en tierras cubanas no tendría
que ver con la formación de los médicos cubanos, sino con la
falta de equipamiento de última generación. House lo achaca
a que es un país pobre, pero también podría haber mencionado
que el bloqueo de su propio gobierno impide que la sanidad
cubana tenga mejores herramientas para el cuidado de sus
enfermos.
Hasta aquí la serie de
ficción. La realidad está representada por el último
documental de Michael Moore. Al cineasta no le gusta la
crítica directa y fácil, sino que prefiere comparar las
políticas de su país con otros similares, tal y como ya hizo
en Bowling for Columbine a propósito de la
tenencia de armas de fuego.
En este caso, Moore, compara
la situación sanitaria de EE.UU. con Canadá, Francia y Cuba.
Para demostrar cómo un país pequeño y sometido a bloqueo
tiene mejor atención médica que el estado más poderoso del
mundo, Michael Moore se desplazó a La Habana con diez
personas que trabajaron en las labores de rescate del 11-S.
Los tratamientos que necesitan estos obreros no los cubre su
seguro médico y en Cuba gozaron de la atención que no habían
recibido en su país de origen. No fue una acción «propagandística»,
pues ni siquiera los peores enemigos de la Revolución Cubana
pueden negar la ingente labor humanitaria que la Isla
realiza en todo el mundo gracias a su personal médico.
La respuesta del gobierno de
Bush a la curación de sus trabajadores en La Habana no ha
sido demostrar su gratitud, como dictan al menos las normas
de la cortesía y la buena educación, sino declarar que Moore
ha violado el bloqueo contra Cuba, perseguir penalmente a
los pacientes y estudiar el posible secuestro del
documental, lo que ha motivado su apresurado estreno y que
el director envíe copias de su obra a otros países, fuera de
la jurisdicción de Washington.
Las series de médicos
triunfan en la televisión de EE.UU. y, por ende, en el resto
del mundo; no son las más perniciosas que se producen en
Hollywood pero sí que producen perversos efectos secundarios.
El primero, como hemos podido comprobar, es que la realidad
no tiene mucho que ver con la ficción. El segundo es
específico de la serie House, puesto que su
protagonista y héroe es el típico doctor prepotente, con
aureola de «buen médico», al que se le admiten toda clase de
vejaciones y esperas, a cambio de que tome nuestra salud en
sus manos. Ese estereotipo existe y se vive todos los días
en la sanidad española y mucho me temo que se vea reforzado
con productos de ficción como House.
(Fragmentos. Tomado de Rebelión)