LA ECONOMIA DEL CONOCIMIENTO Y EL
SOCIALISMO:
¿HAY UNA OPORTUNIDAD PARA EL DESARROLLO?
Dr. Agustín Lage.
Centro de Inmunología Molecular
Los resultados de la Revolución
Cubana en la formación masiva de capital humano y en la
construcción de una base material y de cuadros para la
investigación científica, han sido ampliamente divulgados, y son
reconocidos por amigos y enemigos. Pero esto es solo la mitad de
la historia. Mucho menos estudiado ha sido el esfuerzo por
conectar la ciencia con la economía.
Este artículo pretende introducirse
precisamente en esa segunda mitad de la historia; más reciente y
quizás menos obvia que la primera. Este segundo proceso (la
interconexión de ciencia y economía) no es espontáneo: requiere
estrategia y conducción. Tampoco es independiente del contexto
sociopolítico concreto, nacional e internacional.
En realidad, ambos procesos,
técnicos en primera aproximación, tienen una lectura política.
Subyacente al enorme esfuerzo educacional y la masiva formación
de recursos humanos, está la posibilidad de inversión social
que se genera cuando los excedentes de la producción dejan de
estar en manos de una burguesía consumidora, y anti-nacional,
como la que existe en los países subdesarrollados de capitalismo
dependiente.
Los fenómenos sociopolíticos que
subyacen al proceso de interconexión de la ciencia con la
economía son menos evidentes a primera vista y han sido menos
estudiados en la literatura. Ello se debe a que el impacto
directo de la creación y de la circulación organizada de
conocimientos en la economía es un fenómeno relativamente
reciente (se populariza el término Economía del Conocimiento a
partir de la década de los 80) y no ha habido tiempo histórico
suficiente para acumular datos empíricos y extraer de ellos las
regularidades.
Además, la literatura disponible
sobre Economía del Conocimiento proviene principalmente de los
países capitalistas industrializados, y al igual que mucha otra
literatura económica proveniente de ahí, abunda en el tema de la
gestión pero soslaya el tema de la propiedad, que es el
determinante fundamental de los vínculos entre el desarrollo de
las fuerzas productivas y la conformación del sistema social de
relaciones entre los hombres. Tal limitación explica la
incapacidad de muchas aproximaciones teóricas al tema de la
Economía del Conocimiento, para describir adecuadamente lo que
está sucediendo y diseñar propuestas para la acción consciente.
Tal limitación explica también la
ingenuidad de ver la función social de la ciencia como “neutra”
o inherentemente liberadora, y la incapacidad para descubrir (y
denunciar) su rol dual: como instrumento de dominación y
polarización creciente de la humanidad, y como oportunidad de
desarrollo y conquista de la justicia social.
El autor de este trabajo no es un
economista, ni tampoco se desempeña en el estudio de la ciencia
como proceso social. Esto puede explicar (y quizás excusar) las
limitaciones que un lector experto encontrará. Pero ha tenido la
oportunidad de trabajar en la transformación de un colectivo
científico académico en una organización de
“investigación-producción” dentro del sistema de la
Biotecnología Cubana, experiencia esta repetida en Cuba por
varios colectivos y en la que se han hecho evidentes, en la
práctica concreta, las complejidades y oportunidades inherentes
a la construcción de conexiones sostenibles entre la ciencia y
la economía. Esto podría explicar la percepción del deber en
dejar expuestas las ideas que han ido surgiendo, con la
esperanza de que sirvan a otros como “materia prima” para la
sistematización de un pensamiento sobre el tema.
La experiencia cubana en este campo
(no solo en el desarrollo científico en sí, sino en la
vinculación de la ciencia con la economía) tiene la
particularidad de ocurrir en un país sin desarrollo industrial
precedente, de economía pobre (en términos de PIB); y de
apoyarse además en posibilidades del socialismo.
En América Latina, durante los años
90, fue la única alternativa al neoliberalismo que se llevó de
manera consecuente a la práctica. En el momento en que se
escribe este trabajo, los procesos populares revolucionarios en
Venezuela y Bolivia están construyendo también sus propios
caminos.
No obstante, en este campo
específico de la Biotecnología, la experiencia cubana sigue
siendo singular y por tanto de indispensable análisis para la
comprensión, que apenas se está empezando a conformar, del
impacto social y de la peculiar mezcla de amenazas y
oportunidades, vinculados a las nuevas funciones del
conocimiento en los sistemas económicos.
El camino que proponemos recorrer en
este trabajo parte de la descripción de algunos rasgos y datos
esenciales de la obra fundacional de construcción de capacidades
científicas en Cuba, así como de su expresión en el caso
particular de la Biotecnología para intentar después discutir
cómo el esfuerzo por lograr que esas capacidades se expresen
también como un activo de la economía socialista cubana en sus
relaciones y batallas con el capitalismo circundante, pone de
manifiesto los mecanismos por los cuales la ciencia puede operar
como instrumento de opresión en manos del capital, o como
instrumento de liberación en manos de los oprimidos.
El lector encontrará entonces en
este trabajo cuatro tesis principales:
La primera es que la experiencia
exitosa de la Biotecnología Cubana, aunque es frecuentemente
divulgada y comprendida en sus impactos médicos y científicos,
es esencialmente una experiencia de construcción de conexiones
entre la ciencia y la economía. Ese es el proceso principal.
La segunda es que lo que está
sucediendo en el sector de la Biotecnología en Cuba es expresión
de un fenómeno más amplio dado por el surgimiento de una
Economía basada en el conocimiento, que se expresa primariamente
en sectores de alta tecnología, como la biotecnología, la
microelectrónica, las telecomunicaciones, el software, etc.,
pero que irá penetrando crecientemente todas las ramas de la
economía.
La tercera es que la ciencia, al
insertarse cada vez más en los sistemas económicos asume un
papel dual: por una parte puede convertirse en una amenaza para
las aspiraciones de desarrollo económico y justicia social, a
medida que el sistema capitalista reacciona intentando
privatizar el conocimiento y usarlo para ampliar aun más las
desigualdades; pero por otra parte puede convertirse en
instrumento de liberación y desarrollo en la medida en que el
intento de privatización del conocimiento hace más evidente las
contradicciones del capitalismo. Así, la construcción de
conexiones eficientes entre la ciencia y la economía se
convierte en un componente esencial de la lucha histórica por
acelerar el tránsito del capitalismo al socialismo.
La cuarta es que, como todos los
aspectos de la construcción del socialismo, este proceso es algo
que no se puede dejar en manos de mecanismos ciegos, sino que
requiere conducción consciente, en lo cual la experiencia cubana
ya va dejando conocimientos que merecen ser sistematizados.
ANTECEDENTES: LA FORMACIÓN DE
CAPITAL HUMANO
Cuando en enero de 1960 Fidel Castro
dijo que “el futuro de nuestra patria tiene que ser
necesariamente un futuro de hombres de ciencia, de hombres de
pensamiento”, el país tenía más de un 20% de analfabetos.
En la campaña de alfabetización de
1961 participaron 271 000 alfabetizadores voluntarios y 700 000
personas fueron alfabetizadas. Esta épica batalla fue continuada
por la formación masiva de maestros, la creación de un sistema
de educación totalmente gratuito, la construcción de escuelas
primarias, secundarias y preuniversitarios en todas las
provincias y la expansión de la educación superior.
Entre 1959 y el 2002 la cantidad de
escuelas pasó de 7 679 a 12 717, el personal docente se
multiplicó por 10, pasando de 22 800 a 258 000 y la matrícula
total en todos los niveles de enseñanza pasó de 811 300 a 2 430
000.
La cantidad de centros de educación
superior ascendió de 3 a 54, con presencia de la docencia
universitaria ahora en todas las provincias del país y un
proceso en marcha de expansión hacia todos los municipios, con
más de 900 filiales universitarias.
Conjuntamente con la red
educacional, y partiendo de bases prácticamente inexistentes en
la etapa prerrevolucionaria, comenzó a surgir y a expandirse la
red de instituciones de investigación científica hasta llegar a
su composición actual de 221 centros de investigación, en donde
laboran más de 31 000 personas. El número de investigadores
dedicados en jornada completa a la investigación científica se
estimó en el año 2000 en 5 378, para un indicador de 1,15 por
cada 1000 personas en edad económicamente activa. Si se incluyen
también los profesores universitarios, este indicador sube a
3,0, cifra muy superior a la media de América Latina y
equivalente a las estimadas para España, Holanda o Austria.
A partir de la década de los
setenta, miles de jóvenes científicos complementaron su
formación en el extranjero. Hasta diciembre de 2000 se habían
entregado en el país 5 662 títulos de Doctor en Ciencias.
Cuba tiene actualmente los índices
de maestros por habitante (y de médicos por habitante) mayores
de mundo.
Este proceso educacional tuvo y
sigue teniendo dos profundas raíces políticas. Una es el
abandono de la ingenua idea de algunas teorías del desarrollo
que suponen que la educación, la salud, la ciencia y la cultura
vendrán algún día como consecuencia del desarrollo económico. La
estrategia práctica de la Revolución Cubana fue exactamente la
inversa: la educación, la salud, la ciencia y la cultura son, en
el mundo actual, pre-requisitos del desarrollo económico. A
ellos hay que acceder directamente y rápido.
El acceso a la educación, la salud y
la cultura además, tiene que ser masivo y equitativo. Esto hay
que construirlo con voluntad política y no dejarlo en manos de
supuestos mecanismos espontáneos. La justicia social se alcanza
desde la política, no desde la economía. El desarrollo económico
vendrá después, apoyándose en esto.
La otra raíz política nutricia del
desarrollo educacional está en el origen de los excedentes
económicos que hacen posible la inversión en capital humano.
Estos recursos existen, aun en las economías subdesarrolladas,
pero son apropiados por las burguesías nacionales
(antinacionales) y en gran parte transferidos hacia las
economías de los países ricos.
La interrupción revolucionaria de
este círculo vicioso del subdesarrollo puso en manos del país
los recursos necesarios para el impulso educacional masivo. Esa
base de capital humano sirvió de plataforma de despegue para el
desarrollo científico de los últimos 20 años.
EL SECTOR DE LA BIOTECNOLOGÍA EN
CUBA Y SUS REGULARIDADES
La Biotecnología es esencialmente un
proceso industrial, en el que las conexiones con la
investigación científica (que todos los procesos industriales
tienen) son muy evidentes. Pero lo esencial es el proceso de
fabricación. Como todo proceso de fabricación implica una
transformación de materias primas en productos finales; y la
particularidad de la biotecnología consiste en que esas
transformaciones ocurren en el interior de una célula viva. La
célula funciona como fábrica.
Procesos fermentativos en los cuales
un cultivo celular produce a escala industrial determinado
producto (etanol o antibióticos por ejemplo) han existido desde
hace mucho tiempo. El hecho nuevo a finales de los años setenta
fue el surgimiento de la ”ingeniería genética”: la capacidad
para extraer, modificar o introducir a voluntad genes en una
célula, y cambiar así su metabolismo para hacerla producir
determinado producto.
Esta fusión de las tecnologías
fermentativas para el cultivo celular en gran escala con
tecnologías de modificación genética de las células, dio origen
a una nueva industria, que se expresó en el surgimiento de
cientos de pequeñas empresas, lo cual comenzó en algunos lugares
de Estados Unidos en la década de los ochenta y en Europa 10
años después.
Como unos años antes había ocurrido
con la computación y la microelectrónica, surgía ahora también
con la Biotecnología, un sector industrial que conectaba de
manera muy visible y directa la investigación científica con el
desarrollo de procesos productivos y la comercialización.
En Cuba, movido por una clara
voluntad política y con la conducción estratégica de Fidel,
ocurrió un proceso de fundación de instituciones biotecnológicas
que cristalizó en lo que hoy conocemos como el “Polo Científico”
de la Biotecnología, y que agrupa más de 40 instituciones, con
más de 12 000 trabajadores y 7 000 científicos. Es el complejo
principal de instituciones, aunque no el único, pues también
surgieron centros en otras provincias.
La creación del Polo Científico de
la Biotecnología fue una inversión del Estado. Esta enorme
inversión rompió el ciclo de “causalidad circular” que opera
entre los bajos ingresos de la economía y la escasa inversión en
ciencia y tecnología; que en los países subdesarrollados se
condicionan mutuamente.
En cualquier aproximación al estudio
de la Biotecnología Cubana llaman la atención tres fenómenos: la
precocidad, la magnitud y los resultados.
En el momento en que surgen las
instituciones que debían combinar la investigación científica
con el desarrollo de nuevos productos y procesos productivos en
este campo, la biotecnología era algo incipiente y solo en
algunos de los países más industrializados. Aún hoy, la
existencia de grandes instituciones biotecnológicas, con más de
1 000 trabajadores (como hay varias en Cuba) es excepcional en
Estados Unidos y Europa, donde la empresa biotecnológica
promedio tiene algo más de 100 trabajadores.
De hecho en el sector biotecnológico
europeo completo se estima que trabajen no más de 60 000
personas.
No es el propósito de este artículo
enumerar los productos, los resultados científicos y los
económicos que han ido surgiendo del esfuerzo de la
Biotecnología Cubana en los últimos 25 años. No obstante, al
lector carente de información previa pueden serle útiles algunos
apuntes:
Más de 20 biofármacos y vacunas
incorporados al Sistema de Salud.
Más de 900 patentes depositadas.
Vacunas novedosas, con tecnología
propia, tales como la meningitis B y la del hemofilus.
Cuba es actualmente el país del
mundo con mayor intensidad y cobertura de vacunación (13
vacunas) en el mundo.
Drástica reducción de la incidencia
de hepatitis B (resultado de la vacuna recombinante), llegando a
cero en la población menor de 15 años de edad.
Acceso amplio de toda la población a
medicamentos de alta tecnología (interferones, eritropoyetina,
anticuerpos monoclonales y otros).
Red nacional de inmunodiagnóstico de
alta tecnología que conduce a pesquizaje perinatal con cobertura
total para varias enfermedades.
Nuevos medicamentos para la
reducción del colesterol y el tratamiento del infarto.
Red nacional de neurodiagnóstico con
equipos de alta tecnología.
Nótese que en esta enumeración hay
datos no solo sobre productos y tecnologías, sino sobre su
impacto en modificación de indicadores de salud a escala
poblacional. En esto hay que leer no solo un fenómeno sanitario,
sino un indicador del nivel de inserción de la ciencia en su
contexto social.
Volveremos más adelante sobre este
concepto de que el desarrollo científico es básicamente el
desarrollo de sus conexiones y su integración con otros procesos
sociales.
Los productos de la Biotecnología
Cubana se exportan hoy a más de 50 países, y generan un flujo de
caja positivo, que permite financiar la propia expansión del
sistema. Estos resultados son aun más notables vistos en el
contexto de la lenta maduración de la biotecnología como sector
industrial en el mundo. Más de la mitad de las empresas
biotecnológicas norteamericanas y la gran mayoría de las
europeas, no han logrado transitar a una rentabilidad por sus
propias ventas; y el sector de la biotecnología en su conjunto,
tanto en Norteamérica como en Europa se mantiene en “flujo de
caja negativo”, consumiendo dinero, que extraen de las
abundantes fuentes de capital (inversionistas de riesgo, bolsa
de valores, etc.) que existen en las economías de los países
ricos.
También el surgimiento de la
biotecnología en Estados Unidos coincidió en tiempo con el
crecimiento de la economía especulativa en el mundo capitalista
desarrollado, que desacopló en gran medida los flujos
financieros de la producción material; y la biotecnología no
escapó a las influencias de esa tendencia.
¿Qué puede explicar entonces el
fenómeno de que la Biotecnología Cubana, surgida en un país sin
desarrollo industrial previo y bajo el bloqueo paranoide de la
mayor potencia del capitalismo mundial, haya logrado construir
en unos años balance económico positivo, impacto en salud,
cartera de productos, base de patentes y en fin, crecimiento?
Los cubanos tenemos la obligación de
hacer este análisis. No podemos dejarlo en manos de quienes “nos
estudian” desde afuera, en el mejor de los casos con una carga
visible de superficialidad y prejuicios, y en otros con
intencionalidad ideológica.
Por supuesto que un análisis amplio
de este tema no puede hacerse en un solo trabajo, ni mucho menos
por una sola persona. Lo que sigue debe verse como una
enumeración de hipótesis, que pueden servir de punto de partida.
Son estas:
La Biotecnología Cubana partió de
una sólida base de inversión previa en educación y en salud.
Sobre esto ya hemos hablado en la sección sobre “La Formación de
Capital Humano”.
La Revolución, en su ejecutoria
práctica, fue muy coherente con la idea de que la educación y la
salud no se pueden asumir como consecuencias distales del
desarrollo económico, sino como derecho de ejercicio inmediato y
como pre-requisito para el desarrollo. Sin los resultados de ese
esfuerzo colosal hubiese sido imposible el surgimiento de la
Biotecnología en los ochenta.
La Biotecnología Cubana fue una
inversión del Estado socialista. Nunca hubiese sido posible por
mecanismos “de mercado”; con su proverbial orientación de corto
plazo. La voluntad política y la conducción estatal hicieron
posible en Cuba además, el mantenimiento del esfuerzo
inversionista aun durante el período especial.
La propiedad social garantizó y
garantiza la integración entre el esfuerzo de las diferentes
instituciones. El despegue no hubiese sido posible si hubiésemos
caído en la trampa de competir unos contra otros. Es
precisamente esa ilusión de competencia lo que fragmenta el
esfuerzo incipiente de otros países del tercer mundo en este
campo, y crea “costos de transacción” para negociaciones
internas, que se vuelven paralizantes.
Las instituciones se diseñaron como
“Centros de Investigación-Producción-Comercialización”, quedando
así bajo una sola administración el “ciclo completo” desde la
investigación científica, pasando por el desarrollo de productos
y procesos productivos y llegando a la comercialización,
incluidas las exportaciones.
Se estrecharon así las conexiones
entre investigación y producción en ambos sentidos: en la
dirección de acelerar el tránsito de resultados científicos
hacia nuevos productos y procesos; y en la dirección de utilizar
la información proveniente de la producción y el mercado para
fertilizar el diseño de nuevos proyectos de investigación.
Asimismo, surgió una institución de
nuevo tipo, que no se ajusta al esquema presupuestado de los
centros científicos tradicionales, dado que produce, exporta y
reinvierte parte de sus ganancias, ajustando los planes a las
oportunidades económicas; pero que tampoco se ajusta al esquema
empresarial de la economía tradicional, dado que debe tener en
cuenta proyectos de rentabilidad en el largo plazo, debe
conducir investigaciones a riesgo y debe proteger sus recursos
humanos aun en períodos de dificultades económicas.
Aun tenemos pendiente la tarea de
institucionalizar las características y procesos de este nuevo
tipo de organización, que surgió en la Biotecnología pero que
seguramente se extenderá a otros sectores de nuestra economía.
La Biotecnología Cubana se planteó
una estrategia económica esencialmente exportadora. Es así por
una razón práctica y una ideológica. En términos prácticos el
mercado doméstico de los países pequeños no tiene volumen
suficiente para generar operaciones que absorban los costos
fijos de la investigación científica y del sistema de garantía
de calidad. De hecho, las ganancias de las exportaciones son las
que financian el componente en divisa de las producciones que se
destinan a satisfacer (con toda prioridad) la demanda nacional.
Más importante aun que esta
motivación práctica, es el concepto ideológico de que las
relaciones de los Centros de la Biotecnología con el Sistema de
Salud no pueden tener carácter “de mercado”. El pueblo cubano no
es “un cliente”: es el dueño socialista de las instituciones.
La investigación científica recibe
un tratamiento “de inversión”. No se trata de proyectos con
salida impredecible que se asuman como “gasto presupuestado”.
Cada proyecto tiene un pronóstico de impacto económico y una
tasa de retorno esperada.
Aun aceptando que los proyectos de
investigación-desarrollo tienen un componente de riesgo mucho
mayor que el de otros proyectos de inversión (la ciencia es por
definición el espacio de lo desconocido), el ejercicio de
diseñar desde el principio el ciclo completo de la
transformación del resultado científico en producto novedoso y
de este producto en proceso productivo con realización
económica, es un ejercicio imprescindible para no perder el
rumbo en este tipo de institución cuyo rasgo esencial está
precisamente en la interconexión estrecha entre la ciencia y la
economía. La labor del dirigente científico aquí es gestionar
eficazmente esta construcción de conexiones.
La motivación de los trabajadores.
En la Biotecnología, como en otras industrias de la llamada
Economía del Conocimiento, la productividad depende directamente
de la creatividad de los trabajadores y esta a su vez de la
motivación.
El éxito de la Biotecnología Cubana
fue visto desde el principio por todos, como parte de la defensa
de socialismo en Cuba. Esta capacidad cultural de poner siempre
el esfuerzo concreto cotidiano dentro del contexto mayor de los
grandes objetivos nacionales ha sido una de las direcciones
principales del trabajo político en nuestros colectivos. Estos
fueron integrados de inicio por personas “motivados y
motivables” y esa motivación fue permanentemente reforzada por
la atención de los dirigentes de la Revolución, a partir del
propio Comandante en Jefe, y por la labor del PCC y la UJC.
¿Es la Biotecnología Cubana una
especie de “singularidad económica” difícilmente repetible en
otros sectores de la economía cubana y/o en otros países?
Precisamente refutar esta interpretación superficial es uno de
los propósitos de este artículo.
Lo que ha estado sucediendo en la
Biotecnología Cubana es algo que podemos y debemos extender a
otros sectores de nuestra economía; y poner en el contexto mayor
de la lucha por el derecho al desarrollo económico.
DESARROLLO ECONÓMICO Y ECONOMÍA DEL
CONOCIMIENTO
La experiencia del sector de la
Biotecnología en Cuba es básicamente la de hacer surgir un
sector de Economía basada en el Conocimiento, en el contexto de
un país industrialmente subdesarrollado.
El tema del desarrollo económico (o
del subdesarrollo) y el tema del tránsito a la economía basada
en el conocimiento han producido mucha literatura en las últimas
décadas, pero curiosamente han sido tratados por separado, y hay
mucha menos literatura que trate ambos simultáneamente. Mucha
literatura sobre el desarrollo económico, como es de esperar,
proviene del sur. La literatura sobre Economía del Conocimiento
proviene casi toda del norte.
Obviamente no podemos intentar en
este espacio resumir ambas. Nos limitaremos a comentar algunas
ideas que nos sirvan de base para explorar cómo la experiencia
práctica del desarrollo científico en Cuba puede iluminar lo que
hay en la intersección de estos dos campos: el del Desarrollo
Económico y el de la Economía del Conocimiento.
Les adelanto que lo que vamos a
encontrar en la intersección es la vieja polémica sobre el
carácter social de la producción y el carácter privado (en el
capitalismo) de la apropiación.
El pensamiento reciente sobre el
Desarrollo Económico está marcado básicamente por tres ideas:
El reconocimiento (y la alarma)
sobre la creciente polarización del mundo, en un proceso
indetenible de concentración de riquezas y marginación de
personas.
El reconocimiento de que el
subdesarrollo económico no es una etapa hacia el desarrollo, si
no que al contrario, el subdesarrollo es la otra cara del
desarrollo. Ambos se condicionan y se causan mutuamente.
El agotamiento del neoliberalismo
como estrategia de desarrollo económico (si es que alguna vez lo
fue).
Los países subdesarrollados son hoy
el 85% de la humanidad, que vive en 150 naciones.
En esa humanidad del sur hay 800
millones de personas (15% de la población mundial)
subalimentados y 1 300 millones viven en la pobreza absoluta.
Cada año de 13 a 18 millones de seres humanos mueren por hambre.
Un tercio de la población adulta mundial, 950 millones de
personas, son analfabetas.
En el polo de la riqueza,
aproximadamente (según se clasifiquen) 40 países, vive menos del
20% de la población mundial, pero ellos acumulan el 86% del
Producto Interno Bruto (PIB) y realizan el 82% de las
exportaciones. Una extensa relación de indicadores de desarrollo
socioeconómico pudiera añadirse, pero todos dibujan el mismo
cuadro: hay una enorme brecha entre los países ricos y los
países pobres; y además esa brecha está creciendo. Las
tendencias de la economía mundial no conducen al desarrollo de
ese 85% de la humanidad que es pobre, sino a la profundización
del subdesarrollo.
La idea de que los países
subdesarrollados podrían repetir el camino (con 200 años de
diferencia) de industrialización que siguieron los países hoy
llamados “desarrollados” ha quedado definitivamente atrás, y se
hace evidente la realidad de que la causa verdadera del
subdesarrollo está en la continua extracción del excedente
económico generado por los países pobres y su transferencia a
los países ricos. Los polos del desarrollo y del subdesarrollo
existen cada uno, precisamente porque existe el otro.
La receta del fundamentalismo
neoliberal: desregulación, privatización, liberalización de los
flujos de capital y mercancías (no de personas), retirada del
Estado a favor del mercado; no ha hecho otra cosa que agravar el
problema.
Es precisamente en ese contexto
mundial, que comienza a ocurrir en los países industrializados,
la llamada “transición hacia la Economía del Conocimiento”.
Se identifica con este término
inicialmente a un conjunto de sectores de la economía
(microelectrónica, computación, telecomunicaciones,
biotecnología, nuevos materiales, etc.) caracterizados por
productos y servicios de alta tecnología y siempre cambiantes en
los que el conocimiento es el principal componente del costo y
el precio; y el acceso al conocimiento la principal “barrera de
entrada” para el desarrollo.
Durante 200 años, la economía
neoclásica reconoció dos factores en la producción: el capital y
el trabajo. El conocimiento (y la educación) se consideraba un
factor exógeno, una “externalidad económica”.
En la economía del siglo xxi el
conocimiento pasa a ser un tercer factor de producción y el
crecimiento económico se vuelve cada vez más dependiente de la
acumulación de conocimientos. Aunque más visibles en los
sectores productivos de alta tecnología, antes mencionados, el
papel del conocimiento en los sistemas económicos está
cambiando. De hecho, cada vez más, la investigación científica
es internalizada por muchas empresas como parte de la “cadena de
valor” y ello crea la necesidad de una fuerza de trabajo cada
vez más calificada y motivada.
La economía mundial se transforma en
ese sentido. La aspiración al desarrollo económico no puede ser
más la aspiración a “construir un pasado” de industrialización
estandarizada de alto consumo de recursos naturales y fuerza de
trabajo poco calificada. Hay que luchar por salir adelante, pero
por salir hacia el tipo de economía a la que el mundo va, no
hacia el tipo de economía de la que el mundo viene. Hay que
tener mucho cuidado con esta confusión porque puede ser bien
utilizada por los explotadores de siempre.
EL TRÁNSITO A LA ECONOMÍA DEL
CONOCIMIENTO: ¿AMENAZA U OPORTUNIDAD PARA LOS PAÍSES
SUBDESARROLLADOS?
¿Qué impacto puede tener el tránsito
hacia una economía basada en el conocimiento, sobre la ya vieja
aspiración (y derecho) al desarrollo económico? Este es el tema
central de este artículo. Veamos qué intuiciones podemos extraer
de la experiencia de estos últimos 20 años.
El problema desarrollo-subdesarrollo
es esencialmente un problema de apropiación y distribución de
los recursos producidos y de los medios de producción. El
conocimiento, al convertirse plenamente en un “factor de
producción” (junto a la fuerza de trabajo, las materias primas y
los bienes de capital) y también como un producto del trabajo
social, entra de lleno en la polémica sobre los recursos. Sin
embargo, al compararlo con las materias primas, la fuerza de
trabajo o los bienes de capital, vemos que el “recurso
conocimiento” tiene rasgos similares pero también
características que lo hacen diferente. Estas semejanzas y estas
diferencias tenemos que conocerlas muy bien si queremos que la
Economía del Conocimiento sea más oportunidad que amenaza.
El conocimiento tiene un costo, y no
es barato. Si se tiene en cuenta que en muchos países
desarrollados el sistema educacional absorbe aproximadamente el
10% del Producto Interno Bruto, que las empresas gastan otro 5%
del PIB en capacitación, y que otro 3-5% se emplea en
investigación-desarrollo, se concluye que las economías más
avanzadas invierten hoy la quinta parte de su PIB en producir y
diseminar conocimiento, lo cual es más que lo que esas mismas
economías invierten en la formación de capital tradicional.
El costo del conocimiento se
transfiere al costo y al precio de los productos. En la medida
en que el conocimiento se ha hecho limitante y ha dejado de ser
un elemento de “externalidad” libremente accesible, las empresas
tienen que pagar por él: ya sea por adquirirlo (patentes,
transferencia de tecnologías, etc.) o por generarlo.
Este conocimiento incorporado es
fuente de valor; porque es una expresión del trabajo. Según Marx
el valor de la mercancía solo surge del trabajo: es precisamente
la fuerza de trabajo la única capaz de generar valor. Pero en
ese proceso operan tanto el “trabajo inmediato” que ocurre
durante el proceso concreto de manufactura, como el “trabajo
general” que se incorpora al valor a través de los conocimientos
y las tecnologías. El propio Marx lo define así: “Es trabajo
general todo trabajo científico, todo conocimiento, todo
invento”.
Pero el recurso “conocimiento” tiene
también particularidades que lo diferencian de otros recursos.
La tierra, los recursos naturales, la fuerza de trabajo y el
capital son finitos. Se puede poseer mucho, pero tarde o
temprano se agota. El conocimiento por el contrario es
infinitamente expansible: siempre se puede generar más. El
conocimiento por otra parte no “se gasta”. Dos empresas no
pueden usar al mismo tiempo la misma parcela de tierra, ni la
misma brigada de trabajadores; pero si pueden usar
simultáneamente el mismo conocimiento.
Algunos han llevado esta idea al
extremo de decir que el conocimiento es accesible y que no puede
ser “apropiado”. Como veremos más adelante esta extrapolación es
falsa; y uno de los procesos más complejos y peligrosos del
capitalismo actual consiste precisamente en el intento de
encontrar formas de privatizar el conocimiento. Aunque también
es cierto que el conocimiento es más difícil de privatizar que
la tierra y los bienes de capital; y ahí radica precisamente la
oportunidad.
El conocimiento rara vez es
aplicable directa o inmediatamente. Su aplicación requiere en
numerosos casos de nuevo conocimiento, vinculado al contexto
concreto, nacional o local en que se usa. El conocimiento por
último, se deprecia muy rápidamente al ser sustituido por
conocimiento nuevo. No se puede “almacenar”.
Estos dos últimos rasgos implican
que las ventajas o desventajas que derivan del papel del
conocimiento en la economía dependen menos de la cantidad de
conocimiento que hoy se tiene, como de la capacidad de generar
rápida y continuamente, nuevo conocimiento. Es en el sistema de
ciencia e innovación tecnológica donde está el centro del
problema.
El conocimiento, como cualquier otro
recurso, tiene una “productividad”, una especie de rendimiento o
retorno de la inversión en conocimiento. Sobre esto no hay
mediciones, ni siquiera una teoría; pero sí la intuición de que
el mismo esfuerzo de generación de conocimientos produce
retornos económicos diferentes en distintos contextos. Algunos
datos publicados a nivel macro sustentan tal intuición. Por
ejemplo, los indicadores de actividad científica en la segunda
mitad del siglo xx en Inglaterra eran superiores a los de
Alemania y Japón; mientras que los indicadores de crecimiento
económico se comportaban al revés.
De manera que, cuando empezamos a
ver al conocimiento como recurso productivo, vemos también que
disponer de este recurso es una cosa, e invertirlo bien para
obtener retorno económico, es otra. Ello nos lleva
inmediatamente a la idea de que disponer de un sistema de
Ciencia e Innovación Tecnológica es una cosa, y conectarlo
inteligente y eficazmente con el aparato productivo, es otra. La
ciencia es obviamente, condición necesaria, pero ni con mucho
condición suficiente.
La conexión de la ciencia con la
economía es el tema principal.
A medida que la ciencia, y el
conocimiento que esta genera se han ido convirtiendo en un
factor directo de la producción, la necesidad de reforzar los
vínculos entre ciencia y economía ha ido generando fenómenos
nuevos y cambios en el comportamiento de las empresas hacia la
investigación científica.
Un primer cambio es la creciente
inversión de las empresas para financiar investigaciones
científicas, mediante diferentes modalidades de contratos o
alianzas con instituciones académicas o universitarias. Los
datos de la década del noventa registran que más del 50% de la
actividad científica no-militar en los principales países
industrializados, es financiada por la industria privada y esta
cifra sobrepasa el 70% en Japón.
Otro cambio, que se superpone en el
tiempo con el primero, y que es probablemente el más importante,
es la creciente internalización de la actividad de
investigación-desarrollo como parte del contenido de trabajo de
las propias empresas de producción y servicios.
En Estados Unidos, hacia 1920 ya
existían unos 300 “laboratorios” en las corporaciones, y en 1960
estos llegaban a 5 400. La constitución misma de estos
laboratorios es el reconocimiento de situaciones en las cuales
la producción material ya no puede avanzar sin integrar un
proceso organizado de producción de conocimientos. La gran
industria farmacéutica puede servir para ilustrar esta
tendencia. Sus gastos en I+D pasaron del 12% de la facturación
al 22% de la facturación en los últimos 17 años; un gasto en I+D
en el orden de las decenas de billones de dólares por año.
En los últimos 20 años del siglo xx
comienzan a surgir empresas en que la generación de
conocimientos no es solo una actividad intrínseca, sino la
actividad principal.
LA AMENAZA: EL APARTHEID CIENTIFICO
La creciente integración de la
investigación científica en la cadena de valor de los procesos
económicos no ocurre en un vacío político. Este proceso está
ocurriendo en las economías tecnológicamente más avanzadas en el
contexto de las relaciones capitalistas de producción.
Marx describió al capitalismo como
una relación en que la separación de los trabajadores de los
medios de trabajo y la organización de la economía por aquellos
que son propietarios de esos medios tiene como resultado que,
para poder sobrevivir, ellos deben vender su capacidad de
trabajar a aquellos que son propietarios de los medios de
producción.
El excedente que los trabajadores
producen por sobre su salario se convierte en más capital para
el capitalista, el que se dedica a la acumulación de más medios
de producción. La propiedad privada sobre aquellos medios que
son necesarios para producir es la base de sistema, a partir de
la “acumulación originaria del capital” que Marx definió como
“el proceso histórico de disociación entre los productores y los
medios de producción”.
¿Qué ocurre entonces ahora cuando el
conocimiento se convierte cada vez más en un factor determinante
en la producción?
La reacción del sistema capitalista
está siendo el intento de convertir el conocimiento también en
propiedad privada. Ello ocurre por mecanismos que no son siempre
transparentes. El más obvio es el de la llamada “Propiedad
Intelectual” que se expresa en la biotecnología a través de las
leyes de patentes cuya extensión al campo de los medicamentos
fue impuesta por las empresas multinacionales en las
negociaciones que concluyeron al surgimiento de la Organización
Mundial de Comercio.
A ello se añade la imposición de
sistemas de regulaciones (Barreras Técnicas al Comercio)
excluyentes, que impiden el acceso al mercado de los productos
innovadores de pequeñas empresas, en el caso que los obtuviesen,
y las obliga a ceder los derechos de producción a las grandes
empresas que tienen capital acumulado y volumen de negocios
suficientes para sostener el costo fijo que implican los
estándares de calidad que ellos mismos establecen.
Añádase a esto, el fenómeno
creciente de emigración selectiva de personal calificado
conocido como “robo de cerebros” que lleva cientos de miles de
científicos e ingenieros nacidos y educados en los países del
sur a trabajar en los países industrializados. Más de 1,4
millones de las personas que tienen diplomas en ciencia e
ingeniería en Estados Unidos son inmigrantes. Se afirma que
solamente desde Latinoamérica emigran más de 70 científicos por
día desde hace 40 años (¡).
Todo ello va conformando un sistema
en el cual las personas capaces de generar conocimiento nuevo
“venden” esa capacidad a los propietarios de los medios de
producción y del conocimiento precedente (patentes). El
conocimiento generado se separa así de quien lo produce, y los
resultados de esos conocimientos, integrados en la cadena de
valor de las empresas, se utilizan para perpetuar la
acumulación.
Las tendencias a la privatización
del conocimiento y a la internalización de la investigación
científica en empresas intensivas de capital ha ido creando una
especie de “apartheid científico” para la gran mayoría de la
humanidad. En los países más desarrollados, se invierte
anualmente en investigación-desarrollo más de 600 mil millones
de dólares. En el resto del mundo, donde reside el 86% de la
humanidad se invierte una cantidad 12 veces inferior.
Los gastos en
investigación-desarrollo en los países desarrollados de la OCDE
representan el 2,2% del Producto Interno Bruto de la economía.
Esta cifra es 0,5% para América Latina, 0,2% para los países
árabes y 0,3% para África. Se estima que hay algo más de 5
millones de personas en el mundo dedicadas a la investigación.
De ellos, residen en países industrializados el 72%.
Entre Europa, Norteamérica y Japón
se genera más del 80% de todas las publicaciones científicas, y
más del 90% de las patentes. De las publicaciones científicas
más citadas, el 98% se genera en 31 países. El restante 2% se
divide entre los otros 162 países.
La investigación científica en los
países del sur no es solamente una actividad de menos volumen y
escaso financiamiento, sino que además está menos vinculada con
sus propias economías. La brecha norte-sur en ciencia se amplia.
Ahí reside la amenaza: la investigación científica es cada vez
más un integrante de las fuerzas productivas y entonces, a
partir de la acumulación originaria dada por la privatización
del conocimiento, ella entra en el ciclo de reproducción
ampliada del capital y se concentra cada vez más. La Economía
del Conocimiento funciona así como un instrumento más de
explotación; y amplía la ventaja acumulada de los países ricos.
La división norte-sur es incluso más
notable en los datos sobre investigación-desarrollo, que en los
datos económicos tales como PIB per cápita y participación en el
comercio. El grupo Estados Unidos, Japón y Alemania tiene un por
ciento de la población mundial similar al de América Latina
(8.8% vs 8.0%) y el contraste en el peso porcentual es de 42,2%
vs 7,0% para el PIB, mientras que es de 47% vs 1.8% para la
inversión en Investigación-Desarrollo y de 52.9% vs 1.3% para la
cantidad de autores científicos. Diríase que la brecha
tecnológica de hoy anticipa hasta donde puede llegar la brecha
económica de mañana, si estas tendencias no son revertidas.
La retroalimentación positiva entre
ciencia y economía, va creando las condiciones para una
bifurcación irreversible de la humanidad. La Economía basada en
el Conocimiento puede operar como una respuesta del capitalismo
a la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia
(que describió Marx) y permitir la continuación perversa de la
acumulación.
La ciencia al integrarse a la
economía, pierde su neutralidad de otros tiempos: ella puede
funcionar como instrumento de acumulación, marginación y
explotación. El capitalismo ha creado los mecanismos para ello.
Pero también puede operar como fuerza de liberación. En este
caso nos toca a nosotros descubrir e implementar los mecanismos
posibles.
A pesar de la clara denuncia de
Carlos Marx y de enormes esfuerzos revolucionarios y
sacrificios, la humanidad no logró en el siglo xx revertir la
tendencia concentrativa del capital, ni sus consecuencias de
marginalidad y subdesarrollo. En la nueva economía del siglo
xxi revertir la tendencia concentrativa del conocimiento puede
ser un objetivo alcanzable, si lo comprendemos a tiempo y
actuamos con energía.
LA OPORTUNIDAD: LAS PALANCAS DE LA
EXPROPIACIÓN
El conocimiento (y la actividad
científica que lo genera) puede funcionar como instrumento de
acumulación y apropiación capitalista, pues de cierta manera se
parece al capital: es un producto del trabajo, es privatizado
por los propietarios, funciona como “trabajo pretérito” en la
formación de valor, y se utiliza en la producción para generar
nueva acumulación.
Pero solamente “se parece”: no es
idéntico. La oportunidad está precisamente en las diferencias.
Veamos algunas intuiciones derivadas
de la experiencia de los primeros 25 años de la biotecnología
cubana en sus relaciones con el mundo capitalista exterior:
A pesar de los intentos de
privatización, el conocimiento es más difícilmente apropiable
(en comparación con la tierra y los bienes de capital).
El corrimiento de las ventajas
competitivas principales en determinados sectores (como la
biotecnología) hacia el acceso y la capacidad de creación de
conocimiento, en cierta medida diluye la ventaja acumulada por
los países capitalistas ricos resultado de la explotación
precedente y que se expresa como capital fijo acumulado. La
creación de conocimiento (aunque requiere instrumentación a
veces costosa) depende principalmente del capital humano, y en
él somos nosotros los millonarios.
El conocimiento económicamente
relevante no es solamente el conocimiento estructurable, de
fácil circulación. Una parte importante es el llamado
“conocimiento tácito”, vinculado a la experiencia concreta de
los colectivos de trabajadores, sus prácticas de trabajo y su
sistema local de relaciones. Este conocimiento está incorporado
en la organización, más que en ninguna persona o ningún
documento, y ello lo hace intransferible a pesar del “robo de
cerebros”.
En la diversidad de productos y
procesos de ciclo de vida corto propio de la Economía del
Conocimiento, la ventaja no está solo en el conocimiento de que
se dispone (que se hace rápidamente obsoleto) sino
principalmente en la capacidad de adquirir y generar
conocimiento nuevo. La productividad del trabajo depende así
directamente de su creatividad y esta de su motivación. La
motivación de los trabajadores, que proviene en nuestro contexto
de su conciencia de dueños socialistas de los medios de
producción, y del tejido social de apoyo solidario en que
vivimos; constituye un arma muy poderosa en esta batalla.
El sistema de Propiedad Intelectual
que los países capitalistas industrializados han montado, además
de éticamente condenable por su intento de privatizar el
conocimiento, es infuncional. Raramente una pieza de
conocimiento (aun nueva) es suficiente para construir un nuevo
producto o proceso y armar un ciclo económico cerrado. El
conocimiento funciona en el contexto de otras piezas de
conocimiento. En la medida en que estas son “propiedad de
alguien” el sistema de patentes generará (de hecho está
generando ya) enormes costos de transacción, que se convertirán
en un freno al desarrollo.
El conocimiento económicamente
relevante es en gran medida “combinatorio”. Se expresa en la
producción mediante la recombinación de conocimientos y
experiencias que provienen de instituciones y campos del saber
diferentes. La consecuencia es que la cooperación entre
organizaciones productivas es más eficiente que la competencia
como motor del desarrollo económico.
La capacidad de acceder rápidamente
al conocimiento y generar conocimiento nuevo no es un proceso
“tecnológico”, sino que es un proceso esencialmente cultural. La
educación y la cultura masivas, incluyendo no solo el desarrollo
de capacidades, sino también el desarrollo de actitudes ante la
vida, serán cada vez más una base imprescindible sobre la cual
construir una economía basada en el conocimiento.
La educación y la cultura masivas
son inversiones sociales. Las leyes del mercado “socialmente
ciegas” no pueden lograrlo.
Lo que podemos estar presenciando en
pocos años es que, a medida que aumente el papel del
conocimiento en los sistemas económicos, se irá haciendo más
aguda e insostenible la contradicción fundamental del
capitalismo entre el carácter social de la producción y el
carácter privado de la apropiación.
Marx, con su sensibilidad de
revolucionario, rechazó el capitalismo por injusto y excluyente;
pero al mismo tiempo con la agudeza de su pensamiento
científico, previó el fin del capitalismo principalmente porque
ese sistema de relaciones de producción se convertiría en un
freno al desarrollo de las fuerzas productivas. El tránsito
hacia una Economía basada en el conocimiento acercará el momento
en que las contradicciones internas del capitalismo lo hagan
inviable como sistema social.
El socialismo está mejor preparado
que el capitalismo para una economía basada en el conocimiento.
Puede construir mejor las herramientas del desarrollo en la
nueva economía: conocimiento, investigación científica, cultura,
valores, justicia social y motivación del hombre par su
participación creativa en la reproducción de la vida material y
espiritual de la sociedad.
DIRECCIÓN CONSCIENTE: SUJETOS DE LA
HISTORIA
Retomemos ahora la cuarta y última
de las ideas centrales anunciadas en la introducción: el
tránsito a una economía basada en el conocimiento es una
oportunidad para el desarrollo socioeconómico y para el
socialismo (cada vez más relacionados) pero la captación
revolucionaria de esta oportunidad y su materialización en
realizaciones concretas es algo que no va a ocurrir
espontáneamente. Es un proceso que hay que dirigir.
Como una vez más anunció Marx, en el
tránsito al socialismo los hombres dejan de ser objetos pasivos
de la historia para convertirse en sujetos que construyen,
conscientemente, su propia historia.
Nadie tiene recetas para esto, y
aprenderemos sobre la marcha; pero la experiencia concreta de la
Biotecnología Cubana en sus primeros 25 años, ya nos va dejando
una colección de ideas que conviene empezar a ordenar y a
discutir:
Lo primero es tomar conciencia de la
magnitud e importancia de lo que estamos emprendiendo: un
proceso de integración creciente de la ciencia a la economía
socialista, de manera que a medida que el conocimiento sea cada
vez más un medio directo de producción; este esté también en
manos de los trabajadores. La expropiación revolucionaria de la
tierra y las fábricas fue un salto histórico colosal; pero ya no
es suficiente. Los medios de producción del conocimiento tienen
que ser nuestros también.
Hay que tomar conciencia de los
peligros y desechar ingenuidades. La creciente globalización de
la economía y en consecuencia de la interdependencia de las
economías nacionales, sumada al intento del capitalismo de
privatizar el conocimiento, pueden crear un peligrosísimo e
irreversible apartheid cognoscitivo, si no actuamos a tiempo,
con energía y creatividad.
El componente principal de la tarea
es la construcción de conexiones entre la ciencia y la economía.
El desarrollo científico-técnico no puede entenderse solamente
como el crecimiento de la actividad científica: es la síntesis
de crecimiento más conexiones. Es decir, desarrollo de los nexos
entre la actividad científica y la actividad económica y la
educacional.
La necesidad de una integración más
eficaz entre la ciencia y la economía fue reconocida en la ex
Unión Soviética, como uno de los problemas principales, en el
XXVII Congreso del PCUS (1986), pero no actuaron con energía ni
en la dirección correcta. Recordemos que Fidel habló allí
precisamente de ese tema, cuando estábamos comenzando nuestro
desarrollo en la biotecnología.
Es un proceso de masas. Aunque sean
más visibles determinados científicos e instituciones, el
tránsito consciente a la Economía del Conocimiento en el
socialismo no puede ser una tarea de “elites”. Por el contrario,
hay que basarlo en el acceso masivo a la educación y a la
cultura. La frase de Fidel de que “el futuro de nuestro país
tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia” es
de 1960. Después de eso, la primera tarea fue la campaña de
alfabetización; y después la construcción masiva de escuelas en
todas las provincias; y así hasta la trascendental tarea actual
de la municipalización de la enseñanza universitaria, cuyos
nexos con el desarrollo científico-técnico se empezarán a ver
muy pronto.
El actor principal en la base (al
menos ha sido así para la biotecnología) es un nuevo tipo de
organización productiva: el Centro de Investigación-Producción.
Este integra características de los centros científicos
(investigación, formación permanente del capital humano,
orientación al largo plazo) con características propias de
determinadas empresas (rentabilidad económica, orientación
exportadora, sentido de competitividad exterior, vocación de
crecimiento continuo); y no es ni una cosa ni la otra, sino
ambas y algo nuevo. Los sistemas de dirección que diseñemos
deben proteger esta síntesis y no introducir sesgos en un
sentido o en otro.
La experiencia de los centros de
investigación-producción puede y debe extenderse a otros
sectores de la economía
El proceso en su conjunto solo puede
ser conducido por el Estado socialista. Hay que atrincherarse en
el concepto de la propiedad social sobre las instituciones y sus
resultados. Ninguna “mano invisible del mercado” nos conducirá a
una economía basada en el conocimiento.
Si se trata de aprovechar la
oportunidad creada por la Economía del Conocimiento para
defender una alternativa de desarrollo socioeconómico diferente
a la globalización neoliberal, y en esa batalla estamos, no
puede haber confusiones ni concesiones en el tema de la
propiedad; y todas las alternativas que exploremos, variadas,
flexibles, descentralizadas y todo eso, deberán estar al mismo
tiempo cohesionadas por el propósito único de defender la
propiedad social de los medios de producción (sean las fábricas
o los conocimientos) y la distribución socialista de los
resultados.
El concepto inalienable de propiedad
social se complementa (no se contradice) con la necesidad de una
alta descentralización de las decisiones operativas en los
sectores intensivos en ciencia y tecnología. Son un campo
permanente de ensayo y error, de exploración de lo desconocido y
de ajuste o las amenazas y oportunidades cambiantes del entorno.
Así han operado hasta hoy los centros de la biotecnología cubana
y así han obtenido sus resultados.
Esta necesidad de gestión
descentralizada implica a su vez la necesidad de una intensa
labor del partido sobre la política de cuadros en estas
instituciones.
La economía acelerada e intensiva en
conocimiento de nuestra época requiere claramente más
flexibilidad y menos estandarización, que la de la época de las
producciones industriales de gran escala. Ello demandará a su
vez un alto grado de descentralización de las decisiones
operativas hacia las empresas de alta tecnología que vayan
surgiendo.
Pero una vez más, y esta es una idea
muy importante, no podemos confundir gestión y propiedad.
Algunos en otras latitudes, tradujeron dinamización y
descentralización como retirada del Estado de la economía y
privatizaciones. No necesitamos teorizar: el experimento esta
hecho y se conocen sus desastrosos resultados.
La propiedad social debe permitir la
integración entre el trabajo de los diferentes centros de
investigación-producción y de estos con instituciones del
sistema de salud, del educacional y otros. Pero “permitir” no es
suficiente. Esta integración, y la “recombinación de
conocimientos” que de ella se deriva no se puede dejar a la
espontaneidad. Determinadas formas organizacionales deberán
surgir, que catalicen e implementen esta integración.
La actividad científica hay que
medirla no solo por sus indicadores de volumen (cantidad de
científicos, de instituciones, de proyectos, financiamiento,
etc.) sino por sus indicadores de salida (nuevos productos,
valor añadido de las producciones, patentes, impacto en la
salud).
Si el desarrollo científico técnico
depende de las conexiones sociales de la actividad científica
tanto como de su volumen, debemos medir la intensidad y
eficiencia de estas conexiones. Solo es posible dirigir aquello
que podemos medir.
En este tipo de sector, el proyecto
científico es un “proyecto de inversión” el cual, aun
comprendiendo el riesgo intrínseco de la investigación, debe
rendir cuenta del retorno de la inversión.
La sostenibilidad económica de
nuestros nacientes sectores de alta tecnología deberá realizarse
en el mercado exterior; y asumir la demanda interna como una
obligación de objeto social, que debe ser subsidiada por las
exportaciones y eventualmente internalizada en los costos. Las
relaciones “de mercado”, en lo interno, terminarían
distorsionando el sistema y desviándolo de la alta tecnología y
de la innovación.
La penetración de mercados externos
requerirá un manejo muy inteligente de las barreras de propiedad
intelectual y de regulaciones. Los sistemas nacionales de
Propiedad Intelectual y Regulaciones que debamos diseñar, deben
estar en concertación estratégica con este objetivo. Esta
concertación para el enfrentamiento a las barreras que nos
imponen deberá irse extendiendo poco a poco a otros países
mediante acciones conjuntas de Colaboración Sur-Sur; e ir
construyendo, a partir de nuestros productos innovadores,
presiones concretas sobre los países del norte.
Este es un tema a dejar solamente
apuntado aquí, pues sus complejidades requerirán un análisis
específico en otro trabajo.
El protagonista principal de todo
esto es el trabajador y su conciencia social. La expansión en
nuestra economía de procesos integrados de
investigación-producción-comercialización, demandantes de
esfuerzo, superación permanente y creatividad de todos los
trabajadores solamente puede ser exitosa si es protagonizada por
trabajadores con plena conciencia de los vínculos entre su labor
cotidiana y el proyecto de sociedad socialista de la Revolución
Cubana.
Ello requerirá una permanente labor
del PCC y la UJC en todos los aspectos de la vida de los
colectivos laborales, garantizando un elevado grado de
politización del ambiente laboral, de selección y motivación de
los trabajadores, y de dedicación, transparencia y rendición de
cuentas de los cuadros.
Evidentemente el tema de la
transformación del conocimiento en recurso económico y sobre
todo su realización comercial concreta es un tema muy complejo.
La Economía del Conocimiento está naciendo y en nada que nace
hay experiencia. Será necesario un largo camino de diversidad de
estrategias; de ensayo y error. Ya hemos comenzado a recorrerlo
y los primeros resultados son muy alentadores. Hay que seguir.
Las opciones de desarrollo en la
Economía del Conocimiento existen, pero ciertamente no están
dentro del sistema capitalista. Apoyados en la participación
consciente y en la motivación de los trabajadores (incluidos los
científicos), ya no alienados de los frutos de su trabajo, y en
la posibilidad de cooperación e integración entre las
instituciones; y liberados de los efectos corruptores y
distorsionadotes de la propiedad privada y del mercado; podemos
lograrlo.
Será complejo y difícil; pero se
puede hacer.
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