Remittances are not an asset for development
By Manuel E. Yepe*
June 29, 2007 - 10:47 AM

What the industrialized countries actually intend when they refer to the remittances that immigrants send to their relatives as "development assistance" is to disguise a cruel form of exploitation of the South by the North.

Emigration is said to be a factor of social tension decompression, remittances a source of financial income for the émigré's home country. Truth be told, these fresh money transfers have come to be a significant chunk of their native land's GDP and a major boost for their balance of payments.

However, in the longer term, the exodus of young hands and their family's reliance on the money they get from them become an obstacle to development in the emigrant's country.

Better put: the economic crisis fuels mass exodus, and the remittances sent by those who leave ease the burden of its immediate impact, but crises tend to worsen in the medium or long run because their root cause, far from changing, has gotten worse, precisely as a result of the nonstop exodus.

In 2001, when the U.S. president threatened to order a mass expulsion of illegal immigrants, many Latin American governments had to beg him for mercy, because such measure would have brought with it insurmountable crises of governance and the collapse of their economies, unable as they were to take in so much people and do without their remittances.

When all indications were that Schafik Jorge Handal, the leftist Farabundo Martí National Liberation Front's presidential candidate, would have scored a landslide victory in El Salvador, the President warned he would prohibit U.S.-based Salvadorians from sending any money back home, should Handal win. Depending on remittances turned that country into a hostage of the empire, which thus succeeded in imposing the candidate of the right-wing ARENA (Alianza Republicana Nacionalista).

Data issued by BID (Banco Interamericano de Desarrollo) and CEPAL (U.N. Economic Commission for Latin America), the money that these Latin American immigrants send to their countries has grown fiftyfold -- from one billion to more than 50 billion a year -- in the last 25 years.

In six of those countries, remittances exceed 10% of their GDP: Haiti (17%), Nicaragua (14%), El Salvador (13%), Jamaica (12%), the Dominican Republic (10%) and Ecuador (10%).

According to official sources, 169 billion dollars in remittances made it to Third World countries in 2005.

There are 25 million Latin American immigrants in the United States and the European Union, and half of them send money to their home countries.

In 2006, the abovementioned remittances added up to 60 billion, and 45 billion were sent from the United States alone by around 12.5 million Latin Americans, BID assured.

The Mexican immigrants in the U.S. send to their country four times the value of its agricultural exports, an amount that surpasses its income from tourism and is close to its total oil exports.

Also from the U.S. comes 43% of El Salvador's hard currency, and this figure reaches 35% and 21% in Nicaragua and Ecuador, respectively, not including the money sent by émigrés from those countries elsewhere.

Concealed by these numbers, the tragedy lies in the fact that the supposed economic growth is directly proportional to the increasing emigration. Remittances received in Latin America are estimated to grow at an annual rate of 7 to 10%.

Judging from this rate of growth, and the amount of money sent, the opulent North would seem to be finally starting to compensate the South for so many years of plundering.

Not by a long shot. For centuries, global capitalism has cruelly stripped the underdeveloped world of its wealth, sacking its natural resources, subjecting those countries to unfair trade practices and mercilessly exploiting their labor.

That the remittances sent by their émigrés end up as a form of sustenance of the Third World's increasingly impoverished nations is a denunciation of a crime rather than a cause for satisfaction.

Given the current terms of exchange, if no real assistance is provided to development, if the foreign debt now choking the continent's developing countries is not cancelled, if neocolonialist "integration" mechanisms such as the FTAA continue to be forced upon them, if the rich countries keep imposing agricultural and commercial protectionist practices inconsistent with their own neo-liberal claims, no benefit is to be derived by the poor nations from their émigrés' remittances.

As long as the developing countries fail to find ways to encourage their exports or measures are not implemented to keep the big transnational corporations from exploiting labor, preying upon and speculating with national assets in order to stop undercapitalization in and brain drain from those poor nations; if investments are not fostered that expand labor markets and curb popular emigration, remittances will be but a palliative to sooth an ever unbearable act of injustice.

June, 2007

 

*Manuel E. Yepe Menéndez is an attorney, economist and political scientist who works as a Professor for Havana's Higher Institute of International Relations.

 

 
   
   

LAS REMESAS NO SON AYUDA AL DESARROLLO

Por Manuel E. Yepe*
Jun 29, 2007 10:47 AM

Cuando los países industrializados afirman que las remesas de los inmigrantes de los países subdesarrollados a sus familias constituyen “ayuda al desarrollo” están en verdad enmascarando una cruel forma de explotación del Sur por el Norte.

Se asegura que la emigración es un factor de descompresión de las tensiones sociales y que las remesas son una fuente de ingreso de recursos pecuniarios para los países de origen. En verdad, las transferencias de dinero fresco de los emigrantes hacia sus familiares han llegado a representar una parte significativa del producto bruto de sus países de origen y contribuyen a mejorar sus balanzas de pagos.

Pero, a más largo plazo, el éxodo de trabajadores jóvenes y la dependencia que surge de las transferencias de dinero, se convierten en inconvenientes para el desarrollo del país emisor de migrantes.

Más claro: la crisis económica suscita el éxodo, las remesas de los emigrantes atenúan durante cierto tiempo sus efectos económicos inmediatos, pero, a mediano o largo plazo, la crisis tiende a profundizarse, porque las condiciones que la provocaron no han cambiado sino que se han agravado precisamente a causa del éxodo que sigue aumentando.

Cuando en 2001 el Presidente de los Estados Unidos amenazó con disponer una expulsión masiva de inmigrantes indocumentados, fueron muchos los gobiernos latinoamericanos que tuvieron que acudir a él en demanda de clemencia porque ello habría significado el surgimiento de insalvables crisis de gobernabilidad y el desplome de las economías de sus países, incapaces de asimilar a los expulsados y prescindir de sus remesas.

Cuando parecía que el candidato del izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Schafik Jorge Handal, habría de ser electo Presidente de El Salvador por un margen muy amplio, el Presidente de Estados Unidos formuló la amenaza de prohibir las remesas de sus emigrados establecidos en Estados Unidos si ello ocurría. La dependencia en las remesas convirtió a ese país en rehén del imperio, que así impuso al candidato de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).

Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas, el dinero que envían los inmigrantes latinoamericanos a sus países de origen ha crecido cincuenta veces -de mil millones de dólares a más de 50 mil millones anuales- en los últimos 25 años.

En seis países americanos, las remesas sobrepasan el 10% del producto bruto interno: Haití (17%), Nicaragua (14%), El Salvador (13%), Jamaica (12%), la República Dominicana (10%) y Ecuador (10%).

Según fuentes oficiales, en 2005, 169 mil millones de dólares por concepto de remesas llegaron a los países del tercer mundo.

Hay 25 millones de inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos y la Unión Europea, de los cuales la mitad envía remesas a sus países de origen.

Durante el año 2006, las remesas que los emigrados latinoamericanos enviaron a sus países sumaron unos 60 mil millones de dólares y 45 mil de esos 60 mil millones de dólares fueron remesados desde los Estados Unidos, por alrededor de 12.5 millones de latinoamericanos, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Las remesas familiares de los inmigrantes mexicanos residentes en Estados Unidos aportan a México cuatro veces el valor de sus exportaciones agrícolas, superan sus ingresos por concepto de turismo y se acercan al valor de sus exportaciones de petróleo.

El 43% de las divisas que ingresa El Salvador, el 35% de las que recibe Nicaragua y el 21% de las de Ecuador provienen de sus emigrantes que trabajan en los Estados Unidos, sin incluir las remitidas por los emigrados que se encuentran en otros países.

La tragedia que encubren estas cifras está en el hecho de que estos crecimientos son directamente proporcionales al aumento de la emigración.

Se estima que las remesas de migrantes que recibe Latinoamérica se incrementan en una tasa anual del 7 al 10%.

Por este ritmo de crecimiento de las remesas y su monto tan elevado, parecería que se está logrando que el Norte opulento empiece a compensar al Sur por los daños de la histórica expoliación.

Pero ni remotamente es esto así. Durante siglos, el sistema capitalista global ha despojado a los países del mundo subdesarrollado de manera cruel. Les han saqueado sus recursos naturales, sometido a un intercambio injusto de sus mercancías y explotado de manera inmisericorde su mano de obra.

El hecho de que las remesas de los emigrantes lleguen a ser base de sustentación de las economías de cada vez más países depauperados del Tercer Mundo, es más la denuncia de un crimen que motivo de satisfacción.

Con los actuales términos del intercambio; si no se incrementa la ayuda verdadera al desarrollo; si no se conmuta la deuda externa que ahoga las economías de los países subdesarrollados del continente; si se insiste en forzar la creación de mecanismos neocolonizadores de “integración” como el ALCA; si no se renuncia a la práctica del proteccionismo agrícola y comercial que los países ricos imponen en acto de inconsecuencia con sus propios reclamos neoliberales, las remesas nada bueno significan para las naciones pobres.

Si no se crean mecanismos de estímulo a las exportaciones de los países subdesarrollados; si no se apoyan sistemas que obliguen a que las empresas transnacionales se sometan a medidas de control contra la explotación laboral, el traslado de beneficios y la especulación, para evitar la descapitalización y la fuga de cerebros de los países pobres que ellas generan; si no se promueven inversiones que expandan el mercado laboral para contribuir al arraigo de la población, las remesas no serán más que un paliativo aplicado a una injusticia que se hará cada vez más insoportable.

*Manuel E. Yepe Menéndez es abogado, economista y politólogo. Se desempeña como Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana.

Junio de 2007

 

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