La testosterona
Una
disponibilidad inadecuada en el organismo de
esa sustancia química no solo produce merma
en la líbido o deseo
A juzgar por las anécdotas
que se escuchan con frecuencia en grupos de
adolescentes masculinos, e incluso en
quienes rebasan esa etapa de la vida, una
simple sustancia química como la
testosterona resultaría más poderosa que el
principal órgano del ser humano: el cerebro.
Como «dueña» de su voluntad
la pintan quienes se escudan en el poder
estimulante de esta hormona para ser
agresivos en extremo o supuestamente más «fogosos»
que todos en sus aventuras amorosas,
mientras achacan a bajos niveles hormonales
tanto la inapetencia sexual como un carácter
afable y conciliador.
No menos curioso resulta que
en novelas, espacios publicitarios y
conversaciones callejeras se le mencione
como un producto masculino, asociado al
supuesto poderío de los testículos.
Quienes
así opinan desconocen tal vez que la
testosterona también se genera en las
glándulas suprarrenales de todas las
personas, así como en los ovarios, aunque en
cantidad 20 veces menor que la segregada por
los varones, según aclara en su libro
Historia íntima del pene el andrólogo
español José Luis Arrondo.
ALGO MÁS QUE DIVERSIÓN SEXUAL
La importancia integral de la
testosterona es ostensible desde momentos
tan tempranos de la vida como el primer
trimestre del embarazo. Fotos intrauterinas
muestran al futuro bebé con el pene erecto,
reacción fisiológica normal, aunque los
padres quieran darle otra connotación.
De su accionar depende el
futuro de los órganos y las características
sexuales secundarias, tales como el vello
facial, la agudeza en la voz y el desarrollo
muscular, factores que cumplen también un
papel dentro de los estereotipos actuantes
en la existencia de cualquier varón.
Además de «modelar» la
conducta sexual y producir erecciones, esta
hormona ayuda a formar proteínas en
cualquier momento de la vida y es esencial
para muchas actividades metabólicas como la
producción de glóbulos en la médula ósea, la
formación ósea, el metabolismo de los
lípidos o grasas y de los hidratos de
carbono, así como en la función hepática y
la formación de la próstata.
Otra misión que tiene es
influir en la secreción de otras hormonas
como la LH (luteinizante) y la FSH
(estimulante de los folículos), que
desempeñan funciones esenciales en la
espermatogénesis (proceso de formación de
espermatozoides).
LLEGAR O PASARSE
Los niveles de testosterona
considerados «normales», según la mayoría de
los hombres sanos pesquisados en todo el
mundo, varían significativamente.
A partir de los 40 años,
aproximadamente, los niveles de testosterona
disponibles comienzan a disminuir un diez
por ciento por década. De hecho, no toda la
que producen las glándulas corre libre por
el torrente sanguíneo, sino que una buena
parte es atrapada por otras sustancias como
la globulina y la albúmina, lo cual es
absolutamente normal.
Cuando el deseo es menor que
meses o años atrás, se achaca de inmediato a
la falta de testosterona esta situación,
pero solo acuden en busca de ayuda médica
una parte de los que ven en peligro su
desempeño sexual, plantea Arrondo. A veces
ni por ese motivo, lo cual es más
preocupante aún.
Sin embargo, una
disponibilidad inadecuada de testosterona en
el organismo no solo produce merma en la
libido o deseo. En esos casos ocurren
también cambios emocionales, psicológicos y
de conducta, lo cual puede acompañarse de
una menor masa muscular, pérdida de la
resistencia, aumento de la grasa corporal a
nivel central y superior del cuerpo,
osteoporosis o huesos débiles y lumbalgia, e
incluso riesgo cardiovascular.
Tales síntomas de alarma
debe-
rían conducir al afectado
ante un médico, quien orientará la conducta
que deberá seguir para atender su salud
integral. Desafortunadamente, entre esas
«construcciones» sociales del género
masculino está el hecho de no buscar ayuda
clínica hasta que la situación sea extrema,
por lo que no pocos hombres dejan sola a su
testosterona en la difícil tarea de defender
una hombría que sienten maltrecha, y no se
percatan de que descubrir la causa y
tratarla es más importante que esconder el
efecto.
Pero si preocupante es la
disminución de esta hormona en el torrente
sanguíneo, también lo es su exceso,
producido por el uso de esteroides
anabolizantes, recurso en el que caen
algunos deportistas y fisiculturistas
creyendo que con eso duplican el poder de
sus músculos, cosa que no es cierta porque
no siempre más volumen implica mayor
resistencia.
De cualquier modo, resulta
des-
leal su
utilización con otros fines que no sean
médicos, sobre todo en eventos deportivos,
en los cuales se rechaza a los competidores
dopados.
Tal asunto puede hasta
resultar contraproducente: la testosterona
sintética es susceptible de sufrir un cambio
inesperado en su metabolismo y convertirse
en estradiol, hormona encargada de acentuar
características sexuales secundarias
femeninas, como la aparición de senos y la
producción de leche.
LA TRIADA DEL AMOR
Como hormona del deseo, el
papel de la testosterona en el desempeño
sexual es importante, pero no exclusivo. En
primer lugar porque no actúa sola, y en
segundo, porque cumple además otras tareas,
como habíamos visto.
La oxitocina es una romántica
sustancia, conocida como «hormona del amor»,
que al ser liberada por la hipófisis
favorece los vínculos interpersonales. En
plena actividad erótica ella estimula los
órganos sexuales e intensifica el orgasmo,
explica Arrondo.
Simultáneamente
aparece en escena otro elemento crucial: la
adrenalina, mensajera de la acción y
responsable de los cambios visibles en la
persona excitada, tales como un rápido
palpitar, sudoraciones, respiración
desenfrenada…
Pero
aún juntas, ellas tres no dominan la
situación: las emociones, como todo proceso
afectivo que ocurre en la psiquis humana, es
algo más que moléculas interactuando.
Por
mucho deseo que sintamos al ver a la persona
que nos interesa, el condicionamiento
sociocultural nos ayuda a refrenarnos,
aceptar patrones de conducta respetuosos y
aplazar nuestras necesidades para momentos
más oportunos.
Entonces sí podemos dar
rienda suelta a las hormonas, tanto como a
las fantasías que adornan cada encuentro, de
modo que nuestro organismo funcione como un
buen programa donde la química, la historia
y la lingüística se combinen a la
perfección.