Intervención en el Taller “Diálogos Políticos”,
XXVII Congreso Internacional LASA 2007, Montreal, Canadá Septiembre 7, 2007

El regreso de Mills

Ricardo Alarcón de Quesada

Cubadebate

ENGLISH:  http://www.walterlippmann.com/alarcon-09-07-2007-english.html

“Oye, ¿de que planeta viniste?” fue la respuesta del guantanamero ante las insistentes preguntas de quien parecía no creer que allí había escuelas, bibliotecas, maestros, médicos y enfermeras que dan a cualquiera gratuitamente sus servicios y así lo han hecho por varias décadas. La anécdota, reflejada en Sicko, el último documental de Michael Moore, la han vivido también, a su manera, muchos otros, durante ya casi medio siglo de encuentros y desencuentros entre seres procedentes de mundos cercanos pero incomunicables. Procurando a tiempo salvar la enorme brecha, los cubanos habían advertido en 1960 a través de la noble y generosa voz de C. Wright Mills: “We are so far apart that there are Two Cubas - ours and the one you picture to yourselves”[1].

Cuba no es, por cierto, un país del que se haya escrito o publicado poco.

En Estados Unidos a lo largo de los años han aparecido textos fundamentales para conocer nuestra historia y que han analizado de manera profunda a la sociedad cubana y su Revolución, verdaderos clásicos de lectura indispensable, incluyendo importantes investigaciones realizadas por especialistas vinculados a LASA. Sorteando muchas veces las barreras levantadas en el prolongado enfrentamiento entre ambos países y desafíos específicos que mencionaré más adelante, la Academia norteamericana ha dado frutos muy valiosos que la enaltecen. Su labor, sin embargo, ha estado severamente limitada por el contexto en que debe operar.

De Cuba se han ocupado los grandes medios de comunicación con mayor frecuencia que la otorgada a la mayoría de los países de América Latina y el Caribe. Han creado otra Cuba irreconocible en medio de abultados errores, distorsiones e inexactitudes que no pocas veces alcanzan dimensiones grotescas.

Opinar a la ligera sobre Cuba, asumir una posición contraria a su Revolución, incluso arrogarse la condición de especialista en la materia, es algo que para algunos no sólo es natural y fácil sino también lucrativo. En la introducción a una enjundiosa investigación publicada en 1997 la CEPAL señalaba la paradoja evidente de que la cubana es “una de las economías menos estudiadas -aunque no la menos interpretada- de América Latina”[2].

La falta de rigor analítico, la superficialidad, incluso la deshonestidad, acompañan a menudo el manejo del tema cubano. Se acostumbró a muchos, a reaccionar con mecanismos reflejos, sin pensar. La sola mención de Cuba, o Castro, provocaba una reacción instantánea, automática, antes que el cerebro pudiera pronunciarse. Se cultivaba, en fin, el prejuicio, valiéndose de los instrumentos modernos de información y la industria cultural que cada vez más vacían el pensamiento y fomentan la banalidad.

Lo anunciaba con franqueza otro profesor de Columbia: Las nuevas tecnologías permitían “manipular las emociones y controlar la razón”[3].

El alboroto causado por la reciente divulgación de algunos documentos desclasificados sobre los intentos de la CIA y la Mafia para asesinar a Fidel Castro es bastante ilustrador. Esos planes habían sido conocidos al detalle y reconocidos ante el Senado de Estados Unidos hace más de treinta años y al respecto fueron publicados libros y se produjeron películas con éxito taquillero. Nada nuevo se conoció ahora. Lo verdaderamente revelador fue la ligereza con que los grandes medios trataban la idea del magnicidio y otros crímenes y la pasividad con que el público recibía esas noticias.

En un mundo en que la información se transmuta en entretenimiento es posible repetir a la gente que su gobierno se ha dedicado a realizar toda suerte de fechorías sin que se produzca un escándalo. Algunos, haciéndose eco de los jefes de la CIA, apuntan que esas cosas ocurrieron en un pasado tan distante que ya nadie recuerda. Obligados a hablar de la guerra de Iraq, Abu Grahib, Guantánamo y otras realidades de hoy evitan conectarlas con el pasado, las abordan como hechos aislados, sin historia, inexplicables imágenes de un espectáculo embrutecedor.

Así es posible también dar protección durante ya más de dos años a Luis Posada Carriles, impedir que continúe el juicio que se le seguía en Venezuela por la destrucción en pleno vuelo de una avión civil y tampoco procesarlo en Estados Unidos, violando flagrantemente los convenios internacionales contra el terrorismo y al mismo tiempo encarcelar a Cinco jóvenes por haber luchado pacíficamente contra ese y otros terroristas amparados por Washington. De ambos casos se ha hablado alguna que otra vez en ciertos medios norteamericanos, siempre en forma sesgada y con errores, para sepultarlos inmediatamente bajo el maremoto constante de desinformación y boberías que persigue día y noche a un público cautivo e inerme. Resultado: en todo el mundo se conocen los casos de Posada Carriles y de nuestros Cinco Héroes, crece la denuncia, la protesta y la solidaridad, mientras en Estados Unidos se impone la ignorancia y el silencio. Entretanto miles de jóvenes norteamericanos van a Iraq a matar y a morir en nombre de una pretendida guerra contra el terrorismo.

Regreso a Mills porque en este año que se cumplen 45 de su desaparición física los cubanos debemos recordar con gratitud y rendir homenaje al norteamericano que en días muy difíciles y decisivos luchó como pocos por la amistad y la comprensión entre nuestros pueblos. A esa causa entregó su excepcional talento y todas sus energías, por ella, sencillamente, dio su vida.

Desde la publicación en 1960 de Listen Yankee, Mills tuvo que batirse con tirios y troyanos y enfrentar en desigual pelea a los dueños del poder y de los grandes medios de comunicación. Contra él emplearon todos los recursos incluyendo las amenazas y presiones del FBI y las pandillas batistianas enquistadas en Miami.

Paradigma de intelectual comprometido con la verdad y la justicia, pensador independiente, lúcido y creador, encontró la muerte demasiado temprano, dejando inconclusa una obra admirable, inspiración de los jóvenes norteamericanos que en aquel tiempo irrepetible quisieron tomar el cielo por asalto. Su incesante brega por Cuba trascendía para él los términos inmediatos del debate, era decisiva para el futuro de las relaciones de Estados Unidos con el mundo y para el porvenir de la nación norteamericana.

Previendo lo que vendría escribió: “I’m afraid there is going to come about a very bad time in my country for people who think as I do… What bothers me is whether or not the damned heart will stand up to what must then be done”[4].

Han sido ciertamente tiempos difíciles en los que no pudimos contar con su insustituible rebeldía.

La política de Estados Unidos hacia la Revolución cubana ha tenido una línea constante, invariable, que se remonta a la administración Eisenhower y ha recorrido medio siglo. Esa línea es la de la desinformación y el embuste. Otros aspectos de la estrategia norteamericana han tenido matices diferenciales a lo largo del tiempo pero en esa línea fundamental no ha habido cambio alguno desde los ya lejanos días en que Washington se obstinaba en perpetuar la dictadura de Batista e impedir el triunfo revolucionario.

En ese campo ha empleado un volumen de recursos financieros, materiales y humanos imposibles de cuantificar. Quienes han querido abordar el tema de Cuba, han debido moverse en terreno cenagoso y minado, afrontando un obstáculo muy específico, único: el Gobierno más poderoso de la Tierra se ha empeñado a fondo, con todos sus medios, a mentir, falsificar la realidad y engañar. Tal esfuerzo premeditado para ocultar la verdad con semejante constancia y por un período tan prolongado, carece de precedente.

No se trata sólo de prejuicios, ignorancia o cobardía moral. No pocos de los que se han opuesto a la Revolución cubana han sido, también objeto de la manipulación deliberada y sistemática de sus mentes y sentimientos, víctimas de una operación concebida a los más altos niveles del Gobierno norteamericano, llevada a cabo con la participación de sus diversas agencias, públicas y secretas y con la colaboración conciente o inconciente, de políticos, periodistas y otros intelectuales.

Poco se sabía de esta operación en los tiempos de Mills aunque él fue capaz de imaginar que algo semejante estaba ocurriendo y a ello aludió más de una vez. Hoy es posible conocerla, desde su origen y su desarrollo hasta la actualidad.

En la última década del Siglo XX apareció a la luz pública una buena parte de la documentación oficial hasta entonces guardada en secreto. En 1991 el Departamento de Estado publicó un grueso libro titulado “Foreign relations of the United States 1958-1960 Volume VI Cuba” que contiene centenares de documentos -informes y análisis internos del Departamento, reseñas de reuniones del Consejo de Seguridad Nacional y de otras instancias gubernamentales, mensajes intercambiados con su Embajada en La Habana, con otras misiones diplomáticas y con gobiernos de países aliados y otros materiales relacionados con el último año del régimen de Batista y los dos primeros del enfrentamiento entre ambos países hasta la ruptura de las relaciones diplomáticas.

1958 fue un año crucial que encierra las claves indispensables para entender lo que sucedería después. En el libro aparecen pruebas irrefutables de la profunda alianza entre Washington y la tiranía sangrienta que se impuso como un azote sobre la isla. La colaboración abarcó los terrenos más variados, incluso la energía nuclear. La asistencia militar fue total y no sólo en suministro de armas, municiones y equipamiento y asesoría a todos los niveles. Todos los cuadros de la fuerza aérea cubana, la casi totalidad de los oficiales del Ejército, la Marina y la Policía, y unidades completas de las tropas que combatieron a los rebeldes en la Sierra Maestra, recibieron entrenamiento en escuelas militares norteamericanas.

No sólo apoyaron a Batista en Cuba, también lo hicieron en Estados Unidos. El FBI y el Departamento de Justicia se esforzaron por mantener a raya a los exiliados y emigrados y frustrar todos sus intentos por auxiliar a quienes en la isla luchaban por la libertad. Para ello ambos gobiernos intercambiaron informaciones y coordinaron acciones. En ese sentido se destacan las que emprendieron contra el ex Presidente Carlos Prío Socarras.

Al acentuarse la bancarrota de aquel régimen ocultar el respaldo que seguía entregándole pasó a ser una prioridad para la administración Eisenhower junto al empeño por detener la victoria popular. “Debemos impedir la victoria de Castro” fue la conclusión, varias veces repetida, en las reuniones de la Casa Blanca.

Los documentos desclasificados revelan una dimensión que va más allá del comprometimiento político, militar y económico entre las autoridades de dos gobiernos que a veces parece confundirse en una sola cosa. Desfilan ante nosotros personajes angustiados y perplejos, actores de un drama que son incapaces de entender. Según avanza el año 58 se precipitan las reuniones en las que Eisenhower, Nixon, Dulles y sus generales elaboran planes desesperados, tratan de encontrar la fórmula mágica que evite el derrumbe total.

Al igual que en las telenovelas hay intriga y melodrama. Como la escena del juramento en la que el Presidente, grave y solemne, les exige prometer que negarán siempre haber escuchado lo que allí discutían. O su directiva precisa, inapelable, “que la mano de Estados Unidos no aparezca”. Y si esto fuera poco, cual si desconfiara de sus más cercanos asesores, su instrucción personal al Director de la CIA disponiendo que los planes secretos con relación a Cuba no fueran llevados en lo adelante a las reuniones del Consejo Nacional de Seguridad.

Se vieron obligados a interrumpir o postergar cenas y jolgorios. En las horas finales del 31 de diciembre desde su despacho el Secretario Herter envía a La Habana su último mensaje de 1958. Es un texto, amargo y dolorido que resume todo lo que Washington había hecho por sostener al déspota hasta el último instante.

El sol no alumbraba aun la primera mañana del año 1959 y ya en Washington recibían informes de su Embajador en La Habana. El buen señor no había dormido, mucho tuvo que hacer tratando de apuntalar la junta militar que pugnaba por establecerse y organizando la salida del país de aquellos jerarcas y colaboradores que no habían escapado con Batista.

Ya en aquellas horas se producía el primero y uno de los más graves actos de la cruel guerra económica impuesta a Cuba. Los fugitivos habían literalmente saqueado el Tesoro de la República creando lo que el propio Departamento describía como una situación insoportable para cualquier Administración. Ni un centavo fue devuelto. Tampoco se concedió préstamo alguno al Gobierno provisional pese a sus gestiones discretas y amistosas. Ahí está el origen de muchas fortunas, engrosadas después con privilegios, exenciones impositivas y otras prebendas que nadie más ha disfrutado en la historia de Estados Unidos, que la propaganda oficial presenta como supuestos éxitos de una comunidad de exilados emprendedores.

Washington jamás le falló al fiel amigo. Una de las más extensas porciones del libro precitado refiere las gestiones de diplomáticos y funcionarios norteamericanos para encontrarle retiro feliz y seguro. Como había que “ocultar la mano” debía ser fuera del territorio norteamericano y para ello contaron con la buena disposición de quienes entonces regían, con el favor estadounidense, en España y Portugal. La esposa, los hijos y otros familiares e íntimos del dictador se instalaron cómodamente en las propiedades que habían adquirido, con dinero robado, en el sur de la Florida. Allí se juntaron con otros fugitivos y construyeron una Cuba artificial, con todos los atributos de aquella desaparecida para siempre. El gobierno de Estados Unidos, les dio los recursos para convertirse en poco tiempo en una fuerza que los norteamericanos deberían acatar como supuestos portadores de valores totalmente inventados y que nunca fueron suyos.

La primera organización contrarrevolucionaria, La Rosa Blanca, la fundó en Miami Rafael Díaz Balart uno de los principales ministros de Batista y ex jefe de su aparato político. Antiguos torturadores, veteranos del gangsterismo, el narcotráfico y el latrocinio ocuparon espacios en los medios de comunicación, fueron recibidos en reuniones del Congreso y en oficinas de políticos, demócratas y republicanos. Se les permitió embolsillarse centenares de millones de dólares –en más de 400 millones calculaban los expertos del Banco Nacional y los editorialistas del New York Times el despojo inicial- a los que después sumarían numerosas exenciones tributarias por la imaginaria pérdida de propiedades abandonadas en la isla y cifras incalculables de los diversos programas anticastristas generosamente financiados por el presupuesto federal durante casi medio siglo.

Batista debió morir en Europa pero su memoria perdura en Norteamérica. A él rinden tributo en Miami cada 10 de marzo el día que se apoderó del poder y liquidó de un golpe las instituciones republicanas. En Estados Unidos viven sus familiares y sus descendientes y los de sus allegados, ocupan puestos en la Magistratura, en la Administración y en la legislatura, a nivel federal, estadual y local. Se les conceden honores y homenajes en la plaza pública, en universidades y hasta en el Congreso Federal. En pleno Siglo XXI un extraño culto al batistato se practica ahora en Estados Unidos, patética prenda de un amor a toda prueba.

Los años 1959 y 1960, nos cuentan los documentos finalmente desclasificados, fueron los del forcejeo entre la mano poderosa que se quería invisible y un pequeño país que buscaba librarse de ella. Muy pronto al saqueo brutal del erario público se agregaron nuevas agresiones económicas. Confiaban los estrategas en Washington que siendo como era tan completa la dependencia de la isla de las finanzas y el mercado norteamericano bastarían unos cuantos golpes para que Cuba se derrumbase y cayera otra vez bajo su férula.

Con el andar del tiempo acuñaron frases útiles para encubrir el significado de sus acciones. Los eruditos las describen como “sanciones” constitutivas de un “embargo”. Ahora es posible leer que a una de las primeras de esas medidas, la supresión de la cuota azucarera, la definía el Secretario Herter, ya en 1959, como una de “guerra económica”.

Sabemos también que en aquellos años iniciales las autoridades norteamericanas tenían una idea muy precisa de lo que estaban haciendo y de sus implicaciones morales así como de la finalidad política que perseguían. Pocas veces fueron tan sinceras como al escribir: “The majority of Cubans support Castro… the only foreseeable means of alienating internal support is through disenchantment and disaffection based on economic dissatisfaction and hardship… every possible means should be undertaken promptly to weaken the economic life of Cuba… a line of action which, while as adroit and inconspicuous as possible, makes the greatest inroads in denying money and supplies to Cuba, to decrease monetary and real wages, to bring about hunger, desperation and overthrow of government”[5]. Cuando semejante política fue diseñada y aplicada hacia años que el Tribunal de Nuremberg había concluido su juicio inapelable y que las Naciones Unidas habían convertido en Ley universal su Convención sobre el crimen de genocidio. Nada de eso ignoraban quienes en Washington decidieron fríamente desatar contra el pueblo cubano una política genocida. Nótese que se propusieron hacer sufrir y destruir a ese pueblo para desconocer su voluntad mayoritaria y quebrarla, para negarle el ejercicio de sus derechos democráticos.

En tiempos más recientes, coincidiendo con la divulgación de estos documentos, burlando la decencia y el sentido común, la diplomacia norteamericana y sus corifeos llegan al extremo de intentar excusar el genocidio en nombre de la democracia.

En 1997 la Agencia Central de Inteligencia desclasificó, con las omisiones y retoques del caso, otro documento que había escondido celosamente por más de treinta años. Es el informe del General Lyman B. Kickpatrick, inspector General de la Agencia sobre las acciones iniciadas en 1959 y que en esencia sigue siendo la sustancia de la política aplicada hasta el día de hoy.

El programa consistía en:

“a. Formation of a Cuban exile organization to attract Cuban loyalties, to direct opposition activities, and to provide cover for Agency operations.

b. A propaganda offensive in the name of the opposition.

c. Creation inside Cuba of a clandestine intelligence collection and action apparatus to be responsive to the direction of the exile organization.

d. Development outside Cuba of a small paramilitary force to be introduced into Cuba to organize, train and lead resistance groups”[6].

Llama la atención el peso que daban a la propaganda y las acciones políticas, según Kickpatrick superior a las de inteligencia y de carácter militar en el presupuesto asignado. La organización exiliada tendría como única finalidad encubrir las actividades de la Agencia para garantizar, desde luego, que “the hand of the U.S. Goverment would not appear”.

“Anti-Castro propaganda operations were intensified throughout Latin America”. Para sostenerlas hubo que multiplicar constantemente el presupuesto originalmente asignado y el aparato clandestino correspondiente de la CIA alcanzó un nivel de personas y recursos superior a cualquier otro que tuvo la Agencia durante la guerra fría.

La mano oculta fue en verdad dadivosa.

Incluyó al menos 35 mil dólares semanales para publicar la llamada Bohemia Libre que llegó a alcanzar una circulación de 126 000 ejemplares sólo superada en el Continente por Selecciones del Reader’s Digest; la reimpresión en el exilio del diario Avance antaño financiado por Batista; las transmisiones de Radio Swan, la edición de programas de televisión y otras publicaciones incluyendo tiras cómicas y el envío de conferencistas a hacer propaganda por toda la América Latina. Los salarios de los dirigentes exilados en los años iniciales ascendían a 131 000 dólares mensuales.

La derrota de Bahía de Cochinos no puso fin a esas actividades, más bien se intensificaron y ampliaron. Las transmisiones radiales clandestinas, que continúan, se vieron extendidas después a programas especiales de la Voz de los Estados Unidos ahora transformados en las llamadas Radio y TV Martí. Desde entonces hasta hoy la CIA sigue financiando diarios, revistas y otras publicaciones y continúa pagando a académicos y periodistas.

En la actualidad además de las operaciones encubiertas de la Agencia se llevan a cabo otras un tanto más visibles. El Programa Cuba sigue vigente, sólo que su costo es más elevado y al original que mantiene la CIA ahora se suman los de la AID y la NED. Nada ha cambiado, ni siquiera el nombre.

Con la promulgación de la Ley Helms-Burton y los informes de la llamada Comisión para Asistir a una Cuba Libre, aprobados por el presidente Bush, la política norteamericana ha sido conducida a un nivel de injerencismo y prepotencia sin paralelo. No habría tiempo para entrar ahora en su análisis detallado. Me limitaré a decir que con su hipotética aplicación Cuba dejaría de existir como nación soberana.

Pero se trata de una política irracional y anacrónica. El mundo real no se ha movido en el sentido que añoraban los revanchistas batistianos y sus amigos en Washington.

El hundimiento de la Unión Soviética y el fracaso de lo que se dio en llamar el “socialismo real” deslumbró a muchos en el mundo capitalista y los embriagó con un optimismo simplón y desmesurado. De tanto hablar de la caída del Muro de Berlín no se enteraron del Caracazo.

Trabajosamente, con altibajos, el mundo en realidad habría de moverse en la dirección que supo anticipar Mills. Más que al fin de la historia arribamos al término de una época y al comienzo de otra que reclama su teoría, una que Mills buscó afanosamente.

América Latina y el Caribe viven hoy una nueva época. Se consolidan procesos revolucionarios autóctonos, se fortalecen los movimientos sociales, crece el protagonismo de los pueblos indígenas y otros sectores marginados y avanzan alternativas reales y eficaces que impulsan la verdadera unión e independencia de la región. Nuevas aproximaciones y búsquedas se suceden en la marcha hacia la construcción de proyectos socialistas que, en su diversidad, conformarán el socialismo del Siglo XXI. Un socialismo enteramente nuestro que no será “calco ni copia sino creación heroica” como propugnaba Mariategui. Obra de hombres capaces de pensar por sí mismos, los que quería Mella cuando nacía el marxismo cubano. Como toda obra de creación será irrepetible, quebrará moldes y no aceptará dogmas. Será el arco iris que ya se anuncia con el ALBA

Grande es la responsabilidad de los intelectuales a ambos lados del Río Bravo para contribuir a que esa época sea una de paz y amistad entre nuestros pueblos. Superada la guerra fría ahora se abren posibilidades para una nueva relación que sólo se alcanzará abandonando toda pretensión de hegemonía.

Mills, finalmente, ha vuelto. Escuchémosle: “What I have been trying to say to intellectuals, preachers, scientists -as well as more generally to publics- can be put into one sentence: Drop the liberal rhetoric and the conservative default, they are now parts of one and the same official line; transcend that line”[7].


 


[1] C. Wright Mills, Listen Yankee – The Revolution in Cuba, Ballantine Books, New York 1960, p. 13.

[2] La Economía Cubana. Reformas estructurales y desempeño en los noventa. Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas y Fondo de Cultura Económica, 1997.

[3] Zbiegniew Bszezinski, Between Two Ages, America’s role in the Technetronic Era, The Viking Press, New York, Sixth printing, June 1974, p. 13.

[4] C. Wright Mills, Letters and Autobiographical Writings, edited by Kathryn Mills with Pamela Mills, University of California Press, 2000, p.324

[5] Foreign Relations of the United Status, 1958 – 1960, Volume VI, Cuba, United States Government Printing Office, Washington 1991, p. 885

[6] Inspector General’s Survey of the Cuban operation and associated documents, CIA historical review program release as sanitized 1997, p.3 - 4

[7] C. Wright Mills, The causes of World War Three, Ballantine Books, New York, second printing. January 1961, p. 183