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El Periódico de la capital de Cuba 

  cón                                                       9 de Junio del 2007  5:35  p.m.

 
  Opinióna Revolución Fidel Castro Tribuna Habana

Bartolomé Masó, el último presidente

Pedro Palacio*

Cuando ya Martí tomaba el rumbo de la inmortalidad, cuatro días antes, el 15 de mayo de 1895, escribió al general Bartolomé Masó, desde el Campamento de Dos Ríos, una de sus últimas cartas. Era un llamado urgente, porque el Apóstol sentía la impaciencia de ser otro mambí.

En la misiva le expresa que él y Gómez han decidido unirse a su tropa por significar “el renuevo poderoso de la guerra (...) Ni la labor que hemos venido sembrando y juntando me parecerá bien adelantada, hasta dar con Usted. (…) Ya, al lado de Usted se puede ensanchar la obra”.

El viejo general manzanillero se había alzado el 10 de Octubre de 1868 con Céspedes, y en la lucha del mambisado por la independencia, durante tres décadas, se destacó como un militar valiente, inteligente, admirado por sus soldados. Patriota íntegro, no se prestó para intrigas, ni disensiones, males que minaron las filas de la Revolución.

Cuando el Pacto del Zanjón, Masó estuvo todo el tiempo al lado del Titán de Bronce, opuesto a los que promovieron aquella bochornosa claudicación. Durante la Guerra Chi-quita se mantuvo firme en el empeño de reanudar la contienda liber-taria.

En la convocatoria de la Constituyente de Jimaguayú, esfuerzo por encauzar la guerra del 95, a pesar del error de mermar la autonomía del mando militar, Masó, como vicepresidente, puso todo su prestigio para que las ideas de Martí y Maceo se materializaran.

Ya muertos los dos grandes de la Revolución, en 1897, sesionó la Asamblea de la Yaya, sitio cercano a Camagüey, en la cual el viejo general fue designado Presidente de la Repú-blica en Armas, y en esa ocasión las ideas de Martí y Maceo tuvieron acogida en los planes de los constituyentistas, empezando por Máximo Gómez que las defendió, en medio de la ofensiva autonomista, el rebrote de los anexionistas y los preparativos de Estados Unidos para intervenir militarmente.

Tal era el escenario, en el que España estaba al borde de la derrota y los mambises gloriosos no eran tomados en consideración por los jefes yanquis, quienes, finalmente, impidieron su entrada victoriosa a la plaza de Santiago de Cuba, mientras el general Calixto García y el Consejo de Gobierno, presidido por Bartolomé Masó, eran completamente ignorados.

Los asambleístas de la Yaya, evidentemente preocupados por el desenlace de los acontecimientos entre España y Estados Unidos, y el destino de Cuba, lanzaron su último intento: convocar al pueblo para que decidiera su futuro, pero ya era tarde. En 1897, sobre el horizonte de la Isla se cernía el peor de los peligros posibles: el gobierno norteamericano consideraba llegado el momento de recoger, después de un siglo de paciente espera, la fruta madura llamada Cuba.

El último presidente de la República en Armas vio entristecido cómo aquella lucha heroica de los patriotas del 68 y del 95 se escamoteaba alevosamente, y nacía la patria lastrada por la dominación militar, política y económica de Estados Unidos.

El insigne patriota vivió humildemente, sin reclamar honores, ni privilegios, mientras algunos patricios se convirtieron en despreciables politiqueros. En sus últimos días, conoció, y hasta sufrió, una República intervenida, y gobernada por los que se iniciaban como lacayos del imperio. El 14 de junio de 1907 murió el general Bartolomé Masó, arropado por el cariño del pueblo, al que él representó dignamente en la manigua y en las constituyentes.

Su figura, devenida símbolo de pa-triotismo y eticidad, será siempre recordada, por esa grandeza patente en la nota de un Martí, desesperado, que el 12 de mayo de 1895, ya cerca del final apocalíptico, escribió: “Masó anda por la sabana con Maceo y le escribimos: una semana hemos de quedarnos por aquí, esperándolo”. Masó se encontró con Martí, el 18 de mayo en el campamento de Dos Ríos, donde los soldados escuchaban ansiosos al Apóstol convertido en General, mientras Masó le confesaba que estaba dispuesto con él a juntar y sembrar la obra de la Revolución.

*Profesor de la Escuela Superior del Partido Ñico López

http://www.tribuna.islagrande.cu/Etiquetas/opinion/junio/ultimo9.htm

 

 

 
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