Josef Stalin
por Armando Hart
4 de enero 2005
Estas reflexiones constituyen un
homenaje a todos los revolucionarios sin excepción que sufrieron el gran drama
histórico de ver frustradas las ideas socialistas de octubre de 1917. Lo hacemos
con admiración y respeto hacia el pueblo ruso que supo llevar a cabo la primera
revolución socialista de la historia y derrotar al fascismo décadas más tarde
bajo la dirección de Stalin. Ese mismo pueblo ruso que 130 años antes derrotó
también la ofensiva militar de Napoleón Bonaparte.
Tengo como fundamento la experiencia
de cerca de 50 años de brega a favor de las ideas socialistas en la hermosa
trinchera de la Revolución cubana, fidelista y martiana, es decir, la primera
revolución de orientación marxista que ha triunfado en lo que se ha llamado
occidente.
Precisamente, en el primer punto de la
crítica a Feuerbach, Marx y Engels le reprochan que no tiene en cuenta el factor
subjetivo. Dicen:
El defecto fundamental de todo el materialismo anterior—incluido el de Feuerbach—es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo.
Desde los años iniciales de la
Revolución, Fidel y el Che nos hablaron de la importancia del factor subjetivo.
La vida ha mostrado su valor en favor de la causa del progreso humano, también
ha puesto en evidencia que el mismo influye, a la vez, en el estancamiento y
retroceso históricos. Se puede hacer una larga relación que lo muestra en la
práctica tanto en lo positivo como en lo negativo. Stalin es uno de los grandes
ejemplos de esto último, quizás sea la más importante muestra en el siglo XX de
cómo la subjetividad puede influir negativamente en la historia. Téngase en
cuenta, como aquí expreso, que lo subjetivo se revela en la cultura.
La lección esencial que se puede
extraer de toda esta historia está en el entretejido humano, es decir, el
factor subjetivo desempeñó una influencia decisiva en el trágico desenlace del
llamado “socialismo real” que, por serlo de manera tan simplista, perdió toda
realidad.
Un aspecto clave que nos revela la
experiencia del siglo XX consiste en que no se aprendieron en la URSS las
enseñanzas de Engels, quien con su inmenso talento y modestia expresó
críticamente que tanto él como Marx, al destacar el contenido económico como
determinante, habían olvidado la forma y, por tanto, el proceso de génesis de
las ideas. Textualmente expresó:
Falta, además, un solo punto, en el que, por lo general, ni Marx ni yo hemos hecho bastante hincapié en nuestros escritos, por lo que la culpa nos corresponde a todos por igual. En lo que nosotros más insistíamos —y no podíamos por menos de hacerlo así— era en derivar de los hechos económicos básicos las ideas políticas, jurídicas, etc., y los actos condicionados por ellas. Y al proceder de esta manera, el contenido nos hacía olvidar la forma, es decir, el proceso de génesis de estas ideas, etc. Con ello proporcionamos a nuestros adversarios un buen pretexto para sus errores y tergiversaciones.[1]
En la práctica política que representó
Stalin se pasaron por alto esenciales aspectos formales de carácter ético,
jurídico y político lo que resultó particularmente grave porque a través de
ellos se manifiesta la vida real de millones y millones de personas que inciden,
desde luego, en el curso de la historia. Al subestimarlos no se le dio la debida
atención o quedaron relegadas dos categorías fundamentales situadas en el
corazón de la cultura y de las luchas revolucionarias: la ética y la jurídica.
En la antigua Petrogrado y, en
general, en Rusia, se combinaron, en 1917, el pensamiento político y social más
avanzado de la intelectualidad europea y las condiciones de explotación y
miseria del campesinado y la clase obrera rusos, donde se unían la necesidad de
luchar contra la dominación extranjera, es decir, el imperialismo, y a la vez
contra lo que representaban el feudalismo y el zarismo. En la antigua Rusia no
se había producido hasta febrero de 1917, una revolución burguesa triunfante,
que en Europa había comenzado más de dos siglos antes. El feudalismo, la
dominación imperialista y el régimen monárquico de los zares fue el escenario
que nutrió la formación política de Stalin, desde luego, influido también por el
leninismo, lo recepcionó con las limitaciones culturales antes aludidas. Stalin
era un revolucionario, pero no pudo alcanzar la dimensión de un dirigente
socialista cabal.
A diferencia de Lenin y de otros
bolcheviques, Stalin nunca vivió ni viajó por otros países del viejo continente
ni se nutrió de la sabiduría revolucionaria de otras regiones del mundo. Desde
luego, recibió la influencia de Lenin, no debemos negarlo porque es parte
componente del drama, pero lo hizo sobre el fundamento de la vieja cultura rusa
a la cual, aún oponiéndosele, nunca pudo extraer consecuencias socialistas
válidas para el mundo de su época.
Objetivamente, Europa por sí sola
tampoco pudo llevar a cabo la revolución socialista, las razones serían objeto
de un análisis que rebasa los objetivos del presente texto. Pero para entender
la cultura de Marx y Engels en su profundidad, sobre todo para aplicarla
creadoramente, había que asumir la tradición intelectual del viejo continente
porque los forjadores del socialismo fueron sus más consecuentes exponentes en
el siglo XIX. Ellos resultaron los legítimos sucesores de las ideas
revolucionarias de los siglos anteriores expresadas en la ilustración y los
enciclopedistas. De este hecho cultural, Stalin no extrajo las debidas
consecuencias, por lo que se limitó su alcance universal.
Fidel Castro, al comparecer en la
televisión en ocasión de la visita a Cuba de Juan Pablo II, en enero de 1998,
aludiendo a los errores de la política aplicada en tiempos de Stalin subrayó
que:
Como polaco al Papa le toca vivir el
cruce de las tropas soviéticas y la creación de un Estado socialista bajo los
principios del marxismo leninismo, aplicados de una manera dogmática, sin tomar
para nada en cuenta las condiciones concretas de aquel país, y sin ese sentido
político y dialéctico extraordinario que tenía Lenin, capaz de una paz de
Brest-Litovsk, capaz de una N. E. P. y capaz de cruzar antes en un tren sellado
por el territorio de un país que estaba en guerra contra Rusia, hechos
demostrativos de una inteligencia, una capacidad, un valor y un verdadero genio
político, que no dejó de ser jamás marxista.[2]
Lenin fue educado en los trajines
revolucionarios de la Europa de su época y al estudiar la vida del fundador del
estado soviético se verá que enriqueció su saber con la inmensa cultura y la
activa participación en los escenarios de diversos países europeos, entre ellos,
los que precisamente dieron nacimiento al pensamiento de Marx y Engels. Sucedió
de igual forma con otros ejemplos paradigmáticos como Ho Chi Minh. El ilustre
vietnamita fue fundador del Partido Comunista Francés, vivió y trabajó en
Estados Unidos, viajó a muchas partes del mundo y recibió en su
patria natal la influencia de la cultura francesa que había llegado imponiendo
el colonialismo y la supo asumir desde su autoctonía asiática tercermundista y
universal.
Las concepciones leninistas de la
revolución rusa planteaban las tesis de que ese país era el eslabón más débil de
la cadena imperialista europea. Se aspiraba a que el proceso iniciado en octubre
de 1917 en Petrogrado acabaría repercutiendo en un estallido revolucionario en
el occidente de Europa, comenzando por Alemania. No ocurrió así, surgió la idea
de la construcción del socialismo en un solo país. Por otro lado, Rusia como
país euroasiático formaba parte del inmenso mundo asiático. Esta consigna pudo
tener un valor coyuntural para un momento posterior de la revolución de octubre,
pero lo que nadie podrá admitir es que fuera una estrategia revolucionaria
correcta para todo un siglo.
La genialidad de Lenin para abordar
estos temas fue extraordinaria, pero Stalin no extrajo de sus textos las
conclusiones acerca de la posibilidad y necesidad de articular los intereses del
socialismo con la situación que se estaba generando desde entonces en los países
asiáticos y en general en lo que posteriormente hemos llamado Tercer Mundo.
Vayamos a la caracterización de Stalin
hecha por Lenin, y se observará que fue un verdadero profeta. Dijo en 1922.
Yo creo que lo fundamental en el
problema de la estabilidad, desde este punto de vista, son tales míembros del C.
C. como Stalin y Trotski. Las relaciones entre ellos, a mi modo de ver,
encierran una buena mitad del peligro de esa escisión que se podría evitar, y a
cuyo objeto debe servir entre otras cosas, según mi criterio, la ampliación del
C. C. hasta 50 o hasta 100 miembros.
El camarada Stalin, llegado a ser Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotski según demuestra su lucha contra el C. C. con motivo del problema del Comisariado del Pueblo de Vías de Comunicación, no se distingue únicamente por su gran capacidad. Personalmente, quizá sea el hombre más capaz del C.C., pero está demasiado ensoberbecido y demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos.
Estas dos cualidades de dos destacados jefes del C.C. actual pueden llevar sin quererlo a la escisión, y si nuestro Partido no toma medidas para impedirlo, la escisión puede venir sin que nadie lo espere.[3]
La política seguida por Stalin durante
la gestación de la II Guerra Mundial y su pacto con Hitler es uno de los
procesos más turbios de su larga carrera. El nazismo era rechazado por los
pueblos y en particular por las fuerzas progresistas y socialistas, colocó a
estas últimas en una posición bien difícil, incluso en Alemania.
El propio Fidel señala, en la ya
mencionada comparecencia, que ...al conversar con visitantes soviéticos, yo les
hacía tres preguntas: ¿Por qué el Pacto Molotov-Ribbentrop?, eso ocurrió en
1939, y yo tendría 13 años (...) ¿Por qué habían invadido Polonia para ganar
unos cuantos kilómetros de terreno?, terreno que se perdió después de una manera
desastrosa en cuestión de días (...) ¿Por qué la guerra con Finlandia?, tercera
cosa que les preguntaba. (...) Bien, aquello le costó muy caro al movimiento
comunista internacional, a los comunistas de todas partes del mundo, tan
disciplinados y tan fieles a la Unión Soviética y a la Internacional Comunista,
que cuando decía:
“Hay que hacer esto”, era eso. Entonces, todos los partidos comunistas del mundo explicando y justificando el Pacto Molotov Ribbentrop, se aislaban de las masas. [4]
La historia reveló después, como
agravante, que operó de esta forma no obstante los informes de la inteligencia
de su país en cuanto a que Hitler preparaba la ofensiva contra la Unión
Soviética. Sin embargo, ha de reconocerse que luego de la agresión nazi, Stalin
dirigió exitosamente la contraofensiva. El pueblo soviético luchó heroicamente,
el Ejército Rojo llegó hasta Berlín en un esfuerzo sobrehumano en el cual
murieron millones de personas. La guerra concluyó con la victoria sobre el
fascismo, pero, a su vez, se suscribieron los acuerdos de Yalta y Potsdam y se
crearon así las condiciones para la división del mundo en dos grandes esferas de
influencia. Ello no resultó positivo para el socialismo.
En los años subsiguientes en que se
desencadena la guerra fría, ni Stalin ni sus sucesores pudieron comprender las
formas y posibilidades que le hubiera brindado la alianza entre las sociedades
del Tercer Mundo y el socialismo porque para ello se necesitaba una concepción
universal de fundamentos culturales de los que ellos carecían.
En 1959, triunfa la revolución cubana
cimentada en la tradición histórica nacional y con una proyección de alcance
latinoamericano, caribeño y universal. Las tesis tercermundistas de Fidel y el
Che significaron, a partir de entonces, un intento de cambiar el mundo bipolar
desde el socialismo.
El asalto al cielo representaba para
los revolucionarios verdaderos del siglo XX superar definitivamente la
bipolaridad establecida desde posiciones de izquierda y no de derecha, como
ocurrió más tarde en los años 80. El examen de algunos de los más importantes
acontecimientos de la década del 60, muestra que con independencia de sus
diversos matices políticos, vienen caracterizados por la necesidad de superar el
mundo bipolar.
Veamos algunos de ellos: el triunfo de
la Revolución Cubana en 1959; la Crisis de Octubre de 1962; la trágica escisión
del movimiento comunista internacional que desencadenó la ruptura entre China y
la URSS; el surgimiento y desarrollo de la guerra de liberación de Vietnam, la
guerra de liberación de Angola; el desplome de! sistema colonial en Asia y
África; el nacimiento y auge del Movimiento de Países no Alineados; el
crecimiento de los movimientos de liberación en América Latina; el Movimiento
Revolucionario Sandinista; los movimientos militares progresistas de América
Latina, en especial Perú y Panamá; el Mayo francés; la crisis checoslovaca y
previamente las situaciones creadas en Hungría y Polonia.
Los herederos de la obra de Stalin no
podían responder a este desafío porque estaban encerrados en la política
derivada de los acuerdos de Yalta y Potsdam y en la idea de la construcción del
socialismo en un solo país que tras la Segunda Guerra Mundial se había extendido
a varias naciones. No podían los sucesores de Stalin enfrentar el dilema porque
en 1956, tras su muerte, cuando se denunció al estalinismo por sus crímenes, no
se hizo un análisis profundo, radical y consecuente de la naturaleza y carácter
de su régimen. Se podría decir que entonces no era posible hacerlo y menos aún
por quienes habían nacido de aquella política, pues bien, eso fue lo que pasó.
Hoy, 80 años después, no solo es posible, sino indispensable, porque mientras
esto no se haga, las ideas de Marx y Engels no podrán emerger triunfantes del
caos en que las introdujeron en el siglo XX.
Se acusó más tarde a quienes deseaban
cambiar el mundo bipolar desde el socialismo, como lo hicieron Fidel y el Che en
América Latina, de violar las leyes económicas, y en realidad los que no las
tuvieron en cuenta fueron los que ignoraron que el desarrollo de las fuerzas
productivas y el progreso científico llevaba a rebasar la bipolaridad. El curso
posterior de los acontecimientos vino a subrayar dramáticamente que, por el
contrario, quienes desconocieron las leyes económicas o trataron de acomodarlas
a su posición conservadora fueron, precisamente, los que con las banderas del
socialismo rechazaban las tesis revolucionarias cubanas.
Hay tres conclusiones importantes
sobre las cuales reflexionar desde este siglo recién comenzado: La primera, que
este cambio era una necesidad de la creciente internacionalización de las
fuerzas productivas y, por consiguiente, de la evolución económica y política
del mundo. La segunda, que como no se hizo desde la izquierda ocurrió desde la
derecha; y la tercera, que dicho cambio desde la izquierda solamente podría
hacerse promoviendo la lucha de liberación nacional en Asia, África y América
Latina y tratando de vincularla con las ideas del socialismo. Ese era el reto
que el socialismo tenía ante sí.
Isaac Deutscher su biografía sobre
Stalin, que ya es un clásico, señala que el dirigente soviético sustituyó la
idea de Marx acerca de que la violencia era la partera de la historia, por la
que era la madre de la historia. El refinamiento intelectual para entender la
sutileza de la definición de Marx estaba, en mi opinión, más allá de las
posibilidades culturales de Stalin.
Precisamente, el error fundamental de
la política revolucionaria en el siglo XX, en última instancia condicionada por
Stalin, estuvo en que marchó divorciada, separada de la cultura, incluso en el
caso de la URSS, como se sabe, llegó a los extremos más dramáticos. En Cuba —como señalábamos— tuvimos la inmensa
suerte de contar con la sabiduría del más grande político revolucionario y el
más grande intelectual del siglo XIX, que fue José Martí. La enseñanza singular
de la revolución cubana en estos dos siglos y en la actualidad consiste,
precisamente, en haber planteado y enriquecido esta relación. En ella está la
singularidad de Martí y de Fidel Castro.
La radicalidad del pensamiento
revolucionario de Martí iba acompañado de un intenso y consecuente humanismo en
el tratamiento a los hombres y los pueblos de las metrópolis opresoras:
Estados Unidos y España. Sobre este
fundamento hizo una contribución singular al convocar a la guerra necesaria,
humanitaria y breve contra el dominio español y, a la vez, no generar odio
contra los que se oponían a este altísimo
propósito. Esta es una contribución que debiera estudiarse en el mundo por
aquellos que lanzan calumnias contra quienes aspiran a transformaciones
radicales y también para los que se proponen alcanzarlas con procedimientos
extremistas. La única manera de hacerlos triunfar está en promover la
cooperación entre los humanos y garantizar su plena libertad y dignidad. Esta es
la forma de ser consecuentemente radical.
En Cuba se entendió la idea marxista
sobre la violencia en la forma en que la concibió y llevó a cabo José Martí y la
mejor tradición revolucionaria de nuestro país. Ella nos enseñó que junto con la
firmeza de principios y la lucha por obtener objetivos sociales y políticos,
debíamos incorporar a los españoles y a los norteamericanos, a nuestros
objetivos o, al menos, a la comprensión de nuestro propósito. En Cuba se superó
radicalmente la idea del divide y vencerás y se estableció el principio de unir
para vencer. Esa es una política mucho más radical y consecuente que la de los
extremistas.
Sobre el socialismo, tenemos juicios
de Martí muy reveladores que muestran dónde estuvieron las debilidades de la
política llevada a cabo por Stalin.
Fermín Valdés Domínguez, su amigo
íntimo desde la infancia, le escribió desde Cuba acerca de las labores que
realizaba a favor del socialismo. El Apóstol le respondió a su hermano del alma
de esta forma:
(...) Una cosa te tengo que celebrar
mucho, y es el cariño con que tratas; y tu respeto de hombre, a los cubanos que
por ahí buscan sinceramente, con este nombre o aquél, un poco más de orden
cordial, y de equilibrio indispensable, en la administración de las cosas de
este mundo: Por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por esta o aquella
verruga que le ponga la pasión humana. Dos peligros tiene la idea socialista,
como tantas otras —el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas—
y el de la soberbia y rabia disimulada
de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse,
para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados.
Unos van, de pedigüeños de la reina, (...) Otros pasan de energúmenos a
chambelanes, como aquellos de que cuenta Chateaubriand en sus “Memorias”. Pero
en nuestro pueblo no es tanto el riesgo, como en sociedades más iracundas, y de
menos claridad natural: explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo, como tú
lo sabrás hacer: el caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos
equivocados o excesivos de pedirla. Y siempre con la justicia, tú y yo, porque
los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su
defensa (...)[5]
Desde 1884, José Martí, escribió, en
ocasión de la muerte de Carlos Marx, una crónica que puede ayudarnos a
esclarecer lo que sucedió con el socialismo en el siglo XX. Dijo el Apóstol lo
siguiente:
Ved esta gran sala. Karl Marx ha
muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el
que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que
enseña remedio blando al daño. (...)[6]
Más adelante señala:
Karl Marx estudió los modos de asentar
al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de
echar a tierra los puntales rotos. Pero anduvo de prisa, y un tanto en la
sombra, sin ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de
seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y
laboriosa. Aquí están buenos amigos de Karl Marx, que no fue sólo movedor
titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la
razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido
del ansia de hacer bien. El veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía,
camino a lo alto, lucha.[7]
Se apreciarán la estimación y
profundidad que para Martí tenía el pensamiento de Marx. Sobre la crítica que
formula en cuanto al extremismo, es necesario tener en cuenta que entonces en
Nueva York las ideas anarquistas estaban muy confundidas con las marxistas.
Engels, desde Europa, señalaba que en Norteamérica no se estaban aplicando las
ideas de Marx. Es aceptado que ambos alertaron siempre contra los extremismos y
las formulaciones de los anarquistas. Sobre la idea de que se estaban lanzando
unos hombres contra otros, hay que tomar en cuenta que en esa fecha Martí
preparaba una guerra que aunque aspiraba fuera necesaria, humanitaria y breve
implicaría obligadamente el enfrentamiento armado.
En unas líneas posteriores a la
descripción hermosa, humana y profunda que José Martí hizo de Carlos Marx se
señala:
Aquí está un Lecovitch, hombre de
diarios: vedlo cómo habla:
llegan a él reflejos de aquel tierno y radioso Bakunin: comienza a hablar en inglés; se vuelve a otros en alemán: “¡da! ¡da!” responden entusiasmados desde sus asientos sus compatriotas cuando les habla en ruso.
Son los rusos el látigo de la reforma:
mas no, no son aún estos hombres impacientes y generosos, manchados de ira, los
que han de poner cimiento al mundo nuevo: ellos son la espuela, y vienen a
punto, como la voz de la conciencia, que pudiera dormirse: pero el acero del
acicate no sirve bien para martillo fundador.[8]
Todo esto fue lo que le faltó a
Stalin. No comprendió que el acero del acicate no resulta suficiente para
edificar una nueva sociedad. Deutscher en su célebre biografía
sobre Stalin apunta:
Aquí suspendemos la historia de la
vida y la obra de Stalin. No abrigamos ilusión alguna de que podamos extraer de
ella conclusiones finales o formar, sobre su base, un juicio digno de confianza
sobre el hombre, sus logros y sus fracasos. Después de tanto clímax y
anticlímax, el drama de Stalin apenas ahora parece aproximarse a su culminación;
y no sabemos en qué nueva perspectiva podría colocar su último acto a los
anteriores. Lo que parece definitivamente establecido es que Stalin pertenece a
la estirpe de los grandes déspotas revolucionarios, la misma a que pertenecieron
Cromwell, Robespierre y Napoléon.[9]
Podemos estar de acuerdo con la
comparación de Cromwell, Robespierre y Napoleón aunque apuntando la siguiente
reflexión:
Robespierre murió de manera trágica
defendiendo un ideal que resultó imposible en su época, las más puras ideas de
los forjadores del pensamiento revolucionario francés del siglo XVIII. El
ascenso de la burguesía se lo impidió. Napoleón sentó las bases jurídicas y
políticas de la burguesía francesa y paradójicamente le abrió camino a la
alianza burgués-feudal que conformó la política capitalista en el siglo XIX.
Cromwell también logró forjar un camino positivo para la burguesía inglesa y
dejó abiertas las posibilidades para un ascenso ulterior.
Stalin no alcanzó estos objetivos con
relación al socialismo. Ni pudo alentar la revolución socialista en Europa y en
el mundo ni tampoco consolidarla en la URSS. En Rusia se volvió al capitalismo
siete décadas después de la Revolución de Octubre en condiciones nuevas y
radicalmente diferentes, y ese retroceso está marcado, entre otros factores, por
los graves errores de Stalin a quien faltó la estatura y la visión histórica
necesarias.
Podemos llegar a la conclusión de que
la hora de Stalin está definitivamente concluida y que las perspectivas de
una nueva época están a nuestra vista. Si Stalin pertenece a la categoría de los
déspotas revolucionarios, habrá que extraer la lección de que con ellos no es
posible abrirle camino de forma perdurable a una sociedad socialista que
necesita del amor y de la cultura para edificarse.
Es evidente que si los déspotas
revolucionarios pudieron abrirle paso al capitalismo, la construcción del
socialismo no puede hacerse bajo la dirección de un déspota. Se le acusó de
culto a la personalidad, pienso que lo que faltó fue una gran personalidad
socialista, faltó lo que sí tiene la revolución cubana, la revolución de Martí,
retomada por Fidel, que se afinca en lo mejor de la tradición patriótica de
nuestro pueblo con un sentido verdaderamente universal.
Como una conclusión final derivada de
lo expuesto, y en especial de lo que decíamos al principio, la experiencia nos
enseña la importancia de las llamadas categorías de la superestructura. Ahí está
una de las claves indispensables para descubrir lo que pasó y encontrar caminos
para el socialismo en el siglo XXI.
La economía opera a través de ellas,
entre una y otra hay una relación dialéctica. Si la evolución natural y social
viene marcada por la relación inseparable entre forma y contenido —como dijo
Engels— se comprenderá que el rigor, seriedad y pasión con que se traten las
formas están en el centro de nuestros deberes revolucionarios. La moral está
íntimamente relacionada con la cuestión social y con los sistemas de derecho.
Estas categorías: moral, cuestión social y sistema de derecho constituyen el
núcleo central a partir del cual se pueden realizar las investigaciones
filosóficas y establecer la práctica política y jurídica válida para encontrar
caminos nuevos del socialismo. En fin, el tema de la cultura y en especial del
papel de los factores subjetivos adquiere una significación práctica porque se
proyecta en las necesidades de principios éticos, jurídicos y en las formas de
hacer política.
Para el éxito de cualquier empeño
transformador resulta imprescindible articular la práctica política y la
cultura. La victoria y continuidad de la revolución cubana confirman la validez
de este razonamiento. Se impone en nuestros días una reflexión profunda en torno
a esta cuestión.
La ruptura de los vínculos entre
cultura y política estuvo, sin duda en la raíz de los graves reveses sufridos.
En América Latina, la tradición de nuestras patrias sustentó la aspiración a una
cultura de emancipación y de integración multinacional a la que se refirió el
libertador Simón Bolívar y José Martí llamó república moral de América. La
tendencia fundamental de esa cultura era antimperialista y sus raíces
principales están en la población trabajadora y explotada. Lo mas inmediatamente
importante para la política revolucionaria era y es alentar esa tendencia. Y
esto se puede y debe hacer procurando la incorporación de la intelectualidad al
empeño emancipador que se halla presente en lo más revolucionario de nuestra
evolución espiritual.
Obviamente, esto hay que realizarlo
con cultura e información acerca de la génesis e historia de las ideas
latinoamericanas. Para ello se requiere sabiduría y clara comprensión del papel
de los factores subjetivos en la historia de las civilizaciones, que fue
precisamente lo que se ignoró en la práctica política socialista. Como se
trasluce de la práctica histórica tras la muerte de Lenin y a partir de Stalin
se impuso un materialismo vulgar, tosco, que paralizó el enriquecimiento y
actualización de las ideas de Marx y Engels. Ello requería, como sí hizo
Mariátegui, desde su visión indoamericana, un estudio del papel de la cultura
desde el punto de vista materialista histórico, pero quien se introdujera en
esto era combatido por revisionista. Así se paralizaron las posibilidades de
arribar a una escala más profunda de las ideas de los clásicos.
El abordaje de una concepción como la
que estamos planteando traía dificultades propias al intentar incursionar sobre
complejos problemas ideológicos, pero que resultan infinitamente menores a los
que conlleva ignorar la necesidad de alcanzar la relación de confianza entre la
política revolucionaria y la inmensa y creciente masa de trabajadores
intelectuales.
En conclusión, si no se establecen
relaciones fluidas entre las revoluciones y el movimiento cultural nunca
triunfarán los procesos de cambios. Se trata no sólo de una cuestión cultural,
sino de algo esencial para la práctica política. Para saber hacer política
revolucionaria hay que asumir la importancia movilizativa del arte y la cultura,
y comprender que en ella se hallan los fundamentos de nuestras ideas redentoras.
Deutscher lo había dicho en su libro
en una forma muy elocuente y creo que es la principal conclusión a que en el
orden teórico podemos llegar con relación a Stalin: “En este desdén por los
factores inmateriales en los grandes procesos políticos residía la debilidad
principal de su vigoroso pero limitado realismo”.[10]
Enseñanza ejemplar para los que se proclaman realistas.
Sin tener en cuenta lo que llaman
factores inmateriales, es decir, los de carácter subjetivo no podremos hallar
las rutas nuevas porque los mismos influyen objetiva y materialmente en la
historia. Relacione el lector estas palabras con lo que decía Engels
autocríticamente y que mencionamos al principio. No olvidemos nunca que el
hombre y su sociedad forman parte también de la realidad material del mundo —
para decirlo en el lenguaje que tanto se empleó por los socialistas— es decir,
de la naturaleza, para expresarlo en forma martiana, recuérdese aquel verso de
Martí: Todo es hermoso y constante,/Todo es música y razón,/Y todo, como el
diamante,/Antes que luz es carbón.[11]
En el 2005, cualquier político
revolucionario ha de examinar la historia del siglo XX a partir de la inmensa
cultura acumulada sin sectarismo alguno y buscando la esencia de las ideas
revolucionarias en lo mejor de la historia milenaria del hombre.
Alguien, en tiempos de la perestroika,
afirmó que Marx quedaría como una cuestión cultural. Yo pensé: ¿y le parece
poco? Para encontrar nuevos caminos hay que hallar el de la cultura, no hay otra
alternativa política práctica, y quien no crea en eso, no podrá contribuir a
hacer revoluciones en el siglo XXI.
Quiero subrayar que dedico estas
palabras a todos los comunistas y revolucionarios que lucharon a favor del
socialismo, se mantuvieron fieles y presenciaron con dolor el desenlace trágico
del socialismo, en especial a los de los pueblos de nuestra América. Quienes
sientan en el corazón la causa de la justicia humana de una forma radical y
universal y tienen mirada en profundidad, han de reconocer —como subrayó Martí—
que Marx merece honor porque se puso del lado de los débiles, y han de tomar
cada vez más conciencia de que él y su leal compañero Federico Engels
constituyen la expresión más elevada del pensamiento social y filosófico de
Europa en el siglo XIX. Los fanáticos negadores del marxismo no son
postmodernos, sino premodernos, y no han podido analizar las raíces profundas de
lo que pasó con Stalin.
La sabiduría romana, en el marco de
una sociedad esclavista, desde luego, señalaba que lo dejado como herencia por
alguien al morir podía ser aceptado a beneficio de inventario, es decir después
de determinar que no sería afectado por el pago de las deudas del difunto. En el
siglo XXI, los hombres perfeccionarán la práctica socialista, y sobre los
errores cometidos tendrán que emplear las herramientas necesarias para
transformar el mundo, y no podrán hacerlo echando en saco roto la herencia
socialista. Por eso, he recomendado a los jóvenes asumir conscientemente la
práctica socialista del siglo XX a beneficio de inventario. No renunciamos a la
herencia de Marx, Engels y Lenin y al ideal socialista de los siglos XIX y XX,
pero asumámosla a partir de una profunda evaluación de lo ocurrido. Solo con el
pensamiento de Marx, Engels y Lenin podremos realizar esta tarea. Pero no solo
de ellos.
En la década de 1920, Julio Antonio
Mella y los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba, rescataron del
olvido o menosprecio en que había caído el programa de Martí durante los
primeros años de la república neocolonial. Hoy, en el 2005, con el pensamiento
del Apóstol cubano y su programa ultrademocrático podemos los cubanos fortalecer
las fibras socialistas en nuestro país y contribuir a rescatarlas del descrédito
y el aislamiento a que las condujo la práctica política que se generó a partir
de Stalin.
[1] C. Marx, F. Engels, Obras Escogidas, t. 3, p, 523, Editorial Progreso Moscú.
[2] Castro, Fidel. Comparecencia ante la televisión cubana, 16 de enero de 1998, periódico Granma, 20 de enero de 1998.
[3] V. I. Lenin, Carta al Congreso, Moscú. Ediciones en Lenguas Extranjeras, /S.A./
[4] Castro, Fidel. Comparecencia citada.
[5] Martí, José, O. C., t. 3, p. 168
[6] Martí, José, O. C. t. 9, p. 388
[7] Ibídem
[8] Ibídem
[9] Deutscher, Isaac. Stalin biografía política, Polémica, Instituto del Libro, La Habana, 1968.
[10] Deutscher, Isaac, obra ciada, p. 420
[11] Martí, J. O. C. Versos sencillos, t. 16, p. 65.
Thanks to Celia Hart for sharing this manuscript.