Un hombre que hizo crecer las cañas

A 95 años del nacimiento de Jesús Menéndez Larrondo, el 14 de diciembre de 1911

Mariagny Taset Aguilar
mariagny@granma.cip.cu
http://www.granma.cubaweb.cu/2006/12/15/nacional/artic06.html

"Creo que si me corto las venas, corre por mi sangre un río de guarapo amargo". Con tal frase, violenta y paradójica, resumió cierta vez Jesús Menéndez las impresiones dejadas por incontables momentos duros en su vida, trocada temprano y para siempre en una tenaz lucha en favor de los trabajadores, sobre todo los azucareros.

De aquellos oscuros inicios del siglo XX en Cuba, casi cuatro décadas le deparó el destino, y una existencia eterna en el corazón de los cubanos dignos. Por eso muchos todavía hablan del Jesús polemista, vibrante, convincente... Otros prefieren revivir al humilde, al sencillo jefe que jamás olvidó su origen:

"Siempre lo vi como a un guajirito acabado de salir del campo, con una ropa, unos zapatos y un sombrero muy modestos, sin dinero, pudiendo tener mucho, valiente, decidido, con mucho prestigio entre todos", rememoraba un día Cándido Terry (Candito), entonces dirigente sindical en Cienfuegos.

"Venía a reunirse con los dirigentes y luego recorría los centrales. Recuerdo que casi siempre había que recolectarle el dinero para el regreso y que dormía sin comodidad alguna, donde le cogiera la noche, encima de un buró o en el sitio que encontrara... así era de sencillo ese gran hombre."

En 1929 Menéndez ya fungía como líder sindical del entonces central Constancia. Doce años más tarde, era el secretario general de la Federación Nacional Obrera Azucarera (FNOA), que después fue de Trabajadores del Azúcar (FNTA), por iniciativa del líder, para incluir a todos los empleados de las ramas de esta industria. En esos tiempos los azucareros conquistaron mejoras que parecían imposibles.

Se firmaron el primer Convenio Colectivo de Trabajo; el Decreto 117, que favoreció incrementar los salarios a un 32 %; el referido a la higienización de los bateyes; y, fundamentalmente, la Cláusula de Garantía que facilitó luego el pago del diferencial azucarero. Además, durante esa etapa los obreros pudieron participar en las negociaciones de zafras y se creó el llamado "retiro azucarero".

Jesús apenas aprendió en la escuela las primeras letras y la tabla de multiplicar, pero sí se instruyó desde temprano en las penurias del trabajo duro. Fue machetero, escogedor de tabaco, purgador de azúcar... "Éramos muchos en la casa para que alcanzara el pan para todos —confesó una vez—, el hambre entre tantos suma una cifra: desesperación. Y me fui un buen día a vender mi fuerza de trabajo".

Pero a pesar de su escasa instrucción, ni siquiera los enemigos podían negarle la astucia para resolver situaciones difíciles, ni sus cualidades de orador directo y fácil de palabra. "Es un negro muy inteligente", reconoció una vez un ejecutivo neoyorquino de la entonces compañía norteamericana Atlántica del Golfo.

Roque González, trabajador del antiguo central Mabay y amigo de Menéndez, rememoraba también tiempo después:

"Un día de su cumpleaños le hicimos un regalo entre los compañeros de la Federación. Siempre lo hacíamos con todos. Él no aceptó aquel dinero; nos dijo que mejor le consiguiéramos una gramática, porque quería superar su lenguaje, ya que tenía que discutir constantemente con gente que sabía. Se le dijo que para eso lo mejor era un diccionario, y esta vez sí lo aceptó, complacido.

"Era curioso: cuando Jesús hablaba con sus compañeros, en confianza, cambiaba letras a las palabras, pero cuando iba a la tribuna o intervenía en las reuniones, superaba casi por completo esa dificultad."

Sus aliados en la lucha contra el monopolio yanki también lo describen como un eterno preocupado por los problemas de cada camarada. Aseguran que era capaz de percibir, al vuelo, cualquier angustia ajena. Era en ese instante cuando su espíritu altruista le impregnaba los poros y, según sus biógrafos, se desvivía por resolver el problema, aun en medio de las mayores responsabilidades.

Poseía un sano y buen humor, exento de herir sensibilidades. Estas cualidades matizaban muchas de las anécdotas que protagonizó.

Según el también líder obrero Ursinio Rojas, en una ocasión en que discutían con los patronos un crédito para los trabajadores durante el "tiempo muerto", un hacendado de apellido Casanova propuso dos pesos semanales como anticipo. A lo cual Menéndez, con singular ironía, replicó:

"Mire, Casanova, me han dicho que usted tiene un perro en su casa al que se le dan diariamente seis libras de carne que importan dos pesos. ¿Cómo se imagina usted que un padre de familia va a darle de comer a sus hijos durante la semana lo que un perro se come en un día?"

Otro episodio, reflejo de su jocosidad aún en momentos tensos, fue el sucedido tras negociar exitosamente el pago del diferencial azucarero. Con-taba el periodista Jacinto Torras que, a propósito del logro, se celebró una recepción en un hotel de cinco estrellas, y el Secretario de la Agricultura estadounidense colmó de loas a Menéndez y a la delegación que acompañaba a este, como representante de los trabajadores cubanos.

"Al oír Jesús tales elogios —relata Torras—, y siempre alerta a las reacciones del adversario, me tomó por el brazo y me susurró al oído: ‘¿Habremos metido la pata en algo?’."

Algunos, como el poeta Nicolás Guillén, lo recuerdan semejante a un agua embravecida; otros incluso creen vislumbrarlo desde el mar, en los días claros, cubierto de nubes fijas. Pero el General de las Cañas jamás abandonó los parajes donde crecen sus soldados, sino quedó entre ellos para vivir, ahora y por siempre, como su eterno guía.