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JUVENTUD REBELDE http://www.juventudrebelde.cu/opinion/2007-05-17/lasana-con-marana/A tricky lasagna
E-mail: luque@jrebelde.cip.cu May 17, 2007 - 00:37:32 GMT I’ve just wasted 50 pesos. No, I didn’t throw them in the garbage can at the corner. What happened was… I bought two lasagnas. Having seen and heard it all before in matters of food services, I was reluctant to go. However, my wife talked me into a Saturday afternoon stroll successfully crowned with a good film at the Chaplin, and we ended up in the nearby pizza place that I so often visited as a child. To be truthful, the waitress was kind, the atmosphere nice and tidy, the service fast, and my Aurora cream and my pizza were great. But the lasagnas..., ah, those small flour blocks with some cheese spots on top, and inside a very few pieces of what we took to be ham. You keep dreaming! I could barely hold my temper. How was it possible to find more cheese in a 6-peso pizza than there was in that deceptive 25-peso little brick I had before me? Which distant seas would my ham be sailing that it failed to enter port early enough to make it to my excuse for a lasagna? Polite at all times, the waitress heard my complaint, saying nothing about the scant cheese but assuring me «the lasagna is made of bacon». So we had paid for a dish not only unmentioned in the menu but also one we didn’t mean to have to boot. We had read «ham lasagna», not «bacon lasagna». I swear by Sir Francis Bacon! Bottom line: hello and goodbye. Remember me, dear lasagna, for you will see neither hide nor hair of me from now on... Anyone with just a few grams of common sense will fall for it only once. It is said that some archeologists found the first pizza baking tins amid the ruins of Pompeii. OK, tomato sauce was yet to be invented, but it was worth the try after all. Could it be that an angered Vesuvius poured its rivers of lava because some Pompeian waiter was «skimming» the goat cheese he was supposed to spread all over the great-great-grandmothers of our present-day pizzas? It beats me, but I’m sure of something, though: had there been quality inspectors then, the crafty cook would have been thrown to the lions. And talking about quality inspectors, I don’t know if there was any in our immediate surroundings that day, or else someone in charge of ensuring that the right amount of ingredients was used for each dish, or whether that’s a task for just one employee or an obligation of the whole staff... Honestly, I can’t seem to understand those who go the whole day plotting ways to «cheat» everyone. Money problems? I have them too and have to make do with my salary. Fifty pesos are not exactly a gentle breeze in my pocket. I pay them, all right, but I expect to get a proper product in exchange. So far, expensive is supposed to mean good. But then again, as I say, «is supposed». I find it hard to accept things like, «well, life’s hard». Why allow some people to rip off consumers in state-run entities? And the same goes for prices. Who can give a minimally reasonable explanation about why the price for Lebon chocolates is 0.15 CUC in the stands around Coppelia [the ice-cream parlor] , 0.20 at the National Bus Station, and 0.25 in a coffee shop on Belascoaín Street? Up to 10 cents more! And if anyone is willing to justify this by arguing the difference in categories, please take a tour around and compare, to see if you can find «excellencies» worthy of «hoodwinking» the customers. In sum, there are lasagnas and chocolates here, «mutilated» pork and «baptized» runs there, «smart alecks» and «fools» everywhere, and all the while deception is having a party and respect is on a respirator. Clearly, the Golden Rule, «Behave toward others as you would have others behave toward yourself», is nowhere in the menu. Nor is the tricky bacon lasagna. ---ooOoo---
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Lasaña con maraña
17 de mayo de 2007
00:37:32 GMT Acabo de botar 50 pesos. No, no los eché en el contenedor de la esquina. Lo que hice fue... comprar dos lasañas. Yo, que desde hace mucho estoy «curado de espanto» en asuntos de gastronomía, no quería ir. Pero la sugerencia de mi esposa —un paseo sabatino, que coronaría exitosamente con un buen filme en el Chaplin— me llevó allí, a la pizzería cercana, que tanto visité cuando niño. En honor a la verdad, el trato de la dependiente fue amable. El ambiente, agradable y pulcro. El servicio, ágil. La pizza y la crema Aurora, exquisitas. Pero las lasañas..., ah, las lasañas: pequeños bloques de harina, con algunas gotas de queso en la mollera, y adentro, unos escasísimos pedacitos de lo que creímos era jamón. ¡Ilusos! No pude refrenar la molestia. ¿Cómo era posible que en una pizza napolitana, que costaba seis pesos, hubiera más queso que en el engañoso ladrillito de 25 pesos que tenía delante? ¿Y en qué remotos mares estaría navegando el jamón, que no llegó a puerto lo suficientemente temprano como para colarse dentro de mi triste lasaña? La camarera, siempre cortés, escuchó mi queja. No dijo nada sobre el poco queso, aunque sí me informó que «la lasaña es de bacon». O sea, que habíamos pagado por comer un plato que no estaba anunciado en la carta, y que no deseábamos. Lo que decía el menú era «lasaña de jamón», y no «de bacon». ¡Lo juro por sir Francis Bacon! Conclusión: debut y despedida. Acordaos de mí, querida lasaña, porque nunca más me veréis el pelo... Quien posee más que unos gramos de sentido común, solo cae una vez en el jamo. Dicen que, entre las ruinas de Pompeya, unos arqueólogos hallaron los moldes de las primeras pizzas. Claro, en aquellas edades no existía la salsa de tomate, pero como intento al fin, pasaban. ¿Será que el volcán Vesubio desató iracundo sus ríos de lava porque algún gastronómico pompeyano «ahorraba» el queso de cabra que debía esparcir sobre las tatarabuelas de nuestras pizzas? No sé. Sin embargo, de algo estoy seguro: si hubieran existido entonces los inspectores de calidad, el habilidoso cocinero hubiera acabado crudo en el foso de los leones. Y ya que hablo de inspectores de calidad, ignoro si en algunos metros en torno de nuestra mesa había alguno. O alguien encargado de velar por la cantidad de ingredientes de cada oferta. O si esa debe ser tarea de un solo empleado, o de todos los que allí trabajan... Realmente no puedo, no acabo de entender a quienes se la pasan maquinando cómo «darles la mala» a los demás. ¿Problemas económicos? Yo también los tengo, y debo arreglarme con mi sueldo. Cincuenta pesos no me son una brisa insignificante en el bolsillo. Los pago, sí, pero espero recibir a cambio un producto con todas las de la ley. Hasta ahora, se supone que caro sea sinónimo de bueno. Desde luego, ya lo digo: «se supone». Me resisto a aceptar que «en fin, la vida está muy dura». ¿Por qué consentir que, en entidades estatales, algunos falseen la cantidad del producto? Y en cuanto al precio, otro tanto. ¿Dónde encontrar una explicación mínimamente razonable sobre por qué un bombón Lebon cuesta 0.15 CUC en los kioscos que rodean a Coppelia, 0.20 en la Terminal de Ómnibus Nacionales, y 0.25 en una cafetería de la calle Belascoaín? ¡Hasta diez centavos más! Quien desee justificar con la diferencia de categorías, por favor, dése una vuelta y compare, a ver si encuentra «excelencias» que merezcan «multar» al comprador. En fin, lasañas y bombones aquí, carne de cerdo «mutilada» allá, rones «bautizados» acullá. «Listos» y «tontos» dondequiera. La trampa, guarachando, y el respeto al consumidor, con respiración artificial. Decididamente, la Regla de Oro: «Obren con los demás como les gustaría que los demás obren con ustedes», no está en el menú. Como tampoco la marañosa lasaña de bacon.
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