Amuleto
contra la muerte
Usar
el condón desde la adolescencia evita
que la decisión de mantener relaciones
sexuales tenga consecuencias fatales
Grisel
Risco Oliva*
Nadie
habla de la muerte, y sin embargo puede
estar al doblar de cada esquina. Desde
pequeños nos la mencionan como algo que
ocurre en la vejez, y si nos permiten
asistir al velorio de algún ser querido
no acceden a que nos inclinemos a ver en
ellos el rostro de la muerte.
¿Cómo
reconocerla entonces? ¿Cómo saber cúando
nos acecha si no la podemos distinguir?
Nuestros padres tratan de protegernos
todo el tiempo, por eso el tema no forma
parte de nuestras conversaciones
habituales como adolescentes, y no
estamos preparados para enfrentarla.
Por eso
me sorprendió el otro día cuando mi mamá
me habló de ella. Fue cuando mi grupo,
que es uno de los mejores en la escuela,
ganó la emulación y nos dieron como
premio un fin de semana en un campismo.
Creí que
no me dejarían ir, pero me equivoqué.
Fue todo un acontecimiento para mí.
Claro, mamá tenía un poco de temor:
sería mi debut lejos de su mirada, yo
estaría tomando decisiones inéditas,
pero como nunca antes se había tocado el
tema, realmente no lo entendí muy bien y
pensé que exageraba.
¿Por qué
ocurrírsele que la muerte vendría por mí?
¿Qué podría hacer yo para que me buscara?
De todas formas le di mi palabra de que
me cuidaría: no nadar lejos de la orilla,
esperar tres horas después de comer...
le prometí de todo para que no se
preocupara.
Entonces
ocurrió algo que me dejó aún más
confundida: mi madre me entregó un
estuche con una inscripción en el dorso
diciéndome que era un amuleto, que lo
cuidara bien y no lo apartara de mí ni
de noche ni de día, pues solo así mi
vida estaría a salvo. Las madres saben
mucho, pero aquello me pareció el colmo
de los colmos.
Al fin
llegamos al campismo, deshicimos los
bultos y descansamos un poco. Por la
noche fuimos al baile. Ante los acordes
preliminares mis pies comenzaron a
moverse solos y pronto todos voltearon a
mirarme.
Alguien
se fijaba con más interés: era Carlos,
el hermano de Gilda, mi compañera de
aula, el más simpático de toda la
escuela. Estaba en noveno grado y todas
las muchachitas corrían detrás de él,
por eso se le veía con una novia
diferente cada día.
Casi una
hora después me invitó a bailar, por lo
que yo estaba muy emocionada y las
piernas apenas me sostenían. Aquello lo
consideré como una gran conquista, no
solo porque era el más codiciado, sino
porque desde la primaria aquel chico me
hacía suspirar cada vez que iba a hacer
mis tareas con su hermana.
Aquella
noche intercambiamos muchos besos y
caricias, pero de regreso a la cabaña
tuve la sensación de que algo nos
seguía. Cuando pasó por mi lado, un
intenso escalofrío recorrió mi cuerpo.
Comprendí
que era la primera vez que sentía la
proximidad de la muerte. Estaba allí,
sabía que era ella, pero no podía
describirla. Carlos no pareció darse ni
por enterado. Tuve tanto miedo que eché
a correr.
A partir
de ese momento la sentí acechándome
adonde quiera que iba con él: la
discoteca, la playa... Ella se mantenía
a distancia, como esperando el instante
propicio en que me descuidara.
Y ese
instante llegó: mi cabeza se llenó de
otras ideas, el cómo y el por qué de
otro asunto ocupaban mis pensamientos y
entonces ella comenzó a acercarse.
Percibí
su nauseabundo olor, y casi me tenía
cautiva en su mortal abrazo cuando
vinieron a mi mente las palabras de
mamá. Sin levantar sospechas metí la
mano en el bolsillo y aferré el amuleto
mientras la encaraba en forma
desafiante.
Sentí que
hacía consciente mi derecho a la vida.
Su piel virtual se descompuso y desde mi
corazón se extendió un gran alivio.
Cuando
todo pasó, abrí mi mano y encontré la
causa de mi tranquilidad. Estaba algo
maltrecho, pero aún se podía leer: VIVE,
condón lubricado.
*Doctora.
Especialista del Programa de lucha
contra el VIH/sida.
CONDÓN
CONTRA TABÚES
Las
diferencias de género son
aún marcadas en el uso que
damos en Cuba al condón como
medio de prevenir ITS y
VIH/sida, especialmente en
los adultos mayores de 30
años, según revela un
estudio realizado el pasado
año por la doctora Luisa
Rosina Rodríguez Alonso,
máster en Salud Pública y
Bioestadística de la
Facultad de Ciencias Médicas
Manuel Fajardo, de la
capital.
De la muestra entrevistada
para un estudio de mercado
sobre este producto, la
población comprendida entre
15 y 29 años respondió que
usa el condón solo en
ocasiones, tanto varones
como muchachas, mientras que
mujeres amas de casa mayores
de 40 años dijeron no usarlo
nunca, y hombres entre 30 y
39 años respondieron
afirmativamente en su
mayoría.
Entre las conductas
identificadas como de mayor
riesgo —de acuerdo con el
crecimiento que ha tenido la
epidemia en la Isla—, el
hecho de tener parejas
múltiples es altamente
significativa, sobre todo
entre los 15 y los 29 años
de edad (y más aún entre los
20 y 24 años) por lo que
estos segmentos constituyen
grupos meta en las campañas
de promoción de los
preservativos.
Sin embargo, mujeres entre
25 y 29 años con pareja
estable no identifican el
condón como un recurso para
prevenir VIH/sida —confirma
este estudio— entre otras
razones porque no perciben
que puedan contraer el
virus, creen que al estar
casadas o unidas no tienen
que usar protección
(desestimando lo que pueda
estar haciendo su pareja) o
no saben cómo incorporarlo a
la relación sexual.
Solo el diez por ciento de
las personas incluidas en
los grupos a los que va
destinada la campaña ha
usado condón con parejas
estables, cifra que llega
hasta el 60 por ciento
cuando se trata de parejas
ocasionales.
En general, el 80 por ciento
de los encuestados en ese
grupo informaron haber usado
alguna vez preservativo,
pero solo la mitad lo
utilizó en su última
relación sexual.
Entre las razones para esta
falta de sistematicidad en
un método cuya eficacia a
favor de la salud ha sido
más que probada, aún se
manejan argumentos tales
como que los condones no se
encuentran de forma fácil o
que su precio es elevado.
Esto se suma a tabúes que
han resistido numerosas
campañas emprendidas en el
país, aunque por fortuna
están menos arraigados en
adolescentes y jóvenes que
en las personas adultas. |
|